miércoles, 12 de mayo de 2010

HOMILIA I DE NUESTRO PADRE ENTRE LOS SANTOS SAN JUAN CRISÓSTOMO, ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA


Todas las providencias de nuestro Salvador para con nosotros son riqueza y tesoros y fuentes de vida eterna. Y por esto, deseamos narrároslas y nos apresuramos a publicarlas, aunque celebrarlas como se merecen no podamos. Mas, con todo, arrebatados por el anhelo, y haciendo confesión de nuestra debilidad, nos acogemos, como a puerto seguro, a aquella voz profética: ¿Quién podrá contar las obras del poder de Yavé y darle toda la alabanza que se merece? Porque si aquel grande profeta, al cual Dios reveló los secretos de su sabiduría y mereció llamarse padre de Cristo, David, el bienaventurado y excelso profeta, el glorioso entre los reyes y amigo de Dios, y cuyo corazón era precioso en el acatamiento de Dios, hasta decir El mismo: ¡He encontrado a David, el hijo de Jesé, varón según mi corazón!; si él, digo, tan excelente y tan grande, al considerar la grandeza del conocimiento divino, decía: ¡Sobre manera es para mí admirable tanta ciencia, sublime e incomprensible es para mí!; si el profeta cae en desaliento al considerar el poder de Dios; si Pablo, el apóstol y celestial trompeta y teólogo, exclama: ¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡cuan insondables son tus juicios e inescrutables tus caminos!; si las lenguas de los profetas y de los apóstoles, que tantas corrientes difundieron, con las que la tierra toda se llenó del conocimiento de Dios, hasta cubrir con el exceso de sus aguas los mismos mares; si tantos y tan grandes ríos que corren y forman entre todos otro mar de piedad, confiesan ser superados al querer demostrar el poder de Aquel que es predicado; al proponérsenos hoy delante tan inmenso piélago de sabiduría ¿qué puede parecer una pequeña gotilla de elocuencia?

Pero no conviene ser tardos, aunque andemos echando nuestras miradas a la cumbre de la teología; sino más bien, atendiendo al propósito de Dios, confiadamente debemos entrarnos por la doctrina celestial. Dios distribuye sus premios no según la dignidad de las cosas que se dicen, sino según el fervor de los que las predican, y según la caridad de los que las oyen. Y al modo como los padres amantes de su prole, cuando ven a sus hijos que balbucean y tropiezan en las palabras, no atienden a que las voces sean pronunciadas con menos articulación, sino al natural afecto; y de este modo les es más grato aquel balbucir de sus niños que todo el aparato retórico y toda la alteza de la ciencia, del mismo modo Dios no mira a nuestras lenguas balbucientes sobre las cuestiones teológicas, sino a nuestro cariño y fervor, puesto que con fe lo predicamos y con amor lo celebramos.

No puede la humana lengua declarar con claridad, sino que cuanto decimos de Dios lo decimos balbuciendo. ¿Por qué? Porque el mismo Pablo clamaba: ¡En parte conocemos y en parte profetizamos! Pero, aunque sea balbuciendo, Dios nos encargó la predicación de la paz. Y por eso clama Isaías: Y las lenguas de los balbucientes aprenderán a hablar la paz ¡Ea, pues! ¡Nosotros balbucientes hablemos algunas pocas cosas a nuestro Padre común y Señor, que se dignó llamar "hijitos" a sus discípulos; porque si los llama hijitos, sin duda que los presenta como niños balbucientes. Y pues El dice haber subido a los cielos, y esa su Ascensión es digna de ser celebrada y ha sido predicada, notemos que esa gracia no se encierra en un tiempo determinado, ni su teología se circunscribe por los días.

Y puesto que cuando queríamos subir al monte de los Olivos se nos impidió la subida, como lo sabe Cristo; y el ventarrón impidió que lleváramos a cabo nuestro propósito, igual que a la multitud del pueblo (y digo esto para que los que tal vez quisieran atribuirlo a defecto mío, corten toda sospecha) ; y considerando entonces la grande cantidad de doctrina que os expuse, di fin a mi discurso rápidamente con el objeto de no sobrecargar vuestra memoria con la abundancia de las sentencias, ahora os pagaremos la deuda. Y esto porque la Ley ordenó que aquel que no celebrara la Pascua en el mes primero, pagara su deuda en el segundo. Pero es necesario que sepáis que la palabra de Dios no está circunscrita ni por los tiempos ni por los días, sino que admite el ser predicada acerca de la cruz y de la pasión y de la resurrección y de la ascensión y del segundo advenimiento.

Habiendo pues ya hoy preiibado algunas pocas cosas por la sagrada Escritura que se os ha leído; y habiendo bebido ya v sacado de esa fuente evangélica, vengamos nosotros a lo prometido. Siendo ya la tarde de aquel día, primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar en donde se hallaban reunidos los discípulos, vino Jesús. Desde que el Señor nos preparó la resurrección, raras veces se deja ya ver de sus discípulos y se aparece en días que sean distintos del domingo. Porque, así como cada sábado se presentaba en la sinagoga para dar cumplimiento a la Ley, así, desde que nos preparó la resurrección y dio al mundo prendas de ella, cuidó de aparecerse en domingo, el primer día de la semana, como para poner así los fundamentos de la celebración del domingo.

Lo tocante al sábado tenía ya su acabe y comenzaba el día domingo, o sea el de la resurrección, como lo recordáis por lo dicho hace poco. Mas ¿por qué el bienaventurado Mateo, escribiendo del sábado y dando comienzo a los sagrados días domingos, decía: La tarde de los sábados? Porque era ya el fin y atardecer de los sábados antiguos el cual brilló ya para amanecer el primer día de la semanal Así pues, una vez que hubo resucitado se apareció pasado ya el sábado; se apareció el día mismo de la resurrección y de esta santa festividad: estando cerradas las puertas del lugar en donde estaban reunidos los discípulos por miedo de los judíos, vino Jesús y se puso en medio de ellos.

Con razón en donde existe el miedo ahí se presenta el que destruye el miedo. En donde se desata la tempestad ahí aparece El que prepara la tranquilidad. En donde ve la navecilla agitada y fluctuando en la fe, ahí lleva el timón de la sabiduría. Aplaca la tempestad, conduce la nave a lugar seguro. Pone a la enfermedad del temor el remedio. Se presentó en medio. Y ¿qué fue lo que dijo?; ¡La paz sea con vosotros!.

