LA NORMA DE FE COMO NORMA DE VIDA
Kirill I, patriarca de Moscú y de todas las Rusias
Un estilo de vida religioso, en nuestro caso un estilo de vida cristiano-ortodoxo, se califica por su arraigamiento en la tradición de la Iglesia. La tradición se nos presenta como un conjunto de verdades que por medio del testimonio de los santos apóstoles han sido acogidas por la Iglesia, son custodiadas por ella y se desarrollan en relación a los desafíos dirigidos a la Iglesia en las diferentes épocas históricas. En breve, la tradición es el flujo vital de la gracia de la fe en la vida de la Iglesia. La tradición es un fenómeno normativo, no es otra cosa que la norma de fe. Sólo una vida que corresponde a la tradición como norma de fe puede ser considerada como una vida realmente cristiana-ortodoxa.
Custodiar dicha norma y afirmarla en la sociedad como valor ontológico fundamental es tarea de cada miembro de la Iglesia. Esta norma es estable y frágil a la vez. La experiencia del contacto con otros modelos culturales y de sociedad nos dice que de aquel contacto dicha norma puede salir dañada o incluso destruida, o incólume y hasta reforzada. Cuando los modelos de vida diferentes al nuestro se fundan también ellos sobre las respectivas tradiciones, entonces la mayoría de las veces ellos no constituyen un peligro para los valores sobre los cuales se funda el estilo de vida del cristiano-ortodoxo. Históricamente los ortodoxos siempre han vivido pacíficamente junto a quienes pertenecen a otras religiones; con excepción de los casos en los que una fe y un estilo de vida percibido como extraño ha sido impuesto a nuestro pueblo con la fuerza o por medio del proselitismo. Entonces el pueblo se ha levantado en defensa de la propia fe y de la propia norma de vida. Por regla se trata de casos que se han verificado a consecuencia de agresiones de parte de potencias extranjeras.
El problema es que hoy no existen defensas capaces de proteger la salud espiritual del pueblo, su originalidad histórico-religiosa, de la expansión de factores socioculturales extraños y destructivos, de un nuevo estilo de vida surgido fuera de toda tradición y que se ha formado bajo el influjo de la realidad postindustrial.
Como fundamento de este modelo de vida están las ideas del neoliberalismo, que une al antropocentrismo pagano, que se ha afirmando en la cultura europea en la época del Renacimiento, a pasajes de la teología protestante y a elementos del pensamiento filosófico de origen judío. Estas ideas se han formado definitivamente al final de la época del Iluminismo. La Revolución francesa es el acto concluyente de esta revolución filosófica y espiritual, en cuya base está el rechazo del significado normativo de la tradición
No es absolutamente casual que esta revolución se haya iniciado con la Reforma protestante, ya que precisamente la Reforma rechazó el principio normativo de la tradición en el ámbito de la doctrina cristiana. La tradición, en el protestantismo, ha dejado de ser el criterio de la verdad. Su lugar ha sido tomado por la razón que estudia las Sagradas Escrituras y por la experiencia religiosa personal. Desde este punto de vista, el protestantismo se presenta sustancialmente como una lectura liberal del cristianismo.
Al respecto quisiera decir algunas palabras sobre el ecumenismo. Cuando en el diálogo ecuménico hay un avance lento o una crisis, ello se debe atribuir en primer lugar a una insuficiencia de tipo metodológico: en vez de ponerse de acuerdo inmediatamente sobre las cosas más importantes, es decir, sobre la comprensión de la sagrada tradición como norma de fe y criterio de verdad teológica, los cristianos se ponen a discutir de cuestiones individuales, ciertamente relevantes, pero particulares. Si se registrase un éxito respecto a estos puntos individuales, ello no tendría grandes repercusiones: ¿qué significado permanente puede tener un acuerdo doctrinal específico cuando una de las partes - pienso por ejemplo en una parte significativa de los teólogos protestantes - no reconoce el concepto mismo de norma de fe? Así, nuevas ideas y nuevos argumentos podrán siempre revisar o anular lo que anteriormente se ha establecido, conduciendo a discrepancias y divisiones siempre nuevas.
Si miramos a la cuestión del sacerdocio femenino o de la admisión de la homosexualidad, ¿no es precisamente esto lo que ocurre hoy? Ambas cuestiones confirman entre otras cosas la tesis sobre la naturaleza liberal del protestantismo, como ha sido definida antes. Es absolutamente evidente que la introducción del sacerdocio femenino y la admisión de la homosexualidad han sobrevenido bajo la influencia de una cierta visión liberal de los derechos humanos: una visión en la cual tales derechos se oponen radicalmente a la sagrada tradición. Y una parte del protestantismo ha resuelto la cuestión a favor de esta concepción de los derechos humanos, ignorando la clara norma de fe de la tradición.
El nuevo estilo de vida en la era postindustrial se basa en el ejercicio de la libertad individual a cualquier costo y sin límites, excepto aquellos que la ley impone. ¿Cómo definir esta visión desde un punto de vista teológico? La concepción del neoliberalismo se basa en la idea de la liberación de la persona humana de todo lo que ella cree que puede limitar el ejercicio de su voluntad y de sus derechos. Tal modelo presume que el fin de la existencia humana es la afirmación de la libertad individual; y afirma que la persona obtiene su valor absoluto de ella.
Quisiera observar que los teólogos, también los ortodoxos, no niegan la libertad del individuo. Afirmándola no se traiciona la doctrina de la Iglesia de Cristo. El Señor mismo, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, ha infundido en él el don del libre albedrío. Pero cuando el apóstol Pablo nos llama a la libertad, él habla de la predestinación del hombre a ser libre en Cristo, es decir, libre del peso del pecado. Porque la verdadera libertad es adquirida por el hombre en la medida en que se libera del pecado, del oscuro poder del instinto y del mal que pesa sobre él.
En cambio, la idea liberal - así como la ha sido descrita precedentemente - no llama a la liberación del pecado, ya que es el concepto mismo de pecado el que está ausente en este liberalismo. No hay espacio en él para el concepto de pecado; una acción es ilícita cuando, con un comportamiento dado, el individuo viola la ley o lesiona la libertad de los otros. Podríamos decir que la doctrina neoliberal postindustrial gira en torno a la idea de la emancipación del individuo pecador, vale decir, de la liberación de todo el potencial de pecado que hay en el hombre. El hombre emancipado entendido de esa manera tiene el derecho de liberarse de todo lo que lo obstaculiza en la afirmación del propio "yo" herido por el pecado. Es - se dice - un asunto privado, del individuo soberano, autónomo, que no depende de ningún otro sino de sí mismo. En este sentido el neoliberalismo es diametralmente opuesto al cristianismo. Se le puede definir anticristiano, sin temor de pecar contra la verdad.
En cuanto a la gravedad del desafío, un salto cualitativo lo da el hecho de que la concepción moderna del liberalismo ha penetrado y se ha difundido en todas las esferas del actuar humano: la económica, la política, la jurídica, la religiosa. La idea neoliberal determina la estructura de la sociedad, determina el significado común de las libertades civiles, de las instituciones democráticas, de la economía de mercado, de la libertad de palabra, de la libertad de conciencia, de todo lo que está contenido en el concepto de "civilización contemporánea".
En el momento en que se mueven algunas objeciones a la doctrina neoliberal, algunos son presas de un terror casi sagrado, distinguir en aquellas críticas un atentado a los "sagrados principios" de las libertades y de los derechos humanos. Un comentarista dice que en un artículo mío publicado en 1999 en la "Nezavisimaja Gazeta" titulado "Las condiciones de la modernidad", me proponía nada menos que fundar una sociedad similar a la querida por el ayatollah Khomeini, y quería iluminar los cielos de Rusia con las hogueras de la Santa Inquisición. La sociedad hoy debe comprender que las ideas neoliberales pueden ser criticadas sobre la base de concepciones diferentes de política económica. La pluralidad de opinión se inserta en un modo del todo natural en el sistema de valores que la doctrina liberal misma propugna.
