lunes, 31 de octubre de 2022

MANTENER EL CUERPO SANO

  

La contención de las pasiones es mejor que cualquier medicina; y prolonga la vida. Solicitasteis tratamiento y aquí está el tratamiento. Corred a la Madre de Dios y ella os mantendrá siempre en un estado de alegría.

La salud no depende solo de la alimentación, sino sobre todo de la tranquilidad. La vida en Dios, desprendiéndose de las olas del mundo, llena el corazón con la paz y, por lo tanto, mantiene el cuerpo en un buen estado de salud. La inquietud del espíritu y las pasiones estropean la sangre y dañan radicalmente la salud. El ayuno y, en general, la vida vivida en ayuno es el mejor medio para conservar la salud y su florecimiento.

Y así, ten siempre en tu mente este pensamiento y te salvarás: ¡aquí viene la muerte!

 (San Teofan el Recluso , Sabios Consejos , Editorial Egumenita, pp. 281-282)

ALIMENTO PARA EL ALMA


Lucas 7, 36-50

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él, y, entrando en su casa, se puso a la mesa. Y he aquí que llegó una mujer pecadora que había en la ciudad, la cual, sabiendo que estaba a la mesa del fariseo, con un pomo de alabastro de ungüento, se puso detrás de Él junto a sus pies, llorando, y comenzó a bañar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el ungüento. Viendo lo cual, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: Si éste fuera profeta, conocería quién y cuál es la mujer que le toca, porque es una pecadora. Tomando Jesús la palabra, le dijo: Simón, tengo una cosa que decirte. Él dijo: Maestro, habla. Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios; el otro, cincuenta.  No teniendo ellos con qué pagar, se lo condonó a ambos. ¿Quién, pues, le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Supongo que aquel a quien condonó más. Le dijo: Bien has respondido. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, y tú no me diste agua a los pies; mas ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el ósculo de paz, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con óleo, y ésta ha ungido mis pies con ungüento. Por lo cual te digo que le son perdonados sus muchos pecados porque amó mucho. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Comenzaron los convidados a decir entre sí: ¿Quién es éste para perdonar los pecados? Y dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz.

 

San Anfiloquio de Iconio, Homilía sobre la mujer pecadora: PG 61, 745-751.

Dios no nos pide otra cosa que la conversión.

 

Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. ¡Oh gracia inenarrable!, ¡oh inefable bondad! Él es médico y cura todas las enfermedades, para ser útil a todos: buenos y malos, ingratos y agradecidos. Por lo cual, invitado ahora por un fariseo, entra en aquella casa hasta el momento repleta de males. Dondequiera que moraba un fariseo, allí había un antro de maldad, una cueva de pecadores, el aposento de la arrogancia. Pero, aunque la casa de aquel fariseo reuniese todas estas condiciones, el Señor no desdeñó aceptar la invitación. Y con razón.

Accede prontamente a la invitación del fariseo, y lo hace con delicadeza, sin reprocharle su conducta: en primer lugar, porque quería santificar a los invitados, y también al anfitrión, a su familia y la misma esplendidez de los manjares; en segundo lugar, acepta la invitación del fariseo porque sabía que iba a acudir una meretriz y había de hacer ostensión de su férvido y ardiente anhelo de conversión, para que, deplorando ella sus pecados en presencia de los letrados y los fariseos, le brindara oportunidad de enseñarles a ellos cómo hay que aplacar a Dios con lágrimas por los pecados cometidos.

Y una mujer de la ciudad, una pecadora —dice—, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas. Alabemos, pues, a esta mujer que se ha granjeado el aplauso de todo el mundo. Tocó aquellos pies inmaculados, compartiendo con Juan el cuerpo de Cristo. Aquél, efectivamente, se apoyó sobre el pecho, de donde sacó la doctrina divina; ésta, en cambio, se abrazó a aquellos pies que por nosotros recorrían los caminos de la vida.

Por su parte, Cristo —que no se pronuncia sobre el pecado, pero alaba la penitencia; que no castiga el pasado, sino que sondea el porvenir—, haciendo caso omiso de las maldades pasadas, honra a la mujer, encomia su conversión, justifica sus lágrimas y premia su buen propósito; en cambio, el fariseo, al ver el milagro queda desconcertado y, trabajado por la envidia, se niega a admitir la conversión de aquella mujer: más aún, se desata en improperios contra la que así honraba al Señor, arroja el descrédito contra la dignidad del que era honrado, tachándolo de ignorante: Si Éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando.

Jesús, tomando la palabra, se dirige al fariseo enfrascado en tal tipo de murmuraciones: Simón, tengo algo que decirte. ¡Oh gracia inefable!, ¡oh inenarrable bondad! Dios y el hombre dialogan: Cristo plantea un problema y traza una norma de bondad, para vencer la maldad del fariseo. El respondió: Dímelo, maestro. Un prestamista tenía dos deudores. Fíjate en la sabiduría de Dios: ni siquiera nombra a la mujer, para que el fariseo no falsee intencionadamente la respuesta. Uno —dice— le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, les perdonó a los dos. Perdonó a los que no tenían, no a los que no querían: una cosa es no tener y otra muy distinta no querer. Un ejemplo: Dios no nos pide otra cosa que la conversión: por eso quiere que estemos siempre alegres y nos demos prisa en acudir a la penitencia. Ahora bien, si teniendo voluntad de convertirnos, la multitud de nuestros pecados pone de manifiesto lo inadecuado de nuestro arrepentimiento, no porque no queremos sino porque no podemos, entonces nos perdona la deuda. Como no tenían con qué pagar, les perdonó a los dos.

¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: —Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo: —Has juzgado rectamente. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: —¿Ves a esta mujer pecadora, a la que tú rechazas y a la que yo acojo? Desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados. Porque tú, al recibirme como invitado, no me honraste con un beso, no me perfumaste con ungüento; ésta, en cambio, que impetró el olvido de sus muchos pecados, me ha hecho los honores hasta con sus lágrimas.

Por tanto, todos los aquí presentes, imitad lo que habéis oído y emulad el llanto de esta meretriz. Lavaos el cuerpo no con el agua, sino con las lágrimas; no os vistáis el manto de seda, sino la incontaminada túnica de la continencia, para que consigáis idéntica gloria, dando gracias al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él la gloria, el honor y la adoración, con el Padre y el Espíritu Santo ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

 

Autor anónimo de Siria, Homilías anónimas sobre la pecadora, 1, 4.5.19.26.28.

 «Como no tenían con qué pagar los perdonó a los dos» (Lc 7,42).

 

El amor de Dios, sale al encuentro de los pecadores, es proclamado a nosotros por una mujer pecadora. Pues llamando a ella, es a toda nuestra raza a quien Cristo invita al amor; y en su persona, son todos los pecadores los que atrae a su perdón. Él le habla a ella sola; pero convida a su gracia a la creación entera…

¿Qué no será tocado por la misericordia de Cristo, Él que, por salvar a una pecadora, acepta la invitación de un fariseo? A causa de ésta, hambrienta de perdón, Él mismo quiere tener hambre en la mesa de Simón el fariseo, entonces, bajo la apariencia de una mesa de pan, él había preparado a la pecadora una mesa de arrepentimiento…

A fin de que sea así para ti, toma conciencia que tu pecado es grande, pero desesperar de tu perdón cuando tu pecado te parece muy grande, es blasfemar contra Dios y hacerte daño a ti mismo. Pues si Él ha prometido perdonar tus pecados sea cual sea su nombre, ¿vas tú a decirle que no puedes creer y declararle: «Mi pecado es muy grande para que Tú lo perdones. Tú no puedes curarme de mis males»? Allí, párate y grita con el profeta: “Yo he pecado contra ti, Señor”(Sal 50,6). Inmediatamente te responderá: “Yo he pasado por encima de tu falta, no morirás”. A Él la gloria por todos nosotros, en los siglos. Amén.

 

San Macario de Egipto, Homilías espirituales 30,9

«He entrado en tu casa…» (Lc 7,44).

 

Acojamos a nuestro Dios y Salvador, el verdadero médico, el único capaz de curar nuestras almas, él que tanto sufrió por nosotros. Llama sin cesar a la puerta de nuestro corazón para que le abramos y le dejemos entrar, para que descanse en nuestras almas, nos lave los pies y los envuelva de perfume y se quede con nosotros. En un lugar del evangelio, Jesús reprende a uno que no le había lavado los pies, y en otro lugar dice: “Mira que estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa…” (Ap 3,20) Por esto ha soportado tantos sufrimientos, ha entregado su cuerpo a la muerte y nos ha rescatado de la esclavitud: para venir a nosotros y morar en nosotros.

Por esto, el Señor dice a los que en el día del juicio estarán a su izquierda, condenados al infierno: “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me alojasteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.” (Mt 25,42-43) Porque su alimento, su bebida, su vestido, su techo, su descanso están en nuestro corazón. De ahí que está llamando sin cesar, queriendo entrar. Acojámosle, pues, e introduzcámosle dentro de nosotros, ya que él es también nuestro alimento, nuestra bebida, nuestra vida eterna.