La paz quita de en medio la guerra, acaba con el miedo, suprima las enemistades. ¡La paz con vosotros! Con frecuencía la paz ha sido dada por Dios a los hombres, pero no con la autoridad de su presencia personal sino por medio de los ángeles, de los profetas, de los hombres justos. Solamente el Salvador dio la paz estando personalmente presente. A Daniel se le dio la paz, pero por medio de un ángel. Se le apareció un ángel a Daniel y le dijo: ¡La paz contigo, varón de deseos! ¡procede jirme y varonilmente! ¡el Señor está contigo! También se apareció un ángel a Gedeón y le dijo: ¡La paz contigo! Así pues, daban la paz los ángeles pero aún no la daba el Señor de los ángeles. La envió por medio de mensajeros, porque se reservaba dar El personalmente la paz evangélica. Y por esto, clamaba Isaías: ¡Señor Dios nuestro! ¡danos la paz! Es decir, ya no por medio de otros, sino por ti mismo danos la paz. Y así, según la petición vino la respuesta: ¡Mi paz os doy! Y una vez que les hubo dicho esto les mostró sus manos y su costado. Como un General cuando vuelve de la guerra, ornado con las heridas de vencedor, no se avergüenza de sus llagas porque ellas son más refulgentes que las mismas coronas, así el Salvador no encubre las llagas recibidas por la verdad y por la salud de todo nuestro común linaje; sino al revés, las descubre para demostrar así su fortaleza. Les mostró las manos en donde estaban los agujeros de los clavos; les mostró también el costado de donde brotó para nosotros la fuente de los sagrados misterios. Les mostró las manos para darles un argumento fiel de su resurrección, y para asegurar más en su fe a los que dudaran de que el mismo que había padecido había resucitado, y que el cuerpo que verdaderamente había muerto ese mismo había vuelto a la vida.

Se alegraron los discípulos, habiendo visto al Señor! ¡La paz ha dado! ¡el temor se ha disipado! ¡la gracia ha florecido! ¡Díjoles otra vez: la paz con vosotros! ¿Por qué otra vez? En donde quiere poner los fundamentos para los dones de gracia multiplica las bendiciones, como lo hizo con Abraham. Te bendeciré largamente y multiplicaré grandemente tu descendencia. De esta manera, tanto a los que estaban próximos como a los que estaban apartados, les duplicó la paz. Así como me envió mi Padre así os envío yo a vosotros. ¡Atiende, te ruego! ¡Observa cómo atrae hacia la forma humana toda la economía de ia redención. Porque no dijo: "Así como me engendró mi Padre ..."; porque donde hay misión se manifiesta que se trata de la forma humana. Repetimos esto con frecuencia, porque esto explica toda esa economía. En donde deja ver la simple naturaleza ahí anuncia juntamente al Padre y al Hijo.

Como me envió. ¿Cómo te envió? ¡Atiende, te ruego! Fue el Señor enviado desde el cielo. Pero ¿de qué manera podrás tú enviar así como te envió el Padre? No significo, dice, el modo de la misión cuando digo así como me envió el Padre así os envío a vosotros; sino que indico la virtud de la misión. Yo he sido enviado a padecer por el mundo; y a vosotros os envía para coronar al orbe mediante vuestros padecimientos. Y porque no podía la naturaleza humana llegar hasta la semejanza del Señor, añadió la Escritura: Y habiendo dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo.

¡Observa! ¿Por qué el Salvador sopló sobre los apóstoles el día mismo de la resurrección? ¿Acaso no podía darles el Espíritu Santo sino soplando sobre ellos? Porque cuando formaba al primer hombre, le inspiró en el rostro un aliento de vida, y fue así el hombre ser animado; aunque luego por la prevaricación perdió el hombre la gracia insuflada con aquel soplo; y tras de haber perdido aquella fuerza vivificadora, acabó en polvo, y en la sepultura se deshizo su fábrica toda. Pues por todo esto, Dios, para renovar su hechura y restituirle aquel antiguo don, sopló sobre la faz de los apóstoles, y así devolvió a su hechura aquella antigua fuerza vivificadora, al mismo tiempo que de este modo se cumplían las predicciones de los profetas.

Porque ya el bienaventurado profeta Nahúm, previendo lo que había de suceder, y que el Salvador, una vez resucitado soplaría sobre los apóstoles y los llenaría del don divino, daba testimonio de eso mismo ante el pueblo con estas palabras: ¡Celebra, oh Judá, tus festividades, cumple tus votos porque no volverán a ensañarse contra ti! El azote ha sido absolutamente destruido. Porque ha subido de la tierra uno que soplará sobre tu rostro y te librará de la tribulación. y luego les dijo: la paz con vosotros; y habiéndoles dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo. Porque veía a la humana naturaleza decaída a causa de los trabajos y que por motivo de su debilidad rehusaba los combates, por esto suple con la virtud del Espíritu Santo eso que a ellos les faltaba, para consolar da este modo a los que caían. Y con la gracia divina le sacó filo, como a una espada, a la naturaleza; para que lo que de su natural no poseía lo recibiera de la gracia; y confirmada así con la gracia del Espíritu Santo, acometiera las batallas.

Recibid el Espíritu Santo. Como me envió a mí mi Padre, así os envío yo a vosotros. Pero tú, oh Señor, habiéndote adelantado como Salvador, miraste a los pecadores y te compadeciste de ellos y les proporcionaste el perdón de sus pecados. Superior es esta gracia. Caímos nosotros en el abismo del pecado. Muchos son los pecadores. Mucha gracia se necesita. Pero nosotros no tenemos autoridad. ¿Cómo podemos ser enviados como tú fuiste enviado? Pues precisamente para esto, para que se llevara a efecto aquello de como me envió a mí mi Padre así os envío yo a vosotros, añade luego: A quienes les perdonareis los pecados se les perdonan y a quienes se los retuviereis retenidos les quedan? Porque nadie puede ni sufrir con fortaleza el martirio, ni predicar con diligencia, ni hacer otra cosa alguna grande y difícil, a no ser que la virtud del Espíritu Santo fortalezca el ánimo del mártir: ¡de otro modo no puede haber mártires! Y Mamo ahora mártires no únicamente a los que han muerto entre tormentos, sino también a quien haya predicado y testificado la palabra de gracia. Porque todo predicador de la verdad es un mártir de Dios.

Por esto el Evangelio dice del Bautista: Y dio testimonio Juan de la verdad diciendo: ¡éste es Cristo! Se hizo mártir no padeciendo sino clamando. De manera que no pueden los hombres ser testigos y mártires de la palabra divina si no son fortalecidos por el Espíritu Santo. Y por esto el Salvador, resumiendo lo que había dicho, ordena a los apóstoles: Pero vosotros permaneced en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis revestidos de la virtud de lo alto; y recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros. Y los que no recibieren esta virtud no podrán ser mártires ni testigos.

Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos. Y fue una grande providencia de Cristo que Tomás no estuviera presente; para que su duda hiciera más manifiesta y cierta la resurrección de Jesús. Porque si Tomás no hubiera estado ausente y no hubiera dudado y el Salvador no hubiera opuesto a su duda un certísimo argumento, había de suceder que para muchos todavía el milagro de la resurrección fuera una piedra de escándalo. Pero su duda trajo a todos los fieles el remedio.

Así pues, cuando se presentó Tomás le dijeron los otros discípulos: ¡Hemos visto al Señor! ¡Se gloriaban aquéllos de lo que habían visto; pero a éste le cogió un cierto anhelo de contradecir, y no una verdadera incredulidad, porque esto significa la duda. Y por esto, como deseara quedar del todo cierto, no dijo: ¡Eso no puede ser! ¡Atiende con diligencia! No negó la resurrección. No dijo: ¡contáis cosas imposibles! ¡anunciáis lo que no puede ser! Sino que quiso cerciorarse y dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos y metiere mi mano en su costado, no creeré! Y ocho días después ... Mira cómo se presenta al otro domingo: porque de domingo a domingo son ocho días. Después de ocho días (se entiende a partir del día de la resurrección) vino de nuevo Jesús estando cerradas las puertas, y se detuvo en medio de ellos y les dijo: ¡La paz con vosotros! Lo mismo que ya en el domingo anterior les había dicho por dos veces la paz con vosotros, ahora se lo dijo una solamente, para darles así el don íntegro y perfecto de la paz, de parte de la santa Trinidad. ¡La paz con vosotros!.

Luego dijo a Tomás: ¡Alarga acá tu dedo! ¡Te ruego que atiendas! No espera el Señor a oír de labios de los discípulos la duda de Tomás. No es enseñado antes de que enseñe. Y lo hace así para persuadirlo de que El había estado presente, aunque no se había dejado ver. Y para constituirse en investigador de la duda, le dice a Tomás: ¡Alarga acá tu dedo (como lo pediste), y ve mis manos; y alarga acá tu mano y métela en mi costado; y no quieras ser incrédulo sino fiel! Con esto le da a entender que no es fiel quien anda buscando indicios de evidencia, sino que es fiel quien se sujeta a la fe.

Es semejante éste que anda investigando el costado de Cristo y los agujeros de los clavos al otro que dice: ¿Cómo ha sido engendrado? Pero no, ¡más bien, no es semejante! Porque aquél quería ver en la carne los agujeros de los clavos que, al fin y al cabo, caían bajo la percepción de los sentidos: deseaba ver una cosa ya hecha y que él conocía. En cambio tú que curiosamente andas investigando la virtud incomprensible e incorpórea no seas incrédulo sino fiel. Con todo, demos gracias a la bondad de Dios porque el dedo de Tomás vino a ser la pluma que rubricara la verdad, destruyera las redes de la herejía y cerrara las bocas de los herejes que se atrevieran a decir que el Señor solamente en apariencia se había revestido de cuerpo y sólo en apariencia había muerto. Pero el dedo de Tomás de tal manera acabó con la duda de los herejes, como lo hizo aquel otro dedo contra el que nada pudieron los magos de los egipcios, sino que afirmaron El dedo de Dios está aquí. Y era obvio que Tomás, una vez que había recibido aquella señal cierta, dijera lo de David: ¡En el día de mi tribulación busqué al Señor, y puesto que andaba buscando y escrutando mediante las manos, era obvio que añadiera lo que ¡liego se sigue: ¡Y se alzaban a El mis manos sin descanso durante la noche y no quedé burlado! No seas incrédulo sino fiel! Y Tomás por los agujeros conoció al que había padecido; y por el previo conocimiento que tenía, lo llamó Dios y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!

¡Oigan esto los herejes! Si el Hijo en realidad no rehusa esa invocación, y por otra parte no es igual al Padre ¿por qué motivo no la rehusa siendo así que incluye un honor que está muy por encima de El? Oyó de alguien: ¡Maestro bueno! y le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie hay bueno sino solamente Dios! Y esto a pesar de que entre nosotros se usa el decirnos bueno. Pues rehusó en cierta ocasión ser llamado bueno, según tú sospechas. Pero ¿acaso no debía con mayor razón rechazar esto otro de ¡Señor mío y Dios mío! ?

Oye Jesús: ¡Maestro bueno! y dice: ¿Por qué me llamas bueno? En cambio ahora oye: ¡Señor mío y Dios mío! y no responde: ¿Por qué me dices Señor y Dios? Es que entonces procedió así porque la primera palabra no era digna de sí, ya que no le dijo: ¡Señor bueno!, sino: ¡Maestro bueno! De manera que rechazó la invocación que era indigna, pero admitió la que era gloriosa. Es cierto que también ahora reprende, pero lo hace por un motivo contrario; o sea porque Tomás esto lo dijo tardíamente. Lo reprende no por haberle dicho: ¡Dios mío!, sino por habérselo dicho tardíamente. Y por esto añade: Porque me viste has creído. Bienaventurados los que no me vieron y creyeron. Uno llevó la reprensión y todos los demás fuimos llamados bienaventurados. Esta bienaventuranza ha llegado hasta nosotros y hasta todos los demás que luego han de existir. Y esto, porque no habiendo visto nosotros aquellos milagros, sino que habiéndolos recibido por la fe, nos hemos hecho partícipes de esa grande y gloriosa bienaventuranza.

Pero, de la historia que así en compendio hemos explicado, pasemos, si no os ha fatigado la abundancia del discurso, a otra palabra profética. ¿Cuál es ella?: ¡Venid! ¡subamos al monte del Señor! Porque el Señor fue llevado a los cielos desde el monte de los Olivos. ¡Venid! ¡subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob! Dios concedió a esa casa el honor del mismo nombre con que el monte erra llamado. Porque desde ese monte que se llama Olívete fue elevado el Señor; y acá también se ha plantado una oliva que por la vecindad y la comunidad de nombre hace creíble la historia antigua. Porque llevó el Señor a los discípulos al monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén. Aplica, pues, tú la atención a aquél y a éste también: ¡Venid! ¡subamos al monte del Señor! Subamos iuntamente con el deseo y con la palabra, y veamos las cosas que esa ascensión saludable ha obrado en favor nuestro.

Quiero, pues, tomjar el Libro de los Hechos y examinarlo parte por parte desde el principio, a fin de beber juntamente con vosotros de los divinos raudales; y para que como escrutadores de la verdad, juntamente investiguemos los tesoros de las sagradas Escrituras, ya que juntamente deseamos enriquecernos en la piedad. Hechos, dice, de los Apóstoles. El título mismo anuncia ya toda la fuerza de las obras; y es éste como proemio, una promesa de todo lo que en la obra va a seguirse. Sin embargo, no se contienen en este Libro todos los hechos de los apóstoles; sino que, si alguno con cuidado lo examina, hallará que lo que se encuentra primero en el Libro son los milagros de Pedro y su enseñanza y cosa poca de los demás apóstoles; y luego el resto del Libro se dedica a Pablo.

Pues, si solamente se conmemoran Pedro y Pablo ¿cómo es que el Libro se llama Hechos de los Apóstoles? ¡Es que como, según Pablo, cuando un miembro es glorificado los demás miembros los son también, por el mismo hecho el historiógrafo no puso como título "Hechos de Pedro y de Pablo", sino Hechos de los Apóstoles: ¡común es la profesión! Investigamos, pues, quién fue el1 que escribió este Libro de los Hechos. Porque varios, ignorando cuál fuera el autor del Libro, se han dividido en varias sentencias. Unos dicen que el autor es Clemente Romano, otros que Bernabé y otros que el Evangelista Lucas. Pues ya que éstos se han dividido en varios pareceres, valgámosnos del escritor mismo para que nos explique quién ha sido, qué ha hecho y si acaso se refiere en algo a sí mismo.

En el primer Libro, oh querido Teófilo, traté de todas las cosas ... Con decir primero, lleva nuestro pensamiento a otro Libro, para que investiguemos a cuál Libro llama primero. Porque si solamente hubiera publicado éste, no diría: En el primer Libro traté ... Por aquí se ve que éste es el Libro segundo, y que ya había escrito el primero. Y de qué tratara en ese primero, lo indica él mismo: En el primer Libro, oh caro Teófilo, traté de todas las cosas que Jesús hizo y enseñó. Da modo que da a entender que en el Libro aquel primero no comprendió los Hechos sino solamente el Evangelio: en el primer Libro; que no es acerca de lo que Pedro y Pab'.o hicieron, sino de lo que Jesús hizo y enseñó. De manera que queda claro ser Lucas, aquel que primeramente escribió el Evangelio, quien publicó los Hechos.

Pero, con todo, ¡atiende! ¡veamos si en realidad fue él! En el primer Libro, oh caro Teófilo, traté de las cosas que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que fue levantado al cielo, una vez que, movido por el Espíritu Santo, hubo tomado sus disposiciones acerca de los apóstoles que se había elegido. Como si dijera: "Ya referí los hechos y enseñanzas del Salvador hasta llegar a la Ascensión. ¡Atended, os ruego! Dice pues: mi primer Libro abarca las obras y doctrina del Señor y llega ese Libro hasta la Ascensión. Advertirás, desde luego, que ni Mateo del todo, ni Marcos sino en parte ni Juan abarcaron todo el Evangelio hasta la Ascensión, sino únicamente Lucas.

Porque Mateo termina así su Evangelio: Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y se les apareció y lo adoraron. Y les dijo: Id y enseñad a todas las gentes. He aquí que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. Y así termina el Evangelio. Pero, cómo haya sido la Ascensión, eso no lo dice. Y Marcos igualmente dice: Y salieron las mujeres del sepulcro y a nadie dijeron nada, porque temían. Y luego de interponer algunas otras cosas, acerca de la Ascensión dice brevemente: Y el Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue levantado a los cielos y está sentado a la diestra de Dios. Y ellos se fueron predicando por todas partes, cooperando con ellos el Señor y confirmando su palabra con milagros consiguientes. Amén. Tal es el acabe del Evangelio.

De manera que en Marcos la Ascensión no está largamente descrita. Juan, por su parte, cuenta cómo el Señor se apareció junto al lago de Tiberíades. Y dice: Dijo a Pedro: ¡Pedro! ¿me amas? y luego completa el diálogo. Y aquí terminó ciertamente Juan, y no hizo memoria de la Ascensión, sino que dijo: Muchas otras cosas hizo Jesús que si se escribiesen una por una creo que este mundo no podría contener los libros.

De manera que ni Juan ni Mateo hicieron en absoluto mención de la Ascensión, y Marcos no la narró largamente. En cambio, Lucas llevó en pormenor su narración hasta la Ascensión.

Y por esto dice: En el primer Libro, oh caro Teófilo, traté de todo lo que hizo Jesús y enseñó hasta el día en que tomó sus disposiciones acerca de los apóstoles que había elegido. ¿Quién es este Teófilo? En aquel tiempo era Prefecto; y estando en la Prefectura abrazó la fe mediante la predicación.

Y a la manera que el Procóusul de Chipre recibió la predicación de Pablo en su Proconsulado, así Teófilo, siendo Prefecto, aceptó la predicación por el ministerio de Lucas. Y luego rogó al bienaventurado Lucas que le escribiera los Hechos de los Apóstoles. "Ya me enseñaste, como si dijera, los Hechos del Salvador; ahora enséñame también los Hechos de los discípulos suyos". Y por esto Lucas le dedica este segundo Libro.

Porque el Evangelio según Lucas fue escrito para Teófilo. Y de dónde pueda esto probarse, lo indica el mismo Lucas: "Puesto que ya muchos han intentado escribir la historia de lo sucedido entre nosotros, según que nos ha sido trasmitida por los que, desde el principio, fueron testigos oculares y ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de informarme exactamente de todo desde sus orígenes, escribirte ordenada mente, óptimo Teófilo, para que conozcas la firmeza de la doctrina que has recibido". Eso de "óptimo", es como si dijera excelentísimo; porque en aquel tiempo la dignidad de la Prefectura se concedía a los más excelentes. ¿De dónde aparece esto? El Presidente Festo dice a Pablo: ¡Deliras, Pablo! El cual respondió: ¡No deliro, excelente Festo!, refiriéndose al Presidente. Pues el mismo sentido tiene aquí eso de "óptimo Teófilo".

Habiendo, pues Lucas hablado del Evangelio como de su primer Libro que había dedicado a Teófilo, en seguida dedica también este segundo al mismo Teófilo. ¿Cuál Libro?: En el primer Libro, oh excelente Teófilo, traté de todas las cosas que hizo y enseñó Jesús. Y ¿hasta dónde llegaste en tu narración? Hasta el día en que fue levantado al cielo, una vez que movido por el Espíritu Santo, tomó las disposiciones acerca de los apóstoles que había elegido. Y se expresa asi por una transposición o hipérbaton. Como si dijera: "Compuse al principio mi Evangelio y llegué hasta el día en que fue elevado al cielo, después de que dio sus mandatos a los apóstoles que se había elegido". ¡Atiende, te ruego! A los cuales, después de su pasión, se dio a ver a sí mismo vivo. Advierte la confianza del Evangelista. Porque ni en los Hechos de los Apóstoles hizo a un lado la teología. Por esto no dijo: a los cuales se apareció, sino a los cuales se manifestó El mismo vivo. Porque ya había dicho el Salvador: ¡Destruid este templo y en tres días lo reedificaré! A los cuales se manifestó vivo después de su pasión, de muchas maneras, apareciéndoseles por cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.

¡Atiende, te ruego! En muchas ocasiones, durante cuarenta días, apareciéndoseles y hablándoles del reino de Dios. Durante esos cuarenta días no se les aparecía cada día. Porque después de la resurrección dio a su cuerpo una grande fuerza persuasiva en relación con la fe. Y para no destruir esa fuerza grande no se les aparecía más frecuentemente. Porque convenía que después de su resurrección apareciera con señales de su divinidad y que no se dejara ver con mayor frecuencia. Por esto dice: en muchas ocasiones, durante cuarenta días. Porque no se dejaba ver constantemente, pero esas apariciones eran argumentos demostrativos de ser E! el mismo. Porque se les aparecía variando la figura, la voz, la forma. Muchas veces se presentaba a los apóstoles y éstos no lo reconocían.

Se presentó a Pedro y a sus compañeros cuando andaban pescando, y les dice: ¡Hijitos! 51 ¿tenéis algo para comer? Y no lo reconocieron ni en su forma ni en su voz. Y les dice: ¡Echad la red a la diestra de la nave y encontraréis! Y como la hubieran echado, cogieron grande cantidad de pesca. De manera que cuando no lo conocían por el aspecto, lo conocían por las señales de virtud y poder. Por lo cual el Evangelista Juan dice a Pedro: ¡Es el Señor!; no porque la vista se lo persuadiera, sino por el milagro de su poder. Por eso el mismo Lucas clama: En muchas ocasiones apareciéndoseles y habiéndoles del reino de Dios durante cuarenta días.

