lunes, 1 de diciembre de 2008

SEMANA DE SAN NICOLÁS


Vida de nuestro Padre entre los Santos San Nicolás, Obispo de Mira en Licia, escrita por el P Nicolás Vera, párroco de la Iglesia Ortodoxa de los Santos Andrés y Nicolás de Alicante, España.


San Nicolás, cuyo nombre quiere decir en griego "vencedor de pueblos", vivió desde el año 280 al 345 y durante el Concilio Ecuménico de Nicea (325) era obispo de Mira, diócesis del Asia Menor.

Sus padres se llamaron Epifanio y Juana y su gran pena era el no poder concebir un hijo ya que eran estériles. Más el Señor escuchó sus oraciones y un ángel se les apareció anunciándoles el nacimiento de un hijo que sería llamado a la santidad. El nacimiento de San Nicolás les llenó de alegría y pronto se haría patente su santidad futura ya que se apartaba del pecho nutricio los días de ayuno más no por ello menguaba su tierna hermosura, ni perdía peso alguno.

Temprana y ejemplar es su devoción juvenil y su encendida caridad, que se manifiesta desde la infancia, mueve a Dios a realizar un gran milagro en plena juventud de San Nicolás y en la ciudad de Pátara, donde se nació. Al dirigirse San Nicolás al templo, una pobre paralítica le pidió limosna. Pero el Santo había repartido ya todo lo que llevaba, y entonces, elevando los ojos al cielo y orando internamente, dijo a la paralítica: "En el nombre de Jesús, levántate y anda". Y al momento recobró la pobre mujer el uso de sus miembros paralizados.

Un hecho de la vida de San Nicolás muestra su generosa y encendida caridad. Había en Pátara un hombre rico venido a menos que tenía tres hijas muy hermosas a las que no podía casar por falta de dote. El hombre desesperado y ofuscado por el demonio maquinó el prostituir a sus bellas hijas para obtener el dinero. Lo supo San Nicolás y, deslizándose en el silencio de la noche hasta la casa donde habitaban el padre y las hijas, arrojó por la ventana de la alcoba del hombre una bolsa de oro, retirándose sin ser oído. Al día siguiente el hombre, con enorme regocijo, abandonó su criminal idea y destinó aquel oro a dotar a una de las muchachas, que inmediatamente se casó. El Santo, al advertir el excelente fruto conseguido, repitió su excursión nocturna y dejó otra bolsa. Y éste fue el dote de la segunda de las jóvenes. Nicolás repitió el donativo la vez tercera, pero en esta ocasión fue sorprendido por el padre, arrepentido ya de sus malos pensamientos, que se explayó en manifestaciones de gratitud y de piedad. Por él se supo lo ocurrido y que había sido Nicolás el generoso donante. Como la tradición quiere que las tres veces que el Santo dejó la bolsa ocurriera el hecho en jueves, en esto se funda que sea el jueves el día dedicado por la Iglesia a recordar litúrgicamente a San Nicolás.

Se afirma que el Santo perdió a sus padres siendo aún muy joven y que, sintiendo vivamente la vocación sacerdotal, se acogió al amparo de un tío suyo, que le precedió en la silla episcopal de Mira. Muerto su tío, quedó vacante la sede de la ciudad de Mira. No llegando los electores al consenso sobre quien debería ser elegido para ocuparla, un anciano obispo, por inspiración divina, propuso que se designara al primer sacerdote que entrase en el templo a la mañana siguiente. Este sacerdote fue San Nicolás, que tenía costumbre de ir muy temprano para preparar bien los oficios divinos. Pareció con esto que el dedo de Dios lo señalaba, y fue elegido y consagrado obispo de Mira, sede que ocupó hasta su muerte.

La Liturgia de la consagración se completa con un nuevo milagro, en el que se fundamenta la devoción de a San Nicolás como protector especial en los incendios. Hallándose el nuevo Obispo revestido con los ornamentos sagrados, entró en el templo una infeliz mujer que llevaba en brazos a un niño que había muerto abrasado en un voraz incendio que se había desatado en su casa. Desesperada la madre lo depositó sin decir palabra a los pies del nuevo Obispo, el cual oró brevemente, obteniendo del poder de Dios que el pobre niño volviese a la vida.