Y toda persona que no lo acoge ahora en su interior, para que ahí descanse, o mejor dicho, para que ella descanse en él, no heredará el Reino de los cielos con los santos; no podrá entrar en la ciudad celestial. Pero tú, Señor Jesucristo, danos poder entrar para gloria de tu nombre, junto con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Sobre el arrepentimiento

 

San Simeón el Nuevo Teólogo, Himnos, Epístolas y Capítulos.

 

Lloro y mi corazón es traspasado cuando la luz brilla sobre mí, y veo mi pobreza, y sé dónde estoy, y en qué clase de mundo mortal habito siendo mortal; y me deleito y me regocijo cuando entiendo el estado y la gloria que Dios me ha dado, y me considero como un ángel del Señor ataviado todo con ropa inmaterial. Entonces, el gozo enciende mi anhelo de Dios que me lo da y me cambia, y el anhelo hace brotar ríos de lágrimas y me ilumina aún más. Escuchad, vosotros que, como yo, habéis pecado contra Dios, esforzaos y corred con esfuerzo en vuestras obras para recibir y echar mano sobre la materia del fuego inmaterial, y al decir "materia" os mostré el ser divino - y encended el cirio de la mente vuestras almas para que seáis soles que alumbran en el mundo (Mateo 14, 43; Filipenses 2, 15), aunque de ninguna manera sois vistos por los que están en el mundo, para que seáis semejantes a dioses que tengáis en vosotros toda la gloria de Dios, sin falta en dos seres, en dos naturalezas, en dos obras y en dos voluntades, como dice Pablo (Efesios 2, 3; Romanos 7-8); porque una es la voluntad del cuerpo que fluye, otra es la del Señor y otra es la de mi alma".

 

Orígenes, Homilías sobre el Libro de los Números, Homilía XXIII, Cap. II.

 

¡Cuánta alegría prueba, diría yo, cuando el que fue cínico se vuelve inmaculado y el que fue injusto valora la justicia, el que fue infiel se vuelve piadoso! Todas estas conversiones personales dan lugar a celebraciones para Dios. No hay duda de que nuestro Señor Jesucristo, que derramó su sangre por nuestra salvación, celebra la mayor de todas las fiestas cuando ve que no se desperdició el que Él tomara forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte (Filipenses 2, 7). -8). El Espíritu Santo también celebra ver multiplicarse las iglesias que le fueron preparadas, a través de la conversión a Dios. ¿Qué diremos de los ángeles, de quienes se dice que celebran una nueva festividad en cada conversión? ¿no es así? y para ellos es una gran fiesta cuando se regocijan en el cielo por un pecador que se arrepiente, más que noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento (Lc 15, 7). Por supuesto, los ángeles también celebran una gran fiesta, regocijándose de que aquéllos que han escapado de las garras del demonio, viviendo las virtudes, se apresuren a entrar en la comunión de los ángeles.


viernes, 28 de octubre de 2022

MALDITO HALLOWEEN

 Año tras año, me parece una lucha de esas que se consideran como la pelea de Don Quijote contra los molinos de viento (las víctimas de la ESO y posteriores, pueden encontrarla en el libro de D. Miguel de Cervantes del mismo nombre) y lo que más me asombra, este año en particular, es el exacerbado ardor de las/los profesores de primaria e infantil por introducirla con calzador en los colegios. Sobre todo, me llama muchísimo la atención, que gente que se llena la boca diciendo que hemos de conservar y guardar las tradiciones, bla, bla, bla… se afanen tanto por introducir esta “americanada” de mal gusto. En el cole de primaria que hay cerca de mi casa, admiraba asombrado la cabeza arrancada del cuerpo de una muñeca, manchada de sangre artificial y colgada de los pelos por la puerta por donde entran a su clase los niños de infantil. Las calabazas, pueden resultar graciosas (las prefiero en buñuelos) pero esto me parece algo innecesario y de mal gusto. Algunas madres protestaban, pero luego son las mismas que se afanan en montar una fiesta con los mismos siniestros decorados.

Para los que se interesan tanto en los colegios e institutos por el “Conservemos nuestras tradiciones” algunas ideas, aunque no lean estas líneas:

Esta fiesta gira en torno a los difuntos, pero no ha sido nunca algo macabro y dantesco. Los cementerios en España en estos días se convierten en auténticos jardines llenos de flores y lamparillas en memoria de los familiares que ya no están. Una actividad podría ser que los niños investigasen sobre sus abuelos, bisabuelos, y familiares difuntos, que buscasen fotos, anécdotas sobre ellos, en que trabajaban, sus apodos… Todo esto forma parte de su historia familiar, de lo que ellos son.

Taller de cocina en el que se puede aprender a hacer buñuelos con esas hermosas calabazas que aparecen en los campos y jardines. Buñuelos de calabaza, calabazas asadas con miel, buñuelos de viento, huesos de santo… La gastronomía de estos días es más que rica en nuestra tierra.

La visita al cementerio: Como decían antes, los cementerios en estos días son lugares llenos de flores, totalmente alejados de lo que ellos presentan con sus decorados tétricos de fantasmas, zombis y vampiros. Allí están las personas que tanto quisimos en nuestras vidas, los abuelos, los padres, las personas que hicieron posible que estemos aquí.

 Me quedo con nuestra fiesta, hermosa, tradicional, llena de recuerdos de aquéllos a los que quisimos y seguimos queriendo. De flores y cálidas velas en recuerdo de mi padre, de mis abuelos, de los tíos… Me quedo con los buñuelos (sin azúcar, claro). Vosotros quedaros con la muerte, con lo cutre, lo tétrico y feo, yo me quedo con la vida y la esperanza de que volveremos a juntarnos un día y que será para siempre.













ALIMENTO PARA EL ALMA

 

Lucas 7, 31-35

 En aquel tiempo dijo el Señor: ¿A quién, pues, compararé yo a los hombres de esta generación y a quién son semejantes? Son semejantes a los muchachos que, sentados en la plaza, invitan a los otros diciendo: Os tocamos la flauta, y no danzasteis; os cantamos lamentaciones, y no llorasteis. Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decíais: Tiene demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Es comilón y bebedor de vino, amigo de publícanos y pecadores. Y la sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos.

 

San Basilio el Grande, Grandes Reglas Monásticas, prólogo.

 Regla: Dios nos llama a la conversión incansablemente.

 «Todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón» (Lc 7,35).

 

Hermanos, no permanezcamos en la despreocupación y la relajación; no dejemos ligeramente, para mañana o aún para más tarde, para comenzar a hacer lo que debemos. “Ahora es la hora favorable, dice el apóstol Pablo, ahora es el día de la salvación» (II Co 6,2). Actualmente es, para nosotros, el tiempo de la penitencia, más tarde será el de la recompensa; ahora es el tiempo de la perseverancia, un día llegará el de la consolación. Dios viene ahora para ayudar a los que se alejan del bien; más adelante Él será el juez de nuestros actos, de nuestras palabras y de nuestros pensamientos como hombres. Hoy nos aprovechamos de su paciencia; en el día de la resurrección conoceremos sus justos juicios, cuando cada uno reciba lo que corresponda a nuestras obras.

 ¿Hasta cuándo esperamos decidirnos a obedecer a Cristo que nos llama a su Reino celestial? ¿No nos vamos a purificar? ¿No vamos a dejar de una vez este género de vida que llevamos para seguir a fondo el Evangelio?… Pretendemos desear el Reinado de Dios, pero sin preocuparnos demasiado por los medios a emplear para conseguirlo.

 Aún más, por la vanidad de nuestro espíritu, sin preocuparnos lo más mínimo por observar los mandamientos del Señor, nos creemos ser dignos de recibir las mismas recompensas que aquellos que han resistido al pecado hasta la muerte. Pero ¿quién en tiempo de la siembra ha podido quedarse sentado y dormir en casa, y después recoger con los brazos bien abiertos las gavillas segadas? ¿Quién ha vendimiado sin haber plantado y cultivado la viña? Los frutos son para los que han trabajado; las recompensas y las coronas para los que han vencido. ¿Es que alguna vez alguien ha coronado a un atleta sin que éste ni tan sólo se haya revestido para combatir con el adversario? Y, por consiguiente, no sólo es necesario vencer sino también “luchar según las reglas”, como lo dice el apóstol Pablo (2Tes 114,5), es decir, según los mandamientos que nos han sido dados…

 Dios es bueno, pero también es justo: ”El Señor ama la justicia y el derecho” (Sal 32,5); por eso “Señor voy a cantar la bondad y la justicia (Sal 100, 1)… Fíjate con que discernimiento el Señor usa de la bondad. No es misericordioso sin más ni más, no juzga sin piedad, porque “el Señor es benigno y justo” (Sal 114,5). No tengamos, pues, de Dios una idea equivocada; su amor por los hombres no debe ser para nosotros pretexto de negligencia.

 

San Ambrosio de Milán, Cartas, Carta XXXVII, 5; 29; 31-32

 “(El sabio) no cambia ante el poder de otro, no se enorgullece de las victorias y no se derrumba por las derrotas. Donde hay sabiduría, hay fuerza de alma; hay constancia y valentía. El alma del sabio permanece inmutable, no se apoca ni se engrandece por el cambio de las cosas, no mira las cosas sólo superficialmente, como un niño, no se deja llevar por las modas de las nuevas enseñanzas, sino que permanece en Cristo, teniendo el fundamento de la gracia y las raíces de la fe. Por tanto, el sabio no se estremece ante algunas carencias, no conoce los diversos cambios del alma, sino que resplandecerá como el Sol de justicia en el Reino del Padre (Mateo 13, 43).

 (...) ¿Quién es sabio, sino aquél que ha llegado a los mismos misterios de la Deidad y conoce los secretos de la sabiduría que le han sido revelados? Sabio es sólo aquél que ha tomado a Dios como su guía para conocer la morada de la verdad. El hombre mortal se convirtió por gracia en heredero y seguidor del Dios Inmortal, siendo partícipe de los gozos celestiales, como está escrito: Para esto tu Dios te ungió con óleo de alegría más que a tus compañeros (Salmos 44, 9).

 (...) Por tanto, el pecador es esclavo del miedo, esclavo de la lujuria, esclavo es de la codicia, esclavo del placer, esclavo de la malicia, y os parece que así es libre, aunque está más esclavizado que el que se encuentra bajo la tiranía de un amo cruel. Los que viven de acuerdo con las leyes son libres. La verdadera ley es la palabra justa, la verdadera ley no está tallada en piedra, ni cincelada en bronce, sino impresa en los pensamientos y fijada en los sentimientos. Así, el sabio no está bajo la ley, sino que la ley está bajo él, teniendo en su corazón la obra de la ley escrita con pluma y artificio de la naturaleza (Romanos 2, 14-15). ¿Es nuestra ceguera tan grande que no vemos las claras apariencias de las cosas y los rostros de las virtudes? Si pueblos enteros se someten a las leyes humanas para ser partícipes de la libertad, ¿Cómo es posible que los sabios abandonen la verdadera ley de la naturaleza, mostrada a imagen de Dios, y el verdadero pensamiento de la libertad, ya que en éstos hay tanta libertad que desde la niñez no sabemos servir a los vicios, porque somos ajenos al odio, desprovistos de codicia, ignorantes de las lujurias? ¡Qué desgracia, pues, que, nacidos en libertad, muramos en la esclavitud!

 

Homilía XXXVIII sobre el Cantar de los Cantares.

 «¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación?» (Lc 7,31).

 El Apóstol Pablo dice: “Lo que algunos tienen es ignorancia de Dios” (1Co 15,34). Yo digo, que permanecen en esta ignorancia todos aquéllos que no quieren convertirse a Dios. Ellos rechazan esta conversión por la única razón de que imaginan a Dios solemne y severo cuando es todo suavidad; ellos lo imaginan duro e implacable cuando es todo misericordia; creen que es violento y terrible cuando es adorable. Así el impío se engaña a sí mismo y se fabrica un ídolo en vez de conocer a Dios tal cual es.

 ¿Qué teme esta gente de poca fe? ¿Qué Dios no querrá perdonar sus pecados? Pero si Él mismo, con sus propias manos, los clavó en la cruz (Col 2,14). ¿Qué pueden temer todavía? ¿Ser ellos mismos débiles y vulnerables? Pero si Él conoce muy bien la arcilla con que nos ha hecho. ¿De qué tienen miedo? ¿De estar demasiado acostumbrados al mal para abandonar las costumbres de la carne? Mas si el Señor libera a los cautivos (Sal 145,7). ¿Temen por tanto que Dios, irritado por la inmensidad de sus faltas, vacile en tenderles una mano que los socorra? Pero si allí donde abundó el pecado, la gracia sobreabundó (Rm 5, 20). ¿Quizá la preocupación por el vestido, el alimento y otras necesidades de su vida, les impide separarse de sus bienes? Dios sabe que tenemos necesidad de todo esto (Mt 6, 32). ¿Qué más quieren? ¿Cuál es el obstáculo para su salvación? Ignoran a Dios, no creen en nuestra palabra. Por tanto, es necesario que se fíen de la experiencia de los demás.

 

San Siluan Athonita, Escritos, «Adán, ¿dónde estás?»

 Responder a las llamadas del Señor.

 Mi alma desfallece por el Señor, y le busco con lágrimas. ¿Cómo podría no buscarte? Tú has sido el primero en encontrarme. Me has dado poder vivir la dulzura de tu Espíritu, y mi alma te ha amado. Tú, Señor, ves mis penas y mis lágrimas. Si Tú no me hubieras atraído con tu amor, no te buscaría así como te busco. Pero tu Espíritu me ha concedido poderte conocer, y mi alma se regocija de que tú seas mi Dios y mi Señor y, hasta derramar lágrimas languidece por ti.

Señor misericordioso, Tú ves mi caída y mi dolor; pero humildemente imploro tu clemencia: derrama sobre mí, pecador como soy, la gracia de tu Espíritu. Su recuerdo lleva a mi espíritu a encontrar de nuevo tu misericordia. Señor, dame tu Espíritu para que no pierda de nuevo tu gracia, y que no me lamente, como Adán, que lloraba haber perdido a Dios y el Paraíso.

 El Espíritu de Cristo, que el Señor me ha dado, quiere la salvación de todos, desea que todos conozcan a Dios. El Señor ha dado el Paraíso al ladrón; igualmente lo dará a todo pecador. Por mis pecados soy peor que un perro sarnoso, pero he pedido al Señor que me los perdone y me ha concedido no sólo su perdón sino también el Santo Espíritu. Y en el Santo Espíritu, he conocido a Dios…

 El Señor es misericordioso; esto, lo sabe mi alma, pero es imposible describirlo. Es infinitamente manso y humilde, y cuando el alma lo ve, toda ella se transforma en amor de Dios y del prójimo; ella misma se convierte en mansa y humilde. Pero si el hombre pierde la gracia, llorará tal como lo hizo Adán cuando fue echado del Paraíso. Danos, Señor, el arrepentimiento de Adán y tu santa humildad.

 

jueves, 27 de octubre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 27 de octubre

 Lucas 7, 17-30

 En aquel tiempo, la fama de Jesús corrió por toda Judea y por todas las regiones vecinas. Los discípulos de Juan dieron a éste noticia de todas estas cosas, y, llamando Juan a dos de ellos, los envió al Señor para decirle: ¿Eres tú el que viene o esperamos a otro? Llegados a Él, le dijeron: Juan el Bautista nos envía a ti para preguntarte: ¿Eres tú el que viene o esperamos a otro? En aquella misma hora curó a muchos de sus enfermedades y males y de los espíritus malignos, y le dio la gracia de la vista a muchos ciegos; y, tomando la palabra, les dijo: Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados; y bienaventurado es quien no se escandaliza de mí. Cuando se hubieron ido los mensajeros de Juan, comenzó Jesús a decir a la muchedumbre acerca de Él: ¿Qué habéis salido a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con molicie? Los que visten suntuosamente y viven con regalo están en los palacios de los reyes. ¿Qué salisteis, pues, a ver? ¿Un profeta? Sí, y yo os digo, y más que un profeta. Éste es aquél de quien está escrito: “He aquí que yo envío delante de tu faz a mi mensajero, que preparará mi camino delante de ti.” En verdad os digo, que no hay entre los nacidos de mujer profeta más grande que Juan; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. Todo el pueblo que le escuchó y los publícanos reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan; pero los fariseos y doctores de la Ley anularon el consejo divino respecto de ellos no haciéndose bautizar por Él.

 

San Basilio el Grande, Homilías y discursos, Homilía XV, II.

 La Palabra viva, que es Dios y está con Dios (Juan 1, 2) y no fue traída a la existencia; existente antes de toda la eternidad y no adquirida después; Hijo, no posesión; Hacedor, no criatura; Constructor, no edificio; es todo lo que es el Padre. Dije: Hijo y Padre. ¡Guarda estos atributos para mí! Siendo, pues, el Hijo por la vía de la existencia, es sin embargo todo lo que es el Padre, según las palabras del Señor, que dice: Todo lo que tiene el Padre es mío (Jn 16, 15). Un retrato, en efecto, debe tener todo lo que se encuentra en su original. (...) Recibir es propio de lo creado; tener por naturaleza es propio del Engendrado. Como Hijo tiene, naturalmente, las que tiene el Padre; como el Unigénito, lo tiene todo reunido en sí mismo, sin compartirlos con otro. De esta designación de Hijo se nos ha enseñado que participa de la naturaleza del Padre. No fue creado por mandato del Padre, sino que resplandece inseparable del ser del Padre, eternamente unido al Padre, igual en bondad, igual en poder, partícipe de la gloria. ¿Qué es Él sino el sello y la imagen, mostrando en sí mismo al Padre enteramente?

