miércoles, 16 de septiembre de 2009

LOS VERDADEROS TEÓLOGOS



San Simeón supone el renacer de la mística en el Imperio Bizantino. Hasta entonces toda la vida espiritual se había centrado en el mundo monástico y parecía que sólo en los desiertos se podía tener experiencia de Dios.

Él, con sus obras, zarandea toda la espiritualidad de la época y presenta a los cristianos la realidad de que, por el Bautismo son templos vivos del Espíritu Santo, invitándoles a tomar conciencia de esa realidad.

San Simeón el Nuevo Teólogo insiste en el hecho de que “el verdadero conocimiento de Dios no viene de los libros, sino de la experiencia espiritual, de la vida espiritual”, a través de "un camino de purificación interior, que comienza con la conversión del corazón, gracias a la fuerza de la fe y del amor. Para Simeón semejante experiencia de la gracia divina no constituye un don excepcional para algunos místicos, sino que es fruto del Bautismo en la existencia de todo fiel seriamente comprometido.”

Todos los que hemos sido bautizados estamos llamados a experimentar en nuestras vidas a Dios: al Padre, Creador de todas las cosas; al Logos Eterno que se ha encarnado, verdadero Dios y verdadero Hombre; y al Espíritu Divino que habita en nosotros y nos impulsa a ese conocimiento íntimo, a esa experiencia de la Santísima Trinidad en nuestras vidas.

Este es el camino que han seguido durante siglos miles y miles de personas, monjes obispos, sacerdotes, pastores de cabras, soldados, madres y padre de familia, jóvenes, ancianos… Que han descubierto la llama del Espíritu Santo en sus corazones, que han seguido con docilidad ese impulso divino, que han contemplado sus pecados y faltas, han sentido la gracia de la conversión y, abandonándose al fuego divino, se han dejado abrasar de amor.
Estos son, los que en la Iglesia Ortodoxa, son llamados los Teólogos.

Teólogo no es aquel que ha estudiado ni en Salamanca, ni en París, ni en Atenas, ni en Roma, ni en Moscú, ni en Tesalónica. Teólogo no es el que tiene títulos, escribe libros o artículos, ni el que enseña en una facultad de Teología, ni el que se ha graduado en ella.

Teólogo no es el soberbio, ni el ampuloso, ni el grandilocuente, ni el críptico. No puede ser aquél que se encierra en su torre de sabiduría, el que habla para las minorías, el que es para si mismo y para otros el único conocedor de las últimas verdades.

Teólogo no puede ser aquél que se separa del Evangelio, de la Santa Tradición recibida de los Apóstoles y de los Santos Padres Portadores de Dios y que sigue viva en la Iglesia. Por eso es imposible un teólogo separado de la Iglesia y sus enseñanzas.

Teólogo no puede ser ni el machista, ni la feminista, ni el de izquierdas, ni el de derechas, porque el Espíritu Santo reparte sus dones como el quiere y no puede encerrársele en los marcos raquíticos de las ideologías humanas.

Teólogo es aquél que abre su corazón sin trabas, que se deja inundar de la presencia deificante de Dios, que con humildad se pone delante de su presencia día a día, hora tras hora. Teólogo es el que tiene sus pies en el suelo y mira con ansía las realidades celestiales despojándose de todo lo que es un lastre para esa ascensión continua que es la vida. Teólogo es el que diariamente asiste a la palestra del alma para ejercitarse y poder ganar la carrera. Teólogo es el que cada día solamente aspira a tener en su vida un poco más de esa experiencia inefable de Dios.

Esta experiencia es muy importante para nosotros, hoy, para encontrar los criterios que nos indiques si estamos realmente cerca de Dios, si Dios existe y vive en nosotros. Solamente el amor divino nos hace abrir el corazón a los demás y nos hace sensibles a sus necesidades, haciéndonos considerar a todos como hermanos y hermanas e invitándonos a responder con amor al odio y con el perdón a la ofensa.

Para realizar este camino, a lo largo de los siglos, los cristianos han tenido en los padres espirituales la mejor de las ayudas. A este tema dedico muchas páginas San Simeón en uno de sus mejores escritos: Capítulos prácticos y teológicos. El padre espiritual, nuestro guía puro y santo, es un don recibido de Dios; es el portador de la tradición de los Santos Padres; experimentado en mil batallas, vencidas con la ayuda de Dios; vive sumergido en la Escritura y en los textos de los Padre; revestido de clara percepción, de lo racional y lo espiritual, de lo humano y lo divino, de la praxis y la hesiquía. En él nos abandonamos sabiendo que nos va iluminando, ayudándonos a discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas y lo que es más importante: es el entrenador que nos ayuda en los ejercicios que hemos de realizar para ganar esa carrera de la que hablaba antes y cuya meta es la muerte y que tiene como premio la vida eterna. Hoy el creyente moderno, lleno de soberbia, los rechaza como algo propio del pasado, creyéndose autónomo y autosuficiente en la vida espiritual,

Cuando estás con esas personas sencillas, los paletos que algunos llaman despectivamente, cuando entras en la Iglesia un domingo y ves esos rostros transfigurados, de los niños, de un joven en un rincón, de una anciana encorvada. Cuando tienes la suerte de quedarte un rato después de la Liturgia y logras entablar conversación con esa anciana, vestida de negro, arrugada por mil tragedias y mil alegrías y entreabre el tesoro que lleva en su corazón sin apenas ser consciente de ello, y termina besándote entre lágrimas la mano pidiéndote la bendición cuando de lo que tienes ganas es de que ella te bendiga a ti. Cuando vas a los monasterios y te encuentras, cuidando las coles, a un monje que si vieras en algún otro sitio puede que salieras corriendo para no cruzarte con él y con sólo dos palabras te descubre aquello que te ha turbado durante años, cuando esto ocurre, descubres que es cierto lo que dicen los Padres, lo que decía San Simeón: El Teólogo no es el que estudia o habla de Dios, es el que tiene a Dios en su corazón y le ama.


Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022), nació en Galacia (Asia Menor) y murió en el monasterio de Santa Macrina. Educado para hacer carrera en la corte del Emperador, en Constantinopla, sus inquietudes y experiencias místicas le llevaron a ingresar en el monasterio de Studion. Se le considera uno de los más grandes representantes del pensamiento hesicasta, tradición ascética muy fuerte en la Iglesia Ortodoxa, que enlaza con los antiguos Padres del Desierto, especialmente Macario de Egipto y Diádoco de Fótice, y que insisten en la experiencia personal de Dios en la propia vida.

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