No dejará, la Iglesia de Cristo de forjar santos, hasta el final de los tiempos. Se regocija la Iglesia por los santos que se revelan en nuestros días, y especialmente por el dulcísimo néctar de la vida virtuosa, la vasija preciosa de los dones del Espíritu Santo, el inspirado y fiel obispo, San Nectario Obispo de Pentápolis. Este Santo de Dios, nac...ió el 1º de octubre de 1846 en Silibría de Tracia Oriental, y recibió el nombre de Anastasio. Sus padres eran, Demóstenes Kefalás y María. Su madre era muy devota y cuando el santo tenía cinco años, le enseñó el salmo 50 de David.
Cuando el santo llegaba a la estrofa "enseñaré a inicuos tus caminos", la repetía muchas veces, como si supiera cuán determinante sería su rol más adelante.
Por razones económicas, cuando terminó la escuela primaria y el ciclo básico de la Escuela Secundaria de su ciudad natal, se trasladó a la edad de catorce años a Constantinopla y fue empleado en el comercio de un pariente, con la única remuneración de comida y habitación. A pesar de las condiciones adversas, encontró refugio en el estudio, que fue la fiel compañía de toda su vida. Los aforismos que creía útiles para los clientes del comercio, los escribía en el envoltorio del tabaco que les vendía. Más tarde trabajó como preceptor en un establecimiento de Constantinopla perteneciente al Santo Sepulcro, en que su tío se desempeñaba como rector. Le gustaba mucho participar, a diario, de los oficios religiosos y sentía una fuerte vocación por la vida monástica.
En 1868, a la edad de veinte años se fue de Constantinopla para trasladarse a la isla de Quíos, donde trabajó como secretario comunal y maestro de escuela en la localidad Liti, hasta 1873, en que ingresa como novicio al monasterio Nea Moní y después de un noviciado de tres años recibe la consagración monacal con el nombre de Lázaro. El día 15 de enero de 1877, en el aniversario de su bautismo, es ordenado Diácono por el Metropolitano de Quios, Gregorio con el nombre de Nectario. En Quios, termina la escuela secundaria, pero a causa del terremoto de 1881 se ve obligado de trasladarse a Atenas, donde rinde sus últimos exámenes en la Escuela Varvaquios, como alumno libre y recibe su título secundario.
En el mismo año 1881 viaja a Alejandría, donde es recibido por el Patriarca Sofronio, que le recomienda estudiar en la universidad. Ello se hizo posible gracias a la contribución económica de los hermanos Joremis. En 1882 se hizo acreedor de una beca de la Fundación A.G. Papadakis. Recibe así su diploma universitario en octubre de 1885 con la calificación de “bueno”.
El 23 de marzo de 1886 es ordenado presbítero por el Patriarca de Alejandría Sofronio. El 6 de agosto del mismo año es promovido al oficio de Gran Archimandrita y Confesor y es designado en la Legación Patriarcal de El Cairo. Trabaja sin pausa y con abnegación, por lo cual, la Iglesia de Alejandría le confiere el grado máximo del sacerdocio. El 15 de enero de 1889 es ordenado Metropolitano de Pentápolis, en la Iglesia de San Nicolás de El Cairo (que fue remozada por el Santo), por el Patriarca Sofronio, el ex Metropolitano de Corfú Antonio y por el Metropolitano de Sineo Porfirio. Como Metropolitano, siguió cumpliendo las mismas funciones que antes, ahora, sin remuneración alguna, a causa de la pésima situación económica del Patriarcado. Participó activamente en las celebraciones de las bodas de oro en el episcopado del patriarca, su patrocinante y protector, que más adelante se convertiría en su perseguidor.
Recibió con mucha humildad el grado de obispo y es notable y digno de mención qué le decía al Señor en sus oraciones: “Señor, ¿porqué me subiste a tan alto grado y dignidad? Yo sólo te pedí poder estudiar teología, no Metropolitano. Desde mi juventud, te pedí que pudiera ser un simple trabajador de Tu divina palabra, y Tú Señor, ahora me pones en prueba con tantas cosas. Pero me someto, Señor, a Tu voluntad y te suplico que cultives en mi la humildad y l asemilla de las demás santas virtudes, de la manera que Tú conoces, y hazme digno de vivir todos los días de mi vida conforme a las palabras del bienaventurado Pablo que decía: “Yo no vivo más, vive en mi Cristo”. Y el Señor escuchó la plegaria del humilde obispo. Las virtudes del santo fueron divulgadas por todas partes y todos comentaban con admiración del tesoro que Dios les había regalado. Pero el maquinador de la maldad, el Diablo, no tardó en aparecer. Un grupo de clérigos ambiciosos que se habían metido en el entorno del nonagenario patriarca, calumnió al Santo, acusándolo de que agitaba al pueblo con el intento de usurpar el trono de Alejandría. Además se sugirieron que el justo Nectario había cometido desarreglos morales. Con todo ello, lograron que sea removido el santo de la dirección de la Legación Patriarcal y sólo se permitían recibir alimentos de la mesa común, junto a los demás clérigos y alojarse en la sede de la Legación. Poco tiempo después es expulsado de Egipto con la excusa que “no pudo acostumbrarse con el clima de Egipto”. En vano solicitó ser recibido en audiencia por el Patriarca. Los fieles se afligieron porque fueron privados del “más simpático de los Obispos y del mejor y más activo de los clérigos”.
Aceptó el santo padre esta injusticia y amarga prueba con mucho agradecimiento al Señor y partió de Egipto, trasladándose a Atenas en 1889, sin dinero y afligido, en busca de empleo, para poder pagar el alquiler de la casa que ocupaba en Neápolis (Exarjia). Después de muchos esfuerzos logró ser designado como predicador en la isla de Ebea. En julio de 1893 es trasladado al departamento de Ftiótida-Fokida, donde trabajó incansablemente durante seis meses, dejando óptimas impresiones. En marzo de 1894 es designado Rector de la Escuela Eclesiástica Rizarios, en Atenas.
Allí trabaja con celo de Dios para enraizar el celo sacerdotal a los seminaristas, para asegurar el futuro ministerial de todos ellos, para la reorganización del programa de estudios y para mejorar la dieta y los ejercicios físicos de los estudiantes. Logró que se otorguen cuatro becas por año a alumnos provenientes de Asia Menor.
Lo más importante es que, él en persona, es un ejemplo viviente para los seminaristas. Puso especial énfasis en la vida cultual y convirtió en un centro litúrgico a la iglesia de San Jorge de la Rizarios, y toda la escuela en un instituto espiritual donde invita a destacadas personalidades de la ciencia para dar conferencias. Su oración era el fertilizante más importante para el florecimiento de la escuela. Paralelamente ejercía su ministerio litúrgico, la predicación, la confesión y la filantropía. Establece relación con el cura Planás y participa en vigilias en la capilla de San Eliseo, donde cantaban Papadiamentis y Moraitidis (famosos escritores de la literatura moderna). En julio de 1898 visita por primera vez el Monte Atos. Permaneció allí durante todo un mes, visitando los monasterios más importantes. Conoce en particular al Anciano Daniel con quien entabla una larga amistad. Traba también amistad con el padre Jerónimo Simonopetritis, quien más tarde le sucedió a San Sabas de Cálimnos en la dirección espiritual del Monasterio de Éguina. En el siguiente verano, en agosto de 1898, viajó a Constantinopla y a su pago natal Silibría. Tuvo la oportunidad de venerar la imagen de la Virgen de Silibría y las tumbas de sus padres. En 1904 se hizo realidad su deseo de crear una comunidad monástica de mujeres, que inicialmente estaba constituida por cuatro hermanas. El Santo no dejó nunca de guiarlas espiritualmente y de sostenerlas moral y económicamente. El 7 de febrero de 1908 presentó su renuncia por enfermedad a la dirección de la Escuela Rizarios.
En adelante se consagra a la dirección de las monjas, a la construcción del monasterio en Éguina, a la escritura, y a la ayuda espiritual y económica de los pobres habitantes de la isla. Pero las pruebas no terminaron. Por diversas causas, el reconocimiento del Monasterio no se logra sino después de su fallecimiento. Además fue injustamente acusado de inmoralidad por la madre de una joven que llegó al Monasterio para convertirse en monja. Todas estas pruebas las sobrellevaba con absoluta confianza en Dios y es muy característico que, una de sus tareas más queridas era la de hacer pequeñas cruces en las que escribía: “Cruz parte de mi vida”.
La salud del Santo fue siempre frágil. Desde comienzos de 1919, su afección de próstata comenzó a empeorar. A pedido de las monjas es internado el 20 de septiembre en el Hospital Areteio de Atenas, donde es hospitalizado durante cincuenta días. El domingo 8 de noviembre de 1920, cerca de la medianoche, entregó, colmado de paz celestial, su dichosa alma en las manos de Dios viviente, a quien amaba desde su juventud y a quien glorificó a lo largo de toda su vida, a la edad de 74 años. Los preciosos restos del Santo exhalaban un perfume celestial y de su rostro brotaba un perfume de celestial fragancia. Ese mismo día su cuerpo fue llevado a Éguina, en su pequeño Monasterio, donde se ofició el ritual póstumo y fue sepultado en medio de una gran afluencia del clero y del pueblo.
Su tumba fue abierta repetidas veces en los años siguientes. Después de más de veinte años, su cuerpo se hallaba intacto e incorrupto, exhalando el perfume indescriptible de la santidad, como un recipiente del Espíritu Santo. Pero después se consumió, según el criterio que sólo Dios conoce, como se han consumido inexplicablemente muchas otras reliquias de santos, antes incorruptas.
El 2 de septiembre de 1953 se llevó a cabo el desentierro de las reliquias del Santo, por el Metropolitano de Hidra Procopio, con la participación de muchos clérigos, monjes, monjas y una gran multitud. Un perfume indescriptible inundaba la zona. En 1961 se realizó el solemne reconocimiento del Santo, por el Patriarcado Ecuménico.
“Grande es nuestro Señor y Su grandeza no tiene límite, que glorifica a quienes le han glorificado”, como lo anunció sin desmentir. En efecto, San Nectario es el Santo del siglo XX. Dulce, manso, exento de maldad, humilde, y por todo ello recibió y recibe la gracia del Señor de la Gloria. Que el Santo conceda a cada uno, en todo tiempo y lugar, su protección y socorro paternal y salvífico. Amén.
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