lunes, 28 de mayo de 2007

LUNES DE LA SANTA TRINIDAD


LUNES DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Venid, pueblos, y adoremos a la única Divinidad en tres personas:
el Hijo en el Padre con Espíritu Santo.
El Padre engendra intemporalmente al Hijo, coeterno y correinante;
y el Espíritu Santo estaba en el Padre, glorificado con el Hijo.
Un solo poder, una sola sustancia, una sola divinidad,
ante quien todos postrándonos, decimos:
¡Santo Dios, que lo creaste todo a través del Hijo,
con la cooperación del Espíritu!
¡Santo fuerte, a través de quien conocimos al Padre
y el Espíritu Santo descendió al mundo!
¡Santo inmortal, Espíritu consolador, que procede del Padre
y reposas en el Hijo!
¡Trinidad santísima, Gloria a ti!

(Doxástico idiómelo del emperador León, Vísperas de Pentecostés)


MAGISTERIO DEL II CONCILIO DE CONSTANTINOPLA
V CONCILIO ECUMÉNICO

Confesamos mantener y predicar la fe dada desde el principio por el grande Dios y Salvador nuestro Jesucristo a sus Santos Apóstoles y por éstos predicada en el mundo entero; también los Santos Padres y, sobre todo, aquellos que se reunieron en los cuatro santos concilios la confesaron, explicaron y transmitieron a las santas Iglesias. A estos Padres seguimos y recibimos por todo y en todo... Y todo lo que no concuerda con lo que fue definido como fe recta por los dichos cuatro concilios, lo juzgamos ajeno a la piedad, y lo condenamos y anatematizamos.
Can. 1. Si alguno no confiesa una sola naturaleza o sustancia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y una sola virtud y potestad, Trinidad consustancial, una sola divinidad, adorada en tres hipóstasis o personas; ese tal sea anatema. Porque uno solo es Dios y Padre, de quien todo; y un solo Señor Jesucristo, por quien todo; y un solo Espíritu Santo, en quien todo.
Can. 2. Si alguno no confiesa que hay dos nacimientos de Dios Verbo, uno del Padre, antes de los siglos, sin tiempo e incorporalmente; otro en los últimos días, cuando Él mismo bajó de los cielos, y se encarnó de la santa gloriosa madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella; ese tal sea anatema.
Can. 3. Si alguno dice que uno es el Verbo de Dios que hizo milagros y otro el Cristo que padeció, o dice que Dios Verbo está con el Cristo que nació de mujer o que está en Él como uno en otro; y no que es uno solo y el mismo Señor nuestro Jesucristo, el Verbo de Dios que se encarnó y se hizo hombre, y que de uno mismo son tanto los milagros como los sufrimientos a que voluntariamente se sometió en la carne, ese tal sea anatema.
Can. 4. Si alguno dice que la unión de Dios Verbo con el hombre se hizo según gracia o según operación, o según igualdad de honor, o según autoridad, o relación, o hábito, o fuerza, o según buena voluntad, como si Dios Verbo se hubiera complacido del hombre, por haberle parecido bien y favorablemente de Él, como Teodoro locamente dice; o según homonimia, conforme a la cual los nestorianos llamando a Dios Verbo Jesús y Cristo, y al hombre separadamente dándole nombre de Cristo y de Hijo, y hablando evidentemente de dos personas, fingen hablar de una sola persona y de un solo Cristo según la sola denominación y honor y dignidad y admiración; mas no confiesa que la unión de Dios Verbo con la carne animada de alma racional e inteligente se hizo según composición o según hipóstasis, como enseñaron los santos Padres; y por esto, una sola persona de Él, que es el Señor Jesucristo, uno de la Santa Trinidad; ese tal sea anatema. Porque, como quiera que la unión se entiende de muchas maneras, los que siguen la impiedad de Apolinar y de Eutiques, inclinados a la desaparición de los elementos que se juntan, predican una unión de confusión. Los que piensan como Teodoro y Nestorio, gustando de la división, introducen una unión habitual. Pero la Santa Iglesia de Dios, rechazando la impiedad de una y otra herejía, confiesa la unión de Dios Verbo con la carne según composición, es decir, según hipóstasis. Porque la unión según composición en el misterio de Cristo, no sólo guarda inconfusos los elementos que se juntan, sino que tampoco admite la división.
Can. 5. Si alguno toma la única hipóstasis de nuestro Señor Jesucristo en el sentido de que admite la significación de muchas hipóstasis y de este modo intenta introducir en el misterio de Cristo dos hipóstasis o dos personas, y de las dos personas por él introducidas dice una sola según la dignidad y el honor y la adoración, como lo escribieron locamente Teodoro y Nestorio, y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en ese impío sentido hubiera usado de la expresión "una sola persona"; pero no confiesa que el Verbo de Dios se unió a la carne según hipóstasis y por eso es una sola la hipóstasis de Él, o sea, una sola persona, y que así también el santo Concilio de Calcedonia había confesado una sola hipóstasis de nuestro Señor Jesucristo; ese tal sea anatema. Porque la santa Trinidad no admitió añadidura de persona o hipóstasis, ni aun con la encarnación de uno de la santa Trinidad, el Dios Verbo.
