El Segundo Concilio Ecuménico fue convocado en el año 381 y aseguro la victoria de la ortodoxia lograda en el año 325 en el Primer Concilio Ecuménico.
En los años difíciles después de la promulgación del Símbolo de Fe Niceno (el Credo), de la herejía arriana brotaban nuevas ramas. Bajo el disfraz de luchadores contra la herejía Sabeliana, que enseñaba la mezcla de las personas hipostáticas del Padre y el Hijo, como meros aspectos o modos de la Trinidad], Macedonio comenzó a emplear la palabra “Homoiusios” “de esencia similar” en contra de la enseñanza ortodoxa del “homoousios”, “de la misma esencia” del Hijo y del Padre.
Esta formulación todavía presentaba un peligro más porque Macedonio se presentaba como alguien que luchaba contra la herejía arriana, quien usaba el término “como el Padre”. Así, los macedonios, siendo semi-arrianos, dependiendo en las condiciones del momento, se inclinaban aveces hacia lo ortodoxo y aveces hacia lo arriano. Ellos blasfemaban contra Espíritu Santo afirmando que no era “de la misma esencia” del Padre y el Hijo.
Un segundo hereje llamado Aetio, introdujo un segundo concepto, el “anomoion”, diferente en esencia. El decía que el Padre tiene una esencia completamente diferente a la del Hijo. Su discípulo Eunomio enseñaba una subordinación jerárquica del Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo. Todos los que venían a él eran re-bautizados en la “muerte de Cristo”, negando el bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, que el Señor mismo nos mando hacer (Mt 28:19).
Una tercera herejía surgió en el Consejo Arimoniano de las enseñanzas de Valentio y Ursacio. Ellos intentaron contradecir a los obispos ortodoxos, proclamando que el Hijo es de Dios, y es a semejanza de Dios Padre, y no fue creado como los arrianos enseñaban. Los herejes no querían usar el término “uno en esencia” al describir la relación del Hijo al Padre, diciendo que la palabra “esencia” no se encuentra en las Santas Escrituras. A estas tres herejías, se unían muchas otras enseñanzas falsas como la del hereje Apolinario que decía que la carne del Salvador no tenia alma humana. El Verbo de Dios tomo el lugar del alma ausente y que después de la crucifixión su divinidad permanecio muerta por tres días”.
Para desenmascar a estos fabricantes de herejías, el santo emperador Teodosio el Grande (379-395) convoco un Concilio Ecuménico en Constantinopla que se celebró en la Iglesia de Santa Irene, al cual asistieron 150 obispos. San Dámaso, Papa de Roma, por medio de su delegado el obispo Paulino de Antioquía, mandó una confesión de fe a la que se adhirieron todos los Santos Padres. Después de haber leído el documento en voz alta, anatematizaron la enseñanza falsa de Macedonio, y unánimemente afirmaron la enseñanza apostólica de que el Espíritu Santo no es un ser subordinado, sino Señor vivicador, que procede del Padre, y es adorado y glorificado con el Padre y el Hijo y en contra de las herejías de los Eunomianos, Arrianos y semi-arrianos, los Santos Padres confirmaron el símbolo Niceno de la fe Ortodoxa.y agregaron su octava, novena, decima, undécima y duodécima afirmación de fe. Ellos definitivamente formularon y afirmaron el Niceno-Constantinopolitano Símbolo de Fe, que se usa hasta hoy por todas las Iglesias Ortodoxas, anatematizando a aquel que se atreviera a tocarlo, tal y como luego hicieron los latinos por las insidias de los bárbaros germanos.
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