lunes, 6 de abril de 2009


La Vida de Nuestra
Santa Madre María de Egipto
+ 522 d.c. Conmemorada el 1° de Abril



"Cuando el rey le confía a uno un secreto, es bueno quedarse callado; pero hay que honrar a Dios contando a todos y publicando lo que Èl ha hecho" (Tobit 12:7). Así dijo el Arcángel Rafael a Tobit cuando realizó la milagrosa curación de su ceguera. De hecho, no mantener el secreto de un rey es un riesgo peligroso y terrible, pero mantener silencio acerca de las obras de Dios es perjudicial para el alma. Y yo (dice San Sofronios), al escribir la vida de Santa María de Egipto, temo esconder las obras de Dios mediante el silencio. Recordando la desgracia pronosticada al siervo que escondió su talento divino en la tierra (Mateo 25:18-25), me veo obligado a transmitir el relato que me ha sido dado. Que nadie piense (continúa San Sofronios) que yo he tenido la audacia de escribir faltando a la verdad o que dudo esta gran maravilla – ¡Que jamás mienta sobre cosas sagradas! Si acontece que personas que, habiendo leído este registro, no lo creen, que el Señor tenga misericordia de ellos, porque reflejando la debilidad del alma humana, consideran imposible que estas cosas maravillosas sean realizadas por personas santas. Pero ahora debemos comenzar a contar esta asombrosa historia, que ha tenido lugar en nuestra generación y que me fue revelada por buenos hombres experimentados desde la niñez en trabajos y obras piadosas.



Había un cierto anciano en uno de los monasterios de Palestina, un sacerdote de vida y palabra santa, quien desde su infancia fue criado en los modos y costumbres monásticas. El nombre de este anciano era Zosimas. Él había realizado todo el camino de la vida ascética y en todo se adhería a la regla relacionada a las labores espirituales una vez dada a él por sus superiores. Él mismo también había agregado mucho a esta regla al trabajar por someter a la carne a la voluntad del espíritu. Y no había fallado en su meta. Era tan renombrado por su vida espiritual que muchos venían a él de monasterios vecinos y otros incluso de más lejos. Mientras hacía todo esto, nunca cesó de estudiar las Sagradas Escrituras. Ya fuera descansando, de pie, trabajando o comiendo (si las migajas que roía pueden ser llamadas comida), él incesante y constantemente tenía una sola mira: siempre cantar de Dios, y practicar la enseñanza de las Divinas Escritures. Zosimas solía relatar cómo, tan pronto como fue quitado del seno materno, fue entregado al monasterio donde él pasó por su entrenamiento como un asceta hasta que llegó a la edad de cincuenta y tres. Luego de eso, comenzó a ser atormentado por el pensamiento de que era perfecto en todo y que no necesitaba instrucción de nadie, diciéndose a sí mismo mentalmente: "¿Habrá un monje sobre la tierra que me pueda ser útil y mostrarme un tipo de ascetismo que yo no haya logrado? ¿Habrá un hombre en el desierto que me haya superado?"



Así pensaba el anciano, cuando de repente un ángel se le apareció y dijo:
"Zosimas, has luchado valientemente, dentro de lo posible para el hombre, valientemente has ido a través de la prueba ascética. Pero no hay hombre que haya llegado a la perfección. Ante ti yacen luchas desconocidas mayores que las que has logrado. Para que conozcas cuántos rumbos llevan a la salvación, deja tu tierra natal como el renombrado Abraham y ve al monasterio en el río Jordán".



Zosimas hizo como le fue dicho. Se fue del monasterio en el cual había vivido desde la infancia y se fue al río Jordán. Finalmente llegó a la comunidad a la que Dios lo había enviado. Habiendo golpeado a la puerta del monasterio, dijo al monje que era portero quién era; y el portero le dijo al abad. Al ser admitido en la presencia del abad, Zosimas hizo la usual postración y oración monástica. Viendo que él era un monje el abad preguntó:


"¿De donde vienes, hermano, y por qué has venido ante nosotros, hombres pobres y viejos?"
Zosimas respondió:


"No hay necesidad de hablar de donde he venido, sino que he venido, padre, buscando provecho espiritual, porque he escuchado sobre su gran habilidad en guiar a las almas hacia Dios."
"Hermano", le dijo el abad, "Solo Dios puede curar la iniquidad del alma. Que Él nos enseñe Sus caminos divinos y nos guíe. Pero como ha sido el amor de Cristo lo que te movió a visitarnos a nosotros hombres pobres y viejos, entonces quédate con nosotros, si es por eso por lo que has venido. Que el Buen Pastor Quien dio su vida por nuestra salvación nos llene a todos con la gracia del Espíritu Santo."


Luego de esto, Zosimas se inclinó ante el abad, pidió por sus oraciones y bendiciones, y se quedó en el monasterio. Allí vio ancianos instruidos en la acción y en la contemplación de Dios, inflamados en Espíritu, trabajando para el Señor. Cantaban incesantemente, permanecían en oración toda la noche, el trabajo estaba siempre en sus manos y los salmos en sus labios. Nunca una palabra fútil era escuchada entre ellos, no sabían nada sobre adquirir bienes temporales o de los cuidados de la vida. Pero tenían un deseo –volverse en vida como cadáveres. Su constante comida era la Palabra de Dios, y mantenían sus cuerpos con pan y agua, en la medida que el amor por Dios les permitiese. Viendo esto, Zosimas fue en gran manera instruido y preparado para la lucha que yacía ante él.


