domingo, 19 de septiembre de 2010

San Juan Crisóstomo: Sobre la educación de los hijos.


Si de por sí ya tenemos una gran responsabilidad cuando se habla de ayudar a los demás, porque se dice "Que cada uno piense no en sí mismo, sino en los demás" (I Corintios, 10, 24), es aún mucho más grande la responsabilidad que tenemos en relación a nuestros hijos. ¿No te los envié - nos pide cuentas Dios - y no los tuviste desde el comienzo? ¿No te nombré guía, protector, maestro y tutor de ellos? ¿No te dí poder sobre ellos? ¿No te mandé que los formaras y educaras de la forma debida, desde que eran pequeños? ¿Qué perdón esperas recibir, si los dejaste tomar el camino equivocado y se perdieron? ¿Qué más puedes decir? ¿Que es difícil y algunas veces a penas podías enfrentar la situación?

Debías pensarlo antes, cuando el niño es obediente y escucha con un corazón amoroso. Entonces debías haberlo educado con atención, para acostumbrarlo como es debido, para corregirle cualquier debilidad. Cuando ese trabajo era más fácil, entonces debías haber cortado la maleza, entonces, cuando era pequeño y los problemas no eran difíciles de resolver, problemas que de no haber sido descuidados, no hubieran llegado a complicarse.
Nuestros hijos son un gran tesoro. Tengamos, entonces, mucho cuidado con ellos y hagamos todo lo posible por no perderlos, porque el astuto está atento a engañarlos. ¿Qué hacemos hoy por ellos? Precisamente lo que no debemos.

Cuando se trata de nuestros bienes materiales, cuidamos ponerlos en manos de quien consideramos confiable y honorable. No mostramos, aún así, la misma preocupación por lo más precioso que tenemos, nuestros niños. No buscamos para nuestro hijo un buen pedagogo que no lo deje apartarse de la sabiduría. Y, sin embargo, nuestros hijos son siempre nuestro haber más importante y por ellos hacemos todo lo que hacemos.

Por los bienes que les vamos a dejar nos desvivimos, pero por ellos mismos, no. ¿Ves qué forma retorcida de ver las cosas tenemos? Cuida el alma de tu hijo y el resto vendrá por sí mismo. Si el alma no es buena, entonces ningún bien le será útil. Pero, si el alma ha sido fortalecida con la fe, llena de virtud y limpia, entonces ni siquiera la pobreza le podrá afectar.

Extraído y traducido de, "Parinti, copii si cresterea lor", San Juan Crisóstomo

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