Pero volvamos a la pregunta inicial. ¿Cuál es, cuál debe ser la respuesta de la persona individual, de la sociedad y en fin de la teología al desafío fundamental de nuestro tiempo, el lanzado por el neoliberalismo?
Es ante todo oportuno resaltar cómo hoy están ampliamente difundidos al menos dos puntos de vista al respecto. El primero es el que podríamos llamar el modelo aislacionista. Es un punto de vista presente en algunos círculos políticos así como en una cierta parte de nuestra realidad eclesial. Y sin embargo surge una pregunta: ¿es vital y creativo, es verdaderamente eficaz el aislacionismo, más aún en un mundo abierto, en una época que es la de la integración científica, económica, informática, comunicativa y hasta política? Una semejante defensa del mundo externo es quizá posible para un pequeño grupo de personas en el desierto o en el tupido bosque siberiano; incluso si es que hasta los "viejos creyentes" que precisamente en Siberia por muchas décadas se defendieron de "este mundo" a la larga no llegaron a conservar la añorada soledad ni la propia forma de existencia. ¿Pero es posible aislar, poner en clausura una Iglesia y un gran país? ¿No significaría esto rechazar la misión dada a la Iglesia por el mismo Jesucristo Salvador, la de testimoniar la verdad frente al mundo entero?
El segundo modelo consiste en asumir en bloque la idea de la civilización neoliberal - así como se ha ido desarrollando en Occidente hasta nuestros días - para trasplantarla artificialmente en la tierra ortodoxa rusa, para imponerla al pueblo por la fuerza, si es necesario. A diferencia de intentos semejantes hechos en el pasado, hoy para alcanzar este objetivo ya no es necesario valerse de la fuerza del Estado y de sus instituciones. Es suficiente usar los medios de comunicación, utilizar la fuerza de la publicidad que irrumpe, aprovechar las posibilidades que ofrece el sistema de instrucción, y así sucesivamente. Este modelo afirma que la tradición religiosa e histórico-cultural de nuestra patria se ha agotado, que solamente los "comunes valores humanos" tienen derecho a existir, que la unificación axiológica del mundo es la condición imprescindible de la integración. No hay duda: en el caso de la victoria de este punto de vista, los ortodoxos terminarían confinados en una suerte de reserva espiritual.Como el primero, también este modelo tiene sus seguidores: tanto en el mundo político como, en cierta medida, también en el campo eclesial.
Es claro que los dos modelos se excluyen mutuamente. Y es también evidente que ambos gozan de un respaldo fuerte. La oposición entre estos dos puntos de vista está en gran parte en la base del clima de tensión y enfrentamiento en la vida social; una tensión que repercute también en la vida de la Iglesia.
¿Es posible enfrentar y vencer este desafío pacíficamente, es decir, sin pecar contra la verdad? ¿Es posible ofrecer un modelo eficaz que lleve a la cooperación entre los valores de la tradición y las ideas liberales? La teología ortodoxa debe hacer relucir el núcleo de la cuestión: debe afirmar con fuerza que la existencia de las instituciones liberales en la vida económica, política y social, y en las relaciones internacionales es razonable y moralmente justificada sólo a condición de que, junto a ellas, no se imponga la visión neoliberal del hombre y de la sociedad. La tarea teológica principal es la elaboración de una doctrina social cristiana de la Iglesia ortodoxa rusa, una doctrina enraizada en la tradición y que responde a las preguntas que están frente a la sociedad contemporánea, una doctrina que pueda servir de guía para la acción de los sacerdotes y de los laicos, y que refleja correctamente la posición de la Iglesia sobre los problemas más importantes de la modernidad.