Durante la persecución del 319 el Santo Obispo de Mira fue encarcelado por Licinio y sometido a tortura en la prisión, de lo que le quedaron cicatrices gloriosas, que mostró después en Nicea y que besó Constantino en la recepción final a los obispos concurrentes.

Su diócesis, por su ardiente celo, permaneció incontaminada de la nefasta herejía de Arrio al que abofeteo, lleno de Santa indignación durante una de las sesiones del Concilio por blasfemar contra la Santa e Indivisa Trinidad.

En su viaje de ida al Concilio acompañado de Eudemo, obispo de Pátara, y tres sacerdotes más, se detuvieron al caer de la tarde en un mesón donde determinaron pasar la noche. Al servirles la cena el ventero puso sobre la mesa una fuente llena de tasajos, al parecer de carne en escabeche. Dispúsose San Nicolás a dar la bendición, y en el mismo instante Dios le reveló que aquellos tasajos no eran de otra cosa que de carne humana. El ventero era un asesino que, de vez en cuando, mataba a un huésped y salaba la carne, que ofrecía después a otros. Las últimas víctimas habían sido tres adolescentes, que yacían despedazados en una cuba. San Nicolás acusó al ventero de su horrendo crimen y, como el mal hombre lo quiso negar, el Santo conminó a todos a que le acompañasen a la bodega, donde, puesto en oración frente a una gran cuba, salieron de ella los tres muchachos vivos, dando gracias al Santo por su intercesión.

Su celo por la justicia era infinito. El gobernador Eustacio había sido sobornado para condenar a tres inocentes. San Nicolás se presentó en el momento de la ejecución, detuvo al verdugo y puso en libertad a los prisioneros. Reprendió entonces a Eustacio, hasta que éste reconoció su crimen y se arrepintió. En esa ocasión habían presentes tres oficiales que más tarde, al verse ellos mismos en peligro de muerte se encomendaron a su protección. Esa misma noche el Santo se apareció en sueños a Constantino y le ordenó que pusiese en libertad a los tres inocentes. Constantino interrogó a los tres y al darse cuenta por ellos de que habían invocado a San Nicolás, los envió libres al Santo Obispo con una carta en la que le rogaba que orase por la paz del mundo.

San Nicolás vivió santamente hasta los sesenta y cinco años de edad y se da como fecha de su nacimiento para el cielo el 6 de diciembre del 345. Enterrado en la iglesia de Mira permaneció allí el cuerpo de San Nicolás por espacio de setecientos cuarenta y dos año manado de su cuerpo un perfumadísimo miro.

Después de su muerte creció su devoción y aumentaron sus milagros. Se convirtió en el patrón de los niños y marineros a los que se aparecía en medio de las tormentas calmando las aguas embravecidas. Los marineros del mar Egeo y los del Jónico, descendientes de los que tantas veces han sentido su protección en medio de los peligros del mar, tienen en sus barcas la "estrella de San Nicolás" que les guía en sus travesías y se desean buen viaje con estas palabras: "que San Nicolás lleve tu timón". En el siglo VI, el emperador Justiniano construyó una Iglesia en Constantinopla en su honor desde donde se extendió su devoción por toda la Iglesia.

Por desgracia la ciudad de Mira cayó en manos de los infieles turcos y en las poderosas ciudades italianas creció el propósito de realizar una expedición para el rescate de sus Reliquias. Donde más intensamente arraigó el propósito fue en Venecia y en Bari. Los de está última ciudad dieron cima a la empresa utilizando un barco que en apariencia iba a llevar trigo a Antioquía. Lograron apoderarse de la venerada Reliquia y desembarcar con ella en Bari el 9 de mayo de 1087.

Más por desgracia esta ciudad cayó también en la herejía separándose, con el resto de Occidente, de la verdadera Fe Ortodoxa que con tanto celo defendió San Nicolás frente a la herejía arriana. Aunque salvadas de ser destruidas por los turcos, dejaron de emanar el Miro perfumado y milagroso. Enterradas en la cripta de la iglesia de San Nicolás en Bari, lo que se recoge todos los años es agua limpia que se filtra en su tumba y que tiene el valor de haber estado en contacto con sus santísimos huesos.

No hay comentarios: