Después
de varios siglos de tensiones entre maculistas e inmaculistas, el 8 de
diciembre de 1954, Pío IX definía el falso dogma de la Inmaculada Concepción de
la Madre de Dios.
Los
defensores del dogma capitaneados por los franciscanos y posteriormente por los
jesuitas, se habían basado durante siglos en las doctrinas de Duns Scoto,
mientras que los maculistas contarios al dogma y centrados sobre todo en las
filas de los dominicos se ceñían a la de Tomás de Aquino.
Lo
que al principio se consideró una pía opinión fue ganando adeptos poco a poco
hasta hacer imposible la vida de los que defendían la opinión contraria que
llegaron en el siglo XVII y XVIII a tener prohibida la predicación en contra
del error teológico. En la defensa inmaculista se mezclaron intereses
religiosos y políticos tal como se puede ver en la insistencia de los Austrias
en la defensa del mismo.
Al
final, en la bula Ineffabilis Deus, se
declaró como dogma de Fe, que:
“...declaramos,
proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen
María fue preservada inmune de toda mancha y de
la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús
Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y
constantemente creída por todos los fieles...”
No
ha ocurrido lo mismo en la Iglesia Ortodoxa que constantemente invoca a la
Madre de Dios como purísima e inmaculada más como fruto de su santa ascesis.
Occidente, obviando esto y basándose en un erróneo concepto de pecado original
en términos puramente jurídicos tuvo como consecuencia que inventar este nuevo
pseudodogma para poder conservar la pureza de María.
En
su afán legislativo sobre todo a partir de las tarifaciones penitenciales
irlandesas que se trasladaron a toda Europa se desarrolla paralelamente una errónea
concepción del pecado original mediante la cual la humanidad entera queda presa
de la culpa original, a la que se trasmite el pecado de Adán desde el momento
de la concepción, quedando así manchados desde el seno de nuestras madres con
una tacha moral que nos hace incapaces, en nuestra propia naturaleza, de llegar
a conocer y amar a Dios. Así pues el pecado de Adán es también el pecado de
cada hombre nacido de mujer, manchándolo irremediablemente desde el momento
mismo de su concepción y por lo tanto incapacitados esencialmente para la
realización de cualquier obra buena.
Más
¿es esto la tradición constante y la fe de la Iglesia desde sus primeros siglos?
¿Es esto lo que nos dicen los Padres y la Tradición? Lo primero que tenemos que
tener en cuenta es que los Santos Padres nunca hablan de pecado original, sino
de pecado ancestral y lo hacen refiriéndose al mismo como una consecuencia del
pecado de Adán que merma la plenitud del ser humano, más no lo incapacita para
que mediante la gracia y la comunión con Cristo pueda colaborar en la tarea de
su salvación. Se da así la colaboración de la voluntad humana con el poder y la
acción salvadora de Cristo. Es precisamente esta unión de colaboración y gracia
lo que hizo de la Madre de Dios la Panaghía, la Toda Santa o Completamente
Santa. Más sin esta culpa sólo nació Cristo igual en todo a nosotros menos en
el pecado y sus consecuencias.
Es
muy sencillo comprender este misterio. Es Adán el que come del fruto del árbol
prohibido por Dios, es él que rompe el ayuno ascético impuesto por el Creador,
Él es el que desobedece a Aquél que lo formó del barro y le insuflo el espíritu
de vida. Más no somos nosotros los que desobedecimos, ni comimos del fruto, más
sufrimos las consecuencias terribles de este acto que hicieron que irrumpieran
la muerte y el pecado, por el pecado del primer hombre y sus descendientes
sufren las consecuencias de este acto, más no somos nosotros los que pecamos,
sino él. El ejemplo resultará clarificador: Si mi padre roba un banco y es
condenado a prisión, no soy yo el que ha cometido pecado de robo, ni seré yo el
que pague en la cárcel la pena por el delito, más como su hijo sufriré las consecuencias
de su acto, creceré sin su compañía, me veré privado en ocasiones de lo
necesario y tendré que sufrir la vergüenza de verme señalado como el hijo de un
ladrón.
Así
pues nació maría concebida de forma natural y no sobrenatural por sus padres los
justos Joaquín y Ana que en su ancianidad se vieron libres de la carga
oprobiosa de la infertilidad. Más fue concebida como todos los seres humanos y
con las consecuencias de esta culpa. No podría ser de otra manera y así debería
de ser pues ella es el orgullo de nuestra raza. Si no, lo que hubiera nacido
sería un engendro, se hubiera trastocado todo el plan de salvación y sobre todo
se hubiera quitado el libre albedrío que en la Madre de Dios se manifiesta en
el momento de la Encarnación, preguntando al Ángel y aceptando libremente el plan de Dios
sobre ella y su maternidad divina.
¿Más
como es pues que la Iglesia la invoca como Panaghía? Magníficamente lo expresan
los textos de la fiesta de la Entrada en el Templo de la Madre de Dios. Ella
libremente colabora con la gracia y la acción del Espíritu Santo, libremente y
por medio de la ascesis, ayudada por Dios, huye del pecado manteniéndose libre
y alejada de él, rechazando al demonio. Es por esto que la Iglesia la ha
considerado la primera y el modelo de todos los ascetas, el ejemplo más
perfecto de ascesis para todos nosotros. Más Ella estaba también necesitada de
redención y es la primera de los redimidos por Cristo. Dios no la pone fuera de
la condición humana por ningún extraño privilegio, ni hay ningún anticipo
redentor; Ella en su libertad colabora plenamente con Dios para el bien de
todos los nacidos de Eva, es por ello la nueva Eva por la que viene el bien
para todos los hijos de Adán.
No
hay una predestinación desde antes de todos los siglos pues esto sería una
absoluta barbaridad. Nadie, ni la madre de Dios es predestinada a nada, pues si
no fuera así se vería privada de su libertad. Su santidad está en que siendo
plenamente mujer optó libremente por cumplir con la voluntad de Dios cada
segundo de su vida y es esto lo que causa que el Ángel al saludarla la llame “llena
de gracia”. No hemos sido creados ninguno de nosotros esclavos de ningún fatal
destino, incluso podemos rechazar la acción de la gracia y al mismo Cristo. Más
Ella ante el misterio divino se reconoce como la sierva de Dios abierta totalmente
al cumplimiento de su voluntad.
Esta
es la causa pues de que los papistas añadieran esta nueva herejía, consecuencia
de sus errores sobre el pecado ancestral, el libre albedrío y la gracia enseñados por los Padres.
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