Can. 6. Si alguno llama a la santa gloriosa siempre Virgen María madre de Dios, en sentido figurado y no en sentido propio, o por relación, como si hubiera nacido un puro hombre y no se hubiera encarnado de ella el Dios Verbo, sino que se refiriera según ellos el nacimiento del hombre a Dios Verbo por habitar con el hombre nacido; y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en este impío sentido, inventado por Teodoro, hubiera llamado a la Virgen María madre de Dios; o la llama madre de un hombre o madre de Cristo, como si Cristo no fuera Dios, pero no la confiesa propiamente y según verdad madre de Dios, porque Dios Verbo nacido del Padre antes de los siglos se encarnó de ella en los últimos días, y así la confesó piadosamente madre de Dios el santo Concilio de Calcedonia, ese tal sea anatema.
Can. 7. Si alguno, al decir "en dos naturalezas", no confiesa que un solo Señor nuestro Jesucristo es conocido como en divinidad y humanidad, para indicar con ello la diferencia de las naturalezas, de las que sin confusión se hizo la inefable unión; porque ni el Verbo se transformó en la naturaleza de la carne, ni la carne pasó a la naturaleza del Verbo (pues permanece una y otro lo que es por naturaleza, aun después de hecha la unión según hipóstasis), sino que toma en el sentido de una división en partes tal expresión referente al misterio de Cristo; o bien, confesando el número de naturalezas en un solo y mismo Señor nuestro Jesucristo, Dios Verbo encarnado, no toma en teoría solamente la diferencia de las naturalezas de que se compuso, diferencia no suprimida por la unión (porque uno solo resulta de ambas, y ambas son por uno solo), sino que se vale de este número como si [Cristo] tuviese las naturalezas separadas y con personalidad propia, ese tal sea anatema.
Can. 8. Si alguno, confesando que la unión se hizo de dos naturalezas: divinidad y humanidad, o hablando de una sola naturaleza de Dios Verbo hecha carne, no lo toma en el sentido en que lo ensenaron los Santos Padres, de que de la naturaleza divina y de la humana, después de hecha la unión según la hipóstasis, resultó un solo Cristo; sino que por tales expresiones intenta introducir una sola naturaleza o sustancia de la divinidad y de la carne de Cristo, ese tal sea anatema. Porque al decir que el Verbo unigénito se unió según hipóstasis, no decimos que hubiera mutua confusión alguna entre las naturalezas, sino que entendemos más bien que, permaneciendo cada una lo que es, el Verbo se unió a la carne. Por eso hay un solo Cristo, Dios y hombre, el mismo consustancial al Padre según la divinidad, y el mismo consustancial a nosotros según la humanidad. Porque por modo igual rechaza y anatematiza la Iglesia de Dios, a los que dividen en partes o cortan que a los que confunden el misterio de la divina economía de Cristo.
Can. 9. Si alguno dice que Cristo es adorado en dos naturalezas, de donde se introducen dos adoraciones, una propia de Dios Verbo y otra propia del hombre; o si alguno, para destrucción de la carne o para confusión de la divinidad y de la humanidad, o monstruosamente afirmando una sola naturaleza o sustancia de los que se juntan, así adora a Cristo, pero no adora con una sola adoración al Dios Verbo encarnado con su propia carne, según desde el principio lo recibió la Iglesia de Dios, ese tal sea anatema.
Can. 10. Si alguno no confiesa que nuestro Señor Jesucristo, que fue crucificado en la carne, es Dios verdadero y Señor de la gloria y uno de la santa Trinidad, ese tal sea anatema.
Can. 11. Si alguno no anatematiza a Arrio, Eunomio, Macedonio, Apolinar, Nestorio, Eutiques y Origenes, juntamente con sus impíos escritos, y a todos los demás herejes, condenados por la santa Iglesia Católica y Apostólica y por los cuatro antedichos santos Concilios, y a los que han pensado o piensan como los antedichos herejes y que permanecieron hasta el fin en su impiedad, ese tal sea anatema.
