Dios no nos pide grandes cosas a cambio de su ayuda en nuestra lucha. Él que es infinito, consciente de nuestra pequeñez, nos pide poco para derramar abundantemente su misericordia sobre nosotros.
Un joven me contaba que inició su camino a Patmos para venerar a Cristo en la Cueva de la Revelación. En el camino, una turista medio desnuda se le abalanzó abrazándolo, más él la rechazó diciendo: “Oh Cristo, he venido aquí para adorarte, no para estar con esta mujer”. Esa misma noche, mientras hacía sus oraciones en el hotel, vio a Cristo en medio de la luz increada. esta es la recompensa que recibió por resistirse a la tentación. Otros sin embargo se esfuerzan durante años en la vida ascética y nunca son bendecidos con una visión como la de este joven que rechazó a aquella mujer portadora de la tentación durante su peregrinación.
Si uno no es compasivo, puede sentarse horas con su kombosquini y su oración no tendrá resultado alguno. Otros sin embargo alcanzas las más altas cotas de la oración con un solo suspiro salido de lo profundo del corazón siendo este suspiro sincero mejor que las mil postraciones. Con eso no quiero decir que no se tengan que hacer las oraciones, sino que éstas han de brotar del corazón, con humildad, compasión y dolor por nuestros pecados.
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