sábado, 27 de noviembre de 2010

Domingo XXX después de Pentecostés: Comentario al Apóstol


Colosenses 6, 12-16

12 Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revestíos de sentimientos de profunda compasión. Practicad la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. 13 Soportaos los unos a los otros, y perdonaos mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. 14 Sobre todo, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. 15 Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones: esa paz a la que habéis sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivid en la acción de gracias. 16 Que la Palabra de Cristo resida en vosotros con toda su riqueza. Instruiros en la verdadera sabiduría, corrigiéndoos los unos a los otros. Cantad a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados. 17 Todo lo que podáis decir o realizar, hacedlo siempre en nombre del Señor Jesús, dando gracias por él a Dios Padre.

El Apóstol San Pablo, en la lectura de la semana pasada, hacía referencia a la gran lucha espiritual de los cristianos con el enemigo del hombre, el diablo, y nos animaba a resistir contra sus asechanzas e insidias. Estamos en guerra, más es una guerra invisible y no por ello menos feroz y agotadora. Por haber perdido su batalla en los cielos y por su odio a Dios, su objetivo es destruir la creación y a los que somos la obra de las manos de Dios. Busca nuestra perdición eterna y hemos de estar siempre alerta para poder resistirnos. Él domina este mundo, grandes multitudes de pobres desgraciados que sin saberlo han caído en sus redes y son sus esclavos por el pecado, viviendo en la oscuridad y las tinieblas.

Hemos de poner nuestra fuerza en la alianza que tenemos con el Señor pues de ahí es de donde surge nuestro poder, ya que el hombre por si mismo no puede resistirse y cae en la tentación. Nosotros en cambio hemos de revestirnos como los soldados, con la armadura divina y levantar nuestras armas para ser capaces de resistir las argucias del maligno: "Dejemos, pues, las obras de las tinieblas, y revistámonos de las armas de la luz" (Ro. 13, 12).

Los ejercicios que nos preparan para esta lucha son la antítesis de las actitudes que imperan en el mundo que nos rodea: la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia en contra del odio, la soberbia, la dureza de corazón y la angustia y desesperación. Y sobre todo ejercitémonos en la práctica de la que es la principal de las virtudes: la caridad que es la que lo perfecciona todo, la que da fortaleza y sostiene la vida cristiana uniendo a los que formamos el Cuerpo de Cristo, al Iglesia. Así, revestidos de las virtudes, escuchando asiduamente la Palabra de Dios y meditándola en nuestros corazones, participando en la oración y alabanza de la Iglesia y realizando buenas obras, nada habremos de temer

Nada hemos de temer si estamos al lado de Cristo, el Amante de la humanidad, el que lo venció desde el árbol de la Cruz con su muerte y su resurrección.

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