viernes, 6 de noviembre de 2009

Sentencencia del Tribunal de Estrasburgo en contra del Crucifijo en las escuelas


La exhibición obligatoria de crucifijos en los salones es contraria al derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus creencias y al de libertad de religión de los alumnos, según estimó ayer de manera unánime el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo.


El máximo tribunal de la UE consideró que "la exhibición obligatoria del símbolo de una determinada confesión en instalaciones utilizadas por las autoridades públicas, y especialmente en aulas", restringe los derechos paternos a educar a sus hijos "en conformidad con sus convicciones" , y agrega que la exhibición del símbolo cristiano también limita "el derecho de los niños a creer o no creer". El caso fue presentado al Tribunal por Soile Lautsi, una madre italiana de origen finlandés, con dos hijos de 11 y 13 años que en el curso 2001-2002 asistieron a clases en el instituto público Vittorino da Feltre de la localidad de Albano Terme, norte de Italia. Lautsi vio que las aulas tenían un crucifijo y estimó que eso era contrario al principio de secularidad en el que pretendía que se educara a sus hijos.


La decisión tomada por la Corte de los Derechos humanos de Estrasburgo era ampliamente previsible y, en ciertos aspectos, esperada. En estas instituciones se está catalizando sustancialmente todo el peor laicismo que tiene una connotación objetivamente anticristiana y tiende a eliminar, incluso con la violencia, la presencia cristiana de la vida de la sociedad y, además sus símbolos.


El asunto de Estrasburgo es una consecuencia del irenismo que atraviesa a las distintas confesiones cristianas desde hace décadas, por el cual la preocupación fundamental no es nuestra identidad sino el diálogo a toda costa, estar de acuerdo con las posiciones más distantes. Este respeto de la diversidad de las posiciones culturales y religiosas, sostenido por la idea de una sustancial equivalencia entre las diversas posiciones y religiones, que hace perder al cristianismo su absoluta especificidad. Un irenismo, un aperturismo, una voluntad de diálogo a toda costa, que es recompensada de la única manera en que el poder humano recompensa siempre estas desordenadas actitudes de compromiso: el desprecio y la violencia. Ejemplo de esto es la adhesión de la Alianza Evangélica Española (AEE) a la decisión de Estrasburgo según lo ha expresado su secretario Jaume Llenas.


Es necesario renovar la conciencia de la propia identidad, de la propia especificidad como acontecimiento humano y cristiano frente a cualquier otra posición, y prepararnos para vivir el diálogo con todas las otras posiciones, no sobre la base de una desmovilización de la propia identidad sino como expresión última, crítica, intensa, de la misma.


Finalmente, resultará tal vez una prueba significativa, una prueba que puede ser formativa, una prueba por medio de la cual – como a menudo nos recuerda la tradición de los Santos Padres -, Dios continúa educando a su pueblo. Pero es necesario que el juicio sea claro y no se frene en reacciones emotivas sino que se lea en profundidad la tarea que tenemos delante: tener clara nuestra identidad y comprometernos en el testimonio frente al mundo.


Hoy, como hace dos mil años, la Cruz es para unos vergüenza, locura, ignorancia, más para nosotros es el signo de la victoria de Cristo sobre la oscuridad y las tinieblas de la muerte y del pecado, el arma invencible y escudo que nos defiende y sobre todo la prueba del infinito amor de Dios a la humanidad.

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