Este domingo está dedicado al Juicio de Dios. El criterio del Juicio lo define Cristo con su amor, amor verdadero e inagotable que abarca también a los fallecidos. Es decir, a aquellos que para nuestra Iglesia se han dormido en Cristo resucitado. Es precisamente por ello que ha dedicado a ellos el recordatorio de la Misa del Sábado de Carnestolendas. El amor de Cristo resucitado es el cimiento y la esencia de nuestra vida. Sólo así superamos el terror de la muerte y la corrupción del pecado. Si la persona acepta esta realidad, hereda el reino celestial de Dios. En el Credo confesamos que Cristo es el Juez de todos, nuestro juez. Viene de nuevo a la tierra para hacer justicia y para que su amor reine en más, por los siglos de los siglos, tal como rezamos en la liturgia y especialmente a la hora de la Divina Liturgia, que es el misterio de la presencia de Cristo resucitado en el mundo y en nuestra vida. La Iglesia no quiere asustarnos con la lectura evangélica del Juicio. No pretende infundirnos miedo frente a la presencia de nuestro Señor. El temor debe provenir de nosotros mismos, no de Dios. Por otra parte, el amor verdadero “ahuyenta al miedo”. Cuando los primeros padres cometieron el pecado de desobediencia a la voluntad de Dios y perdieron la comunión con Él, escucharon, dice la Biblia, a Dios que llegaba y les hablaba y se asustaron, sintieron miedo y corrieron a esconderse y a cubrir la desnudez de sus cuerpos que representaba desde ese momento la desnudez de sus almas. Sintieron temor a Dios porque se sentían culpables. Dios ama siempre y perdona al ser humano. La falta de confianza en Cristo crea el sentimiento de inseguridad y de miedo frente a la presencia de Dios. Es por eso que nuestra Iglesia nos apoya y nos consuela siempre. En la Iglesia sentimos que el amor de Dios Padre, la gracia de Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo están con nosotros, en nuestras vidas. En la lectura evangélica de hoy, Cristo subraya el hecho del juicio y pone en claro algo muy importante que debemos tener presente en nuestra vida. El juicio de Dios se fundamentará exclusivamente en el ejercicio y la aplicación de ese su gran y singular mandamiento, que es el mandamiento del amor. Es el amor sin límites, sin condiciones y sin hipocresía al semejante, que es en último análisis imitación del amor de Dios. Nuestra Iglesia, con mucha sabiduría y método pedagógico prepara nuestra adaptación frente al gran esfuerzo que nos va a pedir dentro de unos pocos días. Paulatina, pero firmemente, nos introduce en la gran lucha, porque conoce nuestra susceptibilidad y prevé nuestra debilidad espiritual. Es por eso que enfatiza sus mensajes destacando la gran virtud cristiana del amor, virtud que el ser humano necesita ejercitar en su vida y en su lucha espiritual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario