En este Evangelio, Nuestro Señor relató la parábola del soberano misericordioso y del siervo despiadado. En esta parábola Dios aparece como un soberano a quien sus siervos le deben ciertas sumas de dinero. De modo similar el hombre, cuando peca y no realiza las buenas acciones a las que está obligado, aparece como deudor ante Dios. "Cancelar las cuentas" significa pedir que se pague la deuda, lo cual es descrito en la parábola mediante la rendición de cuentas que Dios exigirá a cada persona en el Juicio Final, y que en parte comenzará durante el Juicio personal después de la muerte. El siervo que tenía una deuda de "diez mil talentos" representa al pecador que ante el rostro de la verdad Divina aparece como deudor insolvente. Diez mil talentos era una suma exorbitante; cada talento equivalía a 3000 ciclos (la moneda sagrada de los judíos) y a 60.000.000 de denarios (1 denario era la paga diaria de un jornalero). Evidentemente la cifra aquí indicada expresa un valor incalculable. De acuerdo a la ley de Moisés el soberano podía ordenar que el siervo fuese vendido (Lev. 25:39-47). Movido por los ruegos de su siervo, el soberano se compadeció y perdonó toda la deuda. Esta es una maravillosa imagen de la misericordia de Dios por los pecadores arrepentidos. Sin embargo, aquel siervo apenas salió se encontró con uno de sus compañeros que le debía una suma insignificante en comparación con la primera: unos 100 denarios. Tomándolo por el cuello, comenzó a ahogarlo a la vez que le exigía saldar aquella deuda insignificante (según las leyes romanas el acreedor podía atormentar a su deudor hasta que la deuda fuese cancelada). El siervo despiadado no tuvo compasión a pesar de las súplicas de su compañero y lo hizo encerrar en la cárcel. Sus otros compañeros viendo lo sucedido se disgustaron y fueron a contarlo a su soberano. Este, indignado, mandó llamar al siervo despiadado para amonestarlo con severidad pues el no había seguido su ejemplo y perdonado a su deudor. Finalmente lo entregó a los torturadores hasta que pagase lo que debía, esto es para siempre, pues el siervo jamás hubiese estado en condiciones de pagar aquella cuantiosa suma. El pecador se salva únicamente por la misericordia de Dios pues, como siervo insolvente, no estará en condiciones de complacer el recto juicio de Dios con sus propios recursos. El sentido de la parábola queda expresado en el versículo 35: "Así se portará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis cada uno a vuestro hermano de todo corazón." Con esta parábola Nuestro Señor quiere enseñarnos que todos somos grandes pecadores y aparecemos ante Dios como deudores insolventes. Los pecados de nuestro prójimo hacia nosotros son tan insignificantes como aquella suma de 100 denarios en comparación con los 10.000 talentos. No obstante, Nuestro Señor por su infinita misericordia, perdona todos nuestros pecados, siempre y cuando nosotros evidenciemos una conducta misericordiosa y perdonemos los pecados del prójimo. Si somos crueles y carentes de misericordia con el prójimo y no perdonamos sus faltas, tampoco el Señor nos perdonará condenándonos al tormento eterno. Esta parábola es una explicación excelente y práctica de la oración del Padre Nuestro: "y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores."
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