jueves, 20 de septiembre de 2007

21 de Septiembre: Santos Mártires del Monasterio de Zographu

En Julio de 1274, el emperador bizantino miguel VIII firmo un acta de unión con Roma ante las amenazas de Carlos de Anjou y los turcos otomanos. Pensó que esta unión llamada de Lyon, le sería de ayuda para conjurar tales amenazas. La unión de Lyon suponía para los ortodoxos aceptar el uso del Filioque, el uso del pan ácimo en la Liturgia y sobre todo la superioridad indiscutible del Papa. Al no poder aceptar estas cosas el Patriarca José fue depuesto por el Emperador. El clero, los monjes y los laicos no aceptaron esta unión forzada y el resto de reinos ortodoxos se negó a aceptar la unión denunciando al Emperador por su oportunismo político y sobre todo por su traición a la Fe Ortodoxa.

El 9 de enero de 1275, se celebró una Liturgia en Constantinopla en la que se conmemoró al Papa como “Gregorio, Pontífice universal de la Iglesia Apostólica y Papa de Roma”. Ante esta traición a la fe, la hermana del Emperador, exclamó: ¡Preferible sería que mi hermano perdiera el Imperio antes que traicionara la Fe Ortodoxa! Recordando los horrores y las tropelías de la infame cruzada de 1204, en la que los cruzados latinos saquearon las Iglesias, profanaron los Iconos, robaron las Santas Reliquias y asesinaron a sacerdotes, monjes y fieles, el pueblo clamaba que prefería someterse a los infieles antes que abandonar la Fe que les fue transmitida íntegra.


Veintiséis mártires de Monasterio de Zographou en el Monte Athos están entre aquéllos que fueron perseguidos por el emperador Miguel VIII Paleologo (1261-1282) y el patriarca acimita Juan Bekkos (1275-1282) ya que se negaron a obedecer la orden imperial de que reconocieran la Unión de Lyon. Ellos guardaron las enseñanzas de los Padres de la Iglesia firmemente, e intrépidamente censuraron a aquéllos que aceptaron las doctrinas romanas.

Ante la negativa de aceptar el conciliabulo de unión fueron quemados vivos mientras cantaban el Credo dentro de la torre del monasterio en la que se refugiaron ante las amenazas de los asaltantes

Veintiséis son los mártires que recibieron las coronas inmarcesibles de manos de Cristo: El igumeno Tomás, los monjes Barsanufio, Cirilo, Miguel, Simón, Hilarión, Jaime, Job, Cipriano, Sava, Jaime, Martiniano, Cosme, Sergio, Menas, Josafat, Joanicio, pablo, Antonio, Eutimio, Domeciano, Partemio y cuatro servidores del monasterio que se unieron a ellos.

Su sangre derramada junto a la de tantos y tantos mártires nos recuerda la importancia de nuestra fidelidad a la fe que hemos recibido de nuestros padres y que no es más que nuestra fidelidad a Cristo y nos interpela para que pongamos siempre la Verdad por encima de la conveniencia de los hombres.

No hay comentarios: