miércoles, 12 de agosto de 2009

Sobre la muerte y tránsito de la Madre de Dios


Algunos teólogos católicos basándose en el error de la inmaculada concepción de la Madre de Dios afirmaban y afirman que la Madre de Dios no murió y fue llevada directamente de la tierra al cielo. Esta idea es totalmente desconocida en la Iglesia Ortodoxa y en el catolicismo romano sólo se introduce a partir del siglo XVII, impulsada a partir del auge de la herejía inmaculista defendida principalmente por los franciscanos y rechazada sabiamente por los dominicos que no encontraban ningún fundamento teológico para la inmaculada concepción ni mucho menos para la idea de que la Madre de Dios no murió. Por el contrario la tradición de la Iglesia de Occidente concordaba antiguamente en todo con la de las Iglesias orientales. Como ejemplo de esto podemos ver en un Misal mozárabe del S X que nombra la fiesta del 15 de Agosto como "Fiesta del Tránsito y muerte de la Madre de Dios y ruptura de su ayuno" Lo que atestigua que hasta había un periodo de ayuno anterior a la fiesta tal y como se sigue haciendo todavía hoy en la Iglesia Ortodoxa, totalmente desaparecido entre los romanos.

La Madre de Dios murió, según la opinión general de los Padres que recogieron a su vez la tradición transmitida por los Santos Apóstoles. Así Santiago de Sarug nos dice que “Los doce Apóstoles, cuando a la Madre de Dios le llegó el tiempo de caminar por la senda de todas las generaciones (es decir, la senda de la muerte) se reunió para enterrar el cuerpo virginal de la Bienaventurada» (Discurso sobre el entierro de la santa Madre de Dios, 87-99). San Modesto de Jerusalén (+ 634), después de hablar largamente de la santísima dormición de la gloriosísima Madre de Dios, concluye su encomio, exaltando la intervención prodigiosa de Cristo que “la resucitó de la tumba para tomarla consigo en la gloria” (Encomio en el día de la Dormición de la Madre de Dios y siempre Virgen María” (nn. 7 y 14) San Juan Damasceno, por su parte, se pregunta: «¿Cómo es posible que aquella que en el parto superó todos los límites de la naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo purísimo se someta a la muerte?». Y responde: «Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, él muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección» (Panegírico sobre la dormición de la Madre de Dios, 10). Así mismo San Dionisio Areopagita nos dice que estuvo presente junto a San hieroteo en la muerte de la Madre de Dios (De los nombres divinos 3, 2).

El santo monje Epifanio de Constantinopla en su libro “Vida de María” nos cuenta así la Santa Dormición de la Madre de Dios:

“La Santa Madre de Dios, quince días antes (de su muerte) anunció (a los Apóstoles que habían sido congregados por petición suya) su muerte y tres días antes vino el Arcángel Gabriel y le dio a conocer su tránsito y la venida del Señor. Ella, enviando recado, convocó a todos los apóstoles y muchas personas vinieron junto a Ella, de modo que se produjo un concurso muy grande y numeroso. Les dio a conocer los impresionantes misterios que guardaba en su corazón: la salutación del ángel, su aparición y la primera manifestación que había tenido cuando oraba en el Templo. También hizo testamento, como o afirma el apóstol san Bartolomé. Estaba Ella debilitada por causa de las anteriores prácticas ascéticas y, cuando llegó su hora, Cristo se apareció a todos y por causa del resplandor de su luz, cayeron todos en tierra, por el espanto, y quedaron como muertos y Él les dijo: La paz sea con vosotros, Y todos, por el gozo, se recobraron. Mientras, al principio, los ángeles cantaban himnos, los hombres permanecían mudos; después, cantaron himnos los apóstoles. Ella, como en un dulce sueño, abierta la boca, entregó su espíritu a su Hijo y su Dios, teniendo setenta y los años, Los ángeles, cantando de nuevo himnos, se fueron y los santos apóstoles, según dice Dionisio Areopagita, que estaba presente, cantaron su propio himno, pero no todos a la vez; por lo cual todos admiraron el himno de Hieroteo. Después de cantados los himnos, haciéndole las exequias, la depositaron en el sepulcro de Getsemaní. Y poco después, observándolo todos los que estaban presentes, el cuerpo se hizo invisible a sus ojos y, cantando himnos de nuevo, se fueron cada uno a su casa.” (San Epifanio de Constantinopla, Vida de María c XXV)

Severo de Antioquía afirma a propósito de Cristo en su obra Contra Juliano: «Si no se ha producido antes la muerte, ¿cómo podría tener lugar la resurrección?». Para participar en la Resurrección de Cristo, la Madre de Dios debía compartir, ante todo, la muerte.

Los Padres de la Iglesia describen como Jesús mismo va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo divino, para compartir con él la vida inmortal. Al final de su existencia terrena experimentó lo que dice el Santo Apóstol Pablo: el deseo de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre (Flp 1, 23).

Proclamemos gozosos con la Liturgia del día glorioso de la Dormición de la Madre de Dios:

«Oh extraordinario prodigio. La que es fuente de la vida es colocada en un sepulcro y el sepulcro se convierte en escala que conduce al cielo. Alégrate, Getsemaní, sagrado santuario de la Madre de Dios, aclamemos los fieles, teniendo a Gabriel por caudillo: Salve, llena de Gracia, el Señor es contigo, el que por ti concede al mundo su gran misericordia» (De las Vísperas de la Dormición de la Madre de Dios)

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