En algunas ocasiones he escuchado de algún hermano sacerdote la siguiente queja: “si por la mañana celebro la Liturgia sólo me encuentro con un puñado de abuelitas” Y esta queja, que conste proviene de un país ortodoxo. El ritmo de vida actual que se está imponiendo en los países de mayoría ortodoxa cada vez más occidentalizado hace que si el día de fiesta eclesiástica no coincide con la fiesta laboral, las iglesias aparezcan vacías, bueno, vacías no pues estas buenas ancianas siempre están presentes. Claro está que a mí la queja me indigna, pues si esto es lo que ocurre en una parroquia de Bucarest o de Tesalónica, peor es en una parroquia en España, Francia o Alemania. La gente trabaja, la parroquia no suele estar cerca de casa y no todas las ciudades y pueblos tienen iglesia ortodoxa a la que poder asistir (ya no hablamos del caso de que si soy ruso no iré a una parroquia rumana, que además sigue el nuevo calendario o si soy griego no iré a una iglesia rusa)
Sueles agudizar el ingenio, poner la Liturgia a las 7 de la mañana, pero no es solución pues si ya se hace pesado madrugar para ir a trabajar imaginad el problema si te tienes que levantarte aún más pronto para ir a la Iglesia. Ponerla más tarde, o que siga a su hora habitual también es un problema porque los que podrían ir entonces están trabajando. Después está la cuestión de que para celebrar la Liturgia el sacerdote necesita por lo menos a un cantor que le responda y a un acólito que le asista en el santuario y los habituales estudian trabajan o no están disponibles.
Ante esto el sacerdote, vamos yo mismo, cae en la desesperación cada vez que se acerca una de las grandes fiestas del año, o aquellos días en los que conmemoramos santos con la cruz roja en los calendarios porque normalmente tiene que perseguir a unos y a otros para poder celebrar la Divina Liturgia. Algunas veces me he quedado con la proscomidia preparada esperando que llegase alguien y aún estando presentes los querubines y serafines me he quedado sin poder celebrar.
Y es que cada vez somos más “cristianos domingueros” vamos a la Liturgia los domingos (los que van, claro) y el resto de la semana hacemos lo se puede o se quiere. Así pasan sin pena ni gloria solemnidades como la Anunciación, la Transfiguración, la Natividad de la Madre de Dios, o la próxima en celebrase que es la de la Entrada de la Madre de Dios en el Templo.
Entonces yo, desterrado en este valle de lágrimas que es España, me acuerdo de los que se quejan de aquellas piadosas ancianas y me gustaría gritarles que ojalá tuviera yo un autobús lleno de ellas, griegas, rumanas, rusas, ucranianas, georgianas, todas con sus pañuelos en las cabezas, siempre con un murmullo de akathistos en los labios y garantes para el sacerdote de que se podrá celebrar la Divina Liturgia en la iglesia. Porque abuelas en España hay pocas, las que hay o está en casa cuidando de los nietos mientras las hijas trabajan o toman café, o son de las que se visten de rojo y se tiñen el pelo.
Y claro, si los fieles son de fin de semana, el sacerdote se convierte en un dominguero más.
Al inicio de la Cuaresma de Navidad siempre miro con tristeza el calendario. A partir del día 15 de Noviembre y hasta la víspera de Navidad los sacerdotes ortodoxos observan la costumbre de las cuarenta Liturgias. Es un tiempo en el que se celebra diariamente tal y como se hace en catedrales y monasterios. Para algunos, que sólo celebran la Utrenie o Maitines diariamente esta es una pesada carga más esto no es más que una gran ignorancia manifiesta de los infinitos beneficios espirituales que reporta a los que participan en ellas así como para los vivos como para los difuntos que son conmemorados en estas celebraciones. Así San Ignacio de Antioquía dice que para los que se reúnen en la celebración de la Liturgia de forma continua y en el mismo lugar los poderes de Satanás son destruidos pues lo que él quiere es impedir la unidad de la fe (Cf Ef 13) El poder inconmensurable de la Divina Liturgia no es algo mágico sino real y está basado en la manifestación del amor y unidad en Cristo que por nosotros y por nuestra salvación se ofreció en sacrificio. Se manifiesta así la unidad de la Iglesia, unida a la viña verdadera por la que fluye la gracia, unida de los santos, de los vivos y de aquellos que duermen en espera de la resurrección.
En las divinas Liturgias de la Cuaresma de Navidad, la conmemoración de los nombres de los vivos y los difuntos se muestra como señal del amor que hemos de tener los unos con los otros como miembros de la Iglesia. Nada hace más presente el amor de Cristo por la humanidad, que tomó carne por la salvación de los pecados, que el sacrificio diario de la Divina Liturgia ofrecida por el perdón de los pecados y por la vida eterna de aquellos que duermen. Así San Juan de Krostadt escribía que en la Divina Liturgia se celebra el misterio del amor perfecto de Cristo, amor que se manifiesta en su sacrificio. El P Paisios Aghiorita nos dice que es necesario orar por los difuntos y llevar su nombre para que el sacerdote los conmemore en la Proscomidia ya que ellos no pueden por ellos mismos ofrecerla por el perdón de sus pecados. Nos dice el P Paisios que los trisagios, paniquidias y parastases, no son nada sin la Divina liturgia y que lo mejor que podemos hacer por los difuntos es ofrecer las cuarenta liturgias por ellos y llevar sus nombres a la proscomidia, siempre que ésta sea celebrada junto a nuestra limosna por ellos. San Simeón de Tesalónica escribe que durante la proscomidia el sacerdote coloca partículas del pan de la prósfora en el discos nombrando a los difuntos, estos reciben el perdón de sus pecados por la Sangre preciosa de Cristo siendo por ello consolados. San Juan Crisóstomo dice: “No tengas duda alguna sobre el beneficio espiritual que reciben los difuntos. Ellos no son nombrados en vano en la santa mesa de la prótesis con fe en Dios”.
Nunca olvidemos, estemos en España, en Italia, en Estados Unidos, en Rusia o Rumanía, nuestras santas tradiciones y sobre todo cuando veamos a las ancianas en la iglesia respetemos sus años y su piedad.
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