En la historia de la raza humana, ha habido tres principales caídas: la de Adán, la de Judas, y la del papa de Roma. La característica principal de caer en el pecado es siempre la misma: querer ser bueno por su propio bien, querer ser perfecto por su propio bien; querer ser Dios por su propio bien. De esta manera, sin embargo, el hombre inconscientemente se equipara al diablo, porque el diablo también quiere llegar a ser Dios por su propio bien, ponerse en el lugar de Dios. Y en esta auto-elevación instantáneamente se convierte en demonio, completamente separado de Dios, y siempre en oposición a Él. Por lo tanto, la esencia del pecado, de todo pecado (svegreha), consiste en este arrogante auto-engrandecimiento. Esta es la esencia misma del diablo, de Satanás. No es nada más que querer permanecer dentro de su propio ser, de no querer nada dentro de uno mismo que no sea uno mismo. El diablo entero se encuentra aquí: en el deseo de excluir a Dios, en el deseo de estar siempre por sí mismo, a pertenecer siempre sólo a uno mismo, de estar completamente dentro de sí mismo y siempre para sí mismo, de estar siempre cerrado herméticamente en oposición a Dios y todo lo que pertenece a Dios.
¿Y qué es esto? Es el egoísmo y el amor propio abrazado para toda la eternidad, es decir: es el infierno. Por eso es esencialmente lo que el humanista es, enteramente dentro de sí mismo, por sí mismo, para sí mismo, siempre con rencor cerrado en oposición a Dios. Aquí se encuentra todo el humanismo. La culminación de tan satánicamente orientado humanismo es el deseo de ser bueno para el bien del mal, de convertirse en Dios por el bien del diablo. Procede de la promesa del demonio a nuestros padres en el Paraíso, que con su ayuda “serían como dioses” (Gn 3: 5).El hombre fue creado con un potencial teantrópico (divino-humano) por Dios, que ama a la humanidad, para que voluntariamente pudiera dirigirse a sí mismo, a través de Dios, para llegar a ser Dios-hombre, basado en la divinidad de su naturaleza. El hombre, sin embargo, con su libre albedrío buscó la impecabilidad a través del pecado, buscó a Dios a través del diablo. Y seguramente, siguiendo este camino se habría hecho idéntico al diablo de no haber intercedido Dios con su inmenso amor a la humanidad y su gran misericordia. Al hacerse hombre, es decir, Dios-hombre, Él redirigió al hombre hacia el Dios-hombre. Él le presentó a la Iglesia que es su cuerpo, a la recompensa (podvig) de theosis a través de los santos misterios y las santas virtudes. Y de esta manera le dio al hombre la fuerza para convertirse en “un hombre perfecto, en la medida de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13), para lograr, el destino divino, de convertirse voluntariamente en Dios-hombre por la gracia.
La caída del Papa es una consecuencia del deseo de sustituir al hombre por el Dios-hombre. En el reino del humanismo el lugar del Dios-hombre había sido usurpado por el Vicarius Christi, y el Dios-hombre ha sido así exiliado al Cielo. Esto sin duda da lugar a una reenarnación peculiar de Cristo, el Dios-hombre, ¿no?
A través del dogma de la infalibilidad el Papa usurpa para sí mismo lo que es para el hombre, toda la jurisdicción y todas las prerrogativas que pertenecen sólo al Señor Dios-hombre. Él efectivamente se proclamó como la Iglesia, la iglesia papal, y se ha convertido en su (de la iglesia) principio y final de todo, el autoproclamado gobernador de todo. De esta manera el dogma de la infalibilidad del Papa ha sido elevado al dogma central (svedogma) del papado. Y el Papa no puede negar esto de ninguna manera en tanto que siga siendo papa de un papado humanista.
De “Reflexiones sobre la infabilidad del hombre europeo” en el “Orthodox Faith and Life in Christ” Belmont, MA: Instituto de estudios griegos modernos y bizantinos, 1994, Asterios Gerostergios, ed.
Traducido por H.M.P ©
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