viernes, 15 de febrero de 2008

DOMINGO DEL FARISEO Y EL PUBLICANO



En este domingo el Evangelista Lucas nos relata la parábola del publicano y el fariseo. Esta parábola nos enseña la misericordia de Dios, porque muestra cómo el reconocimiento humilde de los pecados de una persona es más importante para Dios, que las falsas virtudes de los orgullosos. “Dos hombres subieron al templo a orar: uno Fariseo, el otro publicano. El Fariseo, de pie, oraba consigo de esta manera: Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que poseo. Mas el publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba su pecho, diciendo: Dios, sé propició a mí pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lc 18, 10-14)

Evidentemente, el fariseo no hacía ningún mal a nadie, o sea, no era una persona mala. Sin embargo, en vez de ayudar a la gente con las buenas acciones, él cumplía con diferentes ritos religiosos y costumbres de muy poca importancia no exigidas por las leyes del Antiguo Testamento. Cumpliendo con estos ritos, él tenía una opinión muy buena de sí mismo. "Acusando a todo el mundo, él se justificaba" (palabras de San Juan Crisóstomo). Gente con esta psicología no es capaz de hacer una evaluación espiritual de si misma, o sea, arrepentirse y comenzar una verdadera vida virtuosa. La esencia moral en esta persona está muerta. Nuestro Señor Jesucristo muchas veces reprendía abiertamente la falsedad de los escribas judíos y fariseos. Sin embargo, en esta parábola nuestro Señor se limita únicamente con una reprensión: "volvió el publicano a su casa justificado, antes que el otro (el fariseo)," o sea: el arrepentimiento sincero del publicano fue recibido por Dios.

Según el significado de estas parábolas, la persona es un ser espiritualmente caído, constantemente peca y no tiene nada para alabarse delante de Dios. Entregando su vida a Dios y con un profundo arrepentimiento, la persona debe volver al Padre Celestial, para que con Su gracia esta persona sea guiada por el camino correcto, de la misma forma que la oveja extraviada. La última se entregó a la protección y salvación del buen pastor.

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