 

San Ambrosio de Milán, Comentario al evangelio de Lucas, 5, SC 45.

 «¿Eres tú el que ha de venir?» (Mt 11,3)

 

El Señor, sabiendo que nadie puede alcanzar la fe en plenitud sin el evangelio, -porque, aunque la Biblia comienza con el Antiguo Testamento, alcanza su plenitud en el Nuevo Testamento-, aclara las cuestiones que se le ponen sobre él mismo más que por palabras, por sus actos. «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,4). Este testimonio está completo porque de él fue profetizado: «El Señor libera a los cautivos, da luz a los ciegos, endereza a los que ya se doblan. El Señor reina por siempre» (cf. Sal 145,7).

No obstante, estos no son más que remotos ejemplos del testimonio que Cristo nos trae. El fundamento de la fe es la cruz del Señor, su muerte, su sepultura. Es así porque, después de la respuesta que hemos citado, él dice más adelante: «... y dichoso el que no halle escándalo en mí» (Mt 11,6). En efecto, la cruz podía provocar la caída de los elegidos mismos, pero no hay testimonio más grande de una persona divina, nada que sobrepase más las fuerzas humanas que esta ofrenda de uno solo por el mundo entero. Es aquí donde el Señor se revela plenamente. Además, así lo testifica Juan: «He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

 

San Clemente de Alejandría, Protréptico I, 4-7: SC 2, 38-39.

Los cojos andan» (Lc 7,22)

Dice el apóstol Pablo: «...también nosotros fuimos en otro tiempo insensatos, rebeldes, descarriados, esclavos de toda clase de concupiscencias y placeres, llenos de maldad y de envidia; éramos aborrecidos y nos odiábamos unos a otros. Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres. Él nos salvó, no por nuestras buenas obras, sino en virtud de su misericordia...» (Tito 3,3-5). ¡Considerad la fuerza del «cántico nuevo» (Sal 149,1) del Verbo de Dios: de las piedras saca hijos de Abrahán! (cf. Mt 3,9) Los que se comportaban como bestias salvajes los transformó en hombres civilizados. Y los que estaban muertos, -que no tenían parte en la vida verdadera y real-, cuando escucharon el cántico nuevo resucitaron a la vida.

Todo lo ordenó con sabiduría y equidad... para hacer del mundo entero una sinfonía... Este descendiente de David, el músico, que existía antes que David, el Verbo de Dios, dejando el arpa y la cítara (Sal 57,9) instrumentos sin alma, afinó todo el universo, particularmente este universo en pequeño que es el hombre, su cuerpo y su alma, mediante el Espíritu Santo. Él toca este instrumento de mil voces para alabar a Dios y canta con su voz al acorde de este instrumento humano... El Señor, enviando su soplo a este hermoso instrumento que es el hombre (cf. Gn 2,7) reprodujo su propia imagen. El mismo es también un instrumento de Dios, armonioso, afinado y santo, sabiduría más allá de este mundo y Palabra que viene de lo alto. ¿Qué quiere este instrumento, el Verbo de Dios, el Señor, y su cántico nuevo? Quiere abrir los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos, conducir a los cojos y los descarriados a la justicia, manifestar a Dios a los hombres insensatos, acabar con la corrupción, vencer la muerte, reconciliar con el Padre los hijos desobedientes...

Este cantor y salvador ¡no penséis que es nuevo como un mueble o una casa son nuevos! Porque él «existía antes de la aurora» (Sal 109,3) y «Al principio ya existía la Palabra. La palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios» (Jn 1,1).

 

San Gregorio de Agrigento, Comentario sobre el Eclesiastés, 10,2

«La Buena Nueva es anunciada a los pobres» (Lc 7,22)

La luz del sol, vista con los ojos de nuestro cuerpo, anuncia el Sol espiritual, el «Sol de justicia» (Mal 3,20). Verdaderamente, es el más dulce sol que haya podido amanecer para los que, en aquel tiempo, tuvieron la dicha de ser sus discípulos, y pudieron mirarle con sus ojos todo el tiempo que él compartió la misma vida de los hombres como si fuera un hombre ordinario. Y, sin embargo, por naturaleza era Dios verdadero; por eso fue capaz de devolver la vista a los ciegos, hacer andar a los cojos y oír a los sordos; purificó a los leprosos y, con sólo una palabra, llamó a los muertos a la vida.

Y aún ahora no hay nada más dulce que fijar la mirada de nuestro espíritu sobre él para contemplar y representarse su inexpresable y divina belleza; no hay nada más dulce que estar iluminados y embellecidos por esta participación y comunión con su luz, tener el corazón pacificado, el alma santificada, y estar llenos de esta alegría divina todos los días de la vida presente. En verdad, este Sol de justicia es, para los que le miran, el proveedor del gozo, según la profecía de Isaías: «¡Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría!» Y también: «¡Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren!» (Sal 67,4; 33,1)

 

San Eusebio de Cesarea, Sobre el libro del profeta Isaías, Cap. 40: PG 24, 366-367

«¿Qué habéis salido a ver en el desierto?» (Lc 7,24)

Una voz grita en el desierto: «Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.

Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.

Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a conocimiento de todos los hombres.

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sion; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista sigue coherentemente la mención de los evangelistas.

¿Cuál es esta Sion sino aquella misma que antes se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se refiere cuando dice: El monte Sion donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os habéis acercado al monte Sion. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión?

Y esta Sion y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra.

Preocupaciones, preocupaciones y más preocupaciones.

 

Preocupaciones, preocupaciones y más preocupaciones. Miremos a nuestro alrededor e inmediatamente descubriremos de dónde provienen tantas preocupaciones. Las personas de fe tienen preocupaciones pequeñas, en tanto que los que no creen tienen preocupaciones graves, serias ¿Por qué esta diferencia? Porque las personas que sienten la presencia de Dios en su vida tienen esperanza en Él. Por eso, le elevan sus oraciones y le trasladan sus cargas y problemas, sabiéndolo Todopoderoso. Dice el salmista: “Encomienda a Dios tus cuidados y Él te sostendrá” (Salmos 54, 25).

Observemos, hermanos míos, cómo aquellos que en verdad viven felices son los que han recibido este mandamiento de Cristo y hacen todo en conformidad con Su Palabra. Al contrario, quienes hacen de todo para asegurarse los bienes materiales que creen necesitar —sin importar con qué medios—, con tal de satisfacer sus propios planes y deseos sin la ayuda de Dios, son precisamente los que más sufren por las preocupaciones. Construyen, pero una mano invisible destruye lo que edifican. Acumulan, pero un viento invisible dispersa todo. Corren, pero una fuerza prodigiosa alarga más y más su camino, alejando con cada paso la meta que se han propuesto. Por eso es que las personas sin fe se consumen pronto: envejecen antes de tiempo, se debilitan, viven cansados, pierden los nervios, su corazón sufre, su mente se llena de tinieblas, su voluntad languidece. Si les preguntas la razón de su lamentable estado, recibirás una respuesta completamente “moderna”: “Son las preocupaciones… ¡Tantas preocupaciones me están destruyendo!”. ¿Y cómo podría ser de otra manera, cuando el pobre hombre ha asumido las cargas y cuidados de Dios? Pero las responsabilidades de Dios no pueden ser asumidas sin el poder de Dios, y Sus obras no pueden realizarse sin Su sabiduría. El enano no puede adjudicarse las atribuciones del gigante, ni el hombre las de Dios.


Sf. Nicolae Velimirovici, Prin fereastra temniței, Editura Predania, București, 2009, p. 207






miércoles, 26 de octubre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 26 de octubre

 Lucas 6, 46-49; 7,1

 En aquel tiempo dijo nel Señor: ¿Por qué me decís: “Señor, Señor” y no hacéis lo que digo? Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa». Cuando terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaúm.

 

San Afraates, Explicación del Sermón de la Montaña, 19.

 «El que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, edifica sobre la roca» (cf. Lc 6,47s).

 Escúchame que voy a hablarte de la fe cimentada sobre la roca y del edificio que se levanta sobre esa roca. En efecto, el hombre comienza por creer, y cuando cree, ama; cuando ama, espera; cuando espera, es justificado; cuando está justificado, está acabado; cuando está acabado, llega a la cima. Cuando todo su edificio está levantado, llegado a la cima y acabado, llega a ser casa y templo habitado por Cristo/el Mesías. Esto es lo que dice el bienaventurado apóstol Pablo: «Sois templo de Dios, y el Espíritu de Cristo habita en vosotros» (1Cor 3,16; 6,19). Y nuestro Señor mismo dice a sus discípulos: «Vosotros estáis en mí y yo en vosotros» n 14,20).

