Dos hechos tristes y dolorosos son los que aparecen en el Evangelio que se ha leído por hoy. Por un lado un hombre desesperado, por otro lado una mujer que arrastraba desde hacía años una penosa enfermedad.
El hombre es Jairo, jefe de la sinagoga, padre de una niña de 12 años, enferma terminal que agoniza. La mujer es la hemorroisa, enfermedad muy penosa en aquellos tiempos pues aparte de la dolencia estaba el problema de la marginación social y religiosa que suponía la hemorragia continua de sangre. Había gastado toda su fortuna en los médicos que la habían declarado incurable.
Los dos sufren, cargados de dolor, desesperados, incluso en el caso de la hemorroisa, marginada también en cuanto a la religión.
Ante esta situación límite, se vuelven hacia Cristo, sólo les queda el recurso de la fe. Jairo no lo duda. A pesar de su posición y cargo, la sinagoga se ha quedado vacía y sin gracia y se acerca al Señor y lo adora y le ruega por su hija; la mujer temerosa por su situación de impureza por el flujo de sangre y por el posible rechazo que pudiera sufrir, no se atreve ni a pedir la curación, tiene fe, y se acerca a Cristo para tocarle la orla de su vestido, con la seguridad de que será sanada.
Como resultado, como fruto de su fe, Jairo vuelve a abrazar a su hija arrancada del poder de la muerte como manifestación del poder de Cristo, como Dios que es, sobre ella y en anuncio de la verdadera Resurrección. La mujer se ve curada en su cuerpo y en su alma, arrancada de la enfermedad y de la impureza de la ley por el que es la fuente de la salud y el autor de la ley.
Y Cristo desde el Evangelio nos invita a poner hoy nuestros sufrimientos y tribulaciones ante él, nos invita a buscar la vida no ya del cuerpo sino de nuestra alma y a buscar la verdadera salud. Pues ¿De qué nos sirve recuperar la salud del cuerpo si nuestra alma sigue muerta y enferma por el pecado?
Para buscar la salud del cuerpo, no dudamos ni un momento en acudir a los mejores médicos, ni a recorrer medio mundo si sabemos que vamos a recuperar la salud pero buscamos con el mismo afán la salud de nuestras almas. ¿Nos esforzamos por alcanzar los bienes materiales con el mismo afán que buscamos a Dios? ¿Nos acercamos a las cosas y nos separamos del Creador? Y nos damos cuenta que el vivir alejados de Dios es lo que causa en el hombre la verdadera enfermedad y la muerte.
Hay veces que Dios permite que la desgracia toque a nuestra puerta para que despertemos y abramos los ojos. Un pequeño mal, puede liberarnos de un mal mayor y producir en nosotros un bien inmenso. Estos golpes nos hacen abrir los ojos y despertarnos. ¡Cuántas personas se habían olvidado de Dios y cuando ha llegado la enfermedad o el dolor lo han descubierto en medio de sus padecimientos y se han vuelto de nuevo a Él librándose de la muerte eterna!
Y cuantas veces el éxito llena a la persona de soberbia y de orgullo, de egoísmo. Cuantos se han enriquecido y se han olvidado incluso de las necesidades de sus padres y estos reveses de la vida le han hecho recapacitar, y se han vuelto bondadosos e indulgentes.
Recordar la parábola del Hijo pródigo. Sólo cuando ha caído en la más absoluta de las miserias después de haberlo perdido todo es capaz de reconocer lo bien que estaba en casa de su padre. Ve su miseria y reconoce su pecado, su corazón se llena de humildad y vuelve a la casa de su padre.
Es esto a lo que los Santos Padres llaman la pedagogía del dolor. Dios envía penas que nos ayudan a aumentar nuestra fe y nuestras virtudes, que nos hacen despertar espiritualmente, que reavivan en nosotros el deseo de la oración, que aumentan nuestra esperanza en Dios Todopoderoso, que nos ayudan a apartar nuestros ojos de la vanidad de este mundo; cuantos se ven liberados del pecado, cuantos adquieren fortaleza y paciencia. En definitiva cuantos son purificados por esta pedagogía y se ven elevados espiritualmente.
La hemorroisa, después de tantos años enferma, de verse arruinada, desesperada, sin poder tocar a nadie, abandonada por el temor de quedar impuros si la tocaban, no murmura contra Dios, lo busca llena de fe y cuál es nuestra actitud en medio de los males que os afligen. ¿Maldecimos a Dios o humildemente lo buscamos? Y en definitiva, para Jairo ¿qué fue más importante, ver a su hija resucitada o encontrarse cara a cara con Cristo, Dios y Hombre?
Muchas veces parece que Dios no escucha nuestras oraciones, nos sentimos abandonados, no vemos respuesta para aquello que suplicamos. Y hemos de comprender que igual que los azotes y los golpes que sufrió Cristo en su dolorosa pasión sirvieron para nuestra salvación, los sufrimientos y dolores de esta vida, nos son útiles si los aceptamos con paciencia y ánimo agradecido.
Él no tenía pecado y sin embargo cargo con los nuestros sufriendo por nuestra salvación. Y es de Cristo Crucificado del que hemos de sacar fuerzas para afrontar con alegría y paciencia las pruebas de esta vida que se vuelven más ligeras pues es Él el que alivia nuestro dolor.
Acerquémonos con fe a Él que es nuestro Dios Todo poderoso y como la hemorroisa toquemos con humildad y con el corazón lleno de fe la orla de su vestido, buscando la salud de nuestras almas y el perdón de nuestros pecados.
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