Mas, no solamente se dejaba sentir, algunas veces así su presencia, sino que algunas veces era visto en su forma. Examinando con cuidado los hechos, observamos que el Salvador, después de la resurrección fue visto once veces por los apóstoles, y luego fue elevado a su Padre. Y esto ¿por qué? Porque tenía once discípulos, una vez que Judas había sido expulsado del Colegio apostólico, y a causa de su nefanda traición había perdido su puesto y dignidad. Por esto, pues, se aparece once veces a sus discípulos. Y no a todos a la vez, sino de varios modos: unas veces a éstos y otras a otros. Como cuando se apareció a los dkz aquéllos, pero estando ausente Tomás, y luego estando ya presente.

Pero ahora investiguemos cómo consta que se apareció once veces porque tenía once discípulos. Primero se apareció a María cuando ella se iba ya del sepulcro, y luego a las otras mujeres. Porque antes que todos los otros lo vieron las mujeres. Y a ellas se refiere el bienaventurado Isaías y les dice: ¡Mujeres que venís del espectáculo! ¡venid y anunciadnos! De manera que se apareció a las mujeres. Y si alguno de vosotros quiere ir siguiendo el cálculo, vea si acaso nos equivocamos. En primer lugar, a las mujeres; es decir, a María y a las otras. Luego a Pedro. En seguida a Cleofas y su compañero en el camino, cuando iban a Emaús y fue reconocido en el partir del pan.

¿Cómo nos consta esto? ¡Digo que se haya aparecido a Pedro antes que a estos dos! Entraron ambos en el Cenáculo aquella tarde, Cleofas y su compañero, para anunciar a los discípulos haber visto al Señor. Y se encontraron con los apóstoles que les decían: ¡Verdaderamente resucitó el Señor y se apareció a Simón! Cuando aquellos dos anunciaban lo que habían visto, ya había precedido la noticia de que Pedro había visto al Señor. Esto mismo significa Pablo con estas palabras: Os he trasmitido en primer lugar lo que yo mismo he recibido: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; y que resucitó y que fue visto por Cejas y luego por los once discípulos. Primero a Pedro y luego a los otros.

De manera que se apareció primero a las mujeres; luego a Pedro, en tercer lugar a Cleofas y su compañero; luego a los diez discípulos estando a puerta cerrada y no estando presente Tomás; luego a los once discípulos, ya presente Tomás. Ya se ha aparecido por cinco veces. Luego a quinientos hermanos pues así lo indica Pablo con estas palabras: Luego fue visto por más de quinientos hermanos una vez, de los cuales muchos viven todavía Y es la sexta vez.

Luego fue visto por aquellos siete, junto al mar de Tiberíades, cuando pescaban. Luego, por Santiago, según Pablo. En seguida por todos los apóstoles. ¡Atiende, te ruego! Tienes, pues, en primer lugar, a las mujeres; luego a Pedro, a Cleofas y su compañero, la visión de los once apóstoles, la de los quinientos hermanos. ¡Van seis! Luego la séptima a aquellos siete; la octava a Santiago; la novena a los setenta discípulos; la décima en el monte de Galilea; la once en el monte de los Olivos. ¡Absurdo sería que nosotros no repitiéramos esta cuenta para confirmación de la misma, cuando el Señor, después de la resurrección muchas veces repitió el saludo de paz! Tienes, pues: primero a las mujeres; en segundo lugar a Pedro; en tercer lugar a Cleofas y su compañero; en cuarto lugar a los diez apóstoles; en quinto lugar a los once apóstoles; en sexto lugar a los quinientos; en séptimo lugar a aquellos siete; en octavo lugar a Santiago; en noveno lugar a los setenta discípulos; en décimo lugar, en el monte de Galilea; y en decimoprimer lugar en el monte de los Olivos.

Apareciéndoseles por cuarenta días y habiéndoles del reino de Dios. Y habiéndolos reunido les ordenó que no se apartaran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre, que oísteis de mí ¡Oh paciencia grande del Salvador! ¡oh abundante bondad! ¡oh benignidad inefable! ¡Pase, oh Señor, que antes de tu pasión hayas convivido con ellos y te hayas sentado a la mesa con ellos! Pero, después de la resurrección, ¿por qué comes con ellos? ¡Para confirmar y certificar más, dice El, a Tomás acerca de la resurrección. Porque, si aun después de que todo esto se ha realizado, todavía hay algunos que no creen en la resurrección, si esto no se hubiera realizado, si El no hubiera comido y bebido con ellos ¿quién habría podido refrenar la boca desenfrenada de los que afirman y sin motivo se atreven a proferir cualquier cosa acerca de la providencia del Salvador?

Por aquí aprendemos a honrar la divina y mística mesa. Ha sucedido con frecuencia que lo que no pudieron enmendar los sermones lo enmendó la mesa divina. Muchas veces, infinitos conciliadores no pudieron arreglar ni siquiera una enemistad; y en cambio, una sola participación de esta mesa, apaciguó la discordia. ¡Toma, pues, tú, argumento de las cosas que han sucedido, para estas otras! Nunca cesábamos de ser enemigos de Dios, haciendo guerra contra la palabra divina, como dice Pablo: Cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo! ¡Eramos enemigos de Dios! ¡Fue enviada la Ley y no nos reconcilió! ¡Vinieron los profetas y no nos persuadieron! ¡Los que eran enemigos de Dios, enemigos y contrarios suyos permanecieron! Hubo muchos tiranos de la verdad, muchos enemigos de Dios, muchos adversarios de la piedad. Abundaron las palabras, abundaron las doctrinas: pero no pudieron calmar la guerra. Vino Cristo, dispuso la mesa, se dio a sí mismo como alimento, y dijo: ¡Tomad y comed!; y al punto aplacó la guerra y consiguió el triunfo de la paz.

En Egipto Dios cargó de plagas a su enemigo, pero nadie le obedeció; hirió a los tiranos, y nadie hizo su voluntad. Aquí se nos propone a sí mismo como alimento; y una vez que lo has comido, te persuade. Guando es comido, lo repito, en la mesa mística. Porque dice: Yo soy el Pan vivo que bajó del cielo y da la vida al mundo. Y Él, mientras comían, les hablaba del reino de Dios; y les ordenó que no se apartaran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa de Dios Padre, la que oísteis de mí. Pase, Señor, que hayamos oído de Ti esto, pues dijiste subo a mi Padre y yo lo llamaré y enviaré a vosotros al Espíritu de verdad, al Paráclito. ¡Tú dijiste esto! Pero el Padre ¿cuándo lo prometió? Y no dijo que esperaran mi promesa, sino la promesa del Padre que oísteis de mí. En verdad dice El: mi Padre os lo prometió y yo os lo recordé. Mas ¿dónde lo prometió el Padre? ¡Aunque revuelvas todo el Evangelio, no encontrarás la voz del Padre que prometa dar el Espíritu Santo a los discípulos! ¿En dónde, pues, lo prometió? ¡En los profetas, como lo dice Pablo: Pablo, siervo de Jesucristo, llamado al apostolado, elegido para predicar el Evangelio de Dios que anteriormente había prometido por sus projetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo.

Habiendo, pues, prometido anteriormente el Evangelio, prometió también por lo mismo dar el Espíritu Santo. ¿En dónde consta esa promesa del Espíritu Santo? Os lo pregunto, como si yo fuera uno de vosotros. Porque verdaderamente yo soy uno de vosotros por la fe y la caridad en Cristo. Muchas veces lo he dicho a vuestra caridad: que es por una división al modo humano por lo que hablo de ovejas y pastores. Respecto de Cristo, todos somos ovejas. Porque tanto los pastores como los apacentados, todos somos apacentados por el único Pastor de allá arriba.

Pero ¿en dónde está la promesa? Dice Dios por el profeta Joel; En los últimos días, dice el Señor omnipotente, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas ¡He aquí pues que está la promesa! Y la realización ¿cuándo? Cuando bajó el Espíritu Santo sobre los apóstoles y les hizo la distribución de lenguas, y hablaban diversas lenguas. Se tes sospechaba ebrios, y dice Pedro: Varones israelitas: ¿por qué miráis a éstos como si estuvieran ebrios cuando apenas es la hora tercia? Sino que esto es lo dicho por el profeta Joel: Y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Esta es la promesa del Padre. Pero ¿en dónde consta ser promesa de la persona del Padre? Porque yo sé que también el Hijo habló en las profecías. ¿De dónde, pues, queda en claro que fue el Padre el que esto dijo?

Derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas. Daré, dice, prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra: sangre, juego y humofi Cuanto a la sangre, muchas veces he dicho que es la sangre que brotó del costado. Porque gran señal fue ver sangre brotando de un cuerpo muerto, sangre que manaba del costado y fuego que descendía sobre los apóstoles. Sangre y fuego y nubes de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes de que llegue el día del Señor, grande y manifiesto. Advierte cómo habla el Padre y se refiere al Hijo, cuando dice: Antes de que venga el día del Señor, grande y manifiesto. No dice mi día. ¿Cómo es eso? Si tú das las señales, ¿por qué traspasas el sentido a otro y dices: antes de que venga el día del Señor, grande y manifiesto?

¡Atiende! Pudiera ser que alguno dijera que el profeta habla en propia persona al decir: antes de que venga el día. Pero es el caso que ciertamente no podía decir él: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne antes de que venga el día del Señor, grande y manifiesto. Y todo el que invocare el nombre del Señor se salvará. De manera que es Dios quien esto dice por medio de los profetas. Y Pablo añade; El es el Señor de todos, rico para los que lo invocan. Porque todo el que invocare el nombre del Señor se salvará. Y luego, declarando que esto se dijo de Cristo, añade: Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber oído de El? Y ¿cómo oirán si nadie se los predica? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? ¡Como está escrito; cuan hermosos los pies de los que anuncian el bien y la paz!.

¡Atiende, te ruego! Les ordenó, dice, no apartarse de ]erusa-lén sino esperar la promesa del Padre, la que oísteis de mí. Porque Juan bautizó en agua; pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no después de muchos días. Porque después de los cuarenta días habría diez hasta Pentecostés, cuando apareció el Espíritu Santo y bautizó a los apóstoles no con agua sino con fuego.

Por aquí se resuelve una cuestión suscitada por muchos. Porque muchos han preguntado si acaso los apóstoles fueron bautizados con el bautismo evangélico, antes de la pasión del Señor. Por nuestra parte no diremos nuestro parecer ni nos atendremos a humanos raciocinios en tan grande controversia; sino que nos atendremos a las Escrituras. Encontramos que los apóstoles antes de la Pasión de Cristo, recibieron el bautismo de Juan Bautista. Pero el Salvador, antes de su pasión, no dio otro bautismo para no abrogar la predicación de Juan, ni dar motivo a los judíos de contradecirlo, si acaso dijeran que con injuria del bautismo de Juan, había Ei1 instituido su propio bautismo. Dejaba que por mientras tuvieran aquella prenda de agua y les reservaba para después la gracia del Espíritu Santo.

Y por esto, como a quienes no habían aún recibido el Espíritu Santo, les dice: ¡Recibid el Espíritu Santo! y luego añadió: id a Jerusalén y ahí esperad la promesa del Padre que oísteis de mí. Porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no después de muchos días. Ya no serán bautizados con agua, pues ésta ya la habían recibido, sino con el Espíritu Santo. No añadió agua más agua, sino que completó lo que faltaba: Vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo no después de muchos días. Es decir, después de diez días.

Mas, ¿para qué se necesita este intervalo de tiempo? ¿Cuál intervalo? El de esos diez días que mediaron, y en los que El ejercitó la fe de los apóstoles. Porque habiendo cesado la gracia, y no habiendo ya apariciones de nadie, se ejercitaba la fe de los apóstoles, con ei objeto de ver si acaso lo tenían por veraz y esperaban lo que les había prometido. Porque lo prometió al decir: no después de muchos días. Y no determinó el día, sino que dijo: después de no muchos días. ¡No nos concede el Señor conocer todas las cosas, sino que nos manifiesta así que El mantiene una cierta medida correspondiente a su propia autoridad de Señor! Lo que oyes apréndelo; y lo que no entiendes, no lo inquieras curiosamente.

Pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Pues cuando el Espíritu Santo vino sobre ellos el día de Pentecostés, llenó toda la casa en donde residían, a fin de que fueran bautizados con el Espíritu Santo a la manera de con agua. Las cosas que en esta visión no caían bajo el dominio de los sentidos, las fue mezclando con otras que sí caían. Me refiero al don de lenguas. Fueron, pues, bautizados con el Espíritu Santo. Y que recibir el Espíritu Santo sea lo mismo que ser bautizados con el Espíritu Santo, lo testifica otra historia. Porque como a Pedro lo reprendieran otros discípulos y le dijeran: ¿Por qué has entrado en la casa de varones gentiles y los has enseñado y los has hecho partícipes del bautismo y de los misterios?, él les respondió: Estaba yo en la ciudad de Jope. Y un cierto Centurión Cornelio me envió mensajeros; y fui y los instruí. Pero sucedió que mientras yo hablaba bajó sobre ellos el Espíritu Santo, como sobre nosotros allá al principio. Y para manifestar Pedro que al recibir Cornelio y sus compañeros el Espíritu Santo habían sido bautizados, dijo al punto: Y yo me acordé de las palabras del Señor, cuando decía; Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.

Antes, pues, de la pasión, los discípulos estaban lavados con agua. Pero ese baño era preparación para el perdón de los pecados, y no era participación del Espíritu Santo. Porque vino, dice la Escritura, Juan predicando en el desierto el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados.? Pero ¿cómo sabremos que los apóstoles recibieron este bautismo? ¡Demostrémoslo! No dijo el Señor: Juan os bautizó con agua, sino únicamente bautizó. Por consiguiente aún no está claro que El haya bautizado a los apóstoles. ¿De dónde, pues, aparece claro? ¡Escucha con prudencia! Porque cuando Pedro se resistía y decía: ¡Señor! ¡no me lavarás los pies jamás! le respondió el Señor: Si no te lavare no tendrás parte conmigo. Y Pedro le respondió: ¡Señor! ¡no solamente los pies, sino además las manos y la cabeza! Y te dijo el Señor: ¡El que está limpio no necesita sino lavarse los pies.