Muchos días pasaron y el tiempo se acercaba cuando todos los cristianos ayunan y se preparan a si mismos para adorar la Divina Pasión y Resurrección de Cristo. Las puertas del monasterio fueron mantenidas siempre cerradas y abiertas solamente cuando uno de la comunidad era enviado fuera con algún mensaje. Era un lugar desértico, no solo sin visitar por personas del mundo sino incluso desconocido para ellos.



Había una regla en ese monasterio que era la razón por la cual Dios llevó a Zosimas allí. En el comienzo del Gran Ayuno1 el sacerdote celebró la Divina Liturgia y todos participaron del santo Cuerpo y Sangre de Cristo. Después de la Liturgia fueron al comedor y comieron una pequeña comida de Cuaresma.


Una vez reunidos todos en la Iglesia, y luego de orar encarecidamente con postraciones, los ancianos se besaron mutuamente y se pidieron perdón. Y cada uno hacía una postración al abad y pedía sus bendiciones y oraciones por la lucha que yacía ante ellos. Luego de esto, las puertas del monasterio fueron abiertas, y cantando "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habré de temer?"(Salmo 26:1) y el resto del salmo, todos fueron al desierto y cruzaron el río Jordán. Solo uno o dos hermanos fueron dejados en el monasterio, no para resguardar la propiedad (ya que no había qué robar), sino para no dejar la Iglesia sin servicio Divino. Cada uno llevaba consigo tanta comida como podía o deseaba en el camino, de acuerdo a las necesidades del cuerpo: uno llevaría un pan pequeño, otro algunos higos, otro algunos dátiles o trigo remojado en agua. Y algunos no llevaban más que su propio cuerpo cubierto con harapos y alimentado, cuando la naturaleza los obligaba, con las plantas que crecían en el desierto.


Luego de cruzar el Jordán, todos se dispersaron lejos y ampliamente en diferentes direcciones. Y esta era la regla de vida que tenían, y que todos observaban –no hablarse entre ellos, o conocer cómo cada uno vivía y ayunaba. Si acontecía que se veían entre ellos, se iban a otra parte del país, viviendo solos y siempre cantando a Dios, y en un tiempo definido comiendo una cierta cantidad de comida. De esta forma pasaban la totalidad del ayuno y solían regresar al monasterio una semana antes de la Resurrección de Cristo, en el Domingo de Ramos, vuelto cada uno teniendo su propia conciencia como testigo de su labor, y ninguno preguntaba a otro cómo había pasado su tiempo en el desierto. Tales eran las reglas del monasterio. Cada uno de ellos mientras estaba en el desierto luchaba consigo mismo contra el Juez de la lucha –Dios- no buscando agradar a los hombres y ayunar ante los ojos de todos. Porque aquello hecho por causa de los hombres, para ganar alabanza y honor, no es sólo inútil para aquel que lo realiza sino a veces la causa de gran castigo.


Zosimas hizo lo mismo que todos. Y fue lejos, lejos en el desierto con la esperanza secreta de encontrar algún padre que pudiera estar viviendo allí y que pudiera satisfacer su sed y ansia. Y vagaba incansablemente, como si se apresurase a un lugar definido. Ya había caminado por veinte días y cuando llegó la sexta hora se detuvo y, volviéndose al Este, comenzó a cantar la Sexta Hora y recitar las oraciones habituales. Él solía interrumpir así su viaje en horas arregladas del día para descansar un poco, cantar salmos de pie y orar de rodillas.



Y mientras cantaba así sin sacar sus ojos de los cielos, súbitamente vio a la derecha de la colina en la cual se encontraba la figura de un cuerpo humano. Al principio estaba confuso pensando que se encontraba ante la visión del diablo, e incluso se sobrecogió de miedo. Pero, habiéndose protegido a sí mismo con la señal de la Cruz y habiendo expulsado todo temor, volvió su mirada en esa dirección y en verdad vio una forma deslizándose hacia el sur. Estaba desnuda, la piel oscura como si estuviese quemada por el calor del sol, el cabello de su cabeza blanco como un vellón, sin ser largo, llegando justo bajo su cuello. Zosimas estaba tan gozoso de ver una forma humana que corrió hacia ella en persecución, pero la forma escapó de él. Él la siguió. A una cierta distancia suficiente como para ser escuchado, gritó:


"¿Por qué escapas de un hombre viejo y pecador? Esclavo del Dios Verdadero, espérame, sea quien seas, en el nombre de Dios te digo, por el amor de Dios por causa de Quien tu vives en este desierto."


"Perdóname en el nombre de Dios, pero no puedo volverme hacia ti y mostrar mi cara, Abba Zosimas, porque soy una mujer y estoy desnuda como tu ves, con la vergüenza descubierta de mi cuerpo. Pero si deseas realizar el deseo de una mujer pecadora, lánzame tu capa de modo que pueda cubrir mi cuerpo y volverme hacia ti y pedir tus bendiciones."


Aquí el terror se apoderó de Zosimas, porque oyó que ella lo llamaba por su nombre. Pero se dio cuenta que ella no podría haber hecho esto sin saber nada de él si ella no hubiese tenido el poder de la percepción espiritual.


Al momento hizo lo que le fue requerido. Se quitó su capa vieja y andrajosa y la lanzó hacia ella, volviéndose al hacer esto. Ella lo recogió y le fue posible cubrir al menos una parte de su cuerpo. Luego se volvió a Zosimas y dijo:


"¿Por qué deseaste, Abba Zosimas, ver a una mujer pecadora? ¿Qué deseas escuchar o aprender de mi, tu que no has retrocedido ante grandes luchas?"


