lunes, 5 de mayo de 2014

Mensaje de Pascua del Patriarca Irineo y el Santo Sínodo de Serbia

 

 


Este día es la primavera de nuestras almas: Cristo brilla como el sol desde la tumba, ha rechazado la tempestad tenebrosa de nuestros pecados

¡Magnifiquémosle y cantémosle, pues se ha cubierto de gloria! (Canto del oficio de Pascua)

Después de un invierno largo y frío, las primeras ramas de la primavera, toda la naturaleza y el conjunto de la creación divina se regocijan expuestos al sol, sus cálidos rayos y su energía que ilumina y calienta a todos y a todo, sin distinción. Entonces, todo glorifica al Señor, que ha dado el sol y la primavera. También nosotros, queridos hermanos, hermanas e hijos espirituales, después de un invierno de pecado glacial y terrible –en particular después de la inmolación del Dios-Hombre, Jesucristo, el día del Viernes Santo en el Gólgota- al ver hoy a Cristo Resucitado, exclámennos alegremente y cantemos: ¡Este día es la primavera de nuestras almas! ¡Cristo –Sol de vida venido de Oriente- ha resucitado de la tumba y está radiante! ha rechazado la tempestad tenebrosa de nuestros pecados. ¡Magnifiquémosle y cantémosle, pues se ha cubierto de gloria!

Por ello estamos hoy rebosantes de alegría y con los ángeles en los cielos y con todos los habitantes de este mundo, cantamos triunfalmente: “!Cristo ha resucitado de los muertos, por su muerte ha vencido a la muerte, y a los que están en las tumbas les ha dado la vida!”.

Entre los numerosos nombres con los que los poetas de la Iglesia exaltan al Cristo Resucitado, retenemos el de Primavera. Es llamado así en justicia, porque el Señor Jesucristo es la primavera de nuestra vida nueva. No es una composición poética fortuita; no se trata de la primavera como estación del año, sino de una concepción de la primavera como inicio de una vida nueva de la naturaleza y de todo lo que forma parte.

Hasta la resurrección de Jesucristo, es decir hasta su descenso preliminar a los infiernos, estábamos encadenados al invierno del pecado y de la muerte. La muerte reinaba sobre nosotros. Al descender a la tumba, ha roto las cadenas del pecado y de la muerte y nos ha liberado. Al explicar el misterio divino-humano del descenso de Cristo Salvador a la tumba, su estancia allí abajo y su resurrección, el santo apóstol Pablo pregunta triunfalmente: “¿Muerte, dónde está tu victoria? dónde tu aguijón?” (1 Cor 15, 55)

En el misterio de la Resurrección, es decir en el misterio del Señor Resucitado, es donde se encuentra nuestra victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo. Por ello era necesario que Cristo se hiciera Enmanuel (Dios con nosotros), que revistiera personalmente toda nuestra naturaleza humana y que la uniera indisolublemente e indudablemente a la naturaleza divina en su Persona divino-humana única para que, como Dios-hombre, triunfe del pecado de desobediencia cometido por Adán hacia Dios Padre, y erradique así las consecuencias del pecado original. ¡Cristo Dios-hombre, y no Dios solamente o el hombre sólo, ha vencido a Satán, el pecado y la muerte! El misterio de esta victoria, lo había anunciado el Señor en el momento de la tentación sufrida después de su bautismo en el Jordán, diciendo: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (Mt 4, 10).

Al rememorar estas verdades evangélicas, os invitamos hoy, en este día de la Resurrección, a uniros verdadera y auténticamente a la Vida nueva y eterna, a la Primavera nueva y eterna, al Señor Cristo: “Que nadie llore hoy por causa de sus pecados y de sus faltas, pues el perdón brilla desde la tumba” exclama San Juan Crisóstomo. Que nadie tema más a la muerte pues hemos sido liberados por el Salvador, que por su muerte sobre la cruz ha vencido a la muerte y ha liberado a aquellos sobre los que reinaba. Celebramos hoy a Cristo Resucitado. Celebramos la muerte de la muerte, celebramos la destrucción de los infiernos, celebramos el inicio de la vida nueva, celebramos a Aquel que es el origen de todo esto, el Único bendito y glorificado por los siglos de los siglos.

Sobre la verdad de la resurrección de Cristo Salvador, quien por su resurrección de los muertos se ha establecido no solo como piedra angular de su Iglesia sino también de la fe de todos nosotros -que hemos sido bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y des Espíritu Santo-, está fundada toda nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.

Creemos y confesamos a Aquel que ha resucitado de los muertos el tercer día, según las Escrituras. Sin el Señor Cristo resucitado, nuestra fe sería no solamente vacía sino que hubiera explotado como burbujas de jabón. El santo apóstol Pablo, que ha vivido una experiencia particular con el Señor Jesucristo verdadero y resucitado, concluye: “Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados” (1 Cor 15,17). Esta es la fe experimentada por el Apóstol de las naciones y la Iglesia de Cristo. Que Dios nos conceda también, al encontrar hoy al Cristo resucitado, cantar con fuerza y sin temor: ¡Cristo ha resucitado!

A diferencia del apóstol Pablo, los demás santos apóstoles que han vivido la tragedia del Viernes Santo y las mujeres mirróforas han vivido de forma diferente la resurrección de Cristo. Ante la noticia de que Cristo había resucitado y que se había manifestado a Cefas, es decir al apóstol Pedro y a algunas mujeres, el temor y el espanto se apoderó de ellos. Tomás fue quien fue más lejos en la duda de que el Señor había resucitado, y sin pensar demasiado dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20, 25). ¡Nada extraordinario y extraño si recordamos las pruebas espirituales y los sufrimientos que los santos apóstoles habían sufrido! El juicio terrible del Viernes Santo, el juicio de Dios-hombre Cristo, ha dejado consecuencias más terribles aún sobre los santos apóstoles y sobre los que le seguían y esperaban que los iba a liberar de las cadenas del yugo romano. Su esperanza y su fe habían vacilado mientras contemplaban el juicio terrible que afrontaba y veían a ese hombre impío y brutal juzgar y condenar a la crucifixión a su maestro, el Salvador del mundo, amigo de los hombres. El temor estaba en el interior y el exterior, el temor al Sanedrín, a Poncio Pilatos, a los judíos, ¡el temor estaba por todas partes! El temor se había apoderado de los discípulos y los apóstoles, que se habían dispersado por todos lados como ovejas sin pastor. Conociendo bien sus corazones, sus temores y sus pensamientos, el Señor se aparece entre ellos y les anuncia que ha resucitado y les recomienda: “¡Ánimo!: yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33). E igualmente: “¡No seáis incrédulos, sed creyentes!”

Hoy, hermanos y hermanas, Cristo viene hacia nosotros, que estamos atemorizados y asustados por el orden y el desorden mundial, por los inquisidores grandes y pequeños, como también por los nuevos Pilatos, que juzgan y condenan la verdad y la justicia y amenazan la herencia de Dios sobre la tierra de un nuevo Gólgota. Pero también a nosotros nos encarece: ““¡Ánimo!: yo he vencido al mundo” Reconozcamos con fe en Él a Aquel que ha triunfado sobre todos los pecados, sobre toda muerte y sobre todas las injusticias, tengamos valor y no temamos a aquellos que, no sabiendo lo que hacen, se preguntan además: ¿Y qué es la Verdad? En cuanto a nosotros, hemos creído en el Señor resucitado como la Verdad de las verdades, reunidos hoy alrededor de Él en el Sión espiritual, le glorificamos y le magnificamos pues han ido hacia Él “todas las luces iluminadas por Dios, venidas del Oeste, del Norte y de los mares como también de Oriente, lo celebran a través de los siglos”. Hoy, es el día de la Resurrección, ¡que seamos iluminados por esta celebración! Exclama un poeta de la Iglesia, que añade: “¡Abracémonos los unos a los otros, llamémos hermanos incluso a los que nos odian y perdonemos todo a todos en el nombre de la Resurrección!”

Que de nuestras gargantas, pero antes de nuestros corazones, venga el canto de glorificación de Cristo, que nos ha celebrado. Con el saludo triunfal y alegre: “!Cristo ha resucitado!” os saludamos a todos de nuevo, queridos hijos de San Sava, que vivís en nuestra patria o dispersos a través del mundo. Pascua es la fiesta de la unidad panortodoxa y de la comunidad de todos los cristianos. En el nombre de Cristo Resucitado os llamamos a la unidad y a la concordia en su Iglesia. El que no está en unión con la Iglesia que Cristo ha fundado con su sangre, no está con Él, el Cristo Señor. Sin Cristo, no hay Iglesia, pues la Iglesia no existe nunca sin Cristo. Tampoco hay salvación fuera de la Iglesia. Fuera de la Iglesia, el hombre está aislado, “librado a sí mismo”, sin techo, con su insumisión hacia Dios y la Iglesia, su egoísmo y su oposición al Espíritu Santo, como Adán expulsado del paraíso. El mismo Señor identifica a tales hombres con las puertas del infierno que no triunfaran sobre la Iglesia de Dios.

Saludamos particularmente a nuestros hermanos y hermanos sufrientes de Kosovo y Metojia que, aunque encadenados por la falta de libertad, la ausencia de derechos y la discriminación, celebran hoy con nosotros la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, de Cristo Resucitado sobre las fuerzas demoniacas de las tinieblas.

Con el mismo amor en el Señor Cristo Resucitado y con cálidas oraciones, saludamos hoy a los hermanos y hermanas de la República Serbia, de la federación de Bosnia-Herzegovina, de Montenegro, de Eslovenia y de la ex-república yugoslava de Macedonia, en particular a estos últimos que, con su cabeza el arzobispo injustamente encarcelado, sufren por la unidad de la Iglesia y la pureza de la fe ortodoxa.

Particularmente hoy, pedimos a Aquel que ha vencido al pecado, la muerte y las injusticias de los hombres, por nuestros hermanos y hermanas en Cristo Señor del Próximo Oriente, Bosnia- Herzegovina y Ucrania, deseando y orando para que la luz de la Resurrección de Cristo dispersen las tinieblas del pecado que se han desplegado sobre Ucrania e ilumine el espíritu y el alma de los que siembran el odio hacia la santa Ortodoxia y el pueblo ortodoxo ruso.

Que el Señor Cristo Resucitado rompa las cadenas de la injusticia, de la iniquidad y de la hipocresía con las que los hijos de la iniquidad han encadenado al arzobispo de Ojrida y metropolita de Skopije, Msr. Jovan a quién por nuestra intermediación se dirigen los saludos de todo el universo ortodoxo y del conjunto del mundo apasionado por la justicia.

Orando al Señor Cristo Resucitado para que el amor de Dios os impregne siempre y sin cesar, os dirigimos de nuevo y con todo el corazón el saludo que es más importante que cualquier otro: !CRISTO HA RESUCITADO!

En el patriarcado Serbio, en Belgrado – Pascua 2014

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