sábado, 11 de septiembre de 2010

Domingo anterior a la fiesta de la Exaltación de la Santa y Vivificante Cruz: Nacer del agua y del Espíritu


Homilia XXV de San Juan Crisostomo
sobre el Evangelio de San Juan

"Jesús le replicó: En verdad te digo: el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5).

Acudiendo los niños día por día a los maestros aprenden la doctrina y la repiten, y nunca dejan de hacer lo mismo; más aún, a veces se les obliga a juntar los días con las noches; y a todo esto se ven obligados por cosas pasajeras. Por parte nuestra, a vosotros, que estáis ya en la edad perfecta, no os exigimos lo que vosotros exigís a vuestros hijos, sino que os exhortamos a venir a las reuniones y poner atención a lo que se predica; y esto no cada día, sino sólo dos veces por semana; y únicamente durante una pequeña partecita del día, con el objeto de aligeraros el trabajo. Por lo mismo poco a poco vamos seleccionando las sentencias de la Escritura, para que más fácilmente podáis captarlas y conservarlas en el receptáculo de vuestra mente y retenerlas en la memoria, de modo que luego las repitáis a otros; a no ser que haya por ahí alguno fuertemente entregado al sueño y perezoso y con mayor desidia que la de un niño pequeño.

Continuemos, pues, por su orden las sentencias. A Nicodemo, que se hundía en pensamientos terrenos y rebajaba a sentidos terrenales la generación de que le hablaba Cristo, y añadía ser imposible que el hombre, siendo ya anciano, vuelva al seno de su madre y nazca otra vez, el mismo Cristo le explica con mayor claridad el modo de semejante generación; generación que difícilmente entiende el hombre que interroga en un sentido animal y del todo naturalista; pero que sin embargo puede ser levantado desde su bajos pensamientos. ¿Qué es lo que Cristo le dice?: En verdad te digo: El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Como si le dijera: Esto tú lo juzgas imposible, pero yo te digo que es sobremanera posible, hasta el punto de que incluso sea necesario para la salvación, de tal modo, que sin eso nadie puede salvarse. Las cosas necesarias para la salvación Dios nos las dejó sumamente fáciles.

La generación según la carne es terrena, y por lo mismo no tiene lugar en las cosas del Cielo. Porque ¿qué tiene de común la tierra con el Cielo? En cambio, la generación por el Espíritu fácilmente nos abre las puertas del Cielo. Escuchad esto los que aún no habéis sido iluminados; sentid escalofrío, gemid. Pues la conminación es tremenda, la sentencia es terrible. Dice: Quien no ha sido engendrado por el agua y el Espíritu, no puede entrar en el reino de los Cielos. Sucede esto porque ese tal va revestido con la vestidura de la muerte, o sea de la maldición y de la corrupción. No ha recibido aún el símbolo del Señor; es aún peregrino y extranjero; no soporta la regia señal. Porque dice el Señor: El que no haya nacido del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de los Cielos.

Sin embargo, Nicodemo ni aun así comprendió. Nada hay peor que entregar las cosas espirituales a los humanos raciocinios. Esto fue lo que le impidió el pensar más altamente y algo más eximio. Nosotros somos llamados fieles, para que despreciada la debilidad de las razones humanas, subamos a la sublimidad de las regiones de la fe y hagamos de esta enseñanza la suma de todos nuestros bienes. Si así lo hubiera hecho Nicodemo, no le habría parecido imposible la generación y el nacimiento dichos. ¿Qué hace Cristo? Para arrancarlo de tales pensamientos que se arrastran por el suelo, y declararle que no se refiere a esa generación terrena, le dice: El que no haya nacido del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos. Le habló así para mediante esta amenaza atraerlo a la fe y persuadirlo que no debía estimar imposible la cosa, y sacarlo del pensamiento de la generación carnal. Como si le dijera: ¡Oh Nicodemo! De otra generación hablo yo. ¿Por qué rebajas a lo terreno mis palabras? ¿Por qué sujetas a las leyes naturales necesarias ese otro nacimiento? Este nuevo parto es muy superior a ese otro vulgar y que nada de común tiene con nosotros. Cierto que también se llama generación, pero ambas sólo tienen de común el nombre: en la realidad, diiieren. Apártate de ese modo de pensar vulgar. Yo vengo a traer otra clase de nacimiento. Yo quiero engendrar hombres de otro modo. Traigo otro modo de procreación.

Formé al hombre de agua y tierra; pero lo hecho se tornó inútil y la obra se deterioró. Ya no quiero formar otro hombre de agua y tierra, sino de agua y Espíritu. Y si alguno pregunta: ¿cómo de agua?, a mi vez yo le preguntaré: ¿cómo de tierra? ¿Cómo pudo el barro distribuirse en diversos órganos? ¿Cómo lo pudo, siendo él de una especie única, pues sólo era tierra? En cambio los órganos formados de ese barro son de diversas especies. ¿De dónde se diferenciaron los huesos, los nervios, las arterias, las venas? ¿De dónde las membranas, los contenidos orgánicos, los cartílagos, los revestimientos; el hígado y el bazo y el corazón? ¿De dónde la piel, la sangre, la pituita, la bilis? ¿De dónde tantos géneros de movimientos y tanta variedad de colores? Porque no es eso propio de la tierra ni del barro. ¿Cómo sucede que la tierra, recibiendo la semilla, la hace germinar; y en cambio la carne, si recibe las semillas, las corrompe? ¿Cómo sucede que la tierra nutra las simientes que en ella se han arrojado y en cambio la carne no las nutre a ellas, sino que de ellas se nutre?

Por ejemplo. La tierra recibe el agua y la transforma en vino; la carne con frecuencia recibiendo el vino lo devuelve en agua. ¿De dónde consta, pues que tales elementos son fruto de la tierra, siendo así que la tierra, como ya indiqué, procede con operaciones contrarias? Yo no lo alcanzo con el raciocinio, pero lo recibo de la fe. Pues si lo que cada día acontece y es tangible necesita de la fe, mucho más la necesitarán esas otras cosas espirituales y en exceso arcanas. Así como la tierra inanimada y sin operaciones recibió por voluntad de Dios virtud para producir de sí seres tan admirables, así del Espíritu y el agua fácilmente al unirse proviene esta otra generación, tan admirable y que tanto supera a la humana razón.

En consecuencia, no le niegues tu fe tan sólo porque no la ves. Tampoco ves el alma y sin embargo crees que existe y que es distinta del cuerpo. Pero Cristo no instruyó a Nicodemo mediante ese ejemplo, sino mediante otro. Este del alma, por ser ella incorpórea, no lo trajo al medio, pues Nicodemo era todavía un tanto rudo. Le pone otro ejemplo que nada tiene de común con lo craso de los cuerpos, pero tampoco se levanta hasta el nivel de las naturalezas incorpóreas; o sea el del soplo de los vientos. Comienza por el agua, que es menos densa que la tierra, pero más densa que el aire. Así como allá al principio la materia manejada fue la tierra, pero la obra toda fue del Creador, as: ahora el elemento manejado es el agua, pero la obra es toda de la gracia del Espíritu Santo. Y por cierto, allá al principio: Fue formado el hombre con alma viviente;! ahora en cambio lo es con Espíritu vivificante.

Gran diferencia hay entre ambos, porque el alma no da la vida a un cuerpo ajeno; mientras que el Espíritu, no solamente tiene vida en Sí y por Sí, sino que además vivifica a otros. Así los apóstoles resucitaron a los muertos. Además, allá antiguamente el hombre fue formado después de la creación de los otros seres; pero acá sucede al contrario: antes de la nueva creación es creado el hombre nuevo, y después se sigue la transformación del mundo: primeramente es engendrado el hombre nuevo. Y así como al principio Dios creó todo, así ahora todo lo crea El. Entonces dijo: Hagámosle un auxiliar; en cambio acá nada hay de ese auxiliar.

En efecto, quien ha recibido el Espíritu Santo ¿qué otro auxiliar necesita? Quien se apoya en el cuerpo de Cristo ¿de qué otro auxilio necesitará después? Al principio Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; ahora en cambio lo une con el mismo Dios. Entonces le ordenó imperar sobre los peces y las bestias feroces; ahora ha elevado las primicias de nuestro linaje sobre los Cielos. Entonces le entregó como habitación el paraíso; ahora nos ha abierto los Cielos. Entonces formó al hombre en el sexto día, pues debía completarse aquella edad; ahora lo forma en el primer día, desde el principio, en la luz.

De todo lo cual queda manifiesto que cuanto se hacía iba ordenado a otra vida mejor y a una situación que ya no tendrá fin. La formación primera de Adán es terrena; y luego del costado de Adán fue formada la mujer; y del germen humano procedió Abel. Y sin embargo ninguna de esas formaciones podemos explicarla ni con palabras describirla, a pesar de que son materiales y rudas. Pues ¿cómo podremos dar explicación razonada de la generación espiritual por medio del bautismo, siendo ésta mucho más sublime? ¿Cómo se nos puede exigir explicación de este parto estupendo? Los ángeles estuvieron presentes a él. Pero nadie puede explicar el modo de esa admirable generación hecha por medio del bautismo.

Presentes estuvieron los ángeles, pero sin poner operación alguna, sino solamente contemplando lo que se verificaba. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es 2 quien todo lo obra. Aceptemos, pues, y obedezcamos la determinación de Dios, que es más real y verdadera que lo que por los sentidos percibimos. La vista con frecuencia engaña, pero aquélla no puede engañarse. Aceptémosla. Quien de la nada produjo lo que no existía, bien merece que se le crea cuando nos habla de la naturaleza de las cosas. Y ¿qué es lo que nos dice? Que en el bautismo se obra una generación. Y si alguno te preguntare: ¿Cómo es esa generación?, ciérrale la boca con las palabras de Cristo, que son la más grande y clara demostración.

Si alguno pregunta por qué se usa el agua, nosotros a nuestra vez le preguntaremos: ¿Por qué allá a los principios Dios usó la tierra como materia para formar al hombre? Pues a todos es manifiesto que el hombre pudo ser formado sin necesidad de la tierra. En consecuencia, no investigues con vana curiosidad. Ahora bien, que el agua sea necesaria e imprescindible, puedes conocerlo por aquí. En cierta ocasión en que el Espíritu descendió sobre algunos discípulos antes de recibir el agua, el apóstol Pedro no se contentó con esto, sino que dijo, para demostrar que al agua era necesaria y no superflua: ¿Puede nadie negar el agua del bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?

Mas ¿para qué se necesita el agua? Voy a explicártelo para descubrirte un arcano misterio. Hay acerca de esto otros discursos arcanos; pero entre tantos yo os diré uno. ¿Cuál es? En este símbolo del agua se realizan cosas divinas: sepultura, mortificación, resurrección, vida; y todo ello se realiza a la vez. Metiendo nosotros la cabeza en el agua como en cierto sepulturero, todo el hombre viejo se mete y sepulta; y luego, saliendo nosotros del agua, sale también el hombre nuevo. Así como a nosotros nos es fácil sumergirnos y salir, así le es fácil a Dios sepultar al hombre viejo y revestirnos del nuevo. Y se hace tres veces para que comprendas que el poder del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo lleva a cabo toda esta obra.

Y que esto no lo afirmemos por meras conjeturas, oye cómo lo dice Pablo: Y hemos sido sepultados con El por el bautismo A Y también: Nuestro hombre viejo fue con El crucificado? Y luego: Pues hemos sido injertados con El en una muerte que es semejanza de la suya. Pero no solamente el bautismo se llama cruz, sino además la cruz se llama bautismo: Con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados. Y además: Un bautismo he de recibir que vosotros no conocéis. Así como nosotros fácilmente nos sumergimos en el agua y luego salimos, así Cristo, una vez muerto, resucitó cuando quiso; más aún, con mayor facilidad; aunque permaneció en el sepulcro por tres días por una misteriosa economía.

Habiéndosenos comunicado tan grandes misterios, llevemos una vida digna de don tan grande, una forma de proceder que sea excelente. Y vosotros los que aún no lo habéis recibido, haced cuanto podáis para recibirlo, a fin de que todos formemos un solo cuerpo y seamos hermanos. Pues mientras estamos así separados, aunque el uno sea padre y el otro hijo, el otro hermano, en fin cualquiera que sea, aún no es verdadero pariente, pues se encuentra separado del parentesco celestial. Al fin y al cabo, del parentesco según el barro ¿qué utilidad proviene mientras no estamos espiritualmente emparentados? ¿Qué utilidad proviene del parentesco terreno, pues para el Cielo permanecemos extraños?