Can. 12. Si alguno defiende al impío Teodoro de Mopsuesta, que dijo que uno es el Dios Verbo y otro Cristo, el cual sufrió las molestias de las pasiones del alma y de los deseos de la carne, que poco a poco se fue apartando de lo malo y así se mejoró por el progreso de sus obras, y por su conducta se hizo irreprochable, que como puro hombre fue bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y por el bautismo recibió la gracia del Espíritu Santo y fue hecho digno de la filiación divina; y que a semejanza de una imagen imperial, es adorado como efigie de Dios Verbo, y que después de la resurrección se convirtió en inmutable en sus pensamientos y absolutamente impecable; y dijo además el mismo impío Teodoro que la unión de Dios Verbo con Cristo fue como la de que habla el Apóstol entre el hombre y la mujer: Serán dos en una sola carne [Eph. 5, 31]; y aparte otras incontables blasfemias, se atrevió a decir que después de la resurrección, cuando el Señor sopló sobre sus discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo [Ioh. 20, 22], no les dio el Espíritu Santo, sino que sopló sobre ellos sólo en apariencia ¡ éste mismo dijo que la confesión de Tomás al tocar l,as manos y el costado del Señor, después de la resurrección: Señor mío y Dios mío [Ioh. 20, 28], no fue dicha por Tomás acerca de Cristo, sino que admirado Tomás de lo extraño de la resurrección glorificó a Dios que había resucitado a Cristo.
Y lo que es peor, en el comentario que el mismo Teodoro compuso sobre los Hechos de los Apóstoles, comparando a Cristo con Platón, con Maniqueo, Epicuro y Marción dice que a la manera que cada uno de ellos, por haber hallado su propio dogma, hicieron que sus discípulos se llamaran platónicos, maniqueos, epicúreos y marcionitas; del mismo modo, por haber Cristo hallado su dogma, nos llamamos de Él cristianos; si alguno, pues, defiende al dicho impiísimo Teodoro y sus impíos escritos, en que derrama las innumerables blasfemias predichas, contra el grande Dios y Salvador nuestro Jesucristo, y no le anatematiza juntamente con sus impíos escritos, y a todos los que le aceptan y vindican o dicen que expuso ortodoxamente, y a los que han escrito en su favor y en favor de sus impíos escritos, o a los que piensan como él o han pensado alguna vez y han perseverado hasta el fin en tal herejía, sea anatema.
Can. 13. Si alguno defiende los impíos escritos de Teodoreto contra la verdadera fe y contra el primero y santo Concilio de Éfeso, y San Cirilo y sus doce capítulos (anatematismos, v. 113 ss), y todo lo que escribió en defensa de los impíos Teodoro y Nestorio y de otros que piensan como los antedichos Teodoro y Nestorio y que los reciben a ellos y su impiedad, y en ellos llama impíos a los maestros de la Iglesia que admiten la unión de Dios Verbo según hipóstasis, y no anatematiza dichos escritos y a los que han escrito contra la fe recta o contra San Cirilo y sus doce Capítulos, y han perseverado en esa impiedad, ese tal sea anatema.
Can. 14. Si alguno defiende la carta que se dice haber escrito Ibas al persa Mares, en que se niega que Dios Verbo, encarnado de la madre de Dios y siempre Virgen María, se hiciera hombre, y dice que de ella nació un puro hombre, al que llama Templo, de suerte que uno es el Dios Verbo, otro el hombre, y a San Cirilo que predicó la recta fe de los cristianos se le tacha de hereje, de haber escrito como el impío Apolinar, y se censura al santo Concilio primero de Éfeso, como si hubiera depuesto sin examen a Nestorio, y la misma impía carta llama a los doce capítulos de San Cirilo impíos y contrarios a la recta fe, y vindica a Teodoro y Nestorio y sus impías doctrinas y escritos; si alguno, pues, defiende dicha carta y no la anatematiza juntamente con los que la defienden y dicen que la misma o una parte de la misma es recta, y con los que han escrito y escriben en su favor y en favor de las impiedades en ella contenidas, y se atreven a vindicarla a ella o a las impiedades en ellas contenidas en nombre de los Santos Padres o del santo Concilio de Calcedonia, y en ello han perseverado hasta el fin, ese tal sea anatema.
Así, pues, habiendo de este modo confesado lo que hemos recibido de la Divina Escritura y de la enseñanza de los Santos Padres y de lo definido acerca de la sola y misma fe por los cuatro antedichos santos Concilios; pronunciada también por nosotros condenación contra los herejes y su impiedad, así como contra los que han vindicado o vindican los tres dichos capítulos, y que han permanecido o permanecen en su propio error; si alguno intentare transmitir o enseñar o escribir contra lo que por nosotros ha sido piadosamente dispuesto, si es obispo o constituído en la clerecía, ese tal, por obrar contra los obispos y la constitución de la Iglesia, será despojado del episcopado o de la clerecía; si es monje o laico, será anatematizado.