Pensando en las tareas de la teología respecto a la relación entre Iglesia y mundo, quisiera concluir diciendo esto: la norma de la fe, esculpida en la tradición apostólica y custodiada por la Iglesia, nos revelará su plenitud como norma de vida del hombre cuando el hombre mismo sea colmado de la voluntad de realizar lo que ha aprendido. Llegar a esto no es una tarea sólo de la teología, sino de toda la Iglesia en su plenitud, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.
Kirill I, patriarca de Moscú y de todas las Rusias
Un estilo de vida religioso, en nuestro caso un estilo de vida cristiano-ortodoxo, se califica por su arraigamiento en la tradición de la Iglesia. La tradición se nos presenta como un conjunto de verdades que por medio del testimonio de los santos apóstoles han sido acogidas por la Iglesia, son custodiadas por ella y se desarrollan en relación a los desafíos dirigidos a la Iglesia en las diferentes épocas históricas. En breve, la tradición es el flujo vital de la gracia de la fe en la vida de la Iglesia. La tradición es un fenómeno normativo, no es otra cosa que la norma de fe. Sólo una vida que corresponde a la tradición como norma de fe puede ser considerada como una vida realmente cristiana-ortodoxa.
Custodiar dicha norma y afirmarla en la sociedad como valor ontológico fundamental es tarea de cada miembro de la Iglesia. Esta norma es estable y frágil a la vez. La experiencia del contacto con otros modelos culturales y de sociedad nos dice que de aquel contacto dicha norma puede salir dañada o incluso destruida, o incólume y hasta reforzada. Cuando los modelos de vida diferentes al nuestro se fundan también ellos sobre las respectivas tradiciones, entonces la mayoría de las veces ellos no constituyen un peligro para los valores sobre los cuales se funda el estilo de vida del cristiano-ortodoxo. Históricamente los ortodoxos siempre han vivido pacíficamente junto a quienes pertenecen a otras religiones; con excepción de los casos en los que una fe y un estilo de vida percibido como extraño ha sido impuesto a nuestro pueblo con la fuerza o por medio del proselitismo. Entonces el pueblo se ha levantado en defensa de la propia fe y de la propia norma de vida. Por regla se trata de casos que se han verificado a consecuencia de agresiones de parte de potencias extranjeras.
El problema es que hoy no existen defensas capaces de proteger la salud espiritual del pueblo, su originalidad histórico-religiosa, de la expansión de factores socioculturales extraños y destructivos, de un nuevo estilo de vida surgido fuera de toda tradición y que se ha formado bajo el influjo de la realidad postindustrial.
Como fundamento de este modelo de vida están las ideas del neoliberalismo, que une al antropocentrismo pagano, que se ha afirmando en la cultura europea en la época del Renacimiento, a pasajes de la teología protestante y a elementos del pensamiento filosófico de origen judío. Estas ideas se han formado definitivamente al final de la época del Iluminismo. La Revolución francesa es el acto concluyente de esta revolución filosófica y espiritual, en cuya base está el rechazo del significado normativo de la tradición
No es absolutamente casual que esta revolución se haya iniciado con la Reforma protestante, ya que precisamente la Reforma rechazó el principio normativo de la tradición en el ámbito de la doctrina cristiana. La tradición, en el protestantismo, ha dejado de ser el criterio de la verdad. Su lugar ha sido tomado por la razón que estudia las Sagradas Escrituras y por la experiencia religiosa personal. Desde este punto de vista, el protestantismo se presenta sustancialmente como una lectura liberal del cristianismo.
