sábado, 23 de octubre de 2010

Comentarios de san Ambrosio y San Agustín al Evangelio del Endemoniado de Gerasa



Lc 8,26-39

Y abordaron a la tierra de los Gerasenos, que está enfrente de la Galilea. Y luego que saltó en tierra fue a El un hombre que tenía el demonio hacía largo tiempo, y no vestía ropa ninguna, ni habitaba su casa, sino en los sepulcros. Este, luego que vio a Jesús, se postró delante de El, y exclamando en alta voz, dijo: "¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús Hijo del Dios Altísimo? Ruégote que no me atormentes". Pues mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre, que agitaba con violencia mucho tiempo hacía. Y aunque le tenían encerrado y atado con cadenas y con grillos, rompía las prisiones y era llevado por el demonio a los desiertos. Y Jesús le preguntó, diciendo: "¿Qué nombre tienes tú?" Y él respondió: "Legión": porque habían entrado en él muchos demonios. Y le rogaron, que no les mandase ir al abismo. Andaba allí una grande piara de cerdos paciendo en el monte, y le rogaban que les permitiese entrar en ellos. Y se lo permitió. Salieron, pues, los demonios del hombre y entraron en los cerdos, y luego los cerdos se arrojaron por un despeñadero impetuosamente en el lago y se ahogaron. Cuando esto vieron los pastores, huyeron y lo dijeron en la ciudad y por las granjas. Y salieron a ver lo que había sido, y vieron a Jesús, y hallaron sentado al hombre de quien habían salido los demonios, que estaba vestido, y en su juicio, a los pies de El y temieron. Y les contaron, los que lo habían visto, cómo había sido librado de la legión. Y le rogó toda la gente del territorio de los Gerasenos que se retirase de ellos, porque tenían grande miedo, y El subió en el barco y se volvió. Y el hombre de quien habían salido los demonios, le rogaba por estar con El. Mas Jesús le despidió, diciendo: "Vuelve a tu casa, y cuenta cuán grande merced ha hecho Dios contigo". Y fue diciendo por toda la ciudad cuánto bien le había hecho Jesús.



San Ambrosio. Aún cuando no hay conformidad respecto del número de los curados por Jesucristo entre San Lucas y San Mateo, sin embargo, están conformes en el misterio. Pues del mismo modo que éste, que tenía el demonio, es figura del pueblo gentil; del mismo modo también los dos eran figura de dos pueblos gentiles porque, aunque Noé engendró tres hijos, Sem, Cam y Jafet, sola la familia de Sem fue llamada a la posesión de Dios, y de los otros dos salieron los pueblos de diversas naciones. El pueblo tenía desde mucho tiempo el demonio, puesto que desde el diluvio hasta la venida del Señor era cruelmente atormentado. Estaba también desnudo, porque había perdido el manto de su naturaleza y de la virtud.

San Agustín. No habitaba en la casa, esto es, no descansaba en su conciencia; residía en los sepulcros, porque se gozaba en las obras muertas (esto es, en los pecados)

San Ambrosio. ¿O qué son los cuerpos de los malos, sino ciertos sepulcros, en donde no mora la palabra de Dios?

San Agustín. Los grillos y las cadenas de hierro que ligaban sus miembros, representan las leyes duras y pesadas de los gentiles, que reprimen también el crimen en sus repúblicas. Que, rotos tales vínculos, era llevado por los demonios al desierto, significa que, traspasadas también aquellas leyes, era llevado por la pasión a tales crímenes que ya excedían la costumbre vulgar. La legión de demonios que había en él es figura de los gentiles, que adoraban a muchos demonios. Y el permiso que se concedió a los demonios para que entrasen en los cuerpos de los puercos, que pacían en el monte, representa a los hombres inmundos y soberbios, a quienes domina el diablo por medio del culto de los ídolos.

San Ambrosio. Son puercos todos aquellos que, parecidos a animales inmundos, privados de razón y de la palabra, manchan el brillo de sus virtudes naturales con los actos impuros de su vida.

San Agustín. Fueron precipitados en el lago para significar que la Iglesia está ya purificada y que, librado el pueblo gentil de la dominación de los demonios, los que no quisieron creer en Cristo, sumergidos en una ciega y profunda necedad, se van a los abismos a celebrar sus ritos sacrílegos.

San Ambrosio. Se precipitan con ímpetu, porque no son retenidos por la consideración de ningún mérito; sino que como arrojados de lo alto por la pendiente de la iniquidad, perecen ahogados en las olas de este mundo. Ni puede haber comercio vital de espíritu alguno en aquellos que son llevados de aquí para allá por las agitadas olas de la voluptuosidad. Vemos, pues, que el hombre es el autor de su desgracia; porque si no viviese como los puercos, nunca el demonio recibiría poder sobre él; y si le recibiera, no sería para perderle sino para probarle. Y acaso el demonio que, después de la venida del Señor, no puede seducir a los buenos, no busca ya la ruina de todos los hombres, sino tan sólo la de los más débiles, así como el ladrón no ataca a los armados, sino a los inermes. Los pastores de aquellos, rebaños apenas, vieron esto huyeron. Ni los filósofos, ni los príncipes de la sinagoga pueden traer remedio a los pueblos que perecen. Sólo Jesucristo es quien puede librar a los pueblos del pecado.

San Agustín O los pastores de los puercos, que huyendo anunciaron todo esto, representan ciertos jefes de los impíos que, aunque no observan la ley del cristianismo admiran, sin embargo, y anuncian con asombro su poder entre los gentiles. Los gerasenos que, conociendo lo que había pasado, sobrecogidos de espanto, ruegan a Jesús que se aleje de ellos, representan a la multitud encenegada en sus inveteradas pasiones, que honra la ley cristiana, pero que no quiere abrazarla, diciendo que no la puede cumplir, admirando, no obstante, al pueblo fiel, curado en su perdido estado antiguo.

San Ambrosio. O la ciudad de los gerasenos representa la sinagoga, que le rogaba se alejase, porque era grande su temor; pues el espíritu enfermo no comprende la palabra de Dios, ni puede resistir el peso de la sabiduría. Y por lo tanto el Señor no molestó por más tiempo, sino que subió de las cosas inferiores a las superiores; esto es, de la sinagoga a la Iglesia. Se volvió por el lago, porque ninguno pasa sin peligro de condenación de la Iglesia a la sinagoga; mas el que quiera pasar de la sinagoga a la Iglesia, que lleve su cruz para evitar el peligro.

San Agustín. Por aquel hombre curado, que quería permanecer con Cristo, y a quien se dice: "Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grande merced ha hecho Dios contigo", hay que entender que cada uno, después del perdón de los pecados, debe volver a entrar en la buena conciencia como en una casa y servir al Evangelio para la salvación de los demás a fin de descansar un día con Cristo, no sea que, queriendo estar con El antes de tiempo, descuide el ministerio de la predicación, acomodado a la salvación de sus hermanos.

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