La festividad de la Theofanía, o del Bautismo del Señor, igual, que la Pascua, es la más antigua fiesta cristiana. Está dedicada al Bautismo de nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán. Esta fiesta desde los primeros tiempos fue recibida por los cristianos con gran sentimiento, ya que les recordaba su propio bautismo y hacia sentir mas profundamente la fuerza de este Misterio. Hasta la edad de treinta años nuestro Señor Jesucristo vivió con su Madre en la pequeña ciudad de Nazaret. Ayudando a San José en sus trabajos de carpintería, no se daba a conocer por nada especial, y la gente lo consideraba como a uno de los hijos de José. Pero he aquí que se acercó la hora de comenzar su servicio público. Entonces Dios mandó al profeta Juan el Bautista, que vivía en el desierto, comenzar la predicación del arrepentimiento ante todo el pueblo y bautizar en el Jordán a todos los arrepentidos, como señal del deseo de limpiarse de sus pecados. El lugar donde el profeta Juan comenzó su prédica se llamaba: "desierto de Judea," situado en la orilla oeste del Jordán y del mar Muerto. El evangelista Lucas nos proporciona valiosos datos acerca de este decisivo período, mas precisamente, que en ese tiempo Palestina, que entraba en el conjunto del imperio romano, era gobernada por cuatro gobernantes, tetrarcas. Los evangelistas llaman a Juan el Bautista "Voz que clama en el desierto" porque exhortaba enérgicamente a la gente diciéndoles: "Preparad el camino del Señor, haced que sea recto su camino." Estas palabras son tomadas de las palabras del profeta Isaías, donde él consuela a Jerusalén, diciendo, que ya había terminado el tiempo de su humillación y pronto vendría la gloria del Señor, y "se manifestará la gloria de Dios, y toda carne juntamente la verá" (Is 40, 5). Preparando a los hombres para el ingreso en este Reino, que se desplegará pronto con la venida del Mesías, Juan convoca a todos al arrepentimiento, y a los que respondieron a este llamado, los bautizaba "con el bautismo del arrepentimiento para el perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Esto no era todavía el bienaventurado bautismo cristiano, sino solo la inmersión en el agua como símbolo, de que el arrepentido deseaba la purificación de los pecados, en forma semejante, a como el agua limpia su cuerpo de la suciedad. Juan el Bautista era un austero asceta, usaba ropas toscas de pelo de camello y se alimentaba de langostas y miel salvaje. Él representaba en sí mismo lo radicalmente opuesto a sus contemporáneos, los preceptores del pueblo hebreo, y su predicación acerca de la proximidad del Mesías, cuya venida muchos esperaban tan ansiosamente, no podía dejar de llamar la atención general. Hasta el historiador de los judíos Flavio Josefo nos dice que el "pueblo, extasiado por las enseñanzas de Juan se congregaba en grandes multitudes para escucharlo" y que el poder de este hombre sobre los judíos era tan grande, que estaban dispuestos a hacer todo lo que él aconsejase, y hasta el mismo rey Herodes Antipas temía el poder de este gran Profeta. Ni siquiera los fariseos ni los saduceos podían mirar con indiferencia, como el pueblo en masa iba hacia Juan, y ellos mismos tuvieron que ir al desierto para verlo, aunque es dudoso que todos ellos fueran con sentimientos sinceros. Por ello no es extraño que Juan los reciba con palabras severas y acusadoras: "¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?" (Mateo 3,7). Los fariseos ocultaban hábilmente sus vicios con el estricto cumplimiento de las prescripciones puramente exteriores de las leyes de Moisés, y los saduceos, entregándose a sus satisfacciones físicas, negaban aquello, que contradecía su modo de vida epicúreo: la paz espiritual y la retribución de ultratumba. Juan les reprocha su soberbia, les reconviene de la certeza en su propia justicia, y les sugiere que la esperanza de ser los descendientes de Abraham no les traerá ningún beneficio si no realizan frutos, dignos de arrepentimiento, pues "todo árbol, que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego" (Mateo. 3, l0; Luc. 3, 9), como algo que no sirve para nada. Los verdaderos hijos de Abraham no son aquellos que descienden de él por la carne, sino los que habrán de vivir en el espíritu de su fe y fidelidad a Dios. "Si no os arrepentís, Dios os rechazará y llamará a vuestro lugar a nuevos hijos de Abraham en el espíritu" (Mt 3, 9; Lc 2, 8). Turbados por la severidad de sus palabras la gente preguntaba: "¿Qué haremos?" (Lc 3, 11) Juan contesta, que es indispensable hacer obras de misericordia y amor, y abstenerse de todo mal. Y estos son precisamente aquellos: "frutos dignos de penitencia," — es decir actos buenos, contrarios a aquellos pecados que realizaban. Eran aquellos los tiempos cuando todo el mundo esperaba al Mesías, y entretanto, además los hebreos también creían, que el Mesías, cuando viniera, iba a bautizar (Jn l, 25). No es de extrañar entonces, que muchos se hicieran la pregunta: ¿no será el Cristo, el mismo Juan? Juan respondía a esto, que él bautiza en agua para el arrepentimiento (Mt 3, l0), es decir como señal para el arrepentimiento, pero que tras de él viene Uno más Poderoso que él, a Quien él, Juan, no es digno de desatar las correas de sus sandalias, como lo hacen los siervos a su señor. "Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Mt 3, 11; Lc 3, 16; Mc l, 8) — y en su bautismo actuará la gracia del Espíritu Santo, como fuego, quemando toda inmundicia pecaminosa. "Su aventador está en su mano, y limpiará Su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mt 3, 12; Lc 2, 17) es decir Cristo purificará a su pueblo, como el dueño limpia su era, de la cizaña y la basura, y su trigo, es decir a los que creyeron en Él, los reunirá en su Iglesia, como en un granero, y a los que lo aborrecieron, los arrojará a eternos tormentos. Entonces, de entre toda la otra gente, también vino a Juan, Jesús de Nazaret de Galilea, para ser bautizado por él. Juan nunca antes había visto a Jesús y por eso no sabía quién era. Pero cuando Jesús se acercó para ser bautizado, Juan, como profeta, percibió su santidad, pureza e infinita superioridad sobre sí mismo, y por ello dijo asombrado: "¡Yo necesito ser bautizado por Ti! ¿Y Tú vienes a mí?" — "Así conviene que cumplamos toda justicia" — contestó con humildad el Salvador. (Mt 3, 14-l5). Con estas palabras el Señor Jesucristo quiso decir, que Él, como engendrador del nuevo género humano, debía mostrar con su propio ejemplo la necesidad de cumplir todo lo que está establecido por Dios, entre lo que también estaba el bautismo. No obstante, "bautizado, Jesús luego subió del agua" (Mt 3, l6) porque Él no tenía necesidad de confesar sus pecados como toda la otra gente, que permanecía en el agua mientras se confesaba de sus pecados. Habiéndose bautizado, Jesús, según las palabras del Evangelista, oraba. "Y he aquí los cielos se abrieron, y vio Juan al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre Él." Es por eso que en el día del bautismo del Señor, llamado también Aparición del Señor, en el oficio de la iglesia se canta: "Te presentaste hoy al universo..." Según el Evangelista Juan, el Espíritu de Dios no sólo descendió sobre Jesús, sino que permaneció en Él (Jn l, 32). El Espíritu Santo se presentó en forma de paloma porque esa era la forma más explícita de presentar Sus cualidades. En las enseñanzas de San Juan Crisóstomo, se dice: "la paloma es un ser extremadamente manso y limpio. Y como el Espíritu Santo es un Espíritu de mansedumbre, en tal manera se presentó". San Cirilo de Jerusalén explica que "en la época de Noé una paloma anunció la finalización del diluvio universal, trayendo una ramita de olivo, así también ahora el Espíritu Santo anuncia la remisión de los pecados en forma de paloma. Otrora una ramita de olivo, ahora la misericordia de nuestro Dios." La voz del Dios Padre: "Este es Mi Hijo amado, en quien me complazco" indicó a Juan el Bautista y al pueblo presente la dignidad divina del bautizado, como Hijo de Dios, en el que permanece eternamente la benevolencia del Dios Padre; y al mismo tiempo estas palabras del Padre Celestial contestaban las plegarias de su Divino Hijo acerca de la bendición para el comienzo de la salvación humana.
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