En los primeros siglos del cristianismo, los fieles llevaban al templo las ofrendas necesarias y los primeros frutos de las cosechas. Así, ofrecían el incienso, el aceite, la miel, el pan, vino… De todas estas ofrendas, sólo el pan, el vino, el aceite y el incienso eran llevadas al altar, mientras que las demás ofrendas se utilizaban para las necesidades del clero y de los pobres que la iglesia mantenía. Estas ofrendas servían para darle gracias a Dios por los dones recibidos y al mismo tiempo para sostener a sus siervos y a las personas necesitadas.
En la fiesta de la Transfiguración se bendicen las uvas y en aquellos lugares en los que no crecen las vides, como por ejemplo en Rusia, suelen presentarse las manzanas, más para los que viven en países como el nuestro en el que si que hay uvas, merecería la pena recobrar la tradición original que dice que sean uvas las que se bendigan. Una nota que nos indica el desfase del nuevo calendario con las tradiciones ortodoxas, es que a principios de Agosto las uvas todavía no han madurado en las tierras del Mediterráneo, por lo que todavía son ácidas. Sin embargo, a partir del 15 de agosto, la transfiguración se celebra el día 19, las uvas ya están maduras, dulces y doradas.
La costumbre de de la bendición de frutos, es una continuidad de la tradición del Antiguo Testamento (Génesis 4, 2-4; Éxodo 13, 23; Números 15; Deuteronómio 8, 14) y que fue confirmada por mandato apóstólico (I Cor 16, 27 y cánon 3º de los Cánones Apostólicos; Cf. Con los cánones 46º de Cartago y 28º del VI Concilio Ecuménico). San Juan Crisóstomo escribe que los agricultores ofrecen el fruto de la tierra, no tanto por su trabajo y diligencia, sino por la gracia de Dios que es el que los nutre y hace crecer.
La uvas se llevan a la Iglesia para la bendición ya que están directamente conectadas con la Divina Liturgia. Según el Libro de los Cánones, las uvas son las más idóneas para bendecir porque con ellas se elabora el vino para la celebración de la Divina Liturgia, para el sacrificio divino e incruento. La oración de bendición dice así:
“Dios Salvador nuestro, que te dignaste llamar a tu Hijo unigénito, nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, la Vid verdadera, y por Él nos has concedido el fruto de la inmortalidad, Tú mismo bendice el fruto de la vid aquí presente, y llena de gozo a los que coman de estas uvas. Perdona nuestros pecados por la participación del Sagrado Cuerpo y de la Preciosa Sangre de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Conserva nuestra vida sin daño, concédenos siempre tu paz y adorna nuestra vida con tus dones inmortales, por la intercesión de nuestra purísima Señora la Madre de Dios y siempre Virgen María y de todos tus Santos, que por todos los siglos te han agradado. Porque Tú eres el que bendice y santifica todas las cosas, Dios bueno que amas a la humanidad, te damos gloria, a ti, Padre sin origen con tu Hijo unigénito y con tu Santísimo Espíritu Bueno y Vivificador, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.”
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