jueves, 18 de marzo de 2010

El Fuego Divino




Iba un Metropolita de viaje y al llegar a un pequeño pueblo en la madrugada del domingo decidieron parar a pesar de la urgencia de los asuntos que tenían que tratar en la gran ciudad de Constantinopla con el Patriarca y el Santo Sínodo.

Envió a sus diáconos para que avisara al sacerdote del lugar para que celebrara los Divinos Misterios. Los diáconos encontraron al sacerdote, parecía pobre y sin educación, como un simple aldeano y avisaron al Metropolita de que la Iglesia estaba ya abierta y todo preparado para la Liturgia.

El Metropolita fue al trono y en el momento en el sacerdote se puso delante de la Santa vio como una gran lengua de fuego descendía del cielo cubriendo totalmente al sacerdote sin consumirlo.

Lleno de un profundo temor llamó al sacerdote después de la Liturgia y postrándose ante él y besando sus pobres albarcas le dijo:

“Perdóname, siervo elegido de Dios”

Asombrado el pobre sacerdote le preguntó:

“¿Cómo es posible que el Obispo que ordena al sacerdote le pida a éste que le bendiga?”

El Metropolita le respondió:

“Yo no tengo poder para bendecir a un sacerdote que consagró los Santos Dones en medio del fuego increado de Dios sin ser consumido por él. Verdaderamente el menor ha de ser bendecido por el mayor.”

Entonces el pobre sacerdote, lleno de humildad y temor, le respondió al Metropolita:

“¿Pero es que puede un obispo o un sacerdote celebrar los terribles y vivificantes misterios sin ser rodeado por el Fuego Divino?”

El Metropolita asombrado y maravillado por la iluminación y la pureza de corazón de aquél que habían pensado que no era más que un pobre campesino iletrado siguió su
camino dando gloria a Dios.

(Evergetinos Libro 1 vol. 4 pg. 31-32)

Demos continuas gracias a Dios por el gran milagro de poder participar todos los domingos en la Divina Liturgia y pidamos al Paráclito que descienda sobre nuestros corazones transformándolos y purificándolos con el fuego divino de su amor.

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