Zosimas se lanzó al suelo y pidió sus bendiciones. Así también ella se inclinó ante él. Y así ellos permanecieron en el suelo postrados pidiendo por la bendición de cada uno. Y solo una palabra podía ser escuchada a cada uno: "¡Bendíceme!" Luego de un largo periodo la mujer le dijo a Zosimas:



"Abba Zosimas, eres tu quien debe dar bendiciones y orar. Has sido dignificado por la orden del sacerdocio y por muchos años te has parado frente al santo altar ofreciendo el sacrificio de los Divinos Misterios."


Esto infundió a Zosimas un terror aun mayor. Desde la lejanía con lágrimas le decía a ella:


"Oh madre, llena con el Espíritu, por tu forma de vida es evidente que vives con Dios y que has muerto para el mundo. La Gracia otorgada a ti es evidente –ya que me has llamado por mi nombre y has reconocido que soy un sacerdote, a pesar de que nunca antes me has visto. La Gracia no es reconocida por las órdenes propias, sino por los dones del Espíritu, así que dame tus bendiciones en el nombre de Dios, ya que necesito tus oraciones."


Luego entregándose al deseo del anciano la mujer dijo:


"Bendito sea Dios Quien se preocupa de la salvación de los hombres y sus almas"


Zosimas respondió: "Amén", y ambos se levantaron. Luego la mujer le preguntó al anciano:
"¿Por qué has venido, hombre de Dios, a mi que soy tan pecadora? ¿Por qué deseas ver a una mujer desnuda y vacía de toda virtud? Aunque sé una cosa – la Gracia del Espíritu Santo te ha traído a darme una ayuda a tiempo. ¿Dime, padre, cómo están viviendo los cristianos? ¿Y los reyes? ¿Cómo está siendo guiada la Iglesia?


Zosimas dijo:


"Por tus santas oraciones madre, Cristo ha dado paz duradera para todos. Pero realiza la indigna petición de un hombre viejo y ora por todo el mundo y por mi que soy pecador, para que así mis viajes por el desierto no sean infructuosos."


Ella respondió:


"Tu eres un sacerdote, Abba Zosimas, eres tú quien debe orar por mi y por todos –ya que esta es tu vocación. Pero como todos debemos ser obedientes, con gusto haré lo que me pides."



Y con estas palabras se volvió hacia el Este, y levantando sus ojos hacia el cielo y extendiendo sus manos, comenzó a orar susurrando. No se podían oír palabras aisladas, para que Zosimas no entendiese nada de lo que ella decía en sus oraciones. Mientras tanto él permanecía, de acuerdo a su propia palabra y en gran agitación, mirando al suelo sin decir una palabra. Y juró, llamando a Dios por testigo, que cuando al rato pensó que su oración era muy larga, levantó los ojos del suelo y vio que ella se había elevado a un codo de distancia del suelo y se mantenía orando en el aire. Cuando vio esto, incluso más terror se apoderó de él y cayó al suelo llorando y repitiendo muchas veces, "Señor ten piedad".


Y mientras yacía postrado en el suelo él fue tentado por un pensamiento: ¿Acaso no es un espíritu, y tal vez su oración es hipocresía? Pero en el mismo momento la mujer se volvió, levantó al anciano del suelo y dijo:


"¿Por qué te confunden pensamientos a ti, Abba, y te tientan acerca de mi, como si yo fuera un espíritu y una disimuladora en la oración? Sepa, santo padre, que yo soy sólo una mujer pecadora, aunque estoy protegida por el Santo Bautismo. Y no soy espíritu sino tierra y cenizas, y carne solamente."


Y con estas palabras ella se protegía a sí misma con la señal de la cruz en su frente, ojos, boca y pecho, diciendo:


"Que Dios nos defienda del maligno y de sus designios, porque fiera es su lucha contra nosotros."



Escuchando y viendo esto, el anciano se lanzó a tierra y, abrazando sus pies, dijo con lágrimas:
"Te ruego, en el Nombre de Cristo nuestro Dios, Quien fue nacido de una Virgen, por causa de Quien te has desnudado, por causa de Quien haz extenuado tu carne, no esconder de tu esclavo quién eres y cuándo y cómo llegaste a este desierto. Dímelo todo para que los maravillosos trabajos de Dios puedan ser conocidos. En una sabiduría oculta y en un tesoro secreto -¿Qué beneficio hay? Dímelo todo, te lo imploro. Porque no por vanidad o exaltación propia hablarás, sino para revelarme la verdad a mi, un pecador indigno. Creo en Dios, por Quien tú vives y a Quien tú sirves. Creo que Él me trajo a este desierto para mostrarme Sus caminos a través de ti. No está en nuestro poder el resistir los planes de Dios. Si no fuese la voluntad de Dios que tú y tu vida debieran ser conocidas, Él no me habría permitido verte y no me habría dado fuerzas para sobrellevar este viaje, a alguien como yo que nunca antes se atrevió a abandonar su celda."
Mucho más dijo Abba Zosimas. Pero la mujer lo levantó y dijo:


"Estoy avergonzada, Abba, de hablarte sobre mi desgraciada vida, ¡Perdóname en el nombre de Dios! Pero así como ya has visto mi cuerpo desnudo, asimismo descubro ante ti mi trabajo, para que puedas ver con qué vergüenza y obscenidad está llena mi alma. No escapaba por vanidad, como pensaste, porque ¿de qué tengo yo que enorgullecerme –yo que fui elegida como recipiente del diablo? Pero cuando comience mi historia huirás de mi, como de una serpiente, porque tus oídos no serán capaces de soportar la bajeza de mis acciones. Pero te contaré todo sin ocultar nada, solo implorándote primero que todo orar incesantemente por mí, para que pueda encontrar misericordia en el día del Juicio.



