Constantinopla 5 de marzo de 2008
BARTOLOMÉ POR LA GRACIA DE DIOS ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA, NUEVA ROMA Y PATRIARCA ECUMÉNICO A TODA LA GREY DE LA IGLESIA LA GRACIA Y LA PAZ DE NUESTRO SEÑOR Y SALVADOR JESUCRISTO, Y DE NOS LA ORACIÓN, LA BENDICIÓN Y EL PERDÓN
Nuestra Iglesia, en el período de la Santa y Gran Cuaresma, nos llama al arrepentimiento. Es cierto que el ser humano, en nuestros días, no se siente cómodo cuando oye el llamado al arrepentimiento, porque se ha acostumbrado al modo de vida que sigue y no quiere poner en duda su corrección. La duda sobre la corrección le produce una sensación de inseguridad, porque el edificio ideológico dentro del cual ha buscado refugio seguro, se ve amenazado seguramente. No obstante, un examen más profundo de la cuestión, nos convence de que las convicciones de las personas no se formaron con objetividad, sobre la base de un juicio lógico, sino que fueron creadas para justificar lo que les place, es decir, que se trata de excusas en pecados. Pero lo cierto es que esa actitud de intentar justificar sus hechos y de justificarse a sí mismo sobre la base de axiomas errados, resulta perjudicial para sí mismo, porque cuando llegue inevitablemente el momento de la revelación de la verdad, se hallará carente de justificación y tal vez, ya no tendrá tiempo para reacomodar sus convicciones, es decir, para arrepentirse de sus pecados y de sus creencias equivocadas, por medio de las cuales quería justificar su comportamiento. Pero nosotros los cristianos, estamos familiarizados con el anuncio y la praxis del arrepentimiento y no nos agitamos frente al llamado al arrepentimiento de nuestra Iglesia. No obstante, nosotros también tenemos que tomar conciencia de que el arrepentimiento pleno tiene dos objetivos. El primero es la renuncia a nuestros pecados y la decisión de terminar con nuestros actos y costumbres pecaminosos, así como la reparación de sus consecuencias. Es ejemplo, Zaqueo, el recaudador de impuestos, quien habiéndose arrepentido sinceramente a su encuentro con Cristo, demostró su arrepentimiento con hechos, al devolver por cuadriplicado todo aquello que había cobrado injustamente. El segundo objetivo de nuestro arrepentimiento es cambiar de mentalidad. Reemplazar nuestras concepciones por otras superiores y más altas, según las palabras del Salmista: “elevaciones en su corazón dispuso”. Este segundo objetivo es necesario que se persiga también por aquellos que no son cuestionados por su propia conciencia por pecados concretos. Porque, por ejemplo, nuestro concepto del amor, seguramente carece de perfección, así también nuestro concepto de la humildad. Comparando nuestra situación espiritual con la perfección de Dios, de la cual somos llamados a ser imitadores, seguramente vemos nuestra flaqueza y el inmenso camino que hemos de recorrer para hallarnos en la órbita de los imitadores de Cristo. Investigando la calidad de nuestra paz interior, verificamos que estamos muy lejos de la paz de Cristo que supera a toda mente. Sopesando en qué medida confiamos nuestra vida en la Providencia de Dios, con tristeza cercioramos que muchas veces somos atrapados por la angustia y la incertidumbre por el futuro, como si fuéramos de poca fe o también sin fe. Y, en general, examinando la pureza de nuestra conciencia, vemos que muchas veces no tomamos conciencia de muchos sentimientos perjudiciales para nuestra pureza, a los que muchas veces consideramos sanos. Se necesita, pues, una nueva y más plena iluminación de nuestra conciencia por medio de las enseñanzas de los Padres y del Evangelio, a fin de que nuestros juicios acerca de nosotros mismos y de nuestras carencias, sean más correctos y más acordes con el juicio de Dios. Y, dado que ninguna persona puede decir que ha llegado a la perfección de su juicio sobre sí mismo, ninguna persona puede afirmar que no necesita una mente nueva, una mente más iluminada, un cambio de mente, una rectificación de su mente y de su mentalidad, es decir, de su arrepentimiento. Nuestra Iglesia Ortodoxa que nos llama al arrepentimiento, no nos llama sólo a una autoinculpación. La autoinculpación es necesaria también y la contrición es necesaria y las lágrimas de arrepentimiento son necesarias, pero no bastan. Se necesita además la alegría de nuestro perdón de parte de Dios, la percepción de nuestra liberación del peso de nuestras ataduras de cualquier pecado nuestro y la percepción del amor de Dios para con nosotros. Nuestro arrepentimiento no es algo que nos priva de la alegría de la vida, como para que nos sintamos incómodos al escuchar la prédica del arrepentimiento. El arrepentimiento es purificación e iluminación de nuestra mente, recalentamiento de nuestro amor a Cristo y a Su creación, libertad y alegría por la renovación de la vida a la que ingresamos incesantemente por medio del arrepentimiento perpetuo. Quien se arrepiente constantemente, progresa constantemente, se alegra constantemente por sus nuevas elevaciones, se satisface constantemente por el conocimiento más profundo que adquiere de todas las cosas. Por medio del cambio de su mentalidad y de sus concepciones, el arrepentido comprende mejor a todo el mundo, se convierte en más sabio, más prudente, más discreto, se convierte en persona de alto vuelo y en amigo de Cristo. De donde, la prédica del arrepentimiento es aceptada con beneplácito por las personas más inteligentes que pueden apreciar cualquier mejora que se brinda al ser humano, su renacimiento por medio del arrepentimiento. Por eso, queridos hermanos e hijos en el Señor, hagamos propia la invitación al arrepentimiento de nuestra Iglesia, en las dos formas que fueron expuestas precedentemente, y purifiquémonos de nuestros pecados por medio de la confesión, quienes hemos pecado, y revisemos constantemente nuestras concepciones los demás, a fin de que nuestros juicios y nuestros pensamientos sean inspirados por Dios y puros, verdaderos y justos. Con todo ello, os deseamos paternalmente todo el auxilio del Señor en vuestro camino de arrepentimiento y en toda vuestra vida renovada en Cristo.
En la Santa y Gran Cuaresma 2008 † Bartolomé de Constantinopla Ferviente suplicante ante Dios por todos vosotros
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