sábado, 20 de marzo de 2010

SÁBADO DEL AKATHISTO




Milagroso icono de la Madre de Dios del Akathisto, monaterio de Dionisiu, Santa Montaña de Athos

Tono 8º

A ti Madre de Dios, Invencible defensora,
Después de haber sido librada del peligro,
Tu Ciudad te dedica este homenaje por la victoria
Como ofrenda de agradecimiento.
Por tu fuerza irresistible mantenme a salvo de los peligros
Para que pueda cantarte: ¡Alégrate, Novia no desposada!


Corría el año 626 y los persas, ávaros y eslavos llegaron con un gran ejército a las puertas de Constantinopla con la intención de asediarla mientras el emperador Heraclio, junto al grueso de ejército romano estaban ausentes en las provincias más orientales del Imperio. Llegaron por tierra y por mar concentrando sus naves junto al Cuerno de Oro. Junto a las murallas las caballerías y las máquinas de guerra aterrorizaron a los habitantes de la Ciudad que veían en las puntas de las picas las cabezas de los que habían sido apresados fuera de las defensas que mandara levantar el emperador Constantino y que fueran reforzadas por Justiniano.

Las tropas que había en la ciudad no serían capaces de repeler el ataque. Sólo quedaba una esperanza: La santa Madre de Dios, cuyas reliquias santas, su vestido, velo y cinturón se guardaban en la ciudad. Los clamores eras desgarradores, las madres mostraban entre lágrimas a sus hijos delante del icono de la Santísima, los ancianos suplicaban su protección, el Patriarca junto a los monjes y monjas y a todo el clero de la ciudad rogaban insistentemente en la Iglesia de las Blanquernas ante el icono de la Odighitria.

Mientras los habitantes de la Ciudad ponían su esperanza en Dios pidiendo la intercesión de su Santísima Madre, una terrible tempestad se desataba en el mar que destrozaba los barcos de los sitiadores arrojando sus restos frente a la Iglesia de las Blanquernas.

Viendo tan gran milagro, los soldados junto a hombres y mujeres de toda clase y condición se lanzaron fuera de la ciudad aniquilando al ejército enemigo.

En el año 717 se volvía a repetir el portento. Miles de sarracenos, capitaneados por Maslamash sitiaban por tierra y mar la Ciudad en los días de la santa Cuaresma. En los días previos a la fiesta de la Anunciación, se organizó una gran rogativa en la que participaron todos los habitantes de la ciudad. Se sacaron los principales iconos milagrosos de la Madre de Dios los fieles suplicaban con lágrimas ante la superioridad numérica del enemigo que era abrumadora. Cuando la caída de Constantinopla era inminente, encima de las murallas se apareció la Madre de Dios rodeada por los ejércitos celestiales. Tan terrible fue la visión que los impíos sarracenos huyeron despavoridos siendo toda la flota destruida en el Egeo por una tempestad la víspera de la fiesta de la Anunciación.

Desde entonces y recordando este gran portento ocurrido en el quinto sábado de la Gran Cuaresma, se dispuso que todos los años se realizase un servicio de acción de gracias y alabanza a la Madre de Dios. Este magnífico servicio ya se realizaba con anterioridad en la Víspera de la Anunciación pero se trasladó a este día, precedido por cuatro sábados de rogativa en los que se canta el Akathistos dividido en cuatro partes o estanzas en las pequeñas completas del viernes por la noche.

El autor de este magnífico canto de alabanza es San Romanos el Cantor.

Nosotros Como entonces nos vemos rodeados por innumerables enemigos visibles e invisibles que atentan contra nosotros, la Ciudad de Dios, la Iglesia. Sólo invocando la ayuda y auxilio de la Madre de Dios podremos vernos libres de todo peligro y acechanza.

¡Santísima Madre de Dios, sálvanos!

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