jueves, 31 de diciembre de 2009

1 de Enero: CIRCUNCISIÓN DE NUESTRO SEÑOR



El objetivo de esa práctica era pedagógico, dado que tenía como receptores a todos aquellos que eran idólatras y hebreos, estaban interesados en la nueva religión y se adherían a ella. De una de esas costumbres nos habla hoy el evangelista Lucas: El niño recién nacido, ocho días después de su nacimiento, fue sometido al procedimiento de la circuncisión, tomando el nombre Jesús. Este es el acontecimiento que festeja nuestra Iglesia el primer día de cada año. En las lecturas y en los cánticos del día se exalta la humildad de Cristo, que no sólo aceptó nacer como un ser humano sino además, someterse a todas las costumbres sociales.


En correspondencia al ejemplo de Cristo, la Iglesia estableció como el tiempo de dar nombre a los recién nacidos el octavo día del nacimiento. Contrariamente, la mayoría de la gente ha sabido que el nombre se da en el bautismo. Se trata de un malentendido. En el bautismo se repite el nombre que se ha dado al octavo día del nacimiento del niño. No obstante, dado que no se cumple generalmente el ritual de dar el nombre al octavo día, éste se anuncia por primera vez en el bautismo. De esta forma el bautismo se relacionó con la dación de nombre. Sería bueno que volviera la práctica eclesiástica de dar el nombre al recién nacido, como prevé la tradición litúrgica, mucho más porque se realiza en virtud del ejemplo de Cristo, tal como nos informa la lectura evangélica de hoy.


El primer nombre que recibe el ser humano con la bendición de la imposición de nombre, es el nombre de Cristo. El cristiano como partícipe del nombre de Cristo, es llamado a adoptar también las demás características de Cristo. Sólo con este presupuesto puede llevar dignamente, sin hipocresía, el nombre de Cristo: cristiano.


En la biografía de San Crescente (15 de abril) se lee un breve diálogo entre el santo y el gobernador de la zona. Interrogado el santo por el gobernador para que manifieste cuál es su nombre y su patria, éste contestó repetidamente que es cristiano. Quien dice ser cristiano, refiere san Juan Crisóstomo, declara con ello todo, su patria, su nombre y su profesión. La dignificación del nombre del cristiano exige la transfiguración de la persona que lo lleva. Para que ello se haga realidad es preciso que el cristiano camine por el camino de la humildad que recorrió Cristo.


En la bendición de la imposición del nombre al octavo día, el niño es llamado por primera vez con nombre personal. Es el nombre que elijen los padres. Este nombre lleva el ser humano a lo largo de toda su vida y con este nombre ingresará finalmente al reino esperado. La Iglesia considera al niño recién nacido, de sólo ocho días, como un ser humano realizado. El nombre le da una la identidad como persona, reafirma su unicidad y reconoce el don divino de su personalidad irrepetible. Con este acto la Iglesia señala el fin último del ser humano, que no es de venir a este mundo, sino para ganar el reino de los cielos. Es por eso que la vida presente tiene el carácter del estadio que es el puente para llegar a destino.


El objetivo del ser humano no es quedarse en el puente, sino llegar al final al que éste conduce. Dado que los santos lograron este objetivo, predominó la costumbre que los padres cristianos dieran a sus hijos los nombres de santos. Los santos, como miembros del cuerpo de Cristo, revelan a Cristo mismo y hacen perceptible su presencia en la historia. La mención del nombre de un santo remite a su virtud y ésta a su turno remite a la virtud de Cristo. El nombre de un santo conduce a la comunión del santo con la persona que lleva su nombre. Los santos vivieron en el mundo para el nombre de Dios y sometieron su voluntad a la voluntad divina. Así, el deber de los padres cristianos es elegir nombres cristianos para sus hijos y de no dejarse llevar por costumbre mundanas.

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