La Iglesia ortodoxa serbia a sus hijos espirituales en la Pascua 2007
PAVLE
por gracia de Dios
Arzobispo Ortodoxo de Peć, Metropolitano de Belgrado-Karlovci,
y Patriarca de Serbia,
con todos los jerarcas de la Iglesia Ortodoxa Serbia
a todo el clero, monacato,
y a todos los hijos e hijas de nuestra santa Iglesia:
gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre,
y de Nuestro Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo,
con el gozoso saludo pascual:
¡CRISTO HA RESUCITADO!
«¡El día de la Resurrección!
¡Resplandezcamos, oh pueblo!
Pascua, la Pascua del Señor.
Pues Cristo nuestro Dios nos ha trasladado
de la muerte a la vida, y de la tierra al cielo…»
-Irmos de la Oda I del Canon Pascual-
Con estos versos del Canon Pascual, queridos hijos espirituales, nosotros, el pueblo creyente de Dios, comenzamos la Celebración de las celebraciones, la Canción de las canciones, el Evento de los eventos—la Resurrección de Cristo. La Resurrección, como la Crucifixión, es tropezadero para los judíos y locura para los gentiles (cfr. I Corintios 1:23), pero nosotros la vivimos y la celebramos como la más profunda experiencia de nuestra fe y nuestra vida. Esta es la experiencia que fue primeramente hallada por las santas portadoras de mirra y los santos apóstoles, y que ellos benévolamente nos han transmitido y nosotros hemos recibido con fe—con la fe que se convierte en el poder de la vida.
Lleno de gozo por este hecho de la nueva vida, el santo Apóstol y Evangelista Juan proclama su experiencia a los cristianos de todos los tiempos con estas palabras: «Lo que hemos oído, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos», esta es la «vida [que] fue manifestada, […] y os anunciamos [esta] vida eterna» (cfr. I Juan 1:1-2). El día de la Resurrección es el día de la vida. ¡Regocijémonos, pues, y gocémonos en él! ¡Celebremos al Dador de vida, Cristo el Dios-hombre!
El día de la Resurrección queridos hijos espirituales, da inicio a una nueva era. Si el Gran Viernes Santo fue el particular «juicio terrible» del hombre caído contra Dios mismo, entonces el día de la Resurrección es el día del triunfo del amor y la bondad de Dios. La Resurrección ocurrió en el primer día de la semana. De este modo ha recibido su comienzo en tiempo y espacio, tal como en el primer día de la Creación el mundo recibió las dimensiones de la existencia de todo lo visible y lo invisible. El día de la Resurrección no es, contrario a los que algunos quisieran, sólo un evento espiritual y poético, sino que es sobre todo un evento histórico-escatológico que ha cambiado la historia del mundo. «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas», dice el santo Apóstol Pablo (cfr. II Corintios 5:17).
El día de la Resurrección está lleno de luz divina—luz con la cual el mismo Señor resucitado nos ilumina. «¡Venid, recibid luz de la Luz que no mengua!»—estas son las primeras palabras con las que la Iglesia nos invita a comenzar la celebración de la Resurrección de Cristo. Si alguno quisiere celebrar la Resurrección de Cristo como su propia experiencia de vida, debe ser iluminado primero por la luz de Cristo. La gozosa luz de la Luz que no mengua no es sino Jesucristo mismo. Él se levantó de la tumba como se levanta el sol por el Oriente en medio de la oscuridad de la noche para iluminar toda la tierra, para calentarla y renovar la vida sobre ella. Resplandezcamos con la luz de la Resurrección, la luz que ha brillado desde la tumba. Esta es la luz del Dios-hombre Cristo, que ha dicho de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (cfr. San Juan 8:12). Hoy y siempre, a través de su santa Iglesia, Él nos llama a la iluminación de nuestra mente, nuestro corazón, y nuestro ser entero.
