lunes, 16 de agosto de 2010

CELEBRACIÓN DE LA FIESTA DE LA DORMICIÓN EN EL MONASTERIO DE LA PANAGHIA SOUMELÁ


El monasterio de Soumelá, fue durante 15 siglos, desde el año 385 hasta el año 1923, fue el monasterio-guía para la salvaguardia de la tradición, del arte, de la historia, de la cultura griega y de la religión en todo el territorio del Ponto, cuyos habitantes oyeron hablar la propia lengua de los apóstoles en Jerusalén el día de Pentecostés.

El monasterio se encuentra a 50 km de Trebisonda, entre el desfiladero de Altindere (Torrente de Oro), a 1.200 metros de altura, con una extensión de 40 metros sobre un largo espolón rocoso del monte Zigana, a un paso del abismo.

Según la tradición, habría sido la misma Virgen la que indicó el lugar a los monjes atenienses Bernabé y Sofronio, quienes provenían de la península calcídica y adaptaron como celdas las grutas más pequeñas de la montaña y como iglesia la gruta más grande, exponiendo allí el ícono más artístico de los tres venerados en esos tiempos en Atenas y atribuidos a san Lucas.

La fama del santuario montañés y de la santidad de los dos monjes, muertos en el año 412 (en el mismo día, asegura la tradición), atrajo peregrinos, recibió ofrendas y sobre todo llamó a otros monjes, convirtiéndose así en el mayor centro cultural y de peregrinación de todo el nordeste de Asia Menor.

Entre la gente humilde que desafió a la montaña casi inaccesible se mezcló inclusive el emperador Justiniano, al retornar de una campaña contra los persas, dejando una urna de plata para conservar las reliquias de san Bernabé y el texto de los cuatro Evangelios, escrito sobre piel de gacela.

A pesar de todo, la montaña fue víctima del bandidaje que no respetó ni siquiera al monasterio, saqueado e incendiado en el año 640, pero reconstruido cuatro años después por Cristóbal de Vazelon, un monje valiente que reanimó a sus compañeros y fortificó la construcción con tanto ingenio que Atanasio de Trebisonda la reprodujo al edificar la Gran Lavra del Monte Athos.

Pero la experiencia les enseñó a los monjes que para salvarse debían recurrir a fortificaciones más seguras, de estilo militar. Por eso hicieron del monasterio un nido casi inaccesible, convirtiéndolo en un oasis de paz en medio de una creciente vorágine de guerras y de luchas, permitiéndole alcanzar el máximo esplendor en tiempos del imperio de la dinastía Conmeno, señores de la vecina Trebisonda.

En el año Alessio III pidió ser coronado emperador y dejó allí un "crisobolo", un sello de oro. Con él el monasterio se convirtió en una obra maestra del arte bizantino. También fue coronado allí Manuel III, que dejó como regalo una reliquia de la cruz, depositada en el tesoro: reliquia grande en un relicario grande.

La actividad del monasterio no fue interrumpida ni siquiera por la conquista turca en el año 1461. Es más, Mehemet II Fatih (el Conquistador) lo visitó con mucho respeto, dejando un "firmano", un decreto imperial con el cual aseguraba a los monjes la propiedad de las tierras circundantes. También recibió una alta estima por parte de Selim I, quien se refugió allí durante una batida de caza y más tarde mandó cinco velas gruesas y espiraladas, del mismo tamaño que su persona, con gemas e inscripciones de oro. Volvió allí en vísperas de la guerra contra Ismael de Tabriz y una tercera vez luego de la victoria, para entregar candelabros de oro macizo sustraídos al enemigo.

Dones y privilegios fueron provistos también por otros sultanes y por varios patriarcas, signo de una devoción que puso a la "Panàgia tu Mèlas", la Virgen de la Montaña Negra (el nombre Sumela parece derivado justamente de una alteración de "tu Mèlas") por encima del mismo santuario de Santa Sofía de Trebisonda, gloria de la ciudad edificada sobre la orilla del Mar Negro.

La vida de Sumela parecía inmortal: fe, arte, técnica – se dice que un ingenioso sistema de comunicaciones permitía transmitir y recibir noticias entre el monasterio y Trebisonda en sólo diez minutos – y cultura habían configurado el alma del Ponto, un punto cardinal del espíritu para los peregrinos, los eruditos y los artistas; los monjes lo habían transformado en un balcón lleno de cielo y no en una estación en el paisaje. Sus puertas rojizas parecían entintadas con la sangre que salva de la muerte.

Pero en el invierno transcurrido entre 1915 y 1916 el sueño se quebró por primera vez en quince siglos: la guerra obligó a los monjes a abandonar la montaña y el monasterio. Volvieron allí de la ocupación rusa y de nuevo al día siguiente del armisticio de 1918. Fue un paréntesis de cinco años, porque la guerra greco-turca de 1923 los alejó para siempre, mientras manos desconocidas intentaron suprimir Sumela con el fuego.

La memoria del monasterio sobrevive en el tiempo gracias a eruditos europeos que han hurgado entre las ruinas, sacando a la luz restos de frescos de sorprendente lozanía y de intensa espiritualidad. El monje Ambrosio puso a salvo las reliquias más preciosas amuradas en la iglesia de Santa Bárbara: el ícono de la Virgen fue llevado al monasterio de Dovràs, en las cercanías de Veroia, en Grecia, y el manuscrito de los Evangelios al museo bizantino de Atenas.

No son pocos hoy los apasionados que encaran la montaña para visitar las ruinas del antiguo monumento entre el verde, tan sorprendentemente adherido a la montaña que parece suspendido entre el cielo y la tierra. Aunque cuando los restos de algunas pesadas ventanas parecen los párpados de la muerte, detrás de ellos palpitan recuerdos de vida. La biblioteca, los residuos de la iglesia de la Asunción, el refectorio, las 72 celdas de los monjes distribuidas en cuatro pisos, el puesto de guardia en el quinto piso estremecen de recuerdos y son una auténtica azotea al infinito, mecida por las aguas del Altindere que serpentea entre barrancos rocosos.

Guiados por el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolome I, los ortodoxos del Ponto han vivido en Meryemana Monastiri, el actual nombre turco de Sumela, momentos de profunda conmoción, orgullosos que así los antiguos vestigios de fe hayan resistido a la furia del tiempo y de los hombres.

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