En diciembre de 2014, un barco que navegaba en el Adriático naufragó. En él iban numerosos peregrinos georgianos y un sacerdote, Mamao Nicolosi. El ayudó a muchos a ponerse a salvo, más él después de ayudarlos pereció.
Cuando los ávaros asediaban la ciudad de Constantinopla en
el 610, Dios salvó la ciudad, sin embargo en 1453, cuando la ciudad fue
asaltada por los turcos, está cayó; los cristianos que se refugiaron en Santa
Sofía fueron masacrados en el altar y la iglesia fue convertida en lugar de
blasfemia.
No conocemos cuál es la voluntad de Dios, ni cuáles son sus
designios.
Ahora estamos obligados por el estado a llevar mascarillas y
como cristianos hemos de seguir las indicaciones que se nos dan. Protégete y te
protegeré. Pero hemos de hacer una reflexión muy necesaria.
Obligatorio es entrar en la iglesia con la mascarilla, si la
policía entrará y viera a alguien en ella sin la mascarilla puesta recibiría una
multa. San Juan Crisóstomo, en su libro Sobre Aquila y Priscila, dice: “Criticas
al sacerdote y te crees digno de pasar por la puerta del nártex de la Iglesia.”
Bien, ¿Cuándo eres más digno de entrar en la Iglesia? ¿Cuándo tienes una
mascarilla para no enfermar y cumplir la ley, aunque tu alma esté cargada de
pecados?
Llevamos la mascarilla y nos creemos libres de peligro,
mientras el alma está manchada y enferma por nuestras iniquidades.
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