¡Pascua, la Pascua del Señor! El pueblo judío pasó a través del Mar Rojo para ser librado del Faraón envenenado por el pecado. ¿Cómo? Con la ayuda de Dios. Pues «el Señor iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que anduvieran de día y de noche» (cfr. Éxodo 13:21). Esta columna de nube y de fuego era precisamente la gozosa luz de la Luz que no mengua, el Verbo de Dios. Y tras cruzar el Mar Rojo, aquellos que hasta entonces habían sido esclavos entraron a la libertad, clamando al Señor: «[Él] ha triunfado gloriosamente; al caballo y a su jinete ha arrojado al mar» (cfr. Éxodo 15:1). Esta fue la Pascua del pueblo escogido de Dios, la simiente de la fe de Abraham. Y la Pascua que celebramos hoy es la Pascua del Señor—verdaderamente, el paso de Aquel que condujo al pueblo judío de la esclavitud a la libertad. Así que esta es la Pascua del Señor, que tiene un carácter universal. Es por esto que el himnógrafo de la Iglesia llama a todos los pueblos de todo tiempo y nación, y no a una sola nación, a celebrar la Pascua del Señor, esto es, el paso de Cristo de la muerte y la tumba a la vida, para que todos podamos pasar con Él de la esclavitud del pecado y la muerte a la libertad de la vida.
Viendo esta dimensión de la fiesta de la Resurrección de Cristo, queridos hijos espirituales, dejemos todo afán terrenal, y junto a los ángeles del cielo y al coro de los santos, vivamos esta nueva realidad de vida divina en Cristo Jesús. ¡Cantemos y alabemos la Causa de nuestra salvación! Nuestra canción es triunfante porque la muerte ha sido destruida por la muerte. El veneno fulminante de la muerte ha perdido su poder letal. ¿Cómo? Por el poder y la bondad del Dios-hombre Cristo, pues Él es una oveja sin mancilla que tomó los pecados del mundo sobre sí mismo y se entregó para ser crucificado. El pecado y la muerte ya no son el alfa y la omega de la vida. El Cristo resucitado es el Alfa y la Omega, el principio y el fin de nuestra santificación. ¡Con virtudes divinas y esfuerzos ascéticos, apresurémonos a una nueva y virtuosa vida en el Jesucristo resucitado!
Viviendo en tiempo y espacio, los cristianos debemos medir todo y a todos de acuerdo con los valores de Cristo. No ignoramos esta vida ni a este mundo, ni los despreciamos. Al contrario, los santificamos con la gracia de Dios, que lo santifica todo. Este mundo puede ser transformado por las energías de Cristo, el Dios-hombre resucitado. Es por esto que el Señor dijo sin ambages a los cristianos: «Vosotros sois la luz del mundo» (cfr. San Mateo 5:14). Es decir: solo con vosotros y a través de vosotros este mundo puede ser transformado y salvo. El Salvador también añade: ¡En este mundo tendréis muchas tribulaciones! Seréis perseguidos así como yo fui perseguido y crucificado; ¡la copa de la cual he bebido, también vosotros beberéis! Pero confiad, pues yo he vencido al mundo (cfr. San Juan 16:33; San Mateo 20:23 San Marcos 10:39; San Juan 15:20). Y a pesar de todo el sufrimiento que la Iglesia de Cristo ha experimentado a través de los siglos, y que padece aún hoy, los cristianos son aún «la luz del mundo», tal como Él mismo era la única Luz del mundo en medio de las tinieblas que cubrieron a Jerusalén en el Gran Viernes Santo.
Así como en aquel tiempo todo el sanedrín de los judíos (los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo) estaba opuesto a Cristo el Salvador y condujo a mucho del pueblo a estar contra Él, del mismo modo el «nuevo sanedrín» lucha contra Cristo y su Iglesia; lucha contra el Bien en este mundo. Hace todo lo que puede para convertir este mundo en su feudo pecaminoso y para poner todo bajo su autoridad, usando cualquier método. Por esto es imperativo que todos los cristianos libren una batalla espiritual por este mundo y por el dominio del Bien en el mismo. El Bien que el Dios-hombre ha traído y concedido al mundo mediante su Resurrección no puede ser vencido. «No temáis», dijo el Salvador. Regocijémonos, pues, y gocémonos, como lo hizo el pueblo escogido tras cruzar el Mar Rojo, clamando: ¡Cristo ha resucitado; el Señor ha triunfado gloriosamente!
