miércoles, 27 de febrero de 2019



EL JUICIO FINAL

El hijo pródigo reconoció su culpa y se levantó y volvió a la casa de su Padre. Lleno de dolor por los pecados cometidos, se postró ante Él suplicando su perdón que reconocía humilde que no merecía. Tocó fondo, llegó a lo más humillante que podía haber para un judío: cuidar cerdos. ¿Y qué es si no el pecado? La humillación más terrible, la miseria más baja, la enfermedad mortal para el cuerpo y el alma. Pero reconoce su pecado y la bajeza a la que le ha conducido y se acuerda de su Padre. Así el pecador que reconoce su culpa, se levanta y arrepentido vuelve a la Iglesia implorando la misericordia de Dios, la derrama a raudales sobre él por medio del misterio saludable de la penitencia por el que recuperamos la túnica resplandeciente del bautismo, el anillo de la filiación divina y participamos en el banquete en el que Cristo se nos ofrece como alimento de salvación.

Pero, ¡Ay! Mirad, que llegará el día terrible del Juicio. Después del domingo del Hijo Pródigo se nos presenta la realidad última, el momento culmen hacia el camina la Historia en que Cristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Ninguno de nosotros escapará a este momento terrible en el que los muertos se levantarán de sus tumbas y junto a los vivos se pondrán delante del justo Juez ante el cual no valdrán escusas. La misericordia que se nos ofrecía en vida, se tornará en justicia; la oportunidad de arrepentimiento que rechazábamos mientras vivíamos ya no se nos ofrecerá y ante nosotros aparecerán todas nuestras obras. Escucharemos la justa sentencia y si no nos arrepentimos en su momento, si no cambiamos de vida, si no volvimos a la casa del Padre con lágrimas en los ojos y contrición el corazón, si no cambió nuestra vida y nos condujimos según los mandamientos del Evangelio, escucharemos la terrible sentencia: "Ve, maldito, al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles".

¿Cómo podemos describir todo esto sino es con lágrimas en los ojos? ¿Tan duro es nuestro corazón que no hacemos caso de las enseñanzas del Divino Maestro? ¿Cómo podemos ser tan necios para engañarnos una y otra vez diciéndonos: ya cambiaré mi vida más adelante? ¿No sabes que está noche puedes ser llamado a presentarte ante Dios?


Este es el tiempo propicio, este es el tiempo de la misericordia, este es el tiempo saludable en el que se nos ofrece la sanación. ¡No lo despreciemos!