 Cuando el edificio llega a ser casa habitada, entonces el hombre comienza a preocuparse de lo que le pide el que habita en esta casa. Es como una casa en la que vive el rey o un hombre de noble familia que lleva un nombre real. Entonces se piden para el rey todas las insignias de la realeza y todo el servicio que corresponde a su dignidad real. Nunca un rey vive en una casa vacía. Así ocurre con el hombre que ha llegado a ser casa habitada por Cristo/el Mesías: atiende a lo que conviene para el servicio del Mesías que le habita, a las cosas que le dan gusto.

 En efecto, ese hombre primero construye su edificio sobre roca, es decir, sobre el mismo Cristo. Sobre esta piedra pone su fe. El bienaventurado Pablo dice estas dos cosas: «Como hábil arquitecto coloqué el cimiento. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo» (1C 3,10.11) Y también: «El Espíritu de Cristo/el Mesías habita en vosotros» porque nuestro Señor dice: «Mi Padre y yo somos uno» (Jn 10,30). Desde entonces se realiza la palabra según la cual el Mesías habita en los hombres que creen en él, y él es el fundamento sobre el cual se levanta todo el edificio.

 

San Hilario de Poitiers, Comentario al salmo 126, PL 9, 696.

 «Arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla» (Lc 6,48).

 

«Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sl 126,1). «Sois el templo de Dios, y el Espíritu del Dios habita en vosotros» (1C 3,16). Esta casa es este templo de Dios, lleno de las enseñanzas y de las gracias de Dios, esta morada que contiene la santidad del corazón de Dios, y que el mismo profeta ha dado testimonio de ello: «Tu templo es santo, maravilloso por la justicia» (Dan 3, 53). La santidad, la justicia, la castidad del hombre son un templo para Dios.

 Esta casa, pues, debe ser construida por Dios. Una construcción levantada con el trabajo de los hombres, no dura; lo que ha sido instituido por las doctrinas de este mundo no se aguanta; nuestros vanos trabajos y nuestros desvelos son guardianes inútiles. Será preciso, pues, construir de otra manera, guardar de otro modo esta casa. Es preciso no fundamentarla sobre el suelo, sobre arena movediza; es necesario poner sus fundamentos sobre los profetas y los apóstoles.

 Es preciso levantarla con piedras vivas, mantenerla a través de la piedra angular, hacerla subir con estructuras progresivas hasta alcanzar la talla del hombre perfecto, la estatura del cuerpo de Cristo (1P 2,5; Ef 2,20; 4,12-13). Se la debe decorar con el esplendor y la belleza de las gracias espirituales. Si así debe ser construida por Dios, es decir, según sus enseñanzas, no caerá. Y esta casa se extenderá a muchas otras, porque lo que edifica cada fiel aprovecha a cada uno de nosotros para el embellecimiento y crecimiento de la ciudad bienaventurada.

 

San Ireneo de Lyon, Contra las herejías III, 24, 1-2.

 «Una casa sólidamente construida» (Lc 6,48).

 La predicación de la Iglesia presenta, desde todos los puntos de vista, una inquebrantable solidez; permanece idéntica a sí misma y se beneficia del testimonio de los profetas, de los apóstoles y de todos sus discípulos, testimonio que engloba «el principio, el entremedio y el fin», la totalidad del designio de Dios ordenado infaliblemente a la salvación de los hombres y siendo el fundamento de nuestra fe. Desde entonces, esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la conservamos con sumo cuidado… Es a esta Iglesia a la que se le ha confiado el «don de Dios» (Jn 4,10) –como el aliento que había sido confiado a la primera obra que Dios había modelado, Adán (Gn 2,7)- a fin de que todos los miembros de la Iglesia puedan participar de ella y por ella ser vivificados. Es en ella que ha sido depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, arras del don de incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escalera de nuestra ascensión a Dios: «En la Iglesia, escribe san Pablo, Dios ha colocado a los apóstoles, a los profetas, a los que tienen encargo de enseñar» y a todo el resto, por la acción del Espíritu (1Co12, 28.11).

 Porque donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia. Y el Espíritu es Verdad (1Jn 5,6). Por eso los que se excluyen de él ya no se nutren más de los pechos de su Madre para recibir la vida y ya no participan de la fuente límpida que mana del cuerpo de Cristo (Jn 7,37), sino que «se hacen cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen» (Jr 2,13)… Llegados a ser extraños a la verdad, es fatal que sigan rodando en el error y sean bamboleados por él, que… no tengan doctrina firmemente establecida, puesto que prefieren ser razonadores de palabras antes que discípulos de la verdad. Porque no están fundamentados sobre la Roca única, sino sobre arena.

 

San Juan  Crisóstomo, Homilías a Mateo, homilía LV, III.

 “Cristo pone a cada uno cara a cara con su alma. ¿De qué aprovechará si ganan el mundo, pero pierden su alma? Dime, ¿qué ganarías con ser amo, sino ver a tus siervos gozar y tú sufrir terriblemente? ¡Nada! ¡Piensa lo mismo acerca de tu alma! Cuando el cuerpo se complace y se enriquece, el alma espera su destrucción. ¿Qué dará el hombre a cambio de su alma? Cristo vuelve a insistir en lo mismo. ¿Tienes otra alma, dice el Señor, para darla a cambio de tu alma? ¡No la tengo! Si pierde dinero, aún puede reparar el daño con dinero; así es si pierdes casas, esclavos o cualquier otra cosa de tus posesiones; pero si pierdes tu alma, no puedes cambiarla por otra alma. Si tuvieras el mundo entero, si fueras el rey del mundo, no podrías comprar una sola alma, ¡incluso si le dieran todas las riquezas del mundo, junto con el mundo! ¿Y si esto le sucede al alma, lo mismo le sucede al cuerpo? ¡Si llevas innumerables coronas en tu cabeza, pero tu cuerpo está enfermo con una enfermedad incurable, no podrás curar tu cuerpo, aunque entregaras todo tu reino, innumerables cuerpos, ciudades y dinero! Piensa lo mismo sobre el alma; pero, mejor dicho, aún mucho más sobre el alma. ¡Pero deja todo a un lado y gasta todo tu celo solo en el alma!

 

San Basilio el Grande, Palabras ascéticas (III), cap. II.

 Si hubo algo útil para la edificación de las almas, sólo esto debe ser discutido; en buen orden y en el momento adecuado, y sólo por aquellas personas capaces de hacerlo. Y si alguno de los más jóvenes quiere hablar, que espere la aprobación del superior. Murmurar y hablar al oído y asentir aceptaciones, todo esto sea eliminado, siendo reprensible, porque el susurro produce la sospecha de la calumnia, y el asentir puede tomarse como prueba de que algo se insinúa secretamente contra un hermano. Y tales cosas se convierten en el comienzo del odio y la sospecha.

martes, 25 de octubre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 

25 de octubre de 2022

 Lucas 6, 37-45

 En aquel tiempo dijo el Señor: No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdona y serás perdonado; dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos, porque con la medida con la que midas, serás medido. Y también les dijo una parábola: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano, pero no consideras la viga en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacarte la astilla de tu ojo, cuando no ves la viga que está en tu propio ojo? Hipócrita, primero saca la viga de tu propio ojo y entonces verás para sacar la paja del ojo de tu hermano. Porque no hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos. Porque todo árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de las zarzas, ni uvas de los espinos. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas, y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca malas cosas. Porque de la abundancia del corazón habla la boca.

 

San Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de Lucas, 6; PG 72, 601-604.

 «El discípulo aventajado será como su maestro» (Lc 6,40).

 El discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro» Los bienaventurados discípulos estaban destinados a ser guías y maestros espirituales de toda la tierra. Debían, pues, dar prueba, más que los demás, de un fervor sobresaliente, estar familiarizados con la manera de vivir según el Evangelio y acostumbrados a practicar toda obra buena. Debían transmitir a los que instruirían la doctrina exacta, saludable y estrictamente según la verdad, después de haberla contemplado ellos mismos y haber dejado que la luz divina iluminara su inteligencia. Sin lo cual serían ciegos conduciendo a otros ciegos. Porque los que están sumergidos en las tinieblas de la ignorancia no pueden conducir al conocimiento de la verdad a los hombres que son víctimas de la misma ignorancia. Por otra parte, no querrían que cayeran todos juntos en el abismo de sus malas tendencias.

 Por eso el Señor ha querido frenar la pendiente que conduce a la jactancia que se encuentra en tanta gente, y disuadirlos de querer rivalizar con sus maestros para llegar a tener más reputación que éstos. Les dijo: «El discípulo no es más que su maestro». Aunque algunos llegaran a un grado de virtud igual a sus predecesores, deberían, sobre todo, imitar su modestia. Pablo nos da prueba de ello cuando dice: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1Co 11,1).

 Siendo así ¿por qué juzgas cuando el Maestro todavía no ha juzgado? Porque él no vino al mundo para juzgarlo (Jn 12,47) sino para salvarlo. Entendiendo esta palabra en ese sentido, viene a decir: «Si yo no juzgo, dice, tampoco juzgues tú que eres mi discípulo. Es posible que tú seas culpable de aquel a quien juzgas. ¡Qué grande será tu vergüenza al darte cuenta de ello!

 El Señor nos enseña lo mismo cuando dice: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” (Lc 6,41) Nos persuade con argumentos irrefutables de no querer juzgar a los demás y de examinar más bien nuestros corazones. Luego, nos exhorta a liberarnos de nuestras pasiones instaladas en el corazón. Dios cura a los de corazón contrito y quebrantado y nos sana de nuestras enfermedades espirituales. Porque, cuando tus pecados son más numerosos y más graves que los de los demás ¿cómo les reprochas los suyos a los hermanos?

 Todos los que quieren vivir piadosamente, y sobre todo, los que tienen que instruir a los otros, sacarán mucho provecho de este precepto. Si tienen virtud y equilibrio, dando ejemplo con su comportamiento evangélico, reprenderán con dulzura a los que todavía no han llegado hasta aquí.

 

San Efrén el Sirio, Sermón 3,2, 4-5: ed. Lamy, 3, 216-222

 «Entonces verás claro (Lc 6,42).

 Señor, con la meridiana luz de tu sabiduría disipa las tinieblas nocturnas de nuestra mente, para que, iluminada, te sirva en la renovación de nuestra vida purificada. La salida del sol señala el comienzo de las obras de los mortales; prepara tú en nuestros corazones una mansión para aquel día que no tiene ocaso. Concédenos que en nuestra persona lleguemos a ver la vida resucitada y que nada aparte nuestras mentes de tus delicias. Imprime en nuestros corazones, por nuestra asidua búsqueda de ti, el sello de ese día sin fin que no comienza con el movimiento y el curso del sol. A diario te abrazamos en tus sacramentos y te recibimos en nuestro cuerpo. Haznos dignos de sentir en nuestra persona la resurrección que esperamos. Con la gracia del bautismo hemos escondido tu tesoro en nuestros corazones […] Que seamos capaces de comprender la belleza de nuestra condición mediante esa belleza espiritual que crea tu voluntad inmortal en las mismas criaturas mortales. […] Que tu resurrección, oh Jesús, preste su grandeza a nuestro hombre espiritual (Cf. Ef 3,16); que la contemplación de tus misterios nos sirva de espejo para conocerla. (Cf. 1Co 13,12) […] Concédenos, Señor, llegar cuanto antes a nuestra ciudad y, al igual que Moisés desde la cumbre del monte, poseerla ya por tu revelación. (Dt 34,1)

 

San Agustín de Hipona, Explicación del Sermón de la Montaña, 19.

 «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (Lc 6,41).

 ¿Cómo dices a tu hermano: Deja que te saque la mota del ojo, si tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano.” (Mt 7,3ss) Es decir: Sacúdete de encima el odio. Entonces podrás corregir a aquel que amas. El evangelio dice con razón “hipócrita”. Reprender los vicios es propio de los hombres justos y buenos. Cuando lo hacen los malvados usurpan el papel de los buenos. Hacen pensar en los comediantes que esconden su identidad detrás de una máscara…

 Cuando estamos obligados a corregir o a reprender, prestemos atención escrupulosa a la siguiente pregunta: ¿No hemos caído nunca en esta falta? ¿Nos hemos curado de ella? Aún si nunca la hubiésemos cometido, acordémonos de que somos humanos y que hubiéramos podido caer en ella. Si, por el contrario, la hemos cometido en el pasado, acordémonos de nuestra fragilidad para que la benevolencia nos guíe en la corrección o la reprensión y no el odio. Independientemente de que el culpable se enmiende o no, -el resultado siempre es incierto,- por lo menos podremos estar seguros de que nuestra mirada sobre él se ha mantenido pura. Pero, si en nuestra introspección descubrimos el mismo defecto que pretendemos reprender en el otro, en lugar de corregirlo, lloremos con el culpable. No le pidamos que nos obedezca, sino invitémosle a que nos acompañe en nuestro esfuerzo de corregirnos.

 El Señor en este pasaje nos pone en estado de alerta contra el juicio temerario e injusto. Él quiere que actuemos con un corazón sencillo y que sólo a Dios dirijamos nuestra mirada. Puesto que el verdadero móvil de muchas acciones se nos escapa, sería temerario hacer juicios sobre ellas. Los que más prontamente y de manera temeraria juzgan y censuran a los demás son los que prefieren condenar antes que corregir y conducir al bien, y esto denota orgullo y mezquindad… Un hombre, por ejemplo, peca por cólera, tú le reprendes con odio. La misma distancia hay entre la cólera y el odio que entre la mota y la viga. El odio es una cólera inveterada que, con el tiempo, ha tomado esta gran dimensión y que, justamente, merece el nombre de viga. Puede ocurrirte que te encolerices, deseando corregir, pero el odio no corrige jamás…. Primeramente, echa lejos de ti el odio: después podrás corregir al que amas.

 

San Macario de Egipto, Las cincuenta homilías espirituales, homilía XV, 32-35.

 Supongamos que hay un palacio imponente, que se vuelve desolado y se llena de muertos y mucho mal olor; así es el corazón, el palacio de Cristo: gime con gran impureza y multitud de espíritus inmundos. Conviene, pues, que se reconstruya y renueve, y se preparen sus despensas. Porque allí viene Cristo Rey, junto con los ángeles y los espíritus santos, a descansar, a morar, a caminar y a establecer su Reino.

 Supongamos también un barco con mucho orden: allí el capitán conduce y ordena a todos, reprendiendo a unos y enseñando a otros. Así es el corazón, que tiene (como) capitán a la mente, la conciencia que censura los pensamientos que se acusan o defienden. Porque dice (el Apóstol): Los pensamientos se acusan o se defienden (Romanos 2, 15).

 Ves que la conciencia no aprueba los pensamientos que están sujetos al pecado, sino que inmediatamente los reprende. Ella no miente, pues ¿qué diría en el día del juicio?, sino que da testimonio (de la verdad) como quien siempre reprende. (...)

 Porque desde que Adán transgredió el mandamiento, la serpiente entró y se hizo dueña de la casa, y está al lado del alma (literalmente) como una segunda alma. Porque el Señor dice: El que no se niega a sí mismo y no aborrece su propia alma, no es mi discípulo (Lc 14, 26). El que ama su vida, la perderá (Juan 12, 25). Porque el pecado, al entrar en el alma, se hizo miembro de ella, se aferró al hombre carnal, y (por eso) nacen en el corazón muchos pensamientos impuros. Por tanto, el que hace la voluntad de su alma, hace la voluntad del corazón, porque el alma se entrelaza y se mezcla (con ella).

 

 

 

lunes, 24 de octubre de 2022

SOBRE LA ENFERMEDAD

 Sobre la enfermedad

 Pídele ayuda al médico, pero ante todo ora al Señor y a sus santos para que le den la capacidad de prescribir la medicina adecuada. Haz lo que la gente piadosa hace en tales casos. Porque no sabes dónde está escondida la ayuda de Dios para los enfermos. Tal vez Dios decidió que ella debería estar en este estado porque esto te trae la salvación, y permanecerá así toda tu vida, para salvarse a ti mismo. O tal vez el Señor envió la enfermedad por un tiempo, para probar tu fe.

 Sólo Dios sabe todo esto. La enfermedad no es una vergüenza y no es una señal de que Dios haya apartado al hombre de delante de su Rostro. Por el contrario, la enfermedad es también una misericordia divina. De Dios, todo es misericordia: ya sea la enfermedad, la pobreza o la necesidad. Debemos orar con más fervor a Dios, pero no diciendo: ¡Dame, Señor, salud!, sino: "¡Señor, que se haga tu voluntad!" ¡Gloria a ti, oh Dios! Si es tu voluntad, Señor, líbrame, y si no, hágase tu voluntad. Creo que esta enfermedad también es buena, al igual que la salud. ¡Gracias, Señor Misericordioso!

 Hay enfermedades que el Señor no permite que se curen, cuando ve que para la salvación se necesita más la enfermedad que la salud.

 

San Teofan Zăvorâtul. Extractos de cartas a pacientes que sufren de acedía. Acedia, el rostro espiritual de la depresión – Causas y remedios; Ed. Sophia, Bucarest, 2010, p. 146

 

ALIMENTO PARA EL ALMA

 

24 de octubre de 2022

 Lucas 6, 24-30

 En aquel tiempo, dijo el Señor a los judíos que habían venido a Él: ¡Ay de vosotros, ricos, que buscáis vuestro consuelo en la tierra! ¡Ay de vosotros que ahora estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de ustedes que reís hoy, porque lloraréis y os lamentaréis! ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque lo mismo hicieron sus padres con los falsos profetas. Y a vosotros que escucháis, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, orad por los que os afligen. Al que te hiera en la mejilla, vuélvele también la otra; al que te quita la túnica, no le impidas que también te quite la camisa; a quien te pida, dale; y al que toma tus cosas, no le pidas que te las devuelva.

 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Creación, Homilía L, II.

 Dime, ¿por qué nos enloquecemos con la codicia del dinero, cuando el reino de los cielos y esas bendiciones inefables están delante de nosotros? ¿Por qué preferimos las cosas temporales, esas que muchas veces no se quedan con nosotros hasta la noche, en lugar de las eternas, que siempre se quedan con nosotros? ¿Puede haber mayor locura que ésta, privarnos de los bienes eternos por el deseo temporal, y no poder disfrutar plenamente de las riquezas? Dime, por favor, ¿de qué te sirve una gran riqueza? ¿No sabes que la suma de esta riqueza no trae más que un caos de preocupaciones, molestias y vigilias? ¿No ves que estos, que están rodeados de muchas riquezas, son más que todos los hombres, por así decir, esclavos, y que temen a las sombras todos los días? La riqueza da lugar a intrigas, a enemigos, a terribles envidias y a miles y miles de males. A menudo se puede ver al que tiene innumerables talentos de oro bendiciendo al artesano que se gana la comida con el trabajo de sus manos. ¿Dónde está la alegría, la ganancia, cuando ni siquiera disfrutamos de las riquezas que tenemos, sino que perdemos bienes mayores por amor al dinero? Pero ¿por qué hablo de mayores bienes, cuando además de los males aquí, además de la pérdida de los bienes allá, somos arrojados a la Gehena? Ya no cuento los miles y miles de pecados juntados con las riquezas, las trampas, las calumnias, los secuestros, las codicias. Pero incluso si te deshicieras de todos estos pecados, algo muy, muy difícil, si, sin embargo, sólo usas el dinero y las posesiones para tu placer y no los das abundantemente a los necesitados, el fuego de Gehenna todavía te rozará. ¿Dónde está la alegría, la ganancia, cuando ni siquiera disfrutamos de las riquezas que tenemos, sino que perdemos bienes mayores por amor al dinero?

 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Creación, Homilía. XLVIII, II.

Nuestra vida no está limitada aquí en la tierra, ni estaremos siempre en esta tierra extranjera, aino que regresaremos a nuestra patria. Hagamos lo necesario para que no seamos pobres allí. ¿De qué sirve dejar mucha riqueza en un país extranjero y no tener ni siquiera lo necesario en nuestro país? Apresurémonos, por favor, mientras todavía hay tiempo para trasladar allí las riquezas del país extranjero".

viernes, 21 de octubre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 

21 de octubre

 Lucas 6, 17-23

 En aquel tiempo, después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

 

San León Magno, Sermón 95, 1-2: CCL 138A, 582-584

Sermones sobre las Bienaventuranzas: Meteré mi ley en su pecho

 Amadísimos hermanos: Al predicar nuestro Señor Jesucristo el Evangelio del reino, y al curar por toda Galilea enfermedades de toda especie, la fama de sus milagros se había extendido por toda Siria, y, de toda la Judea, inmensas multitudes acudían al médico celestial. Como a la flaqueza humana le cuesta creer lo que no ve y esperar lo que ignora, hacía falta que la divina sabiduría les concediera gracias corporales y realizara visibles milagros, para animarlos y fortalecerles, a fin de que, al palpar su poder bienhechor, pudieran reconocer que su doctrina era salvadora.

 Queriendo, pues, el Señor convenir las curaciones externas en remedios internos y llegar, después de sanar los cuerpos, a la curación de las almas, apartándose de las turbas que lo rodeaban, y llevándose consigo a los apóstoles, buscó la soledad de un monte próximo.

 Quería enseñarles lo más sublime de su doctrina, y la mística cátedra y demás circunstancias que de propósito escogió daban a entender que era el mismo que en otro tiempo se dignó hablar a Moisés. Mostrando, entonces, más bien su terrible justicia; ahora, en cambio, su bondadosa clemencia. Y así se cumplía lo prometido, según las palabras de Jeremías: Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. Después de aquellos días —oráculo del Señor—meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones.

 Así, pues, el mismo que habló a Moisés fue el que habló a los apóstoles, y era también la ágil mano del Verbo la que grababa en lo íntimo de los corazones de sus discípulos los decretos del nuevo Testamento; sin que hubiera, como en otro tiempo, densos nubarrones que lo ocultaran, ni terribles truenos y relámpagos que aterrorizaran al pueblo, impidiéndole acercarse a la montaña, sino una sencilla charla que llegaba tranquilamente a los oídos de los circunstantes. Así era como el rigor de la ley se veía suplantado por la dulzura de la gracia, y el espíritu de hijos adoptivos sucedía al de esclavitud en el temor.

 Las mismas divinas palabras de Cristo nos atestiguan cómo es la doctrina de Cristo, de modo que los que anhelan llegar a la bienaventuranza eterna puedan identificar los peldaños de esa dichosa subida. Y así dice: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Podría no entenderse de qué pobres hablaba la misma Verdad, si, al decir: Dichosos los pobres, no hubiera añadido cómo había de entenderse esa pobreza; porque podría parecer que para merecer el reino de los cielos basta la simple miseria en que se ven tantos por pura necesidad, que tan gravosa y molesta les resulta. Pero, al decir: Dichosos los pobres en el espíritu, da a entender que el reino de los cielos será de aquellos que lo han merecido más por la humildad de sus almas que por la carencia de bienes.

 

Sermón 95, 4-5: CCL 138A, 585-587

Sermones sobre las Bienaventuranzas: La dicha del reino de Cristo

 Después de hablar de la pobreza, que tanta felicidad proporciona, siguió el Señor diciendo: Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

 Queridísimos hermanos, el llanto al que está vinculado un consuelo eterno es distinto de la aflicción de este mundo. Los lamentos que se escuchan en este mundo no hacen dichoso a nadie. Es muy distinta la razón de ser de los gemidos de los santos, la causa que produce lágrimas dichosas. La santa tristeza deplora el pecado, el ajeno y el propio. Y la amargura no es motivada por la manera de actuar de la justicia divina, sino por la maldad humana. Y, en este sentido, más hay que deplorar la actitud del que obra mal que la situación del que tiene que sufrir por causa del malvado, porque al injusto su malicia le hunde en el castigo; en cambio, al justo su paciencia lo lleva a la gloria.

 Sigue el Señor: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Se promete la posesión de la tierra a los sufridos y mansos, a los humildes y sencillos y a los que están dispuestos a tolerar toda clase de injusticias. No se ha de mirar esta herencia como vil y deleznable, como si estuviera separada de la patria celestial; de lo contrario no se entiende quién podría entrar en el reino de los cielos. Porque la tierra prometida a los sufridos, en cuya posesión han de entrar los mansos, es la carne de los santos. Esta carne vivió en humillación, por eso mereció una resurrección que la transforma y la reviste de inmortalidad gloriosa, sin temer nada que pueda contrariar al espíritu, sabiendo que van a estar siempre de común acuerdo.

 Porque entonces el hombre exterior será la posesión pacífica e inamisible del hombre interior.

 Y así, los sufridos heredarán en perpetua paz y sin mengua alguna la tierra prometida, cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Entonces, lo que fue riesgo será premio, y lo que fue gravoso se convertirá en honroso.

 

Sermón 95, 6-7: CCL 138A, 587-588

Sermones sobre las Bienaventuranzas: Feliz el alma que ambiciona este manjar

 Después de esto, el Señor prosiguió, diciendo: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Esta hambre no desea nada corporal, esta sed no apetece nada terreno; el bien de que anhela saciarse consiste en la justicia, y el objeto por el que suspira es penetrar en el conocimiento de los misterios ocultos, hasta saciarse del mismo Dios.

 Feliz el alma que ambiciona este manjar y anhela esta bebida; ciertamente no la desearía si no hubiese gustado ya antes de su suavidad. De esta dulzura, el alma recibió ya una pregustación, al oír al profeta que le decía: Gustad y ved qué bueno es el Señor; con esta pregustación, tanto se inflamó en el amor de los placeres castos que, abandonando todas las cosas temporales, sólo puso ya su afecto en comer y beber la justicia, adhiriéndose a aquel primer mandamiento que dice: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Porque amar la justicia no es otra cosa sino amar a Dios.

 Y como este amor de Dios va siempre unido al amor que se interesa por el bien del prójimo, el hambre de la justicia se ve acompañada de la virtud de la misericordia; por ello, se añade a continuación: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

 Reconoce, oh cristiano, la altísima dignidad de esta tu sabiduría, y entiende bien cuál ha de ser tu conducta y cuáles los premios que se te prometen. La misericordia quiere que seas misericordioso, la justicia desea que seas justo, pues el Creador quiere verse reflejado en su criatura, y Dios quiere ver reproducida su imagen en el espejo del corazón humano, mediante la imitación que tú realizas de las obras divinas. No quedará frustrada la fe de los que así obran, tus deseos llegarán a ser realidad, y gozarás eternamente de aquello que es el objeto de tu amor.

 Y porque todo será limpio para ti, a causa de la limosna, llegarás también a gozar de aquella otra bienaventuranza que te promete el Señor, como consecuencia de lo que hasta aquí se te ha dicho: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.

 

Sermón 95, 2-3: CCL 138A, 584-585

Sermones sobre las Bienaventuranzas: Dichosos los pobres en el espíritu

 No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.

 El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.

 Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro, dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres y lograron, además, que muchos otros, imitando su fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia, al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.

 Por eso, el bienaventurado apóstol Pedro, cuando, al subir al templo, se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo: No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar.

 ¿Qué cosa más sublime podría encontrarse que esta humildad? ¿Qué más rico que esta pobreza? No tiene la ayuda del dinero, pero posee los dones de la naturaleza. Al que su madre dio a luz deforme, la palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio, en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud.

 Y este tesoro enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos cinco mil hombres que, ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación de Pedro. Así, aquel pobre apóstol, que no tenía nada que dar al que le pedía limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios que dio no sólo el vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma a aquella ingente multitud de creyentes, a los cuales había encontrado sin fuerzas y que ahora podían ya andar ligeros siguiendo a Cristo.

 

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el Evangelio de San Juan, Libro X, Capítulo 2.

 Porque cuando el bien se muestra, el mal necesariamente afirma su oposición. Por eso los amantes de la virtud se oponen a los que no codician el mismo modo de vida. Así que los discípulos no deben estar tristes, aunque se vean rechazados por el mundo a causa de su amor a la virtud y de su recta fe, sino que, por el contrario, deben alegrarse, recibiendo del odio del mundo la seguridad de que sean revestidos de la luz de Dios y hechos dignos de todo honor.

 Fíjate qué mal hubiera sido haber escogido a los discípulos para que no soportaran el sufrimiento como convenía. Ser odiado por algunos no es cosa enteramente libre de peligro, pero rechazarlo no está permitido por Dios, y es una gran ganancia para uno sufrir así. Porque si el que es odiado por los que desean las cosas del mundo es tenido como fuera del mundo, el que es amado por el mundo debe ser considerado como aquel que se ha sumado a los males del mundo (...) Pablo (...) escribe: ¿Ahora busco el favor de los hombres o el de Dios? ¿O estoy tratando de complacer a la gente? Si tuviera que agradar a la gente, no sería esclavo de Cristo. (Gálatas 1, 10).

 No podemos agradar tanto a los hombres como a Dios. Porque ¿cómo se cumpliría la voluntad de ambos, cuando hay una gran diferencia entre sus voluntades? Porque uno busca la virtud, y el otro, la maldad. Por eso, quien quiere servir a Dios de manera única y no ve nada más elevado que la verdadera fe en Él, debe luchar con los que aman al mundo, cuando quiere exhortarlos a dejar sus impurezas. Porque a los amantes de los placeres les cuesta soportar consejos que los llaman a la virtud.

jueves, 20 de octubre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 

20 de octubre

 Lucas 6, 12–19

 En aquel tiempo, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche en oración a Dios. Y cuando se hizo de día, llamó a sí a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que llamó apóstoles: Simón, a quien llamó Pedro, y Andrés su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago de Alfeo, Simón llamado el Zelote, Judas de Santiago, y Judas Iscariote, el que le entregó. Y descendiendo con ellos, se sentaron, Él y sus discípulos, y una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén, y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los atormentados por espíritus inmundos fueron sanados y la multitud procuraba tocarle.

 

San Clemente de Roma, Carta a los corintios: Autenticidad de la sucesión apostólica n. 42-44

 Los apóstoles recibieron del Señor la buena nueva para trasmitirla a nosotros (cf. Lc 6,13).

 Jesucristo ha sido enviado por Dios. Por tanto, Cristo viene de Dios, los apóstoles de Cristo. Estos dos envíos o misiones vienen nada menos que de la voluntad de Dios. Los apóstoles, revestidos de la certeza de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, equipados con sus instrucciones, afianzados por la palabra de Dios, se pusieron en camino, asistidos por el Espíritu Santo para anunciar que el Reino de Dios está cerca. Predicaron en el campo y en las ciudades donde establecieron sus primicias y donde discernían con la ayuda del Espíritu Santo quienes serían los obispos y los diáconos de los futuros fieles.

 ¿Es de extrañar que aquellos hombres que Dios proveyó de esta misión en Cristo, hayan establecido, a su vez, los ministros que acabo de nombrar? Nuestros apóstoles sabían, gracias a Nuestro Señor Jesucristo, que los hombres discutirían sobre la función del obispo. Esta es la razón por la que, en su presciencia perfecta, establecieron los ministros mencionados más arriba e instituyeron que después de su muerte otros hombres, debidamente probados, seguirían en la sucesión.

 

San Cirilo de Alejandría,

 Comentario sobre el evangelio de San Juan, 3,130. Misión de salvar al mundo.

 «Eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles» (Lc 6,13).

 Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y “administradores de sus divinos misterios” (1Co 4,1), y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: “Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama” (He 5,4). (…)

 Si el Señor tenía la convicción de que había de enviar a sus discípulos como el Padre lo había enviado a Él (Jn 20,21), era necesario que ellos, que habían de ser imitadores de uno y otro, supieran con qué finalidad el Padre había enviado al Hijo. Por esto, Cristo, exponiendo en diversas ocasiones las características de su propia misión, decía: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.” (Lc 5,32) Y también: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. (Jn 6,38) Porque “Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Jn 3,17)

 De este modo, resume en pocas palabras la regla de conducta de los apóstoles, ya que, al afirmar que los envía como el Padre lo ha enviado a Él, les da a entender que su misión consiste en invitar a los pecadores a que se arrepientan y curar a los enfermos de cuerpo y de alma, y que en el ejercicio de su ministerio no han de buscar su voluntad, sino la de aquel que los ha enviado, y que han de salvar al mundo con la doctrina que de él han recibido.

 

Homilía sobre la primera carta a los Corintios; 4, 3; PG 61,34. Los apóstoles, testigos del Cristo resucitado.

 «Eligió a Doce de entre sus discípulos» (Lc 6,13).

 San Pablo decía: «Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1Co 1,25). Esta fuerza de la predicación divina la demuestran los hechos siguientes. ¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo, ellos, que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en público? Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el evangelista que no quiso disimular sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos dice de ellos? Que, cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro el primero entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado.

 ¿Cómo se explica, pues, que aquellos que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después una vez muerto y sepultado, se enfrentaran contra el mundo entero, si no es por el hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió ánimos? De lo contrario, se hubieran dicho: «¿Qué es esto? No pudo salvarse a sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo, no se ayudó a sí mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? El, mientras vivía, no convenció a nadie, y ¿nosotros, con sólo pronunciar su nombre, persuadiremos a todo el mundo? […]». Todo lo cual es prueba evidente de que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada.

 

San Juan Crisóstomo, Hom. 42 ad prop. Antioch 12-16.

 Levántate tú también durante la noche, porque entonces es cuando el alma está más pura; las mismas tinieblas y el silencio convidan al alma de una manera eficaz al recogimiento. Además, si miras al cielo, agujereado de estrellas, como si estuviese alumbrado por infinitas luces, y si consideras que los que de día danzan e injurian en nada se diferencian de los muertos; entonces detestarás todo exceso humano. Todas estas cosas son muy a propósito para elevar el espíritu; entonces no mortifica la vanagloria, ni fastidia la pereza, ni preocupa la envidia; no quita el fuego el color del hierro tan perfectamente como la oración nocturna cambia el proceder de los pecadores. Del mismo modo que aquel que siendo mortificado de día por los rayos del sol se refrigera por la noche, así las lágrimas, que se derraman por la noche, sirven como de rocío, y aprovechan para vencer la concupiscencia y desterrar cualquier temor; pero si el hombre no se refresca con este rocío, se secará durante el día. Por cuya razón, aun cuando no reces mucho de noche, ora siquiera una vez cuando te despiertes, y esto es suficiente; muestra que la noche no es buena solamente para el descanso del cuerpo, sino también para el alma.


¿Cómo deben prepararse los fieles para la Sagrada Confesión?

 

Antes de ir a confesarse, los fieles deben orar a Dios  con arrepentimiento y lágrimas, para que les conceda la humildad, una confesión limpia y el perdón, y que le dé al sacerdote sabiduría y una palabra de instrucción, para poder sanar las heridas dejadas por pecado y guiarlos por  el camino de la salvación .

Luego, los fieles están obligados a anotar en silencio sus pecados, cometidos desde su última confesión, que deben leer con humildad y dolor de corazón, sentados de rodillas, frente al sacerdote, como si estuvieran ante el mismo Cristo. Finalmente, el sacerdote le pregunta sobre algunos pecados, luego les fija un canon de acuerdo con sus fuerzas y ​​los absuelve, si prometen dejar los pecados cometidos y cumplir el canon dado.

Archimandrita Ioanichie Bălan, Orden de la Sagrada Confesión y la Sagrada Comunión, Editorial del Monasterio de Sihăstria, 2010, p. 11