Al respecto quisiera decir algunas palabras sobre el ecumenismo. Cuando en el diálogo ecuménico hay un avance lento o una crisis, ello se debe atribuir en primer lugar a una insuficiencia de tipo metodológico: en vez de ponerse de acuerdo inmediatamente sobre las cosas más importantes, es decir, sobre la comprensión de la sagrada tradición como norma de fe y criterio de verdad teológica, los cristianos se ponen a discutir de cuestiones individuales, ciertamente relevantes, pero particulares. Si se registrase un éxito respecto a estos puntos individuales, ello no tendría grandes repercusiones: ¿qué significado permanente puede tener un acuerdo doctrinal específico cuando una de las partes - pienso por ejemplo en una parte significativa de los teólogos protestantes - no reconoce el concepto mismo de norma de fe? Así, nuevas ideas y nuevos argumentos podrán siempre revisar o anular lo que anteriormente se ha establecido, conduciendo a discrepancias y divisiones siempre nuevas.
Si miramos a la cuestión del sacerdocio femenino o de la admisión de la homosexualidad, ¿no es precisamente esto lo que ocurre hoy? Ambas cuestiones confirman entre otras cosas la tesis sobre la naturaleza liberal del protestantismo, como ha sido definida antes. Es absolutamente evidente que la introducción del sacerdocio femenino y la admisión de la homosexualidad han sobrevenido bajo la influencia de una cierta visión liberal de los derechos humanos: una visión en la cual tales derechos se oponen radicalmente a la sagrada tradición. Y una parte del protestantismo ha resuelto la cuestión a favor de esta concepción de los derechos humanos, ignorando la clara norma de fe de la tradición.
El nuevo estilo de vida en la era postindustrial se basa en el ejercicio de la libertad individual a cualquier costo y sin límites, excepto aquellos que la ley impone. ¿Cómo definir esta visión desde un punto de vista teológico? La concepción del neoliberalismo se basa en la idea de la liberación de la persona humana de todo lo que ella cree que puede limitar el ejercicio de su voluntad y de sus derechos. Tal modelo presume que el fin de la existencia humana es la afirmación de la libertad individual; y afirma que la persona obtiene su valor absoluto de ella.
Quisiera observar que los teólogos, también los ortodoxos, no niegan la libertad del individuo. Afirmándola no se traiciona la doctrina de la Iglesia de Cristo. El Señor mismo, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, ha infundido en él el don del libre albedrío. Pero cuando el apóstol Pablo nos llama a la libertad, él habla de la predestinación del hombre a ser libre en Cristo, es decir, libre del peso del pecado. Porque la verdadera libertad es adquirida por el hombre en la medida en que se libera del pecado, del oscuro poder del instinto y del mal que pesa sobre él.
En cambio, la idea liberal - así como la ha sido descrita precedentemente - no llama a la liberación del pecado, ya que es el concepto mismo de pecado el que está ausente en este liberalismo. No hay espacio en él para el concepto de pecado; una acción es ilícita cuando, con un comportamiento dado, el individuo viola la ley o lesiona la libertad de los otros. Podríamos decir que la doctrina neoliberal postindustrial gira en torno a la idea de la emancipación del individuo pecador, vale decir, de la liberación de todo el potencial de pecado que hay en el hombre. El hombre emancipado entendido de esa manera tiene el derecho de liberarse de todo lo que lo obstaculiza en la afirmación del propio "yo" herido por el pecado. Es - se dice - un asunto privado, del individuo soberano, autónomo, que no depende de ningún otro sino de sí mismo. En este sentido el neoliberalismo es diametralmente opuesto al cristianismo. Se le puede definir anticristiano, sin temor de pecar contra la verdad.
En cuanto a la gravedad del desafío, un salto cualitativo lo da el hecho de que la concepción moderna del liberalismo ha penetrado y se ha difundido en todas las esferas del actuar humano: la económica, la política, la jurídica, la religiosa. La idea neoliberal determina la estructura de la sociedad, determina el significado común de las libertades civiles, de las instituciones democráticas, de la economía de mercado, de la libertad de palabra, de la libertad de conciencia, de todo lo que está contenido en el concepto de "civilización contemporánea".
