sábado, 21 de enero de 2012

Homilia Vísperas: Domingo 32 después de Pentecostés

II Timoteo 4, 9-15

Veámos que es lo que nos dice el apóstol Pablo en la lectura de este domingo. A primera vista nos aparece como una queja continua. Sus colaboradores y personas de confianza lo han abvadonado, sólo ha quedado a su lado el evangelista Lucas.

La situación eque está viviendo san Pablo es la de los momentos cercanos a su martirio en Roma. Ante este peligro se ve abandonado. Demas lo deja por amor a este siglo, o sea da la espalda a Dios y a los trabajos apostólicos de anunciar el Reino de los Cielos por el amor a las cosas terrenales. Eran momentos difíciles, amenazaba la persecución de la que será víctima el Apóstol, vivían en suma pobreza y estrechez y ante esta situación vuelve a las glorias, vanidades y tesoros de este mundo. Crescente y Tito han marchado a sus respectivas Iglesias. Sólo Lucas, como decíamos antes permanece a su lado.

De la estrechez en la que vive el Apóstol en sus últimos momentos da fe el hecho de que pida que le traigan una capa que se dejó en Troade, pues ni tenía, ni disponía de dinero para poder comprar otra.

Y no sólo son las carencias materiales, sino también uno de los peligros que han amenzado a la Iglesia desde sus mismos comienzos, el de la herejía. La palabra "herejía" en su significado original, se refire al hecho de preferir o discurrir según las propias ideas y esto es precisamente lo que dice el Apóstol de Alejandro, que no sólo se opuso y contradijo las palabras de San Pablo, sino que se opuso a él buscando su daño y su mal. Esto ha sido una constante en la vida de la Iglesia. Los herejes se han separado de la fe de la Iglesia y han preferido sus propias ideás, han abandonado la verdadera Teología, para crearse su propia teología separada de lo transmitido por los Apóstoles y rabiosos, impulsado por los demonios, han perseguido a aquellos que profesaban la verdadera fe. Más el Señor pagará a cada uno según sus obras y no dejará sin castigo a aquellos que se levantan en contra de los que anuncian el Elvangelio.

El consejo de San Pablo a Timoteo es claro: Huye de él, apártate del que ha causado perjuicios y daños a la Iglesia y se ha opuesto al Evangelio de Cristo. En otra de sus cartas dirá “No os juntéis bajo el yugo desigual con los que no creen. Pues ¿qué tienen en común la justicia y la iniquidad? ¿ O en que coinciden la Luz y las tinieblas? ¿Qué concordia Cristo y Belial? ¿Oh que comunión puede tenerel que cree con el que no cree? (II Cor 6, 14-15)

Todos abandonaron al Apóstol en los momentos de peligro y dificultad. Esta es una constante pues si el Señor se quedó solo completamente en el Huerto de Getsemaní, traicionado por uno de los suyos, ¿no iba a ocurrirle lo mismo a sus siervos? Ás, si él les perdonó, ¿no habremos también de hacerlo nosotros tal y como lo hace el Apóstol?.

Más el Santo Apóstol Pablo, ante esta situación de abandono y necesidad en la que se encuentra no cae abatido por la tristeza y el desánimo. “El Señor me asitió y me fortaleció”, y por qué Dios es nuestra única esperanza, por qué sólo hemos de depositar nuestra confianza en Él.

Porque Él es el verdadero Dios

El único Dios verdadero, Creador del cielo y de la tierra que todo lo sostiene y conserva, dador de vida, Señor del universo, Dios Todopoderoso y Padre Nuestro. No está muerto como los falsos ídolos, habitáculos de los demonios, que tienen ojos y no ven, que tienen boca y no hablan. Él es el Dios vivo que escucha los suspiros de nuestro corazón, que atiende y alivia los dolores de los que sufren. Todo sucede bajo sus ojos vigilantes, Señor de la Historia y del tiempo y según su voluntad.

Por que Él es nuestro Salvador y Redentor.

No es sólo el Creador que sostiene lo creado, sino que es también el salvador y Redentor de los que creen en Él. Así el Apóstol pablo nos dirá: “Fui librado de las fauces del león (del demonio). El Señor me librará de toda obra mala y me salvará para su Reino celestial.” Para ello se encarnó liberándonos del fango del pecado que oscurecía nuestra imagen creada a imagen de Dios. Por su muerte en la Cruz reciben los que creen la absolución, la redención y la vida eterna. Él abrió las puertas del Paraíso no sólo para el Buen Ladrón, sino para todo el que cree en Él y se arrepiente siceramente, pues Él quiere “Que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la Verdad” (I Tim 2, 4)

Porque Él es el salvador de la muerte

El Dios en quien creemos y esperamos es el Señor de la vida y de la muerte. Por ello no hemos de tener miedo a nada, ni a la muerte. Él cuando está ya cercano su fin, abandonado de todos, en gran necesidad escribe esta carta, más no teme al leon, no teme a los perseguidores y mucho menos teme a la muerte. Ha arriesgado en muchos momentos su vida por el anuncio del Evangelio y ahora espera “la salvación para el Reino celestial”.

No hemos de esperar en nada ni en nadie, sólo en Él que ha resucitado de entre los muertos, Él que nos librará de la red del cazador, de todo mal y peligro. Él que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y d ela muerte.

Por eso estamos llamados a vivir en Dios pues Él es Dios de vivos, no de muertos y la muerte del hombre es el pecado pues el la causa de la muerte eterna. Él nos fortalece con la gracia y nosotrotros hemos de volvernos hacia Él con arrepentimiento y humildad para tener vida y vida en abundancia.

“A Él sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén”

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