El anciano derramó lágrimas y la mujer comenzó su relato. "Mi tierra natal, santo padre, era Egipto. Aún durante la vida de mis padres, cuando tenía doce años, renuncié a su amor y me fui a Alejandría. Me avergüenza recordar cómo allí al principio arruiné mi virginidad y luego desenfrenada e insaciablemente me entregué a la sensualidad. Es más apropiado hablar de esto brevemente para que apenas puedas conocer mi pasión y mi lujuria. Durante diecisiete años aproximadamente, perdóname, viví así. Era como un fuego de perversión pública. Y no era por causa de las ganancias – aquí hablo la pura verdad. A menudo cuando deseaban pagarme, yo rechazaba el dinero. Actuaba así para hacer que tantos hombres como fuese posible tratasen de obtenerme, haciendo gratis lo que me daba placer. No pienses que yo era rica y que esta era la razón por la que no tomaba dinero. Vivía mendigando, a menudo hilando lino, pero tenía un insaciable deseo y una irreprimible pasión por yacer en la inmundicia. Esto era la vida para mí. Cada tipo de abuso de la naturaleza lo veía como vida."


"Así es como yo vivía. Luego un verano vi a una gran multitud de libios y egipcios que corrían hacia el mar. Le pregunté a uno de ellos, "¿A dónde se apresuran estos hombres?" Él respondió: "Todos van a Jerusalén para la Exaltación de la preciosa y Vivificadora Cruz, que tendrá lugar en unos pocos días." Le dije: "¿Me llevarán con ellos si deseo ir?" "Nadie te detendrá si tienes dinero para pagar el viaje y la comida" Y yo les dije: "Para ser franca, no tengo dinero, ni tampoco tengo comida. Pero iré con ellos e iré abordo. Y me alimentarán, quiéranlo o no. Tengo un cuerpo – lo tomarán en lugar de pagar por el viaje." Súbitamente fui llenada con un deseo de ir, Abba, de tener más amantes que pudiesen satisfacer mi pasión. Yo te dije, Abba Zosimas, que no me forzaras a contarte sobre mi desgracia. Dios es mi testigo, temo contaminarlo a usted y al mismo aire con mis palabras."


Zosimas, entre lágrimas, le contestó:


"Sigue hablando, en el nombre de Dios, madre, habla y interrumpas la continuación de un relato tan edificante."


Y, reanudando su historia, ella continuó:


"Ese joven, al oír mis desvergonzadas palabras, se rió y se fue. Mientras tanto yo, lanzando mi rueda para hilar, corrí hacia el mar en la dirección que todos parecían tomar. Y, viendo algunos hombres jóvenes de pie en la orilla, como diez o más de ellos, llenos de vigor y alerta en sus movimientos, decidí que ellos servirían para mi propósito (parecía que algunos de ellos esperaban más viajeros mientras otros se habían ido a tierra). Desvergonzadamente, como era usual, me mezclé con la multitud, diciendo: "Llévenme con ustedes al lugar al que van: no seré una carga." También añadí unas pocas palabras más evocando la risa general. Viendo mi disposición a ser desvergonzada, de buena gana me llevaron en el bote. Aquellos a quienes esperaban también vinieron, y zarpamos de inmediato."



"¿Cómo le relataré a usted lo que sucedió luego de esto? ¡Qué lengua puede contar, qué oídos soportar todo lo que sucedió en el bote durante el viaje! Y además frecuentemente forzaba a aquellos miserables jóvenes incluso contra su propia voluntad. No hay depravación que se pueda o no mencionar de la cual yo no fuera su maestra. Estoy sorprendida, Abba, de cómo el mar soportaba nuestro desenfreno, cómo la tierra no abrió sus mandíbulas, y cómo fue que el infierno no me tragó viva, cuando había enredado en mi red a tantas almas. Pero pienso que Dios buscaba mi arrepentimiento. Porque Él no desea la muerte de un pecador, sino que de forma magnánima aguarda su regreso hacia Él. Finalmente llegamos a Jerusalén. Pasé los días antes del festival en el pueblo, llevando el mismo tipo de vida, tal vez peor. No estaba satisfecha con los jóvenes que había seducido en el mar y que me habían ayudado a llegar a Jerusalén; a muchos otros –ciudadanos del pueblo y extranjeros- también seduje.



"El santo día de la Exaltación de la Cruz comenzaba mientras yo aún vagaba cazando jóvenes. Al alba vi que todos se apresuraban a ir la Iglesia, así que corrí con el resto. Cuando la hora de la santa elevación se aproximaba, trataba de pasar entre la multitud que luchaba por pasar a través de las puertas de la Iglesia. Finalmente había logrado pasar aunque con gran dificultad casi hasta la entrada del templo, desde donde el Vivificador Madero de la Cruz era mostrado a las personas. Pero cuando pisé en el umbral que todos cruzaban, fui detenida por una fuerza que no me dejaba entrar. Mientras tanto yo era empujada aparte por la multitud y me encontré a mi misma de pie sola en pórtico de la Iglesia. Pensando que esto había sucedido debido a mi debilidad femenina, traté de nuevo de hacerme paso entre la multitud, tratando de empujar hacia adelante. Pero en vano luché. Otra vez mi pie pisó el umbral por el cual muchos entraban en la Iglesia. Solo yo parecía ser rechazada por la iglesia. Era como si allí hubiese un destacamento de soldados parados para oponerse a mi entrada. Una vez más fui excluida por la misma fuerza poderosa y otra vez quedé en el pórtico."


