sábado, 29 de enero de 2011

DOMINGO DE ZAQUEO

Lc 19, 1-10

Y habiendo entrado Jesús, paseaba por Jericó. Y he aquí un hombre, llamado Zaqueo; y éste era uno de los principales entre los publicanos, y rico. Y procuraba ver a Jesús quién fuese; y no podía por la mucha gente, porque era pequeño de estatura. Y corriendo delante, se subió en un sicomoro para verle, porque por allí había de pasar. Y cuando llegó Jesús a aquel lugar, alzando los ojos le vio, y le dijo: "Zaqueo, desciende presto, porque es menester hoy hospedarme en tu casa". Y él descendió apresurado y le recibió gozoso. Y viendo esto, todos murmuraban, diciendo que había ido a posar a casa de un pecador. Mas Zaqueo, presentándose al Señor, le dijo: "Señor, la mitad de cuanto tengo doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, le vuelvo cuatro tantos más". Y Jesús le dijo: "Hoy ha venido la salud a esta casa; porque él también es hijo de Abraham. Pues el Hijo del hombre vino a buscar, y a salvar lo que había perecido".

La Salvación, a pesar de que es el don más grande de Dios, su regalo más precioso otorgado al género humano, por respeto a la libertad que también le ha sido dada, necesita de la aceptación y colaboración del hombre. Dios quiere que todos los hombres se salven (I Tim 2, 4) más por desgracia muchos se niegan a esta salvación que ha de desear nuestro corazón y que se logra con nuestro esfuerzo, con la ascesis. El vino a todos, es lo que vemos en el Evangelio de hoy, más sólo uno es el que busca al Salvador y la salvación que ofrece: Zaqueo.

Zaqueo era recaudador de impuestos. En su época era uno de los peores oficios que se podía ejercer ya que era un colaboracionista del poder de Roma que había invadido Israel. Además había pagado por el cargo y la ganancia que obtenía era a partir de subir lo prescrito desde Roma. A los ojos del pueblo era un pecador, un ladrón legitimado por el poder pagano de Roma, y por ello era separado del pueblo y despreciado.

Por el bien de este pecador estaba Jesús en Jericó y el deseo de salvación de nuestro Redentor, se encontró con la tierra fértil y preparada del corazón de Zaqueo. Deseaba con toda sus fuerzas ver a Jesús pero todo eran dificultades: su pequeña estatura, la gente que le rodeaba…Más nada le importó, ni el que dirían los demás, ni las barreras físicas, ni lo que en ese momento le dictara su razón. Sólo su corazón que ardía. Por ello se sube al sicomoro, se olvida de su situación, de sus riquezas y sin preocuparse de los comentarios de la gente se planta arriba del árbol. Sólo le importaba ver a Jesús, al Mesías.

Si queremos salvarnos, hemos de volver nuestros ojos hacia el Salvador, Jesús Cristo, hemos de superar los obstáculos y barreras que suponen nuestros pecados. Nuestra esperanza es que Cristo ha venido a llamar a los pecadores al arrepentimiento. San Juan Crisóstomo nos dice: “El inocente trata con los culpables, la fuente de la justicia con la avaricia, que es fundamento de perversidad; cuando ha entrado en la casa del publicano, no sufre ofensa alguna por la nebulosidad de la avaricia; antes al contrario hace desaparecer la avaricia con el brillo de su justicia.”

La voluntad de Dios se encuentra con la voluntad del hombre, el deseo salvador con el deseo de ser salvado. El amor de Dios se encuentra con el arrepentimiento del hombre vencido por su pecado y le ofrece su mano redentora. Zaqueo se sube al sicomoro, el árbol estéril que no da frutos y se convierte él en su único fruto; se desapega de la tierra y asciende a la altura del espíritu para poder encontrarse con Dios logrando aquello que deseaba, y escucha la voz del Redentor que le dice: "Zaqueo, desciende presto, porque es menester hoy hospedarme en tu casa."

Rápidamente responde ya que la respuesta a la salvación ha de ser inmediata. La demora es peligrosa. Muchos son los que piden el don del arrepentimiento, muchos son los que buscan salvarse, más cuando esa salvación se les ofrece llega la duda, el momento de la tentación. Como la mujer de Lot, aunque saben que detrás de ellos dejan la muerte y la destrucción, vuelven los ojos para mirar el pecado que abandonan. El aplazamiento, las escusas no son más que frustración, dolor por aquello que abandonan y esta actitud lleva al desastre espiritual ya que el maligno enemigo espera este momento para tentar, para hacer caer al que ya ha subido y precipitarlo de nuevo al abismo del pecado. Zaqueo responde rápidamente, tiene el corazón lleno de alegría y le abre de par en par a Jesús las puertas de su casa. Ha aprovechado su momento de gracia, su día de salvación. Y no sólo eso sino que su bienvenida va acompañada de los frutos necesarios de la penitencia y el arrepentimiento, no sólo hay palabras, hay hechos. Responde al ofrecimiento de Dios con su propia oferta que es acción de gracias y signo de su conversión: "Señor, la mitad de cuanto tengo doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, le vuelvo cuatro tantos más". Pone remedio a su pecado, rectifica el mal que hizo. La verdadera conversión supone el cambio de vida y la compensación del daño producido. Se cambian los frutos de la avaricia por los del amor.

El arrepentimiento de Zaqueo es motivo de alegría para él y para toda su familia: “Hoy ha venido la salud a esta casa.” Es salvación para él y para los suyos. Y esto es muy importante pues nuestros hechos no sólo nos afectan a nosotros si no también a aquéllos que nos rodean. Nuestro pecado afecta a los demás, nuestra salvación también, pues la luz que arde en nuestros corazones encendida por la gracia ilumina aquéllos que están a nuestro lado.

Respondamos, hoy a esta llamada de salvación, arrepintámonos de corazón de nuestros pecados, pongámonos en camino dispuestos a aprovechar este santo tiempo que se acerca y encomendémonos a la poderosa intercesión de los tres Santos Jerarcas, Faros luminosos, luces encendidas del Espíritu Santo que han sido puestas por Dios en lo alto de su Iglesia para iluminar a los creyentes en el resplandor de la santa Fe Ortodoxa: Basilio el Grande, Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo, las tres lámparas en las que arde la triple luz de la Santísima Trinidad, Luz del mundo. Ellos defendieron a la Iglesia de las tinieblas del error, de la oscuridad de la herejía, de la muerte que supone el separase de la única y verdadera Viña que es Cristo. Ellos nos dan su testimonio de caridad y ejemplo en la lucha contra la corrupción tanto en el gobierno de los pueblos como dentro de la misma Iglesia.

No hay mejor manera de celebrar la memoria de estos santos que tomando el tesoro que nos dejaron es sus escritos, Ahí es donde está la verdadera teología. Ellos son los Padres Teóforos, los portadores de Dios y sus palabras que recogen la tradición recibida de los Apóstoles es para nosotros el agua que calma la sed de nuestro corazón.

Que ellos intercedan siempre por nosotros y rueguen para que permanezcamos fieles a nuestra Santa Fe Ortodoxa que ellos defendieron con sus palabras y sus vidas. Amén.

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