jueves, 8 de abril de 2010

Mensaje de Pascua del Patriarca Ecuménico




BARTOLOME

POR LA MISERICORDIA DE DIOS ARZOBISPO DE
CONSTANTINOPLA‐NUEVA ROMA Y PATRIARCA ECUMENICO
A TODO EL PLEROMA DE LA IGLESIA
LA GRACIA, LA PAZ Y LA MISERICORDIA
DEL SALVADOR CRISTO GLORIOSAMENTE RESUCITADO

Hermanos e hijos amados en el Señor,

Cristo resucitó!


Alegre y radiante ha brillado una vez más el santo día de la Pascua
y disemina alegría, consuelo, regocijo, e innegable esperanza de vida a
todos los fieles, a pesar de la pesada atmósfera que reina mundialmente a
causa de la crisis multidimensional con todas sus penosas consecuencias
en la vida cotidiana de la humanidad.
Resucitó del sepulcro Cristo el Teántropo y con Él ha resucitado
también el hombre! El poder de la muerte es ya parte del pasado. La
desesperación de la cautividad del Hades ha pasado irreversiblemente. El
único Fuerte y dador de la Vida, habiendo asumido voluntariamente a
través de su encarnación toda la miseria de nuestra naturaleza y hasta su
mismo capítulo que es la muerte, ya “ha dado muerte al Hades con el rayo de
su divinidad” y ha concedido al hombre vida y “sobrante” de vida.
El demonio, aunque ya debilitado y completamente impotente y
ridiculizado, siendo consecuente con su nombre, no detiene de calumniar
y de tergiversar esta sobra de vida que el Resucitado nos ha concedido.
La calumnia a través del agravio todavía presente en el mundo tanto
hacia Dios como hacia nuestro prójimo y la creación. La tergiversa a
través de la todavía existente dentro nuestro “antigua escoria” del
movimiento pecaminoso, de la cual siempre convenientemente se
aprovecha, intentando engañarnos ya sea a través del pecado a nivel
práctico, o a través del engaño sobre la fe. El “agravio” es nacido de la
“escoria” aquella, y ambos constituyen la horrible pareja responsable por
la perturbación de nuestras relaciones hacia nosotros mismos, hacia los
demás, hacia Dios y hacia toda la creación. Por esto, es una innegable
necesidad que nos purifiquemos de aquella escoria con toda atención y
cuidado, a fin de que brille ampliamente la vivificadora luz del Cristo
Resucitado en nuestra mente, en nuestra alma y en nuestro cuerpo, para
que aleje la tiniebla del “agravio” y derrame “el sobrante” de vida a todo el
mundo. Esto no puede ser logrado ni a través de la filosofía, ni a través de
la ciencia, ni del arte, ni de la técnica, ni de una cierta ideología, sino sólo
a través de la fe en el Teántropo Jesucristo que llegó hasta la pasión y la
cruz y el sepulcro y a las profundidades del Hades ha descendido y ha
resucitado de entre los muertos, expresada a través de una vida
eclesiástica y mistérica y de un sistema de costosa lucha espiritual. La
Iglesia, como cuerpo de Cristo, vive incesantemente por los siglos el
milagro de la resurrección a través de sus santos misterios, de su teología,
de su enseñanza práctica, y nos da la oportunidad de comulgar del
milagro, de participar de la victoria sobre la muerte, de convertirnos en
hijos iluminados de la resurrección y verdaderamente “participantes de la
divina naturaleza”, como sucedió y sucede con todos los santos. El amargo
y espinoso vínculo de las pasiones que se encuentra en las profundidades
de nuestros corazones fertilizado por la escoria del “hombre antiguo”
presente en nosotros es menester sea transfigurado lo más pronto posible
en Cristo, a través de Cristo y gracias a Cristo y de sus vivas imágenes
que nos rodean, es decir a través de nuestros prójimos, a través de ramos
de virtudes, santificación y justicia. De esta manera, el sacro himnografo
canta: “Habiéndonos rodeado y vestido de la justicia con el ropaje más blanco
que la nieve, nos alegremos en el presente día, en el cual Cristo como sol que ha

brillado de entre los muertos, nos ha iluminado a todos nosotros con la
incorrupción”. La vestimenta blanca de la justicia nos ha sido dada
simbólicamente en el bautismo y de esta manera somos llamados a través
del continuo arrepentimiento, de las jubilosas lágrimas, de la incansable
oración, de la limitación de los deseos, de la paciencia en las penas de la
vida y de la intransigente tentativa de la aplicación práctica de todos los
mandamientos de Dios y por sobre todas las cosas de su mandamiento
capital del amor, a purificarnos participando de esta manera en la kénosis
de la cruz del Teántropo, a fin de que llegue la alegría pascual, la brillante
luz de la resurrección y la salvación a nuestra vida y al mundo que nos
rodea.

Todo esto escribiendo festivamente, desde el Fanar, que siempre se
encuentra pasando por la prueba del Gran y Santo Viernes, pero también
en la luz y en la alegre experiencia de la Resurrección, transmitiéndoles el
afecto de la Madre Iglesia, os deseamos desde toda el alma todo don
salvador y bendición pascual del resucitado de entre los muertos y
Primado de la Vida.

Santa Pascua 2010

Bartolomé de Constantinopla
Ferviente suplicante ante el resucitado Cristo
De todos vosotros.

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