"Habiendo repetido mi intento tres o cuatro veces, finalmente me sentí exhausta y no tuve más fuerza para empujar y ser empujada, así que me hice a un lado y me detuve en un rincón del vestíbulo. Y solo entonces con gran dificultad comencé a entender la razón por la cual no podía ser admitida para ver la vivificadora Cruz. La palabra de la salvación suavemente tocó los ojos de mi corazón y me reveló que era mi vida sucia lo que impedía mi entrada. Comencé a llorar, lamentarme y golpearme el pecho, y a suspirar desde las profundidades de mi corazón. Y así estuve llorando cuando vi sobre mí un icono de la Santísima Madre de Dios. Y volviendo hacia ellas mis ojos corporales y espirituales dije:


"Oh Señora, Madre de Dios, que diste a luz en la carne a Dios el Verbo, yo sé, oh qué bien sé, que no es honor o alabanza para ti cuando alguien tan impuro y depravado como yo mira tu icono, oh siempre Virgen, que mantuviste el cuerpo y el espíritu en pureza. Con razón inspiro odio y desagrado ante tu virginal pureza. Pero he escuchado que Dios, Quien ha nacido de ti, se hizo hombre con el propósito de llamar a los pecadores al arrepentimiento. Por lo tanto ayúdame, ya que no tengo otro auxilio. Ordena que la entrada de la Iglesia me sea abierta. Permíteme ver el venerable Madero sobre el cual Él Quien fue nacido de ti sufrió en la carne y sobre el cual Él derramó Su santa Sangre para la remisión de pecadores y por mí, indigna como soy. Sé mi fiel testigo ante tu Hijo de que yo nunca contaminaré mi cuerpo con la impureza de la fornicación, sino que tan pronto como haya visto el Madero de la Cruz renunciaré al mundo y a sus tentaciones y me iré a donde tu quieras llevarme."



"Así hablé y como si hubiese adquirido cierta esperanza en la fe firme, y sintiendo cierta confianza en la misericordia de la Madre de Dios, dejé el lugar donde estaba orando. Y fui de nuevo y me incorporé a la multitud que empujaba en su camino hacia el templo. Y nadie parecía obstruirme, nadie me impedía entrar en la iglesia. Estaba llena de temor, y casi delirante. Habiendo llegado hasta las puertas que no había alcanzado antes –como si la misma fuerza que me había estorbado despejara el camino para mí- entré ahora sin dificultad y me encontré a mi misma dentro de un lugar sagrado. Y así es como vi la Vivificadora Cruz. Vi también los Misterios de Dios y cómo el Señor acepta el arrepentimiento. Arrojándome al suelo, adoré esa santa tierra y la besé con temor. Luego salí de la iglesia y fui donde ella, que había prometido ser mi protección, al lugar donde había sellado mi voto. Y doblando las rodillas ante la Virgen Madre de Dios, le dirigí palabras como estas:


"Oh amorosa Señora, tu me has mostrado tu gran amor por todos los hombres. Gloria a Dios Quien recibe el arrepentimiento de los pecadores a través de ti. ¿Qué más puedo reunir o decir, yo que soy tan pecadora? Ha llegado el tiempo para mi, oh Señora, de realizar mi voto, de acuerdo a tu testimonio. ¡Ahora llévame de la mano al sendero del arrepentimiento! Y con estas palabras escuché una voz de lo alto:


"Si cruzas el Jordán hallarás reposo".


"Escuchando esta voz y teniendo fe en que era para mi, exclamé a la Madre de Dios:


"¡Oh Señora, Señora, no me abandones!"


"Con estas palabras abandoné el pórtico de la iglesia y comencé mi viaje. Cuando abandonaba la iglesia un extraño me miró y me dio tres monedas, diciendo: "Hermana, tome ésto".



"Y, tomando el dinero, compré tres panes y los llevé conmigo en mi viaje, como un don bendito. Le pregunté a la persona que vendía el pan: "¿Cuál es el camino hacia el Jordán?" Fui dirigida a las puertas de la ciudad que llevaban por ese camino. Corriendo atravesé la puertas y aún llorando continué mi viaje. A aquellos que conocí les pregunté el camino, y luego de caminar por el resto de ese día (creo que eran las nueve cuando vi la Cruz) de lejos llegué al atardecer la Iglesia de San Juan Bautista que estaba en la orilla del Jordán. Luego de orar en el templo, fui al Jordán y lavé mi cara y manos en sus santas aguas. Participé de los santos y vivificadores Misterios en la Iglesia del Precursor y comí la mitad de uno de mis panes. Luego, después de beber un poco de agua del Jordán, me acosté y pasé la noche en el suelo. En la mañana encontré un pequeño bote y crucé a la orilla opuesta. De Nuevo oré a nuestra Señora que me guiase a donde quisiera. Luego me encontré en este desierto y desde entonces hasta este mismo día estoy apartada de todo, manteniéndome lejos de la gente y escapándome de cualquiera. Y vivo aquí adherida a mi Dios que salva a todos los que se vuelven a Él de la desesperanza y tormentas (Salmo 53)" Zosimas le preguntó: "¿Cuántos años han pasado desde que comenzaste a vivir en este desierto?"


