lunes, 14 de junio de 2010

Creo en un solo Dios


Serie “El Credo de nuestra Iglesia”

El Credo es una recopilación de nuestra fe, es un testimonio vivo de todas las enseñanzas de la Iglesia. Es una recopilación de nuestra fe, un testimonio de las enseñanzas de la Iglesia , es lo que le decimos al mundo acerca de lo que creemos. En el Credo está todo lo que necesitamos para hablarle a alguien acerca de Jesús y de nuestra fe.

Desde los tiempos apostólicos, los cristianos utilizaban los llamados “símbolos de la fe” (o credos) para recordar las más importantes verdades de la fe cristiana. En el siglo IV, cuando aparecieron las falsas doctrinas acerca de Dios Hijo y el Espíritu Santo, se suscitó la necesidad de completar los símbolos de antaño.

El Símbolo de la fe que San Nicolás Velimirovich va a ir explicando semana a semana es el Credo Niceno Constantinopolitano y que fue compuesto por los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico. En el Primer Concilio Ecuménico fueron redactados los siete primeros artículos de este Símbolo, y en el segundo, los cinco restantes.

El Símbolo de la fe se divide en 12 artículos. En el primer artículo se habla de Dios Padre; desde el segundo hasta el séptimo artículo se habla de Dios Hijo; en el octavo artículo, de Dios Espíritu Santo; en el noveno, de la Iglesia ; en el décimo, del bautismo y finalmente, los artículos undécimo y duodécimo expresan nuestra fe en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.


El Único. El Verdadero. El Vivo.

Existían dos tipos de hombres que se levantaron contra los apóstoles; unos nutriendo sus almas con el veneno de la idolatría únicamente, otros nutriendo sus cuerpos fabricando las estatuas de los ídolos. Estos no molestaron menos que aquellos. Por ejemplo: el apóstol Pablo y el platero Demetrio (Hech 19:24-27).

Unos consideraban que su alma estaba en peligro, otros que su vientre estaba en peligro, por causa de la nueva fe. Todos los hombres, todas las naciones de la tierra, con ciertas raras excepciones, pensaban así. A estos hombres excepcionales se los entregaba a una muerte cruel, tal como pasó con Sócrates en Atenas.

La cultura no podía hacer nada. Los pueblos más civilizados fabricaban los ídolos de las materias más preciosas y les daban formas más adecuadas que aquellas utilizadas por los pueblos bárbaros; sin embargo, los ídolos permanecían siendo ídolos, y la esclavitud del alma humana era la misma en este u otro caso. Cuando el apóstol Pablo estuvo en Atenas, una ciudad civilizada, “su espíritu se enardecía dentro de él al contemplar la ciudad llena de ídolos” (Hech 17:16). Lo mismo ocurrió con Andrés en Sarmatia, con Mateo en Egipto y Bartolomé en la India. Ídolos en las plazas, ídolos frente a los tribunales y cuarteles, ídolos al umbral de las casas, ídolos en las casas, ídolos en las habitaciones, ídolos en todo lugar. Ninguna lista puede contar todos los dioses que los hombres y las naciones adoraban.

Todas las espinas idolatras afectaban y herían a los santos Apóstoles. Pero ellos las cortaban con valentía, se deshacían de estas para sembrar en su lugar el buen grano de la fe en un solo Dios Verdadero Vivo. Los apóstoles cumplían este trabajo gigante con la palabra, los prodigios, con amor y con sacrificio. Donde un método no funcionaba, aplicaban otro con éxito. Donde nada funcionaba, obtenían resultados con su sangre y muerte. Su sangre de mártires consumía a los ídolos como un fuego ardiente.

El único Dios Verdadero Vivo ha bendecido tanto las palabras de sus santos como sus labores, lágrimas, gemidos y sacrificios. Así, lo que sembraron dio fruto. Y este fruto consiste en creer en un solo Dios, lo que parece ser natural y simple a los hombres hoy, mientras que creer en numerosos dioses parece risible e insensato.

“Yo soy el Señor tu Dios. No tendrás otros dioses delante de mí”. Este es el primer testimonio que Dios anticipa sobre Sí mismo, la primera revelación de Dios sobre Dios a los hombres de la tierra, y el primer mandamiento de Dios. “No tendrás otros dioses delante de mí”, ordena Dios, porque si tienes otros dioses, vas a ganarte dos desgracias. La primera es que creerás, tú también, en falsos dioses, inexistentes, inventados, imaginados. La segunda es que compartirás el temor, la estima y el amor que se me deben por entero a Mí entre el único Dios Verdadero Vivo, y los falsos dioses.

Así oscurecerás la fe en Mí. Tu temor, estima y amor hacia Mí se debilitarán. Ofendido y humillado, Me alejaré de ti. Te volverás un impío, mientras que tendrás la pretensión de creerte rico en piedad por causa de tu creencia en numerosos dioses. Porque el pagano y el impío son, en fin, una misma cosa. Ambos se encuentran sin el único Dios Verdadero Vivo.

La fe en un solo Dios Verdadero Vivo es precisamente la fe de los humildes y hombres sensatos. No es la fe de los orgullosos, - ya que el orgullo conduce a la insensatez -, y que así se veneran a sí mismos, o veneran a una criatura del Creador, pero no al Creador.

Tanto cuanto el hombre es humilde, tanto es sensato. Tanto cuanto es orgulloso, tanto es insensato. Dios da a los humildes el Espíritu para conocer y comprender, pero resiste a los orgullosos. Tanto cuanto los humildes son serenos ante el Señor, tanto el Señor les otorga el don del Espíritu. Pero el Espíritu es la luz que conduce a Dios, el único Dios Verdadero Vivo. Bienaventurados los que tienen el espíritu para darse cuenta de la precariedad del mundo aquí y la vanidad del hombre. Bienaventurados los que se sienten pequeños y pobres en espíritu, porque Dios los elevará hasta el conocimiento más elevado, hasta el conocimiento del ser y de la magnificencia del Dios altísimo.

Esta es vuestra fe, oh hombres portadores de Cristo, y la fe de sus antepasados los más humildes y más sensatos. Que sea también la fe de vuestros hijos, de generación en generación, hasta el fin de los siglos. Es una fe de la que no podemos avergonzarnos, una fe ortodoxa, una fe salvadora. Sus padres encontraron la salvación en ella. No la avergonzaron ni los avergonzó. En verdad, es la fe de los hombres instruidos, de los que llevan en ellos la imagen de Dios. En el Juicio Final, ellos no tendrán vergüenza ante los ángeles y los justos, sino que recibirán la gloria y serán llamados bienaventurados.

Explicación del Credo

San Nicolás Velimirovich (+1956)


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