martes, 31 de diciembre de 2013

El Sacramento de la Confesión.

 
 
El Sacramento de la Confesión, según la doctrina de los Santos Padres, la tradición y praxis ininterrumpida de la Iglesia, ha de entenderse como una psicoterapia en el sentido más literal de esta palabra: terapia del alma, en la que el pecador, consciente de su situación y arrepentido por sus hechos, acude a Cristo, Medico de las almas y los cuerpos para recibir el bálsamo saludable que sane las heridas causadas por el pecado. Se habla de alma y cuerpo porque el pecado atañe tanto a una como al otro y todo pecado deja herida en el alma y esta herida se manifiesta también en el cuerpo ya que desordena la unidad antropológica y la acción theantrópica de Dios en el hombre.

¿Cómo pues hemos de acudir al Misterio? Lo primero conscientes del pecado, de su acción en nosotros y de su repercusión en toda la Iglesia. Hemos de acudir como el que acude al médico y describe los síntomas de la enfermedad, para que el médico pueda hacer el diagnóstico correcto y pueda aplicar el remedio y la medicina saludable. Más aquí es donde comienzan los problemas y es labor pastoral de los sacerdotes el catequizar debidamente a los fieles para que estos puedan acercarse convenientemente a participar en los Divinos Misterios.

Uno de los problemas con los que nos encontramos es la pérdida de conciencia de pecado incluso en aquellos que con frecuencia asisten a los servicios religiosos. Esa ausencia personal de pecado se ve influida por la pérdida en la propia sociedad lo que crea un ambiente propicio para ignorar el pecado y sus consecuencias en nuestras vidas. Prevalece en muchas ocasiones el hecho de que si algo lo hace la mayoría de la gente está bien y es moralmente aceptable. Ejemplo de esto lo encontramos en las relaciones prematrimoniales, las pequeñas estafas, el hurto, consultar videntes, tarotistas y horóscopos, las infidelidades dentro del matrimonio, el abandono de las oraciones diarias y los ayunos eclesiásticos…  Esta ignorancia actúa en el hombre  de la misma manera que un cáncer que va carcomiendo el interior y no se manifiesta hasta que la situación es de extrema gravedad. Ocasiona al final el alejamiento total de la Iglesia y de Dios y tiene como consecuencia la muerte espiritual.

Es frecuente también la situación de incapacidad del hombre de luchar contra los pathos, las pasiones del alma, que arraigan en ella y conforme pasan los años son más difíciles de quitar. Hay ocasiones en las que se es plenamente consciente de la existencia de estas pasiones como por ejemplo en la adicción al alcohol, pero es más fácil excusarse, dejarlo para mañana, considerarse incapaz de luchar que reaccionar contra ellas. Peor aún es cuando el hombre se cree capaz de luchar solo ignorando la ayuda de la Gracia Divina en esta contienda.

Una vez que el cristiano se acerca al Misterio de la Confesión ha de considerar como hacer esta para que sea efectiva y de los frutos convenientes. Ha de considerarse el hombre igual al Hijo Pródigo del Evangelio. Consciente de su pecado se levanta para volver a su Padre y recibir de Él su perdón y recuperar su condición de hijo.

Cuando el fiel se acerca al confesor ha de escuchar las palabras que dice el sacerdote al recibirlo: “Hijo, no te confiesas conmigo, sino con Cristo a quien represento” Esto es importantísimo ya que al acercarse a confesar se pone en la presencia del mismo Redentor de las almas, el único que puede sanarnos y es el sacerdote el que da en su nombre la absolución de los pecados. Esto descarta totalmente la falsa y diabólica creencia de que uno puede confesar sus pecados directamente con Dio, siendo innecesaria la figura del sacerdote. Es el mismo Jesucristo el que da a sus Apóstoles la autoridad de perdonar los pecados, de atar y desatar por lo que si no hay confesión no puede uno recibir el perdón de Dios.

Acercarse a la Confesión supone previamente el haber hecho un buen examen de conciencia siguiendo las guías que para esto hay. De entre todas, la mejor y más reconocida por la Iglesia es la realizada por San Nicodemo Aghiorita con las convenientes actualizaciones. El examen correcto de nuestros pecados nos lleva a desterrar la perniciosa idea que abunda y que muchas veces escuchamos los sacerdotes: “Padre, que puedo decirle, yo no peco, rezo, voy a la Iglesia… ” Esta idea también la inspira el enemigo mortal de las almas ya que el mismo Señor nos dice que el santo peca siete veces al día; ¡Que no haremos nosotros pobres pecadores! El que hace un buen examen descubre los pecados cometidos y en ese momento lo mejor es apuntarlos para poderlos leer ante el sacerdote, ya que una vez iniciada la confesión el demonio puede suscitar en nosotros vergüenza y callar los más graves por una falsa vergüenza de lo que pueda pensar el sacerdote. Vergüenza ha de darnos el pecar, no el reconocer que hemos pecado.

Puesto a la confesión esta ha de ser igual que como cuando acudimos al médico. Hemos de dar cuenta de los síntomas de la enfermedad lo más claramente posible, sin omitir ninguno, para que el médico pueda dar su diagnóstico y la medicina curativa. Son muchos los que acuden al confesor como si el confesionario fuera un patio de vecinas; acuden más a contar chismes, dando cuenta de lo malos que son los demás y lo bueno que es uno, escusando los pecados por las malas influencias… Esto ha de ser cortado tajantemente por el sacerdote ya que uno no va a confesar a su suegra por lo mal que ésta le trata, o las injusticias de su jefe, o lo malo que es el marido o lo mala esposa que es su mujer. Uno va a confesar sus pecados, ya irá su suegra a confesarse o su jefe. Igualmente ocurre cuando uno va al médico y no le dice: “mire es que a mi madre le duele la cabeza y a mi marido le produce ardor de estómago la cena” . Se habla en primera persona: “Padre, he mentido, he sido injusto con mis trabajadores, he descuidado la educación de mis hijos, no me hablo con mi hermano, he mirado con deseo a la mujer de mi prójimo, no hago las oraciones diarias, no he ayunado los miércoles y viernes, no doy limosna ni atiendo a los necesitados…” Uno no se anda con rodeos ni da demasiados detalles, ni se escusa… Uno reconoce ante Dios como el Hijo Pródigo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti y no merezco ser llamado hijo tuyo”.

Necesario es escuchar los consejos del sacerdote que da como el médico da el tratamiento necesario para la salvación y curación del alma y se ha de poner en situación de no volver a caer en los mismos pecados con la ayuda misericordiosa de Dios. El sacerdote impone la epitimia o canon correspondiente  que el fiel cumplirá convenientemente como se toma el enfermo sus medicinas los días y a las horas establecidas para la sanación.

Puede incluso el sacerdote según la gravedad de los pecados pedir al fiel que no reciba los Santos Misterios hasta que se haya cumplido el canon y el alma esté preparada convenientemente para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo con el corazón purificado y como la medicina verdadera que nos sana y vivifica definitivamente. Este ayuno nos hace también ser conscientes de los terribles Misterios en los que vamos a participar.

Esto hace pues que sea necesario confesar convenientemente antes de comulgar no pudiendo nadie acercarse al santo Sacrificio si haberse purificado antes convenientemente con la confesión de los pecados, arrepentido de todo corazón y purificado de toda mancha aún de las más leves para no tragar la propia condenación tal y como nos dice el santo Apóstol Pablo.

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