sábado, 26 de mayo de 2007

PENTECOSTES



CREO EN EL ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA,

QUE PROCEDE DEL PADRE

Y QUE CON EL PADRE Y EL HIJO, RECIBE UNA MISMA ADORACIÓN Y GLORIA

Y QUE HABLÓ POR LOS PROFETAS.

Lectura de la profecía de Ezequiel [36:24-28]

Esto dice el Señor: Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. Habitaréis la tierra que yo di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

(Paremia del Oficio de Vigilia del santísimo día de Pentecostés)

Hemos sido rociados por el Agua pura del Bautismo, hemos sido convocados de todas las naciones. Ya no hay entre nosotros ni judíos ni gentiles. Somos un pueblo nuevo, la Iglesia. Por la muerte hemos sido vivificados, muriendo en las aguas del Bautismo hemos renacido en Cristo, dejando sepultado al hombre viejo. Hemos sido sellados con el Don del Espíritu Santo, hemos recibido al Santificador que quiere hacer morada en nuestros corazones, somos templos del Espíritu Santo, resto escogido por Dios, nación santa, ovejas de su rebaño.

Él arrancará nuestro duro corazón, quitará el corazón de piedra y nos dará un corazón de carne. Él será nuestro Dios, Trinidad Santa, Padre, Hijo y Espíritu Santo y hará de nosotros testigos que se levanten en medio de las plazas dando testimonio de su inmenso amor por la humanidad.

Abramos nuestros corazones es esté santísimo día de Pentecostés, dejémonos empapar por el rocío del Espíritu, abandonemos las obras de las tinieblas para caminar iluminados por el Paráclito. Que no encuentre en el día de su descenso las puertas cerradas de nuestra alma, que no nos encuentre en medio de la oscuridad del pecado, si no que nos halle en vela.

No hay icono de la fiesta mañana en el analogio, nosotros somos el icono vivo de la fiesta de pentecostés, la Iglesia unida, de oriente a occidente, en las grandes catedrales, en las pequeñas capillas, en las parroquias, en los monasterios, de rodillas en oración junto a la Madre de Dios pidiéndole a Él que descienda y que nos transforme:

"Rey Celestial, Consolador, Espíritu de la verdad, que estás presente en todas partes y que todo lo llenas, tesoro bienes y dador de vida, ven y habita en nosotros, límpianos de toda mancha y salva, oh Bondadoso, nuestras almas."

Feliz fiesta de Pentecostés, feliz fiesta de la Iglesia.

P Nicolás Vera

miércoles, 23 de mayo de 2007

PARA LA REFLEXIÓN Y LA PLEGARIA


PREPARACIÓN A LA FIESTA DE PENTECOSTÉS
TEXTOS LITÚRGICOS PARA LA REFLEXIÓN Y LA PLEGARIA
Todo lo otorga el Espíritu Santo: inspira a los profetas, perfecciona a los sacerdotes y a los iletrados enseña la sabiduría; hace teólogos a simples pescadores y consolida a la Iglesia. Consustancial con el Padre y el Hijo y partícipe de un mismo trono, oh Paráclito: ¡Gloria a ti!
En tus atrios te cantaré, oh Salvador del mundo, y doblando la rodilla adoraré tu poder invencible: por la tarde y por la mañana, y al mediodía, y en todo tiempo, te bendeciré, oh Señor.
Venid, pueblos, y adoremos a la única Divinidad en tres personas: el Hijo en el Padre con Espíritu Santo. El Padre engendra intemporalmente al Hijo, coeterno y correinante; y el Espíritu Santo estaba en el Padre, glorificado con el Hijo. Un solo poder, una sola sustancia, una sola divinidad, ante quien postrándonos, decimos: ¡Santo Dios, que lo creaste todo a través del Hijo, con la cooperación del Espíritu!; ¡Santo fuerte, a través de quien conocimos al Padre y el Espíritu Santo descendió al mundo!; ¡Santo inmortal, Espíritu consolador, que procede del Padre y reposas en el Hijo!; ¡Trinidad santísima, Gloria a ti!
(De las Grandes Vísperas del santísimo día de Pentecostés)

PREPARACIÓN PARA LA FIESTA DE PENTECOSTÉS



PREPARACIÓN PARA LA FIESTA DE PENTECOSTÉS




Reunidos en oracíon, esperamos la venida del Espíritu Santo. Luz que ilumina los corazones y que nos mueve, anima y vivifica. Fuerza que llena a la Iglesia y la convierte en faro en medio del mundo que guía a los hombres a la Verdad. Verdad que no poseemos sino que nos es dada como un don, como un bien gratuito que a su vez hemos de dar gratis.



Luz que brilla en nuestras manos conscientes de que no somos la luz, sino que con humildad la portamos, transmitiendo la llama de una a otra vela, de un corazón a otro.



Verdad que quisieran acallar pero que silenciosamente es proclamada en medio de las plazas. Porque no es nuestra verdad, sino la Verdad del Espíritu que mora en su Iglesia.



Abramos nuestros corazones con la oración, abramos nuestros corazones al Evangelio, abramos nuestros corazones al Espíritu Santo que procede del Padre y que con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado por los siglos de los siglos.



Ven y no tardes, llena nuestros corazones y haznos testigos fieles de tu amor.



P Nicolás

sábado, 19 de mayo de 2007

DOMINGO DE LOS PADRES DEL I CONCILIO ECUMÉNICO




...CREO EN UN SOLO SEÑOR JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS,
NACIDO DEL PADRE ANTES DE TODO LOS SIGLOS, DIOS DE DIOS,
LUZ DE LUZ, DIOS VERDADERO DE DIOS VERDADERO,
ENGENDRADO, NO CREADO, CONSUSTANCIAL AL PADRE
POR QUIEN TODO FUE HECHO...


El Primer Concilio Ecuménico (o Universal) de la Iglesia se realizo en el año 325, convocado y organizado por el santo Emperador Constantino el Grande que reunió a 318 obispos de Europa, África y Asia, las que eran entonces partes del Imperio. Este concilio se organizó debido a las malas doctrinas enseñada por el diácono libio Arrio, que rechazaba la Divinidad de Cristo.
En efecto, contra la enseñanza de la Iglesia, Arrio sostenía su propia opinión errónea de que Cristo no es Dios diciendo que “era una criatura, no siendo consubstancial al Padre y que tampoco era eterno, que no tenía el mismo grado divino y que sólo de un modo alegórico se le llamaba Hijo de Dios”. Esta herejía producía una división en el pueblo Cristiano, y el Emperador conociendo esto envió a San Osio, Obispo de Córdoba, en la actual España, para interiorizarse del asunto.

Informado el Emperador por San Osio, determinó convocar a un Concilio en la plaza central del palacio Imperial de la ciudad de Nicea de Bitinia. Se destaca la presencia en este concilio de un grupo numeroso de Padres que, por su fe, dieron un ejemplo vivo de vida en Cristo, como san Nicolás de Mira, san Espiridón de Trimitós (Trebizonda), san Macario de Jerusalén, y san Atanasio el Grande, el que en ese entonces, era sólo diácono.

