martes, 27 de julio de 2010

27 de julio: El Grande y Santo Mártir Pantaleimon, el Médico Anárgiro


Hemos celebrado hoy, queridos hermanos, la fiesta del glorioso Médico San Pantaleimon y quisiera poner a vuestra consideración los siguientes puntos en relación con el recuerdo de los gloriosos martirios de este gran Santo de nuestra Iglesia.

Vivió Panteleimon en la ciudad de Nicomedia y allí aprendió el arte y la ciencia de la Medicina. Siguiendo las palabras del Señor Jesucristo “Aquello que hiciereis a uno de estos mis pequeños a mi me lo hiciereis” y despreciando los honores que podía depararle su profesión, bajaba hasta las chozas de los más pobres para llevar el don de la salud a aquéllos que ni tan siquiera podían pensar a recurrir a un médico cuando estaban enfermos. Por ello es uno de los Santos Médicos Anárgiros, palabra que significa “sin dinero” ya que no cobraba a los pobres por sus remedios y atenciones.

No sólo esto era importante para San Pantaleimon, sino que, por medio de la gracia que llenaba su alma, sabía ver que más grave que la enfermedad del cuerpo era la del alma causante muchas veces, de los males que sufre el cuerpo.

En el momento del martirio, el Médico que pasó por Nicomedia haciendo el bien, se entregaba a los martirios contemplando los sufrimientos salvadores del verdadero Médico de las almas y los cuerpos, cuyas heridas nos curaron y cuya Sangre fue el bálsamo y la medicina sagrada que nos devolvieron la salud.

Hoy, el gran problema es que la medicina se ejerce de manera racional y apartada totalmente de la fe. Se ve sólo el cuerpo físico sin atender a la existencia del alma y del espíritu. No se ve al hombre como un todo psicosomático que necesita de una atención integral en la que la medicina del cuerpo se ha de unir a la medicina del alma.

Muchas de las enfermedades del cuerpo tienen su origen en la falta de salud del alma y poniendo tan sólo un tratamiento físico no se devuelve la salud al paciente ya que no se ataca el origen de la enfermedad. A su vez muchas enfermedades mentales son tratadas de forma agresiva mediante medicación sin intentar siquiera ver su origen espiritual.

Es por ello que los auténticos médicos cristianos trabajan íntimamente unidos con los padres espirituales, el médico del cuerpo con el médico del alma, obteniendo así resultados asombrosos. Así lo confiman los propios médicos que nos dicen la enorme diferencia que existe, por ejemplo, en los tratamientos contra el cáncer aplicados a personas llenas de fe. Lo mismo ocurre en casos en los que el tumor se ve reducido y hasta desaparece cuando la persona pone en paz su alma y tras perdonar alguna ofensa recibida es capaz de abandonar sus sentimientos de culpabilidad llenándose del aire nuevo que le aporta la Gracia. Así mismo son muchos los que aquejados en nuestra sociedad moderna y desquiciada por depresiones y severos problemas psiquiátricos, recobran la salud por medio del ayuno, la oración, la confesión y la comunión frecuente, liberándose de los demonios que lo atormentaban y a los cuales no se podía enfrentar por estar drogado y sobre-medicado, lo que mermaba todas sus capacidades fiscas y psíquicas para poder salir de su enfermedad.

También es algo muy evidente la pronta recuperación de aquellos que estado enfermos, tienen personas que ofrecen oraciones por ellos, especialmente en la Divina Liturgia y en los oficios de Paráclesis. Estas personas saben que no están solas en su lucha contra la enfermedad, les da fuerzas el saber que hay muchos detrás de él pidiendo por su salud a nuestro Señor por intercesión de su Santísima Madre y de los Santos.
Normalmente en nuestra sociedad todo esto se rechaza, se ve como una mera superstición, pero bien saben los buenos médicos ortodoxos cuan grande es la fuerza de la oración.

Hay un caso que no quisiera dejar de contar. Un padre se entera con gran dolor de que a su hija pequeña le han detectado un tumor cerebral que resulta inoperable. El hombre lleno de fe acudió a la que es la Fuente de la Vida a pedir por su hija pequeña, asistía siempre a las paráclesis que se hacían en su parroquia pidiendo por su salud y siempre entregaba el papel con su nombre para que el sacerdote pidiera por su curación en la Divina Liturgia. Al inicio de la Gran Cuaresma, con la bendición de su padre espiritual, y por la salud de su hija prometió seguir ayunando el resto de su vida. Su fe eran tan grande que era como un carbón ardiendo en el que el incienso de su oración se quemaba ascendiendo hasta el trono de que nos trajo la salud.

Ante el asombro de todos, el tumor maligno fue poco a poco decreciendo hasta hacerse casi imperceptible, dándole el médico el alta al cabo de unos meses.

Muchos años guardo aquel padre su promesa pero poco a poco, unas veces un poco de carne un día, un yogurt otro, descuidó su voto hecho a Dios. Volvieron poco a poco los dolores a la niña ya convertida en joven. Se hicieron pruebas, análisis, y el mismo médico, ahora jefe de oncología del hospital, al ver el historial y recordar el caso, llamó al padre y le dijo que en sus manos estaba que aquello volviera al orden de nuevo. Avergonzado el padre corrió a postrarse ante el icono de la Panaghia, guardando ayuno estricto hasta el día de su muerte muchos años después.

Esto asombra al que no es creyente, el de mente racional sonríe compasivo por la credulidad de los fieles. Yo le preguntaba a un Padre el porqué en otros tiempos los milagros eran más frecuentes y el Padre me respondía que simplemente porque la gente tenía fe, empezando por el médico que no se avergonzaba en recomendar la confesión y la Santa comunión antes de una operación o de iniciar un tratamiento.

Pidamos hoy al Señor, por intercesión del Gran Mártir y Médico Anargiro San Pantaleimon, que nos conceda la salud del alma y del cuerpo y sobre todo, la virtud de la fe.

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