miércoles, 29 de septiembre de 2010

Domingo XVIII después de Pentecostés


Sed generosos si queréis que Dios sea generoso con vosotros.

Cómo podremos pedirle a Dios que derrame sus abundantes dones y gracias sobre nosotros si tenemos el corazón encogido por el pecado del egoísmo, si no somos capaces de descubrir las necesidades de los demás, de los que nos rodean, de nuestros prójimos? Esto es lo que nos dice el Santo Apóstol Pablo en su II carta a los Corintios. El mezquino y avaro, el que tiene el corazón endurecido por la mezquindad y la avaricia, es como un árbol estéril que no da fruto, es como una hierba parásita que se enrosca y parasita, sin producir nada.

Más el que es generoso y da con alegría a los demás, es como un árbol fecundo cargado con los frutos de la misericordia y el amor. No permitirá Dios que le falte nada de lo que es necesario y aquello que libremente da le será devuelto, como una bendición, multiplicado.

Más nuestra falta de fe nos hace dudar de la misma palabra del Señor y en vez de buscarnos un tesoro en el cielo, atesoramos en la tierra donde todo termina en medio de la corrupción. Y faltos de fe no descubrimos que sí que es verdad que Dios providentemente cuida de nosotros. En medio del mundo, este nos crea multitud de necesidades que nos hacen estar siempre pendiente de lo que hay en la tierra, impidiéndonos levantar nuestros corazones a Dios; atados por las cosas de este mundo, desconfiamos de la providencia de Dios.

En el Evangelio hemos escuchado la narración de la pesca milagrosa. Aunque habían estado faenando toda la noche, nada habían podido pescar. Pedro obedece el mandato del Señor de arrojar de nuevo las redes y lo hace porque Él se lo pide, confiando plenamente en Él. Y no sólo las sacan llenas totalmente sino que tienen que llamar a otra barca para que les ayude porque la suya rebosaba de peces. Pedro, Juan y Santiago ya no serán más pescadores en el mar de Galilea, ellos serán pescadores de hombres.

Los Santos Apóstoles serán los que siguiendo las palabras del Señor, pescarán, salvarán, a los hombres del mar tempestuoso, de las olas impetuosas, de la oscuridad tenebrosa del pecado y de la muerte, subiéndolos a la única barca de salvación que es la Santa Iglesia.

Él, por su infinito amor a la humanidad, después de haber derramado su sangre preciosa y de haber resucitado para darnos la vida, los envía a todos los pueblos para anunciar la buena noticia de la salvación, rescatándonos de la idolatría, liberándonos del poder de Satanás, rompiendo las cadenas del pecado, pisoteando el poder de la muerte. A todos los pueblos llego su pregón, y hasta los confines del orbe su mensaje.

Más qué es lo que ocurre hoy ¿es que aquellos que reciben actualizado el mensaje de ser pescadores de hombres por ser sucesores de los Apóstoles, no sienten en sus corazones la llamada apremiante del Señor a lanzar las redes? ¿No sienten la necesidad de llenar la barca con los que sumergidos en el mar de la muerte anhelan y buscan la salvación sin encontrarla?

“Hemos estado faenando toda la noche y no hemos conseguido pescar nada” En medio de la oscuridad de esta generación, el movimiento que observamos es muchas veces el contrario al que aparece en el Evangelio. Son muchos los que estando en la barca la abandonan para sumergirse en las profundidades del pecado y la muerte espiritual. En infinidad de ocasiones vemos como los creyentes ortodoxos abandonan la Iglesia o no quieren entrar en ella. Unas veces las causas son espirituales, corren tras la abominación de los ídolos importados por las religiones orientales, se postran ante los falsos dioses de la new age, siguen los consejos de charlatanes de lo espiritual, reniegan del nombre de Cristo, caen en las redes perniciosas de las sectas heréticas. Otras veces las causas son materiales, pero esconden también el error de la idolatría, pues ¿no es la idolatría el culto a los dioses de barro renunciando a la preeminencia del Creador de todas las cosas? En el centro de su corazón ponen el afán de poseer, el dinero, se ponen a ellos mismos dándose culto…