En este Concilio se condenó y repudió la herejía de Arrio, y se establecieron los primeros siete artículos del Credo, el símbolo de la Fe. En esta oración están presentadas, con breves pero exactas palabras, las verdades fundamentales de la fe ortodoxa. El Concilio se encargó también de unificar la celebración de la Pascua Cristiana, tanto en cuanto a su contenido central, cuanto en relación con la fecha de su celebración. Fue también a partir de este Primer Concilio Ecuménico que se estableció la idea de que para ser ortodoxo se debía conservar y defender la fe y la doctrina del Concilio Ecuménico, al que se reservó definitivamente el llamado "magisterio", la voz del Espíritu Santo. La fecha de la Pascua fue definida como el primer Domingo después del primer plenilunio (luna llena) de la Primavera (en el hemisferio Norte). Esta fecha es muy cercana al 14° día del mes hebreo de Nisán. En caso que la fecha así determinada coincida o se anticipe a la celebración de la Pascua hebrea (14 de Nisán), la Pascua Cristiana debe postergarse en una semana para conservar la analogía de la sucesión de los hechos históricos. Esta prescripción es seguida especialmente por los cristianos ortodoxos.


Otra determinación fue que los sacerdotes deben ser hombres casados, y también establecieron otros 20 cánones que fueron confirmados en el primer canon del IV Concilio, y en los primeros cánones de los Concilios Ecuménicos V, VI, y VII


El Símbolo de la Fe (o Credo) se termino de confeccionar (los restantes cinco artículos) en el segundo Concilio de Constantinopla. En el primer artículo se habla de Dios Padre; desde el segundo hasta el séptimo artículo se habla de Dios Hijo; en el octavo artículo, de Dios Espíritu Santo; el noveno se refiere a la Iglesia; el décimo al bautismo y finalmente, los artículos undécimo y duodécimo expresan nuestra Fe en la resurrección de los muertos y la vida eterna.
Recemos a nuestros Padres del Primer Concilio en Nicea para que nos sigan ayudando a predica la doctrina correcta.


“Por las oraciones de los Santos Padres de Nicea, Señor ten piedad de nosotros”.

Tropario de los Padres del I Concilio Ecuménico

Tono 8º

Gloriosísimo eres, oh Cristo nuestro Dios,
que has establecido a los Santos Padres como luminarias en la tierra.
A través de ellos nos has guiado a la verdadera Fe
¡Oh Compasivo, gloria a ti!

miércoles, 16 de mayo de 2007



ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR
¡CRISTO HA ASCENDIDO!
DE LA TIERRA AL CIELO!
Tropario Modo 4º
Ascendiste en la gloria, oh Cristo Dios Nuestro,
después de alegrar a Tus discípulos
por la promesa del Espíritu Santo,
fueron confirmados por Tu bendición
pues Tú eres el Hijo de Dios, el Redentor del mundo.
Kontaquio Modo 6º
Habiendo cumplido la dispensación para con nosotros
y unido todo lo terrenal con lo celestial,
ascendiste en la gloria, oh Cristo Dios,
sin apartarte de nosotros, sino permaneciendo inseparable
y prometiendo a los que te aman:
estoy con vosotros, y nadie estará contra vosotros.
En este jueves, cuadragésimo día después de Pascua, Nuestro Señor se presentó nuevamente a los discípulos, y les ordenó no apartarse de Jerusalén, porque allí descendería el Espíritu Santo, procedente del Padre, y que el mismo Jesucristo les había prometido. Luego de dicho esto se dirigieron al monte de los Olivos, situado al oriente de Jerusalén, y al llegar Jesús levantó sus manos los bendijo y comenzó, ante los ojos de sus discípulos, a elevarse sobre la tierra en una nube de luz, alejándose cada vez más.
Observando esto, los discípulos lo reverenciaron, y el Señor, continuaba bendiciéndolos, mientras se alejaba cada ves más, hasta terminar ocultándose, sin que alejaran de Él su vista los discípulos. Después de esto se presentaron dos ángeles con vestimentas blancas, y les dijeron: “Galileos, ¿qué haceis aquí mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre vosotros al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse”.(Hechos 1:11) luego de dicho esto, se fueron a Jerusalén con alegría en sus corazones por la promesa realizada. Ya en la ciudad se reunieron en una habitación de Sión, orando y leyendo las Sagradas Escrituras, esperaban el descenso sobre ellos del Espíritu Santo.
A estas reuniones también acudían otros discípulos de Jesucristo y algunas de las mujeres miróforas. Con esta Ascensión, el Salvador culminó su servicio sobre la tierra, que Él cumplió para la redención de nosotros los hombres pecadores.