lunes, 10 de octubre de 2016

Memoria de eternidad

La incertidumbre de las dos eternidades ocupaba continuamente la imaginación de David, le quitaba el sueño y le tenía amedrentado, como dice el mismo real Profeta: “Estuvieron mis ojos abiertos antes de la madrugada, estaba como atónito y sin articular palabra: púseme a considerar los días antiguos, y  meditar en los años eternos”.

San Cipriano hace esta pregunta:¿Que cosa era la que inspiró a muchos santos, a practicar una vida que fue un continuo martirio, por las continuas asperezas con que castigan su propio cuerpo? Y responde el mismo Santo: Estas asperezas se las inspiraba el pensamiento de la eternidad. Cierto monje se encerró en una fosa, en la que no hacía otra cosa que exclamar: ¡Oh eternidad! ¡Oh eternidad!

la pecadora, convertida por el abad Pafnucio, tenía siempre presente la eternidad , y decía: ¡Quién me asegura la eternidad feliz, y me liberta de la eternidad desgraciada!

 San Gregorio escribía “El que tiene fija en su mente la eternidad, no se engríe en a prosperidad, ni se abate en la adversidad; y como nada tiene en el mundo que apetecer, nada tiene tampoco que temer. Únicamente desea la eternidad feliz, y únicamente teme la eternidad desgraciada”.

 ¡Ay de los pecadores! dice San Cesáreo de Arlés. “Ellos entran en la eternidad sin haberla conocido; pero allí serán los gritos de dolor, cuando hayan en ella entrado y vean que no pueden salir. Al que ha de entrar en el Infierno, se le abre la puerta; pero luego que ha entrado, se le cierra para siempre”.

 “La sentencia de los condenados, -dice San Juan Crisóstomo– esta grabada sobre la columna de la eternidad, y no será jamás revocada”. En el Infierno no se cuentan ni los días ni los años.

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