Desafortunadamente, somos testigos de los grandes pecados cometidos diariamente en el mundo. Desde la concepción, el niño inocente teme por su vida en el vientre de su madre. Millones de personas comunes y corrientes son víctimas de la pobreza y el hambre, mientras unos pocos viven en riquezas y placeres carnales. Muchas naciones defienden su libertad, ganada con sangre y sufrimiento, contra la agresión de la globalización.
En nombre de una libertad y democracia falsas, se imponen soluciones decidas de antemano. Somos testigos del nuevo drama—de nuevo, el drama de nosotros, los ortodoxos serbios—en Kosovo y Metohija. Nuestro pueblo también es afligido con muchas tribulaciones en Bosnia y Herzegovina, Croacia, y tristemente, en Montenegro.
En nombre de una libertad y democracia falsas, se imponen soluciones decidas de antemano. Somos testigos del nuevo drama—de nuevo, el drama de nosotros, los ortodoxos serbios—en Kosovo y Metohija. Nuestro pueblo también es afligido con muchas tribulaciones en Bosnia y Herzegovina, Croacia, y tristemente, en Montenegro.
No podemos dejar de mencionar el Gólgota, el Viernes Santo, de nuestro Kosovo y Metohija, y la conciencia entenebrecida de aquellos que, pisoteando el orden de ley universal, se otorgan el derecho de pasar juicio a sangre fría no solo sobre los cambios impuestos en el estatus político de Kosovo y Metohija, sino también sobre nuestra historia y cultura enteras, y sobre la soberanía de Serbia. En Kosovo y Metohija, el Gólgota del pueblo serbio ha estado ocurriendo durante siglos. Esto es visto y sabido por todos, excepto aquellos son ciegos a la verdad y sordos a la justicia. Oímos a «herreros» forjando nuevos clavos y lanzas con la intención de repetir y prolongar el Gólgota del pueblo serbio en Kosovo y Metohija. Todo esto lo hacen con la «bendición» de los que juran por la justicia, la libertad y la democracia, pero sólo para sí mismos. Sin embargo, aún creemos en la conciencia de la humanidad objetiva, que fue recientemente confirmada por la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Aunque el más alto tribunal de justicia ha decidido esto tras examinar todos los documentos a favor y en contra, aún se escucha el clamor: ¡Crucificad al pueblo serbio, crucificadle!
Mas nosotros, queridos hijos espirituales, no podemos rendirnos, no podemos temer a causa de la injusticia. ¡En cambio, encomendemos toda nuestra vida a Cristo nuestro Dios! Cristo no cometió pecado, ni hubo engaño en su boca, pero aún así fue condenado y crucificado; sin embargo, también resucitó gloriosamente. Si, Dios no lo quiera, el pueblo serbio en Kosovo y Metohija padece aún otra crucifixión, más terrible que las demás, permanezcamos con Cristo: no calumniemos ni meditemos males, sino en cambio oremos, y desde la cruz demos testimonio del amor de Dios por todo y por todos. Demos testimonio de Cristo, el Vencedor de la muerte, el pecado y toda injusticia. Aquellos que hacen mal a otros hacen algo peor contra sí mismos. Tarde o temprano, si no se arrepienten, llorarán amargamente.
Celebrando la Resurrección de Cristo con todos los cristianos del mundo, nos regocijamos y nos gozamos con ellos y con toda la creación de Dios, y gozosamente clamamos a todos:
¡CRISTO HA RESUCITADO!
Dado en el Patriarcado de Serbia en Belgrado, en la Pascua de 2006.
Vuestros intercesores ante el Señor, el Patriarca juntamente con el episcopado en pleno de la Iglesia Ortodoxa Serbia.
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