martes, 21 de abril de 2009

MENSAJE DE PASCUA DE SU SANTIDAD EL PATRIARCA PAVLE DE SERBIA


"Hermanos, digamos a los que no nos quieren:
nosotros perdonamos todo
a causa de la Resurrección de Cristo"
(Estítquera de Pascua)
Queridos hermanos y hermanas, en estos días de primavera, celebramos con una alegría inmutable la fiesta mayor de la Iglesia de Dios, la Resurrección del Cristo Salvador.
Cada año en esta época, cuando una fuerza de vida misteriosa despierta la naturaleza dormida, una vida más luminosa, más santa y más gozosa se despierta también en nosotros. Hoy afluyen pensamientos elevados, aparecen sentimientos sublimes y nuestro espíritu es invadido por reflexiones espirituales que superan nuestro horizonte habitual. Con el Señor resucitado, nos levantamos hacia una vida más elevada y más sustancial. Nuestro corazón es iluminado por el estallido triunfante de la vida eterna que nos ha sido ofrecida por nuestro Redentor y Salvador resucitado.
De la misma manera que en el Génesis misterioso, el Logos de Dios ha hecho nacer el mundo y ha insuflado la vida en el mundo, también el poder divino ha hecho resucitar del muertos el Hijo de Dios, Jesúscristo. Este gran evento es misterioso como la creación del mundo, prodigioso y sublime como el verdadero canto de alegría que ha estallado por encima de toda la creación divina.
Muchos siglos nos separan de la clara aurora de Jerusalén en que las Santas Mujeres Miròforas vieron la tumba vacía. Llegaban para ungir con perfume el cuerpo de su Señor, rociarlo con sus lágrimas y calentar la fría piedra de la tumba con el amor, la fidelidad y la estima. Se encontraban también junto a la Cruz del Salvador Crucificado cuando todos lo habían abandonado, a excepción de su Madre y del Discípulo Amado. Incluso siguiendo de lejos los últimos momentos del más grande de los Maestros, no lo olvidaron la hora de su muerte. De esta manera fueron juzgadas dignas de ser las primeras en testimoniar y anunciar la noticia de la Resurrección, las primeras en expresar la alegría de la nueva vida en el Señor Resucitado. Hoy en nuestros oídos siguen resonando los dulces reproches que el Ángel de Dios les dirigió, sentado sobre la piedra de la tumba: "¿Por qué buscáis al Viviente entre los muertos? No está aquí, ha resucitado. "(Lc. 24, 5-6). Estas Mujeres atemorizadas fueron las primeras, en el jardín donde se encontraba el sepulcro, en tener un contacto gozoso con el Señor Resucitado. Él les dijo que fueran a Galilea para informar a los discípulos y transmitirles la gozosa noticia de que Él los encontraría allí (Mc. 16, 7).
Queridos hijos de Dios, nuestra alegría pascual de hoy emana de la de aquel reencuentro con el Señor Resucitado, que ha resucitado por nosotros y ha insuflado la alegría divina de la nueva vida en medio de todos sus discípulos y de todos los que profesan su enseñanza divina. Siglos nos separan del crepúsculo de otra jornada en Jerusalén en que el Señor Resucitado apareció a sus discípulos, Cleofás y otro. Asustados, se apresuraban para llegar a Emaús, a fin de ponerse a salvo de los israelitas. Aunque menos valientes que las Santas Mujeres Miróforas, fueron juzgados dignos de reencontrarse con el Señor Resucitado. Él les vela su apariencia anterior, de manera que no lo reconocieron. Pero después de haber discutido lo que acababa de suceder en Jerusalén y cuando Él partió el pan, los dejó; entonces se dijeron el uno al otro que "nuestro corazón ardía dentro de nosotros" (Lc. 24, 13-32 ), cuando les hablaba mientras caminaban. Este mismo fuego sagrado que ardía en el corazón de los dos discípulos de Cristo que iban hacia Emaús, arde también hoy en nosotros cuando celebramos esta Fiesta de las fiestas y cuando conocemos este reencuentro espiritual con el Vencedor invisible de la muerte.
Este mismo fuego sagrado no ha dejado de calentar la Iglesia de Dios a lo largo de los siglos de su historia. El mismo Salvador nos ha dicho además: "he venido a arrojar un fuego sobre la tierra" (Lc. 12, 49). Este fuego sagrado ha liberado a nuestros antepasados e ilumina su existencia en las prisiones que sufrieron a lo largo de los siglos. Nuestros antepasados han pasado largo tiempo sin techo, sin hogar, sin libertad, en una inseguridad total, privados de domicilio y de bienes, a la manera de numerosas personas que han sido expulsadas en nuestros días de sus hogares, pero que siempre han conservado la fe en Cristo Resucitado, fe en la victoria de la justicia y la verdad, fe en la Resurrección.
Largos siglos nos separan también de la primera noche de Pascua, cuando el Señor Resucitado apareció por primera vez a sus discípulos llenos de miedo y desesperados, y los saluda con estas palabras: "Paz a vosotros" (Jn. 20, 19). En un instante los tranquilizó, resucitó su fe en Él y su misión divina. Si Él, el Hijo de Dios, no hubiera resucitado, la historia del cristianismo habría acabado con sus últimas palabras sobre la Cruz: "Todo se ha consumado" (Jn. 19, 30). Pero Él resucitó, y en nombre de esta verdad sus discípulos ofrecieron gozosamente la vida por Él.
Portadora de esta gran verdad, su Iglesia puso en marcha una campaña victoriosa a través del mundo, a fin de vencer sin efusión de sangre sus innumerables adversarios armados hasta los dientes. "¿Por qué buscáis entre los muertos a Aquél que está vivo?" (Lc. 24, 5), dijo el Ángel de Dios a las Mujeres Miróforas en el Santo Sepulcro. Ahora bien, ellas habían ido al Sepulcro en la búsqueda de la Verdad y de la Vida eterna.
En nuestros días, millones de hombres empobrecidos espiritualmente y moralmente destrozados, deslumbrados por el resplandor de las cosas efímeras, viven en este mundo como en el frío del sepulcro. No se transforma el mundo en un centro de producción y de comercialización del estallido artificial y de valores efímeros? No se dice hoy día que, incluso en ausencia de cielo, el hombre puede circular tranquilo por la tierra? Como si el hombre contemporáneo se hubiera alzado hasta la cima de la torre de Babilonia, confiando plenamente en su saber, pero a menudo mezquino, egoísta, agresivo y lleno de inclinaciones perversas que amenazan su torre y su supervivencia. Hace temer que nuestra civilización se acuerde demasiado tarde de las palabras de Cristo: "Fuera de mí no podéis hacer nada". (Jn. 15, 5).
Nuestro Salvador se hizo hombre a fin de elevarla hasta Él. Aceptó ser crucificado en la Cruz a fin de rescatar los pecados del género humano. Resucitó de entre los muertos a fin de hacernos el don de la Vida eterna. Ha hecho de la muerte un momento particular de la vida, la vida que nunca se detiene. Cuando Pilato iba a juzgar el Salvador, no tenía ni la fuerza espiritual ni la altura de espíritu para reconocer en Él al Hijo de Dios. Sin embargo sus ojos no podían dejar de notar la belleza del rostro humano del Salvador torturado. "He aquí al hombre" (Jn. 19, 5) anuncia Pilato ante los acusadores de Jesús. Se esforzaba para ejercer cierta influencia sobre las conciencias endurecidas de quienes querían condenar a muerte a Cristo. Pensaba que el esplendor humano de su Persona quizás conmover algunos.
Roguemos al Señor Resucitado para que resucite en nosotros la figura de la naturaleza humana original que hoy es a menudo sesgada, enmascarada y desfiguradas por innumerables vicios. Rogamos para que en nosotros todo el mundo reconozca un hombre iluminado por su Vida eterna, sea rico o pobre, o su posición social grande o pequeña. Nuestra época está hoy enfrentada a una crisis material, pero la crisis moral es aún más visible. Nos alegrará si alguien, mirando a cualquiera de nosotros, sea capaz de decir: "He aquí al hombre! "De manera que cada persona, amigo o enemigo, juez o procurador, pueda reconocer en cada uno de nosotros un hombre auténtico y verdadero.
Hermanos y hermanas, es necesario preservar la dignidad de hombres, que el Hijo de Dios ha elevado tan alto por su Resurrección. Guardamos la fe en el Señor Resucitado, así como el amor a nuestro prójimo, la verdad y la justicia, guardamos la fe en el bien que los hombres buscan a pesar de todo, pero que nadie puede realizar sin la ayuda del Señor resucitado y de su Evangelio. Roguemos al Señor Resucitado y supliquémosle, como los dos discípulos de camino hacia Emaús, que permanezca con nosotros; a fin de que nos alegremos gracias a Él, que reencontremos las fuerzas cerca de Él, que nos elevamos espiritualmente y que las aguas turbias de nuestro tiempo no nos atrapen y arrastren.
Cuando dirijimos este mensaje a todos nuestros hermanos y hermanas, tenemos presentes muy especialmente en los fieles de Kosovo y Metòquia, así como a nuestros fieles en todo el mundo, en todos los continentes donde todos los cristianos ortodoxos celebran hoy la Resurrección de Cristo.
Vuestro Patriarca y todos los Obispos de la Iglesia Serbia os saludan con el saludo de la alegría y de la vida nueva: CRISTO ha resucitado! EN VERDAD, ha resucitado!
En Belgrado, Pascua 2009 El Patriarca Pavle y todos los Obispos de la Iglesia Ortodoxa Serbia .

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