lunes, 15 de septiembre de 2008

EXALTACION UNIVERSAL DE LA SANTA CRUZ



“Hermanos, el mensaje de la cruz, para los perdidos es una necedad, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues se ha escrito:“Destruiré la sabiduría de los sabios y la prudencia de los prudentes desafiaré”. ¿Dónde hay un sabio? ¿Dónde hay un hombre culto? ¿Dónde hay un hábil discutidor de este mundo? ¿No ha demostrado Dios que la sabiduría de este mundo es necia? Dado pues, que por obra de la sabiduría de Dios, el mundo no ha conocido a Dios por medio de la sabiduría, plúgole a Dios salvar a los creyentes a través de la necedad de la predicación. Dado que los judíos piden señal y los griegos buscan sabiduría, y nosotros anunciamos a Cristo crucificado, cosa que es escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero a los llamados, judíos y griegos, anunciamos a Cristo como fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.( 1Co. 1,18-24)


Hemos elevado en el medio de la iglesia la Preciosa Cruz, recordando la triunfal entrada de la auténtica Santa Cruz a Constantinopla, en manos del emperador Heraclio y la Exaltación Universal de la Santa Cruz que fue realizada a continuación, proclamando al mundo la fe en el poder de Dios, revelado a través de Su Hijo unigénito, desde la sublime Pasión en la Cruz. La importancia de la conmemoración no se reduce en el recuerdo del hecho histórico, es un acto simbólico que revela principalmente dos cosas: El amor de Dios para con el ser humano, que se reveló en la Cruz, y la respuesta de la gente a este amor que se manifestó con el anhelo del pueblo creyente de ver y venerar la Preciosa Cruz, esta vez rescatada de los saqueadores persas. Elevamos pues, nosotros también la Preciosa Cruz de nuestro Salvador Cristo y la veneramos con fe y amor, sabiendo que hoy, para los creyentes, la Cruz es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios”, mientras para otros no ha dejado de ser “escándalo” y “necedad”, tal como lo fue para los judíos y para los griegos de la época del Apóstol Pablo. En la lectura apostólica de hoy, San Pablo se refiere a la Cruz como “escándalo” para los judíos y como “necedad” para los griegos idólatras. San Pablo quiere así sortear los problemas que afrontaban los cristianos de Corinto, de cara a una peligrosa tentación. Nos informa al respecto, San Teofílacto de Bulgaria que unos corintios no creyentes se mofaban de la Cruz, diciendo que resultaba una necedad anunciar a un Dios crucificado. ¿Qué se podía esperar de un Dios crucificado? Si el crucificado fuera Dios, se habría defendido a sí mismo y no habría quedado indefenso, para morir en la Cruz. Completaban sus silogismos diciendo: Aquel que no pudo salvarse de la muerte, ¿cómo puede resucitar de entre los muertos? Su lógica cuadrada ignoraba que el Dios de los cristianos no se parecía a los narcisistas e impotentes dioses de los idólatras, como para necesitar defenderse a sí mismo. Este Dios no está sujeto a ninguna necesidad, no está atado a la predestinación, como los antiguos dioses artificiales. Al mismo tiempo ama a los humanos en demasía, de manera incomprensible, y respeta su libertad. Fue por eso que quiso encontrarlos en el fondo de su degradación, en los reinos del hades, para regalarles la vida, sin obligarlos que lo acepten y que le obedezcan. Lo que pide siempre de los humanos es que lo amen, sin cálculos ni intereses egoístas. Estas cosas no son de fácil comprensión para los corintios no creyentes. Fue por ello que los cristianos de Corinto tratan de presentarles el misterio de la Cruz con argumentos basados en la sabiduría humana. Esta es la gran tentación, la racionalización de la fe, la demostración del misterio de la salvación realizada en la Cruz, por medio de silogismos. Pues la sabiduría de Dios no se parece a la sabiduría de los hombres. Lo necio de Dios es más sabio que la sabiduría humana y lo débil de Dios es más poderoso que todo el poder humano. Pablo trata de hacer aterrizar en la realidad de Dios a los cristianos de Corinto. Con las palabras que les escribe, les dice esencialmente, que los idólatras y los judíos no pueden aceptar el misterio de la Cruz, mientras siguen cautivos de sus prejuicios. Hemos mencionado ya cómo pensaban los idólatras. Los judíos fuertemente influenciados por los fariseos, tropezaban frente a la persona de Cristo con el pensamiento: ¿Cómo puede ser Dios alguien que comía y bebía con recaudadores de impuestos y prostitutas, y terminó su vida colgado entre dos asaltantes? Se habían encerrado en una concepción estrecha de la ley, por eso no podían sentir el amor y la libertad del Legislador. Pues, para vivenciar la Cruz de Cristo como fuerza de Dios y sabiduría de Dios, es necesario liberarse de todos los prejuicios y abrirse la mente a la fe. El punto crucial de nuestra vida es tomar o no la decisión de entregarnos a la fe de Cristo. Me entrego a la fe, significa, me libero de la ética superficial de los fariseos y de las necesidades lógicas de los pensadores. Aquellos que no se entregan a la fe, tropiezan siempre frente a la Cruz de Cristo, a veces como los judíos y otras como los griegos. Dicho de otro modo, la Cruz se les presenta a veces como un escándalo y otras como necedad. Resulta evidente que la calidad de nuestra fe depende de nuestras dependencias internas. Es por eso que la fe que salva, está indisolublemente atada a la renunciación, al espíritu crucificado del sacrificio de todas las pasiones y al sacrificio de los aspectos que nos separan de Cristo.


NUESTRA ARMA ES LA CRUZ


Con ninguna otra arma combate mejor el cristiano, que con el arma invencible de la Cruz. Está escrito en la insignia de la Iglesia: “En este vence”. El cristiano pone a Cristo en su corazón, se persigna y así vence, y conquista, como San Antonio en el desierto, a miles de demonios –incorpóreos y corpóreos- cualesquiera que sean y cualquiera sea el método de su ataque. Pero para ello debemos tener los ojos clavados en la Cruz y pedir de inmediato su auxilio ante cualquier necesidad. La Cruz es para el cristiano lo mismo que fue, para el pueblo del Antiguo Testamento, la serpiente que elevó Moisés para defenderlo de las serpientes venenosas. Precisamente por eso, aquel hecho fue una profecía de lo que acontecerá siempre hasta el final de nuestra vida. Porque, mientras nos dirigimos a la tierra prometida, nos muerden las serpientes y nos matan el alma. Calumnias, injurias, mentiras, estafas, delitos, inundan al mundo. Enemigos visibles e invisibles nos atacan. La envidia y el odio nos presionan y nos ahogan. Serpientes venenosas, las pasiones del alma y del cuerpo, nos muerden a diario, nos hierren, nos envenenan el alma, nos amargan la vida. Así como la gente de Moisés apenas les mordían las serpientes, dirigía la mirada a la serpiente de cobre que elevó Moisés, para salvarse de la muerte, así nosotros también, cualquiera que sea la serpiente que nos muerda - el alma o el cuerpo – debemos mirar inmediatamente la Cruz del Señor, para curarnos.

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