En este orden, el catecúmeno es aún un extraño respecto del fiel, pues no tienen la misma cabeza., ni el mismo padre, ni la misma ciudad, ni el mismo alimento, ni la misma vestidura, ni la misma mesa, ni la misma casa, puesto que de todas esas cosas está apartado. Para él todo está en la tierra; para el fiel, todo en el Cielo. Para el fiel Cristo es Rey; para el otro lo es el pecado y el diablo. Para aquél sus delicias es Cristo; para este otro, la corrupción. Para el infiel el vestido es obra de gusanos; para el fiel, lo es el Señor de los ángeles. Para éste su ciudad es el Cielo; para el otro, la tierra. Ahora bien: no teniendo ellos nada en común, pregunto ¿cómo nos comunicaremos?

Dirás que todos nacemos con un parto igual y salimos de un vientre. Pero no basta eso para un parentesco auténtico. Procuremos, pues, ser ciudadanos de la ciudad celestial. ¿Hasta cuándo permaneceremos en el destierro? Lo necesario es regresar a la patria, ya que no se exponen en el caso cosas que no tengan valor. Si aconteciera, lo que Dios no permita, que los no iniciados fueran arrancados de este mundo con una muerte inesperada, aun cuando poseamos infinitos bienes, más allá no nos recibirán sino la gehenna y el gusano venenoso y el fuego inextinguible y las irrompibles ataduras.

¡Que no suceda que alguno de nuestros oyentes vaya a experimentar aquel tormento! Lo evitaremos una vez iniciados en los sagrados misterios, si ponemos como base oro, plata y piedras preciosas. Así podremos al emigrar a la otra vida aparecer allá ricos, no habiendo dejado acá riquezas, sino habiéndolas trasladado a aquellos tesoros seguros, por manos de los pobres, y habiéndolas colocado a rédito en las manos de Cristo. Tenemos allá una deuda crecida, no de dineros sino de pecados. Pongamos, pues, allá dineros a rédito, para que alcancemos el perdón de nuestros pecados. Cristo es el que juzga. No lo desechemos aquí cuando sufre hambre, para que allá El nos alimente. Démosle acá vestido, para que El no nos deje desnudos de su patrocinio. Si acá a El le damos de beber, no tendremos allá que decir con el rico Epulón: Envía a Lázaro para que con la punta de su dedo mojado en agua refrigere mi lengua abrasada.

Si acá le damos hospedaje, El nos preparará allá muchas mansiones. Si a El encarcelado lo visitamos, El por su parte nos librará de las cadenas. Si lo recibimos como huésped, no nos despreciará El a nosotros como huéspedes y peregrinos del Reino de los Cielos, sino que nos hará participantes de la eterna ciudad. Si enfermo lo visitamos, El nos librará rápidamente de nuestras enfermedades. De modo que para recibir grandes dones a cambio de los nuestros tan pequeños, démoselos aunque exiguos, con lo cual compraremos allá los que son máximos. Mientras aún es tiempo, sembremos para que luego cosechemos. Pues cuando llegue el invierno, y el mar ya no sea navegable, no podremos negociar. Y ¿cuándo llega ese invierno? Cuando llega el día aquel grande y manifiesto. Pues entonces no navegaremos ya por este mar actual, grande y espacioso; porque al hn y al cabo la presente vida es semejante a un mar.

Ahora es el tiempo de sembrar; entonces lo será de cosechar y lucrar. Pero si alguno no deposita la simiente mientras es tiempo de siembra; si en el tiempo de la siembra inútilmente lanza la semilla, caerá en ridículo por cierto. Ahora bien, si el tiempo de la siembra es el tiempo presente y no lo es de la cosecha, ahora es el momento de sembrar. Esparzamos la simiente para que después cosechemos. No nos empeñemos en cosechar ahora para que no perdamos después la cosecha. Pues, como ya dije, es ahora el tiempo de presente el que nos llama a la siembra y a hacer el gasto y no a recoger y entrojar. No perdamos la oportunidad, sino sembremos con abundancia y no perdonemos gasto de nuestros haberes familiares, para que luego todo lo recuperemos con crecidos réditos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

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