¿Observas cómo dio valor a lo del lavatorio? Porque en donde no se nombra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, sólo hay un bautismo para penitencia; pero en donde se nombra, hay bautismo de adopción. El Salvador no derogó el bautismo para penitencia, sino que lo completó y le añadió el bautismo en el nombre de la Trinidad, el bautismo con el Espíritu Santo. En cambio, los herejes, cuanto estuvo de su parte, derogaron el bautismo instituido en el nombre de la Trinidad. No les causó temor a estos perversos ¡a palabra del Señor: El que está bañado no necesita sino lavarse los pies. Vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no después de muchos días.

En seguida se descubre la insaciable curiosidad de la humana naturaleza. Porque es propio del hombre andar siempre interrogando ¿cuándo será la consumación de los siglos? ¿cuándo vendrá Cristo? ¿después de cuántos años vendrá el acabamiento? ¿cuándo aparecerá el reino de los cielos? Y los apóstoles, sujetos a las miserias humanas, preguntan al Salvador: Así pues, los que se habían reunido le preguntaban diciendo: ¡Señor! ¿es ahora cuando vas a establecer el reino de Israel? Como antes les había dicho: Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria, por esto le dicen ahora: ¿Es ahora cuando...? Querían saber si estaba ya cercana la espectación o si aún se tardaba Ja salud. A ellos el Salvador les respondió: ¡No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano!.

No les era lícito a los apóstoles ni siquiera el explorar ios tiempos ¿y tes será lícito a los herejes el andar escrutando la substancia que excede a todo tiempo, y la eterna Naturaleza? Cuando algún hereje te hiciere esta pregunta: ¿Cómo engendró el Padre? ¿Qué modo tiene la divina generación?, respóndele con la palabra del Señor: No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos. No os toca a vosotros conocer la generación de la Substancia divina. Pero, no solamente no os toca a vosotros, ni siquiera a los ángeles ni a los arcángeles, ni a ninguna Potestad creada!.

Pues entonces ¿quién puede conocerla? ¡Nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni al Hijo conoce nadie sino solamente el Padre! Y del mismo modo, nadie conoce las profundidades de la Substancia divina sino solamente el Espíritu de Dios. De manera que no os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos. ¿No te infunde respeto el modo que guardan los apóstoles? A ellos, que habían vivido con el Salvador, a quienes El se apareció, a quienes iluminó, no se les permite conoce*; sino que se les advierte que guarden el modo que les corresponde y no lo traspasen; y escuchan aquello de: No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos ¿y tú los andas escrutando? Conoció los tiempos Daniel, conoció los momentos. Puesto que dice: Setenta semanas están prefijadas sobre tu pueblo. Desde la salida del decreto sobre la restauración del templo, siete semanas y sesenta semanas y dos y unaJ2 Este, pues, pudo conocer los tiempos. Pero, desde aquella noticia de los tiempos, refrena El la audacia de los hombres para que conozcan que si no se les permite conocer estos tiempos, mucho menos deben andar escrutando la divina generación: No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha jijado en virtud de su poder soberano.

¿De manera que el Hijo no los puso en su potestad propia, sino que en la potestad del Padre están los siglos y los tiempos y el Hijo nada tiene en esto de común con el Padre? Pero, si el Hijo nada tiene de común con el Padre acerca del conocimiento de los tiempos, los momentos y los siglos, miente Pablo cuando dice: Últimamente en estos días nos habló por su Hijo, a quien hizo autor de los siglos. Si pues el Hijo es autor de! los siglos,. éstos están en su potestad; y es lo mismo que dijo Pablo: a los cuales el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano. Porque llama Poder o potestad del Padre al Hijo; del mismo modo que lo llama Sabiduría y Virtud del Padre. Porque Cristo es Virtud de Dios y Sabiduría de Dios.

No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos, sino que recibiréis la virtud del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros. Recibiréis ciertamente la virtud, pero no para que escrutéis los tiempos y los momentos; sino pasa que deis fe al Señor. Y seréis testigos míos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra. No te fijes en el orden de las palabras, sino mide el poder de la autoridad. Aquí dice: predicad en todas partes. Lo otro nos indica su poder, si es que el éxito acompaña a sus palabras. Porque también yo puedo, abusando de la autoridad arrogantemente, decir a unos cuantos domésticos, aunque sean pocos, o bien a mis hermanos: ¡Id a las naciones y enseñad a todos y convertidlos! ¡Dad muerte a los bárbaros y derrocad a cuantos se opongan a mi imperio! Las palabras se pronunciarán, pero los hechos no se seguirán; y así seré cogido, no solamente como mentiroso, sino además como arrogante y temerario, y seré castigado.

Examínense, pues, las palabras del Salvador no por lo que dijo El, sino por lo que se llevó a cabo. Dijo: ¡Enseñad a todas las gentes! Si esta palabra no se verifica en ios hechos, será una arrogancia y no una autoridad divina. Dijo: ¡Predicad hasta los extremos de la tierra! Si pues hubiera algún término y extremo de la tierra exento de la predicación, la predicación sería falsa. Pero si en cambio más que las palabras mismas resplandecen las obras, entonces los apóstoles son testigos veraces y es veraz también Aquel de quien dan testimonio.

Y habiéndoles dicho estas cosas, viéndolo ellos se elevó. Podía haber ascendido en secreto y no públicamente. Pero así como tuvo por testigos de su resurrección los ojos de sus discípulos, así también constituyó a estos mismos testigos oculares de su elevación. Viéndolo ellos se elevó, y fue quitado de entre ellos y era llevado al cielo y una nube lo recibió en su seno. Y como estuvieran viéndolo ellos, fue tomado, fue elevado, era llevado hacia arriba y entró allá. Porque no entró Cristo en un santuario fabricado por mano de hombres, sino en el mismo cielo, para comparecer delante de DiosJs

Y no solamente entró, sino que penetró. Porque dice Pablo: Teniendo pues un Pontífice grande que penetró en los cielos, JesúsJS ¡Ascendió, se fue, fue tomado, hizo su camino, penetró ! ¡Advierte! ¡Ascendió como quien tiene potestad! Para que se cumpliera el oráculo del profeta: ¡Sube Dios entre voces de júbilo! Alzad, oh príncipes, vuestras puertas y levantaos oh puertas etémales y entrará el rey de la gloria.Sí ¡Entrará! Porque no entró Jesús en un santuario hecho por mano de hombres, sino en el cielo mismo, entrará el Rey de la gloria.

Dos cosas sucedieron: porque así como quedó estupefacta la tierra cuando vio al Salvador vestido de cuerpo; y como cuando vemos a un extraño solemos preguntar ¿quién es éste?; puesto que de un conocido no se hace esa pregunta; del mismo modo la tierra, al ver al divino Salvador dotado de divina virtud, y que mandaba a los vientos y al mar, dice: ¿Quién es éste que aun los vientos y el mar le obedecen? Pues del mismo modo que la tierra clamaba ¿quién es éste?, así también el cielo estupefacto al ver en carne a la divinidad, dice: ¿Quién es este Rey de la gloria?

