lunes, 21 de noviembre de 2011

Cuidaos porque esta noche Dios puede pediros cuentas.


Dos cosas son las que condena el Señor en la actitud del hombre del Evangelio: Por un lado su egoísmo y por otro su pensamiento material.

En realidad, si aplicamos la verdad que nos muestra Cristo en este Evangelio descubrimos que no es necesario ser rico, en el sentido en el que lo entendemos actualmente, para vernos reflejados en ese hombre que después de haber tenido una gran cosecha, se ve disfrutando de la buena vida.

El problema, el gran pecado es el egoísmo, vio sus riquezas reunidas, el grano que había recogido y lo primero en lo que piensa es en construir unos graneros más grandes para acumular sus bienes. En ningún momento se para agradecer a Dios esos bienes que le han sido concedidos. Gratitud al Creador de todas las cosas, que hizo a la tierra fecunda, que hizo crecer los granos, derramó las lluvias que hicieron mullida la tierra en la que fueron plantados y que hace salir el sol cada día para que con su calor de vida a todo lo que crece bajo su luz.

¡Por cuantas cosas tendría que haber glorificado y haberle dado gracias aquel rico a Dios! Sin embargo, Dios está fuera de su mente, él se considera el autor de todo.

Y a esta ingratitud hacia Dios hay que añadir el que nadie, ni sus vecinos, ni amigos entren en sus planes. En su mente y corazón sólo hay sitio para él mismo. Esta es la locura de la que habla el Evangelio, la insensatez, la enfermedad del corazón y el alma.

Su locura es anteponer lo material a todo lo demás, a Dios, a los demás, a su propia alma. Su descanso está puesto en lo que ha de llenar los graneros, eso es lo que él cree que le permitirá descansar y será causa de su alegría.

Más que es lo que contemplamos a nuestro alrededor. ¿Son estas cosas materiales las que causan la alegría en el hombre, son las que conceden la paz al alma? No, las riquezas materiales, su acumulación no producen más que intranquilidad, desasosiego. Por la posesión de las cosas materiales los hombres se matan entre ellos, los países entran en guerra. El que tiene mira a su alrededor con recelo y su corazón enfermo cada vez quiere más.

Nuestra sociedad, alejada de los valores del Evangelio, nuestra sociedad, que ha dado la espalda a Dios, el hombre se mira a si mismo incapaz de reconocer los beneficios que Dios le otorga y olvida que si esos bienes se le dan es para que los comparta.

El Evangelio nos enseña a huir del egoísmo y a poner en el centro de nuestras vidas a Dios. Él creo la hermosura de la creación, puso cada cosa en su orden y nosotros queremos y pretendemos ocupar su lugar, pensando que somos el centro del universo.

Nada más que tenemos que mirar a nuestro alrededor y más en estos días en los que comienza el ayuno de la Navidad. Todo se prepara para incitar a gastar a la gente incluso el dinero que no tiene, los centros comerciales, las tiendas se llenan de mensajes que incitan al hombre a mirarse así mismo olvidando que el verdadero sentido de la Navidad es el de Dios que se hace hombre para traernos lo verdaderamente importante la redención y salvación de nuestras almas .

En cualquier momento Dios puede llamarnos a su presencia, nada de lo que hayamos atesorado en esta tierra podremos llevárnoslo con nosotros, todo lo que hayamos acumulado se quedará aquí, el único tesoro que podremos llevarnos serán nuestras buenas obras, nuestro amor a Dios y a los hombres nuestros hermanos.

Pidamos a Dios que nos ayude a comprender este misterio y pidamos a la madre de Dios que nos acompañe. Ella fue llevada al templo en cumplimiento de la promesa hecha por sus padres a Dios, despreciando las cosas de este mundo se entregó completamente a Dios, por su ascesis y oración se liberó de las pasiones y ataduras de este mundo manteniendo la lámpara encendida de la fe.

Ella, que fue alimentada con pan celestial por el ángel, nos conduzca al alimento que da la vida, al Pan bajado del cielo, Cristo nuestro Dios, al que llevó en su seno y para cuyo nacimiento nos preparamos con ayuno y oración.

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