Comienza el miércoles, 15/28 de noviembre, y termina en la fiesta de la Natividad del Señor, el lunes, 25 de diciembre/7 de enero. Ya que las normas del ayuno son trágicamente desconocidas, o peor aún, ignoradas por algunos, las describimos en amplio detalle.
De acuerdo con el capítulo XXXIII del Typikon, los lunes, miércoles, y viernes, nos abstenemos de carne, huevos, leche y todos los productos lácteos, pescado y todo marisco vertebrado (pero no de los Crustáceos), vino y todos los licores, y aceite. Los martes y jueves, empero, se permite el uso del vino y el aceite, mientras que los sábados y domingos se permite el uso de pescado, vino y aceite; pero del 20 al 24 de diciembre (2 al 6 de enero en el calendario civil) no comemos pescado en ningún caso. Se permite además el uso del pescado en algunas fiestas. Estas fiestas en la Parroquia son las de San Andrés, San Nicolás, San Ambrosio, La Concepción de la Santísima Madre de Dios, San Spiridón y San Daniel profeta. Ciertamente, el observar las reglas del ayuno al pie de la letra requiere una buena constitución física y el estar acostumbrado a tales esfuerzos; en el caso de los enfermos, o de los que se inician en la práctica del ayuno, debe buscarse la dirección del confesor o padre espiritual. Esto, empero, no es excusa para aquellos que, conociendo la puerta estrecha y el camino angosto (cfr. San Mateo 7:13-14), perezosamente buscan deshacerse de la obligación cristiana de ayunar, acerca de la cual Señor mismo ha dicho: «Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces en aquellos días ayunarán» (cfr. San Marcos 2:20). Sobre este texto comenta san Teofilacto de Ohrid: «Cuando Cristo el esposo le es quitado [al hombre], esto es, cuando peca, entonces ayuna y se arrepiente para que pueda ser sanado de su pecado». Si bien la observancia estricta del ayuno conlleva una gran medida de privación personal, aquellos que perseveran a pesar de la dura batalla encuentran al final el gozo y la consolación de una mayor dependencia en Dios, y de un más firme sometimiento de nuestra rebelde voluntad.
Un elemento clave para ser victoriosos en esta batalla espiritual es la participación frecuente en los servicios divinos, incluyendo la confesión y la comunión. Todos los cristianos ortodoxos, como mínimo, deben hacer el esfuerzo de ayunar, confesarse y recibir los santos Misterios durante los cuatro ayunos anuales. ¿Qué excusa daremos a Dios si nos negamos a esforzarnos en lo poco? «¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?» (cfr. Hebreos 2:3) Recordemos también las solemnes palabras de san Serafín de Sarov, el cual afirmaba que quien no ayuna simplemente no es cristiano, sin importar lo que crea al respecto. Aprovechemos, pues, esta oportunidad al máximo, con la ayuda de Dios, para no ayunar en vano y así poder cosechar buen fruto espiritual.
De acuerdo con el capítulo XXXIII del Typikon, los lunes, miércoles, y viernes, nos abstenemos de carne, huevos, leche y todos los productos lácteos, pescado y todo marisco vertebrado (pero no de los Crustáceos), vino y todos los licores, y aceite. Los martes y jueves, empero, se permite el uso del vino y el aceite, mientras que los sábados y domingos se permite el uso de pescado, vino y aceite; pero del 20 al 24 de diciembre (2 al 6 de enero en el calendario civil) no comemos pescado en ningún caso. Se permite además el uso del pescado en algunas fiestas. Estas fiestas en la Parroquia son las de San Andrés, San Nicolás, San Ambrosio, La Concepción de la Santísima Madre de Dios, San Spiridón y San Daniel profeta. Ciertamente, el observar las reglas del ayuno al pie de la letra requiere una buena constitución física y el estar acostumbrado a tales esfuerzos; en el caso de los enfermos, o de los que se inician en la práctica del ayuno, debe buscarse la dirección del confesor o padre espiritual. Esto, empero, no es excusa para aquellos que, conociendo la puerta estrecha y el camino angosto (cfr. San Mateo 7:13-14), perezosamente buscan deshacerse de la obligación cristiana de ayunar, acerca de la cual Señor mismo ha dicho: «Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces en aquellos días ayunarán» (cfr. San Marcos 2:20). Sobre este texto comenta san Teofilacto de Ohrid: «Cuando Cristo el esposo le es quitado [al hombre], esto es, cuando peca, entonces ayuna y se arrepiente para que pueda ser sanado de su pecado». Si bien la observancia estricta del ayuno conlleva una gran medida de privación personal, aquellos que perseveran a pesar de la dura batalla encuentran al final el gozo y la consolación de una mayor dependencia en Dios, y de un más firme sometimiento de nuestra rebelde voluntad.
Un elemento clave para ser victoriosos en esta batalla espiritual es la participación frecuente en los servicios divinos, incluyendo la confesión y la comunión. Todos los cristianos ortodoxos, como mínimo, deben hacer el esfuerzo de ayunar, confesarse y recibir los santos Misterios durante los cuatro ayunos anuales. ¿Qué excusa daremos a Dios si nos negamos a esforzarnos en lo poco? «¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?» (cfr. Hebreos 2:3) Recordemos también las solemnes palabras de san Serafín de Sarov, el cual afirmaba que quien no ayuna simplemente no es cristiano, sin importar lo que crea al respecto. Aprovechemos, pues, esta oportunidad al máximo, con la ayuda de Dios, para no ayunar en vano y así poder cosechar buen fruto espiritual.
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