DOMINGO DE LA ORTODOXIA
En la Liturgia anterior a la proclamación de este domingo
como el domingo del Triunfo de la Fe Ortodoxa, de la veneración de los Santos
Iconos frente a la herejía de la iconoclastia, después del VII Concilio
Ecuménico, en el día de hoy se celebraba a todos los Profetas que habían
anunciado a Cristo.
Adán cayó, pecó y fue expulsado del Paraíso. Creado a imagen
de Dios, lo contemplaba cara a cara, pero con el pecado destruyó esta imagen,
se separó de Dios, fue expulsado del paraíso y entró la muerte en el mundo,
quedando esclavo del pecado y del demonio.
Los Profetas del Antiguo Testamento, por inspiración de Dios
anunciaron la encarnación del Verbo; Dios se les manifestó, les habló y reveló
aquello que por la fe proclama en el Evangelio Natanael: “Rabí, Tú eres el Hijo
de Dios, el Rey de Israel” Cristo es el Mesías que ellos anunciaron; en Cristo
se cumplen todas las profecías; Cristo vence a la muerte y al pecado; aplasta
bajo su pie a Satanás. Él es el nuevo Adán que nos abre las puertas del
Paraíso.
Este Logos divino cuya encarnación fue anunciada en el
Antiguo Testamento por los Santos Profetas es Cristo. Cristo es verdaderamente
Dios, consubstancial con el Padre, y es verdaderamente hombre, consustancial
con el hombre, menos en el pecado.
Cristo es el fuego que arde en la zarza del Sinaí sin
consumirla y ante quién se postra Moisés y que era imagen del seno de la Santa
Madre de Dios, que en si contuvo al que creo el universo, al Dios infinito que
no la destruye al encerrarse en su seno finito.
Él es el autor de la nueva alianza firmada con su sangre, él
es el que nos da la nueva ley pactada en el nuevo Sinaí, el Calvario.
Cristo murió, sus manos y pies fueron taladrados,
descoyuntaron todos sus huesos; Cristo es el Rey de la gloria que destroza las
puertas y dinteles del Hades con su Resurrección, según lo cantó el profeta y
rey David.
Cristo es “Dios con nosotros” al que la Virgen da a luz; Él
será la luz para todas las naciones, según lo anunció el profeta Isaías.
Lo que los profetas anunciaron bajo imágenes, nosotros lo
hemos visto y lo proclamamos.
Los judíos no podían representar a Dios en imágenes porque:
“Nadie ha visto a Dios”. Cuando los hebreos al pie del Sinaí, cansados de
esperar la bajada de Moisés, quieren hacer una imagen de Dios para adorarlo, lo
representan como un becerro, tal y como lo habían visto hacer en Egipto.
Nosotros, por la encarnación si que podemos representarlo, la
prohibición de la Antigua Alianza ha caído porque Dios se ha encarnado, porque
Dios está con nosotros, porque el Logos Divino se ha hecho hombre Cristo
nuestro Dios.
Negar las sagradas imágenes es negar el misterio de la
Encarnación divina, es negar que Cristo es Dios. Cuando nos postramos ante su
purísima imagen, no adoramos el soporte de la imagen, ni tan siquiera la imagen
misma sino a Aquél a quien la imagen representa.
Representamos también a la purísima Madre de Dios y a los
Santos a los cuales no adoramos, sino que veneramos por encontrar en ellos los
modelos a seguir en el camino que nos conduce a Cristo. Él es la Luz verdadera
que nos ilumina y los santos representados en los santos iconos aparecen
transfigurados por esta luz que ilumina sus rostros y envuelve sus vestiduras;
luz divina e increada que manifiesta en ellos la imagen divina, su divinización
y que hace de los Santos Iconos la representación del hombre purificado, de su
naturaleza restaurada, de la semejanza de Dios.
En Cristo vemos al Padre: “Quien a mí me ve, ve al Padre”; de
la misma manera en cada hombre vemos el icono de Cristo porque “Cuando
hicisteis alguna de estas cosas con ellos a mi me lo hicisteis”. Por ello el
diácono después de incensar los iconos inciensa al pueblo y se inclina ante él
como imagen de Cristo.
Pero el hombre puede desfigurar en si está imagen por el
pecado. Cada uno de nosotros se convierte en un iconoclasta que pisotea y
destroza la imagen de Cristo que hay en él cuando peca, cuando se aparta de la
luz de la gracia para entrar en las tinieblas del pecado, cuando no reconoce en
sí la imagen de su Creador, cuando no reconoce en los demás la imagen de Dios. La
gula, la fornicación, la avaricia, la tristeza, la cólera, la acedía, la
vanagloria y el orgullo destruyen al hombre y lo conducen a la muerte.
Sin embargo, cuando contemplamos a los Santos en los iconos
notamos que, si han sido pintados según los cánones ortodoxos, las imágenes son
alargadas en una extensión permanente hacia Dios, tratando de hacer más espacio
en ellos para que la Luz divina e increada brille a través de ellos. Esto lo podemos
hacer realidad en nuestras vidas por medio del ayuno. Por medio de él nuestro
cuerpo y nuestra alma se purifican de los pecados y de las pasiones, la
naturaleza se afila, se “adelgaza” se espiritualiza y se limpia para que la luz
de Dios pueda iluminar nuestras vidas después de esta purificación.
En la Creación, después de tres días Dios creo el sol. Cristo
al tercer día se levanta de la tumba, sale de la oscuridad de la muerte. La Resurrección
nos revela que ya no estamos bajo el dominio de la muerte que ha sido vencida;
que el mundo ya no está dirigido a la muerte, sino a la transfiguración.
Anticipándonos a esta transfiguración futura, a los nuevos cielos y la nueva
tierra, el ayuno para nosotros es un estado de normalidad que como decíamos en
el domingo anterior, nos retrotrae a ese Paraíso anterior a la caída. El ayuno
junto a las buenas obras, a la ascesis y a la oración hacen a nuestro corazón
sensible a la manifestación de la luz de Dios y de su gracia.
La fiesta de hoy nos brinda la oportunidad de actualizar,
vivificar y fortalecer nuestra fe por medio de la celebración de la victoria de
la Ortodoxia sobre todos los errores.
Afiancemos nuestra esperanza en que Dios conserve en nosotros
su imagen santa.
Mantengámonos por medio de esta Santa Cuaresma en el amor de
Dios, buscando por medio de las buenas obras honrar la imagen de Dios en
nuestro prójimo.
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