Ella respondió:
"Cuarenta y siete años han pasado ya, creo, desde que dejé la ciudad sagrada".
Zosimas preguntó:
"¿Pero qué comida encuentras?"
La mujer dijo:
Tenía dos panes y medio cuando crucé el Jordán. Pronto se secaron y se volvieron duros como roca. Comiendo un poco diariamente los terminé gradualmente luego de unos pocos años."
Zosimas preguntó:
"¿Puede ser que sin enfermarte hayas vivido tantos años así, sin sufrir de ninguna forma un cambio tan completo?"
La mujer respondió:
"Me recuerdas, Zosimas, lo que no me atrevo a hablar. Porque cuando recuerdo todos los peligros que superé, y los pensamientos violentos que me confundían, de nuevo me da miedo de que ellos tomarán posesión de mi."
Zosimas dijo:
"No escondas de mí nada; háblame sin ocultar nada."



Y ella le dijo: "Créeme, Abba, diecisiete años pasé en este desierto luchando contra bestias salvajes – deseos y pasiones desenfrenados. Cuando estaba a punto de comer, solía comenzar a echar de menos la carne y el pescado que tanto tenía en Egipto. Lamentaba también no tener el vino que tanto amaba. Porque yo tomaba mucho vino cuando vivía en el mundo, mientras aquí ni siquiera tenía agua. Estaba quemada y sucumbía de sed. El desenfrenado deseo de canciones libertinas entró en mi y me confundió en gran manera, alentándome a cantar canciones satánicas que había aprendido. Pero cuando tales deseos entraban en mí me golpeaba a mi misma en el pecho y me recordaba el voto que había hecho, cuando iba al desierto. En mis pensamientos me volvía al icono de la Madre de Dios que me había recibido y a ella imploraba en oración. Le imploraba que expulsara los pensamientos a los cuales mi alma miserable estaba sucumbiendo. Y luego de mucho llorar y golpeando mi pecho solía ver una luz al final que parecía brillar sobre mí desde todas partes. Y luego de la violenta tormenta, la calma duradera descendía."


"¿Y cómo puedo contarte sobre los pensamientos que me llevaban a la fornicación, cómo puedo expresártelos a ti, Abba? Un fuego estaba encendido en mi miserable corazón que parecía quemarme completamente y despertar en mí una sed por abrazos. Tan pronto como este deseo ardiente venía a mi, me arrojaba al suelo y lo mojaba con mis lágrimas, como si viera ante mí a mi testigo, que había aparecido en me desobediencia y que parecía pronosticar el castigo por el crimen. I no me levantaba del suelo (a veces me quedaba así postrada por un día y una noche) hasta que una calmada y dulce luz descendía y me iluminaba y espantaba a los pensamientos que me poseían. Pero siempre volvía los ojos de mi mente hacia mi Protectora, pidiéndole que brindara ayuda a alguien que se hundía con rapidez en las olas del desierto. Y siempre la tenía a ella como mi Auxiliadora y quien aceptaba mi arrepentimiento. I así viví durante diecisiete años entre constantes peligros. Y desde entonces incluso hasta ahora la Madre de Dios me ayuda en todo y me guía como si fuese de la mano."


Zosimas preguntó:
"¿Cómo es posible que no necesitaste comida ni vestido?"

Ella respondió:


"Luego de haber terminado los panes que tenía, de los cuales hablé, por diecisiete años me he alimentado de hierbas y todo lo que puede ser encontrado en el desierto. Las ropas que tenía se rompieron y gastaron cuando crucé el Jordán. Sufrí mucho del frío y del calor extremo: a veces el sol me quemaba y otras veces tiritaba por la helada, y frecuentemente cayendo al suelo yacía sin aliento ni movimiento. Luché contra muchas aflicciones y terribles tentaciones. Pero desde entonces hasta ahora el poder de Dios en numerosas formas ha protegido mi alma pecadora y mi humilde cuerpo. Cuando solamente reflexiono en los males de los cuales Nuestro Señor me ha librado tengo alimento imperecedero de esperanza de salvación. Estoy alimentada y vestida por la todo poderosa Palabra de Dios, el Señor de todos (Deut. 8). No sólo de pan vivirá el hombre (Deut. 8:3) Y errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.(Job 24; Hebreos 11:38)."


Al oír que ella citaba palabras de la Escritura, de Moisés, Job, y los Salmos, Zosimas le preguntó:
"¿Así que haz leído los salmos y otros libros?"
Ella sonrió ante esto y le dijo al anciano:
"Créeme, no he visto un rostro humano desde que crucé el Jordán, excepto la tuya hoy. No he visto una bestia o un ser viviente desde que llegué al desierto. Nunca he aprendido de libros. Ni siquiera he escuchado a alguien que cantara o leyera de ellos. Pero la Palabra de Dios que está viva y activa, por sí misma enseña al hombre conocimiento. Así que este es el final de mi historia. Pero, como te pedí al comienzo, así también ahora te imploro en el nombre de la Verbo Encarnado de Dios, orar al Señor por mi que soy pecadora"(Hebreos 4:12)

Así concluyendo su historia ella se inclinó ante él. Con lágrimas el anciano exclamó:
"Bendito sea Dios que crea lo grande y lo asombroso, lo glorioso y maravilloso sin fin. Bendito sea Dios que me ha mostrado como El recompensa a los que le temen. (Juan 10). Verdaderamente, Oh Señor Tu no olvidas a los que te buscan."(Salmo 9)

Y la mujer, no permitiendo al anciano inclinarse ante ella, dijo:



"Te ruego, santo padre, en el nombre de Jesucristo nuestro Dios y Salvador, que no le cuentes a nadie lo que has escuchado, hasta que Dios me lleve de esta tierra. Y ahora ve en paz y de nuevo el próximo año me habrás de ver, y yo a ti, si Dios nos preserva en Su gran misericordia. Pero en el nombre de Dios haz como te lo pido: el próximo año durante la Cuaresma no cruces el Jordán, como es costumbre en el monasterio." Zosimas estaba impresionado de escuchar que ella supiera las reglas del monasterio y sólo pudo decir:


"Gloria a Dios, Quien concede grandes dones a quienes lo aman."

Ella continuó:
"Permanece, Abba, en el monasterio. E incluso si deseas irte, no podrás hacerlo. Y al atardecer del santo día de la Última Cena, pon algo del Vivificador Cuerpo y Sangre de Cristo en un santo recipiente digno de mantener tales misterios para mí, y tráelo. Y espérame en las orillas del Jordán inmediatas a las partes deshabitadas de la tierra, para que pueda venir y tomar parte de los Vivificantes Dones. Porque, desde el tiempo que comulgué en el templo del Precursor antes de cruzar el Jordán hasta este día no me he acercado a los Santos Misterios. Y los ansío con irreprimible amor y vehemencia. Y por lo tanto te pido y te imploro que me concedas mi deseo, trayéndome los Vivificantes Misterios en la misma hora que Nuestro Señor hizo a Sus discípulos partícipes de Su Divina Cena. Dile a Juan, el abad del monasterio, dónde vives: mírate a ti mismo y a tus hermanos, porque hay mucho que necesita corrección. Sólo no digas esto ahora, sino cuando Dios te guíe. ¡Ora por mi!"

Con estas palabras ella desapareció en las profundidades del desierto. Y Zosimas, cayendo de rodillas e inclinándose al suelo sobre el cual ella estuvo, envió gloria y gracias a Dios. Y, luego de haber vagado por el desierto, volvió al monasterio en el día en que todos los hermanos volvían.
Abba Zosimas se enferma y recupera

Por todo el año se mantuvo en silencio, no atreviéndose a decir a nadie lo que había visto. Pero en su alma él oraba a Dios para que le diera otra oportunidad para ver el querido rostro de la asceta. Y cuando el primer Domingo de la Gran Cuaresma vino, todos fueron al desierto con las oraciones habituales y el canto de los salmos. Sólo Zosimas fue retenido por una enfermedad –él yacía con fiebre. Y luego recordó lo que la santa le había dicho: "E incluso si deseas irte, no podrás hacerlo."

Muchos días pasaron y al recuperarse finalmente de su enfermedad permaneció en el monasterio. Y cuando de nuevo los monjes regresaron y el día de la Mística Cena declinaba, hizo como le había sido ordenado. Y poniendo un poco del purísimo Cuerpo y Sangre en un pequeño cáliz y poniendo algunos higos y dátiles y lentejas remojadas en agua en un pequeño cesto, partió al desierto y llegó a la orilla del Jordán y se sentó a esperar a la santa. Esperó por mucho tiempo y luego comenzó a dudar. Luego, alzando sus ojos al cielo, comenzó a orar:

"Concédeme, oh Señor, contemplar a aquella que Tu me permitiste contemplar una vez. No dejes que me vaya en vano, llevando la carga de mis pecados."

Y luego le vino otro pensamiento:
"¿Y qué tal si viene? No hay bote; ¿Cómo cruzará el Jordán para venir a mi que soy tan indigno?"



Y mientras reflexionaba así vio a la mujer santa aparecer y pararse en el otro lado del río. Zosimas se levantó regocijado y glorificando y dando gracias a Dios. Y nuevamente le vino el pensamiento de que ella no podría cruzar el Jordán. Luego vio que ella hacía la señal de la Cruz sobre las aguas del Jordán (y esa noche estaba iluminada por la luna, como él relatara después) y luego ella al instante puso un pie sobre las aguas y comenzó a moverse a sobre la superficie hacia él. Y cuando él quería postrarse, ella le gritaba mientras aún caminaba sobre el agua.
"¡Qué haces, Abba, tú un sacerdote y llevando los Santos Dones!"
Él la obedeció y al llegar a la orilla ella le dijo al anciano:
"¡Bendice, padre, bendíceme!"
Él le respondió temblando, porque un estado de confusión le había sobrevenido a la vista del milagro:
"Verdaderamente Dios no mintió cuando El prometió que cuando nos purifiquemos seremos como Él. Gloria a Ti, Cristo nuestro Dios, que me haz mostrado así a Tu esclavo cuán lejos estoy de la perfección."


Entonces la mujer le pidió que dijera el Credo y el Padre Nuestro. Él comenzó, ella finalizó la oración y de acuerdo a la costumbre de ese tiempo le dio el beso de la paz en los labios. Habiendo participado de los Santos misterios, ella alzó sus manos al cielo suspirando con lágrimas en sus ojos, exclamando:


"Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación." (Lucas 2:29).


Luego le dijo al anciano:
"Perdóname, Abba, por pedirte, pero realiza otro deseo mío. Ve ahora al monasterio y deja que la gracia de Dios te guarde. Y el próximo año ven de nuevo al mismo lugar donde te vi por primera vez. Ven en el nombre de Dios, porque de nuevo me verás, porque tal es la voluntad de Dios."
Le dijo a ella:


"Desde hoy en adelante me gustaría seguirte y siempre ver tu santo rostro. Pero ahora realiza un único deseo para un hombre viejo y toma un poco de la comida que te traje.


Y le mostró el cesto, mientras ella solamente tocaba las lentejas con las puntas de sus dedos, y tomando tres granos dijo que el Espíritu Santo guarda la sustancia del espíritu incorrupta.
Luego dijo:
"Ora, en el nombre de Dios ora por mí y recuerda a una miserable desventurada."



