miércoles, 14 de septiembre de 2011

En la fiesta de la Exaltación de la Santísima Cruz

Icono de la Santa Cruz con partículas de
la Verdadera Cruz que se venera en
la parroquia de Alicante
San Cirilo de Jerusalén y la Santa Cruz.

«Cualquier acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero el máximo motivo de gloria es la cruz. Así lo expresa con acierto Pablo, que tan bien sabía de ello: “lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Cristo” (Gál 6,14).


«Fue, ciertamente, digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio lo afectó a él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado?… En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres.

«Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos de ella. Por­que “el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para nosotros salvación”. Para los que están en vías de perdición es necedad, mas para nosotros, que estamos en vías de salvación, es fuerza de Dios (1Cor 1,23-24). Porque el que moría por nosotros no era un hom­bre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre.

«En otro tiempo, aquel cordero sacrificado por orden de Moisés alejaba al exterminador; con mucha más razón, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo nos li­brará del pecado. Si la sangre de una oveja irracional fue signo de salvación, ¿cuánto más salvadora no será la san­gre del Unigénito?

«Él no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza, sino voluntariamente. Oye lo que dice: “soy libre para dar mi vida y libre para volverla a tomar. Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recupe­rarla” (Jn 10,17-18). Fue, pues, a la pasión por su libre determinación, contento con la gran obra que iba a realizar, consciente del triunfo que iba a obtener, gozoso por la salvación de los hombres; al no rechazar la cruz, daba la salvación al mundo. El que sufría no era un hombre vil, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio de su obediencia.

«Por lo tanto, que la cruz sea tu gozo no sólo en tiempo de paz; también en tiempo de persecución has de tener la misma confianza, de lo contrario, serías amigo de Jesús en tiempo de paz y enemigo suyo en tiempo de guerra. Ahora recibes el perdón de tus pecados y las gracias que te otorga la munificencia de tu rey. Cuando sobrevenga la lucha, pelea denodadamente por tu rey.

«Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú ¿no te crucificarás por él, que fue clavado en la cruz por amor a ti? No eres tú quien le haces un favor a él, ya que tú has recibido primero. Lo que haces es de­volverle el favor, saldando la deuda que tienes con aquel que por ti fue crucificado en el Gólgota».

(Catequesis de Jerusalén 13,1.3.6.23: MG 33, 771-774. 779. 802)

El bautismo nos hace participar de la Pasión sagrada y de la Resurrección gloriosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.


«Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como Cristo desde la cruz fue llevado al sepulcro. Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua y otras tantas fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo…

«Por eso os cuadra admirablemente lo que dijo Salomón, a propósito de otras cosas: “tiempo de nacer, tiempo de morir” (Ecl 3,2). Pero a vosotros os pasó esto en orden inverso: tuvisteis un tiempo de morir y un tiempo de nacer, aunque en realidad un mismo instante os dio ambas cosas, y vuestro nacimiento se realizó junto con vuestra muerte.

«¡Oh maravilla nueva e inaudita! Nosotros no hemos muerto ni hemos sido sepultados, ni hemos resucitado después de crucificados, en el sentido material de estas expresiones, pero, al imitar estas realidades en imagen hemos obtenido así la salvación verdadera. Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación.

«¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue el que recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores… “¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte” (Rm 6,34)».

(Catequesis de Jerusalén 20, Mystagogica 2,4-6: MG 33, 1079-1082)

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