sábado, 23 de agosto de 2008

10º Domingo de Mateo


En la lectura del Evangelio de este Domingo los tres Evangelios Mateo, Marcos y Lucas relatan esta curación indicando que fue realizada por Nuestro Señor inmediatamente después de que hubo bajado del monte de la Transfiguración. Una muchedumbre rodeaba a los discípulos del Señor aguardándolo al pie del Tabor. San Marcos dice que los discípulos estaban discutiendo con los escribas y testimonia que "todo el pueblo" al ver a Cristo bajar del monte, se quedó "muy sorprendido" pues su rostro y su apariencia toda conservaban aun el brillo de aquella gloria con la que Nuestro Señor resplandeció en el Tabor. Un hombre se acercó al Señor para rogarle que curase a su hijo, quien cada luna nueva, enloquecía y sufría enormemente, arrojándose primero al fuego y luego al agua. También le dijo al Señor que se lo había presentado a sus discípulos mas ellos no pudieron curarlo. Al oír acerca del fracaso de Sus discípulos, a pesar de haberles dado el poder sobre los espíritus malignos, el Señor exclamó: "¡Oh raza incrédula y perversa! ¿Hasta cuando he de estar con vosotros? ¿Hasta cuando he de soportaros?" Algunos exégetas atribuyen este reproche del Señor a la falta de fe de sus discípulos que los volvió incapaces de curar al endemoniado; otros lo aplican a todo el pueblo judío. Luego, san Mateo relata que Nuestro Señor ordenó traer al joven poseído e "increpó con dureza al espíritu impuro el cual salió del joven." Los Evangelistas Marcos y Lucas citan algunos pormenores. El joven sufrió un terrible ataque de locura apenas vio a Jesús. Nuestro Señor preguntó: "¿Cuánto tiempo hace que está así?" El padre del muchacho respondió: "desde la infancia" y agregó: "¡Si es que puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, socórrenos!" Nuestro Señor contestó: "Todo es posible para el que tiene fe." Cubierto de lágrimas, el padre de aquel desafortunado jovencito exclamó: "Creo, Señor, remedia mi incredulidad" Este hombre reconoció con humildad la insuficiencia e imperfección de su fe. Esta humilde confesión fue recompensada: el joven fue liberado del demonio. Los discípulos quisieron saber la razón por la cual ellos no habían logrado expulsar aquel demonio. "Por vuestra falta de fe" les dijo Jesús. Sucedió que ellos, habiéndose enterado por el padre del joven sobre la acción tenaz y duradera de aquella fuerza demoníaca, experimentaron la duda con respecto a su poder de expulsar al demonio, y por ello, fracasaron. De igual modo aconteció con Pedro. Él iba caminando al encuentro de Jesús sobre las aguas, pero comenzó a hundirse cuando experimentó la duda en medio del fuerte viento y el oleaje. Nuestro Señor dijo también: "Si tuvierais fe, aunque fuese tan pequeña como un grano de mostaza, diríais a esta montaña: muévete a otro sitio y se moverá; y nada será imposible para vosotros." Esto significa que mientras haya fe, aunque sea pequeña, esta es capaz de obrar grandes prodigios, pues en ella reside un enorme poder; a semejanza de lo que ocurre con un grano de mostaza, en apariencia insignificante, pero que desarrolla un árbol colosal. Sin embargo, no debemos pensar que la fe tiene un poder que le es propio: la fe es una condición imprescindible para que tenga lugar la acción todopoderosa de Dios. Dios puede obrar milagros aunque la fe sea insuficiente, como en este caso: el joven poseído se curó a pesar de la poca fe de su padre. "Todo es posible para el que tiene fe." Esto significa que Nuestro Señor puede hacer cualquier cosa por el hombre, siempre y cuando este tenga fe. La fe es la receptora de la gracia Divina y ésta es la que efectúa los milagros. A manera de conclusión, el Señor pronunció estas significativas palabras: "Esta clase de demonios no se arroja sino a fuerza de oración y ayuno." La verdadera fe debe ir acompañada del esfuerzo de la oración y el ayuno. La fe genuina engendra oración y ayuno, y estos, contribuyen a un mayor fortalecimiento de la fe. Por ello la himnografia de la Iglesia Ortodoxa enaltece la oración y el ayuno como escudos contra los demonios y las pasiones. "Los demonios presienten a lo lejos al que ayuna y reza" — dice el obispo Teofanes el Recluso— "y huyen despavoridos para no recibir un golpe mortal. ¿Puede suponerse que el demonio está allí donde no existen el ayuno ni la oración? Mi respuesta es afirmativa." Durante la permanencia de Nuestro Señor y sus discípulos en Galilea, Él "les enseñaba que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores; ellos le darían muerte, pero que después de muerto resucitaría al tercer día." Los discípulos no comprendieron estas palabras y tenían miedo de hacerle preguntas (Mc. 9:31-32). Jesucristo advirtió que ese era el momento para que sus discípulos conozcan la proximidad de Su pasión, muerte y resurrección. Por ello en mas de una oportunidad les repitió esas palabras para fijarlas en su memoria y así prepararlos. No obstante, ellos aun no estaban exentos de los habituales prejuicios que los judíos tenían acerca del Mesías y las palabras del Señor les resultaron incomprensibles.

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