Y observa una cosa admirable. El Salvador vino, y viniendo trajo al Espíritu Santo; y al regresar llevó consigo allá a lo alto el cuerpo santo, con el objeto de dar al mundo una prenda de salvación que es la virtud del Espíritu Santo; y para que a su vez diga todo cristiano que el Cuerpo santo es prenda de salud para el mismo mundo. Y cuando esto digo, me refiero a ti y a todo cristiano también. Yo cristiano soy y soy de Dios. Esto ¿por qué? Porque tengo al Espíritu Santo que ha bajado del cielo. ¿Quieres otra señal? Recibí del cielo el Espíritu Santo de Dios y de este modo poseo una prenda cierta. ¿Qué prenda? Que su Cuerpo está allá arriba, pero su Espíritu está acá abajo con nosotros.

¿Dudas acaso, oh hereje, de que somos de Dios? ¡Se ha hecho uno solo el linaje de Dios y el de los hombres. Pues así como el parentesco une las partes que estaban separadas; y el que anteriormente era del todo desconocido, por la unión de un hombre y una mujer que junta en una sola dos familias, uno viene a ser sobrino y otro viene a ser su tío, así, al tomar Cristo nuestra carne, por medio de su carne vino toda la Iglesia a estar emparentada con El. Pablo era pariente de Cristo y Pedro también y todos los fieles y todos nosotros y todo hombre piadoso también. Así lo dice Pablo: Siendo nosotros linaje de Dios...

Y aunque bien sé en qué sentido se dijo esto, no es mi finalidad examinar ahora todo el contenido y amplitud de su sentencia, sino que únicamente afirmo que Pablo asienta y confirma semejante linaje y parentesco. Y en otra parte dice: Nosotros somos de Cristo y cada uno es miembro de miembro. Es a saber, que por la carne que asumió, somos todos sus parientes.

En conclusión, que tenemos una prenda suya allá arriba, que es el cuerpo que por nosotros tomó; y acá en la tierra también la tenemos, que es el Espíritu Santo que está con nosotros.

Y advierte una cosa que es para maravillar. Yo no digo que el Espíritu Santo bajó del cielo y que ya no está en el cielo; no afirmo que habiendo cambiado los sitios de residencia, el Cuerpo santo está en el cielo y el Espíritu Santo está en la tierra.

Lo que digo es que el Espíritu está con nosotros y que está en todo lugar y que está allá en el cielo. Porque: ¿A dónde iré, dice el salmista, que esté lejos de tu Espíritu? 86 Mas ¿por qué te admiras de que el Espíritu Santo esté con nosotros y también esté allá arriba, cuando también el cuerpo de Cristo está allá arriba y está acá con nosotros?

El cielo poseyó el santo cuerpo; la tierra recibió al Espíritu Santo. Vino Cristo y trajo al Espíritu Santo; ascendió Cristo y llevó consigo nuestro cuerpo. Y se pudo entonces ver a la imagen de Adán, que había sido puesta en el sepulcro, no ya apareciendo entre los ángeles, sino por encima de los ángeles y sentada con Dios; para que también nosotros, por obra suya, allá estuviéramos sentados. ¡Oh disposición tremenda y admirable ! ¡Oh Rey, en todo gran Rey; tan grande, digo, y tan admirable!.

Por lo mismo, dice el profeta: ¡Señor, Señor! ¡cuan admirable es tu nombre en toda la tierra! ¡tu grandeza se ha levantado por encima de los cielos! Se levantó la divinidad, como lo expresan las palabras aquellas: Viéndolo ellos se levantó el que es grande en todo. ¡Dios grande y Señor grande! ¡Grande es el Señor y muy glorioso y digno de alabanza! Pero si es Dios grande, también es Rey grande: ¡Rey grande sobre toda la tierra! ¡Los montes de Sión al lado del Aquilón, de la ciudad del Rey grande! * ¡Grande Profeta, grande Sacerdote, Luz grande! ¡Grande en todo! La Escritura en todas parte lo alaba como grande. Pablo dice; Del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Y David, por su parte, dice: Grande es el Señor y muy digno de alabanza.

¡Gran Rey, gran Profeta! Porque cuando Jesús obraba milagros, las turbas y el vulgo decían: Profeta grande se ha levantado entre nosotros y Dios ha visitado a su plebe. - Ni solamente según la divinidad es grande, sino también según la carne. Pues así como es Dios grande y es Señor grande y Rey grande según la divinidad, así también es Sacerdote magno y Profeta magno. ¿Cómo es esto? Dice Pablo: Teniendo, pues, un gran Pontífice que penetró los cielos, Jesús, Hijo de Dios, nos mantenemos adheridos a la confesión de la fe.% Pero si es Pontífice magno y Profeta magno, entonces de verdad Dios visitó a su plebe y suscitó un Profeta grande en Israel. Y si es gran Profeta y gran Sacerdote y gran Rey, también es Luz grande: Galilea de las gentes, el pueblo que estaba sentado en tinieblas vio una luz grande. Mas aún: vio su día grande, como dice el profeta: ¡Antes de que venga el día grande y terrible del Señor!.

Pues, como de todas partes oigas decir grande y que sus obras son grandes ¿de dónde se te ocurre, oh hereje, hacer división y así disminuir ese grande? Tenemos, pues, la prenda de nuestra vida en el cielo; juntamente con Cristo hemos sido elevados. Y además, con certeza seremos elevados en las nubes, si es que se nos encuentra dignos de salirle al encuentro en las pubes. El reo no sale al encuentro del juez, sino que está de pie delante de él; ni se le presenta jamás, porque no se encuentra con esa confianza. Roguemos, pues, todos nosotros, carísimos, ¿jue seamos del número de aquellos que le saldrán al encuentro, aunque nos encontremos en un orden inferior. Porque, a la ¿nanera de los que salen al encuentro del rey, aunque no todos sean de la misma dignidad, sin embargo, todos son recibidos Jionoríficamente por él, así sucederá en aquel tiempo. Ya que íio todos han tenido un mismo género de vida. Porque cada uno recibirá su premio conforme a su propio trabajo.

En consecuencia, que en nada se impida la palabra de Cristo, sino que todos, con entera verdad, tengamos confianza en la caridad de Cristo; y de esta manera apacentemos al pueblo y reguemos los prados de las almas, teniendo almas distintas pero unidos los pensamientos. El enemigo de la paz tiene su juez. Y ¡oh hermanos!, puesto que a los hombres los persuadimos con palabras, mientras que delante de Dios aparecemos tales como somos, El es testigo, El que es examinador de los pensamientos, El que es quien exigirá cuentas a todos aquellos que hablan mentira, de que nosotros nunca quisimos ser enemigos de la paz ni ahora tampoco lo queremos ser. Puesto que si perdiéramos la paz seríamos enemigos de aquellos que oyeron de Cristo: ¡La paz con vosotros!.

Así pues, de que queremos la paz y la anhelamos y la procuramos, testigo es Aquel que sabe todas las cosas: ¡de los demás no diremos una sola palabra! Porque quien espera en Dios, dador de los premios, no usa de injurias para justificarse ante aquel supremo tribunal. Puede Dios dar la paz. Puede confirmarla. Puede hacer las paces entre Tos oyentes y los predicadores; entre los Doctores y los discípulos, a fin de que comenzando así pacíficos y continuando pacíficos por entre todos los sucesos de la vida, y perseverando en la paz, demos gloria al Dios de la paz, o sea al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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