Habiendo tocado los pies de la santa y pedido a ella que orase por la Iglesia, por el Reino y por él mismo, la dejó ir con lágrimas, mientras él se iba suspirando y afligido, porque no podía esperar vencer al invencible. Mientras tanto ella nuevamente hizo la señal de la Cruz sobre el Jordán, y pisó sobre las aguas y cruzó como antes. Y el anciano volvió lleno de gozo y terror, culpándose a sí mismo de no haber preguntado a la santa su nombre. Pero decidió hacerlo el próximo año.
Y cuando otro año pasó, nuevamente fue al desierto. Llegó al mismo lugar pero no podía ver señal de nadie. Así que alzando sus ojos al cielo como antes, él oró:


"Muéstrame, oh Señor, Tu tesoro puro, que Tú has ocultado en el desierto. Muéstrame, te lo ruego, a Tu ángel en la carne, del cual el mundo no es digno."


Luego en la orilla opuesta del río, con su cara vuelta hacia el sol naciente, él vio a la santa que yacía muerta. Sus manos estaban cruzadas de acuerdo a la costumbre y su cara estaba vuelta hacia el Este. Corriendo él derramó lágrimas sobre los pies de la santa y los besó, no atreviéndose a tocar nada más.


Durante mucho tiempo lloró. Luego, recitando los salmos apropiados, dijo las oraciones del entierro y pensó para sí mismo: "¿Debo yo enterrar el cuerpo de una santa?" Y luego vio palabras trazadas en el suelo junto a su cabeza:



"Abba Zosimas, entierra en este punto el cuerpo de la humilde María. Regresa al polvo lo que es del polvo y ora al Señor por mi, que partí en el mes de Fermoutin de Egipto, llamado Abril por los Romanos, en el primer día, en la misma noche de la Pasión del Señor, luego de haber participado de los Divinos Misterios2."


Leyendo esto el anciano se alegró de saber el nombre de la santa. Entendió también que tan pronto como había participado de los Divinos Misterios en la orilla del Jordán fue al momento transportada al lugar donde murió. La distancia que a Zosimas le había tomado veinte días abarcar, María había atravesado evidentemente en una hora y al instante había rendido su alma a Dios.


Luego Zosimas pensó: "Es mi tiempo de hacer lo que ella deseaba. ¿Pero cómo cavaré una tumba sin nada en mis manos?"


Y luego vio cerca un pedazo de madera dejado por algún viajero en el desierto. Recogiéndolo comenzó a cavar en el suelo. Pero la tierra estaba dura y seca y no cedía a los esfuerzos del anciano. Se fue cansando y cubriendo de sudor. Suspiró desde el fondo de su alma y alzando sus ojos vio un gran león parado cerca del cuerpo de la santa y lamiendo sus pies. A la vista del león él tembló de miedo, especialmente cuando se le vinieron a la mente las palabras de María de que ella nunca había visto animales salvajes en el desierto. Pero protegiéndose con la señal de la Cruz, le vino el pensamiento de que el poder de aquella que yacía allí lo protegería y mantendría intacto. Mientras tanto el león se acercó a él, expresando afecto en cada movimiento.


Zosimas le dijo al león:


"El Grandioso ordenó que su cuerpo debía ser enterrado. Pero soy viejo y no tengo la fuerza de cavar la tumba (porque no tengo azadón y tomaría demasiado ir y traer uno), ¿Así que podrías tú realizar el trabajo con tus garras? Luego podremos encomendar a la tierra el templo mortal de la santa."

Mientras aún hablaba el león con sus patas delanteras comenzó a cavar un agujero lo suficientemente profundo como para enterrar el cuerpo.


Otra vez el anciano bañó los pies de la santa con sus lágrimas y pidiéndole que orase por todos, cubrió el cuerpo con tierra en la presencia del león. Fue como había sido, desnuda y descubierta excepto el la andrajosa capa que le había sido dada por Zosimas y con la cual María había logrado cubrir parte de su cuerpo. Luego ambos se fueron. El león se fue a las profundidades del desierto como un cordero, mientras que Zosimas volvía al monasterio glorificando y bendiciendo a Cristo nuestro Señor. Y al llegar al monasterio les contó a todos los hermanos sobre todo, y todos se maravillaron al oír los milagros de Dios. Y con temor y amor ellos mantuvieron la memoria de la santa.


El Abad Juan, como Santa María le había dicho anteriormente a Abba Zosimas, encontró ciertas cosas erróneas en el monasterio y se deshizo de ellas con la ayuda de Dios. Y San Zosimas murió en el mismo monasterio, casi alcanzando la edad de cien años, y pasó a la vida eterna. Los monjes mantuvieron esta historia sin escribirla y la pasaron de boca en boca de uno a otro.


Pero yo (agrega San Sofronios) tan pronto como la escuché la escribí. Tal vez alguien más, mejor informado, ya ha escrito la vida de la Santa, pero yo registré todo hasta donde sé, colocando la verdad sobre todo. Mi Dios que obra impresionantes milagros y generosamente concede dones a aquellos que se vuelven a él con fe, recompensa a aquellos que buscan la luz para ellos mismos en esta historia, que escuchan, leen y son entusiastas al escribirla, y que Èl les conceda la fortuna de la bendita María junto con todos aquellos que en diferentes épocas han agradado a Dios por sus pensamientos y obras piadosas.


Y que nos conceda glorificar a Dios, el eterno Rey, que nos conceda también Su misericordia en el día del juicio en el nombre de Jesucristo nuestro Señor, a Quien pertenece toda gloria, honor, dominio y adoración junto con el Padre Eterno y el Santísimo y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.


Notas

1 En el "Domingo del Perdón"
2 Santa María murió en 522 d.C.

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