Y ante esto ¿qué es lo que podemos hacer? Lo primero Confiar en las palabras del Señor. No realizamos la pesca en nuestro nombre, sino en el suyo. Despojándonos de todo afán mundano, nos entregamos con fe y ahínco a la labor que nos ha encomendado el Salvador de los hombres y es en su nombre que arrojamos las redes de nuevo al mar. Realizamos el trabajo en su nombre y Él es el que se encarga de llenar abundantemente las redes. No somos nosotros, no es nuestra palabra la que salva, es la palabra del Señor Dios-Hombre. No somos nosotros el centro, es Cristo; no es nuestra barca la que acoge a los que son rescatados del mar, es la barca de la Iglesia. Cuando nos ponemos nosotros en el centro, cuando llenos de orgullo nos creemos que somos los salvadores de la humanidad. Todo fracasa, las redes salen vacías y nuestros esfuerzos son inútiles y aún peor es cuando detrás de esa pesca sólo vemos los beneficios económicos, el reparto del botín.

No nos creamos que toda la labor está hecha, no pensemos que Grecia, Rumanía, Serbia, Bulgaria, Rusia…. no son países en los que esta pesca no se tenga que realizar. Cuanto más se occidentalizan las sociedades, más necesario se hace el presentar claramente el mensaje evangélico y más en zonas donde se han tenido que sufrir años y años del más terrible de los materialismos y que han terminado dejando una huella profunda.

La emigración ha llevado también a los ortodoxos a lugares donde nunca se hubiera pensado en una presencia masiva, como por ejemplo en España. Son cientos de miles los ortodoxos que ahora viven en casi todas las ciudades de este país. Hasta en pueblos pequeños donde se podría pensar que no encontrarías a nadie te topas con una familia rumana. Detrás de los emigrantes vinieron los sacerdotes y hemos de preguntarnos cuál es el motivo de nuestra presencia aquí y en otros países de Europa Occidental. Por desgracia son muchos los que han venido por un oportunismo económico, para hacerse la casa en el pueblo, para conseguir una parroquia mejor cuando vuelva. Parecen unos emigrantes más buscando, no atender espiritualmente a los fieles sino por un beneficio puramente material. Muchos más son los que han venido a atender pastoralmente a los emigrantes. Más yo me pregunto ¿Y estos sacerdotes no ven la pesca que han de realizar? ¿Su misión es sólo atender a los ortodoxos?

La problemática se complica en este punto pues supone varias cosas: Lo primero es ser conscientes de que los católicos, al estar presos por la herejía, necesitan conocer el verdadero mensaje de Cristo, libre del error del papismo; es necesario ofrecerles el mensaje salvador y hacerles ver que sólo en la Iglesia Ortodoxa se ha conservado íntegro este mensaje. Aquí surge ya el primer problema ¿Cómo un sacerdote ortodoxo que celebra los Sagrados Misterios en un templo católico, y que pone los Santos Dones en el mismo altar en el que ellos ponen sus ázimos, rodeado de imágenes, va a lanzar las redes al mar tenebroso siguiendo la palabra del Señor? No pondrá en peligro el permanecer allí? ¿No se encontrará con la enemistad de los sacerdotes católicos? ¿Y no será este el plan que ellos siguen al dejarle el templo, tenerlos prudentemente callados? Peor aún cuando celebran en templos anglicanos, aunque el control nos sea tan férreo, el error que practican es mayor.

Muchos son los que piensan que sólo se han de dedicar a los suyos y entonces se da el caso de la antigua controversia entre los que pensaban que el Evangelio era sólo para los judíos y los que opinaban que se debía abrir la puerta a los gentiles. Ya sabemos cual fue el resultado: El mensaje del Evangelio es universal, y la salvación es para todos los hombres. No nos dolerá pues el saber que por nuestra comodidad o cobardía, sean muchos los que perezcan sin haber les ofrecido la posibilidad de la salvación, qué los que nos rodean sigan en su error pernicioso sin ofrecerles la luz de la Verdad…

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