En el momento en que se mueven algunas objeciones a la doctrina neoliberal, algunos son presas de un terror casi sagrado, distinguir en aquellas críticas un atentado a los "sagrados principios" de las libertades y de los derechos humanos. Un comentarista dice que en un artículo mío publicado en 1999 en la "Nezavisimaja Gazeta" titulado "Las condiciones de la modernidad", me proponía nada menos que fundar una sociedad similar a la querida por el ayatollah Khomeini, y quería iluminar los cielos de Rusia con las hogueras de la Santa Inquisición. La sociedad hoy debe comprender que las ideas neoliberales pueden ser criticadas sobre la base de concepciones diferentes de política económica. La pluralidad de opinión se inserta en un modo del todo natural en el sistema de valores que la doctrina liberal misma propugna.
Pero volvamos a la pregunta inicial. ¿Cuál es, cuál debe ser la respuesta de la persona individual, de la sociedad y en fin de la teología al desafío fundamental de nuestro tiempo, el lanzado por el neoliberalismo?
Es ante todo oportuno resaltar cómo hoy están ampliamente difundidos al menos dos puntos de vista al respecto. El primero es el que podríamos llamar el modelo aislacionista. Es un punto de vista presente en algunos círculos políticos así como en una cierta parte de nuestra realidad eclesial. Y sin embargo surge una pregunta: ¿es vital y creativo, es verdaderamente eficaz el aislacionismo, más aún en un mundo abierto, en una época que es la de la integración científica, económica, informática, comunicativa y hasta política? Una semejante defensa del mundo externo es quizá posible para un pequeño grupo de personas en el desierto o en el tupido bosque siberiano; incluso si es que hasta los "viejos creyentes" que precisamente en Siberia por muchas décadas se defendieron de "este mundo" a la larga no llegaron a conservar la añorada soledad ni la propia forma de existencia. ¿Pero es posible aislar, poner en clausura una Iglesia y un gran país? ¿No significaría esto rechazar la misión dada a la Iglesia por el mismo Jesucristo Salvador, la de testimoniar la verdad frente al mundo entero?
El segundo modelo consiste en asumir en bloque la idea de la civilización neoliberal - así como se ha ido desarrollando en Occidente hasta nuestros días - para trasplantarla artificialmente en la tierra ortodoxa rusa, para imponerla al pueblo por la fuerza, si es necesario. A diferencia de intentos semejantes hechos en el pasado, hoy para alcanzar este objetivo ya no es necesario valerse de la fuerza del Estado y de sus instituciones. Es suficiente usar los medios de comunicación, utilizar la fuerza de la publicidad que irrumpe, aprovechar las posibilidades que ofrece el sistema de instrucción, y así sucesivamente. Este modelo afirma que la tradición religiosa e histórico-cultural de nuestra patria se ha agotado, que solamente los "comunes valores humanos" tienen derecho a existir, que la unificación axiológica del mundo es la condición imprescindible de la integración. No hay duda: en el caso de la victoria de este punto de vista, los ortodoxos terminarían confinados en una suerte de reserva espiritual.Como el primero, también este modelo tiene sus seguidores: tanto en el mundo político como, en cierta medida, también en el campo eclesial.
Es claro que los dos modelos se excluyen mutuamente. Y es también evidente que ambos gozan de un respaldo fuerte. La oposición entre estos dos puntos de vista está en gran parte en la base del clima de tensión y enfrentamiento en la vida social; una tensión que repercute también en la vida de la Iglesia.
¿Es posible enfrentar y vencer este desafío pacíficamente, es decir, sin pecar contra la verdad? ¿Es posible ofrecer un modelo eficaz que lleve a la cooperación entre los valores de la tradición y las ideas liberales? La teología ortodoxa debe hacer relucir el núcleo de la cuestión: debe afirmar con fuerza que la existencia de las instituciones liberales en la vida económica, política y social, y en las relaciones internacionales es razonable y moralmente justificada sólo a condición de que, junto a ellas, no se imponga la visión neoliberal del hombre y de la sociedad. La tarea teológica principal es la elaboración de una doctrina social cristiana de la Iglesia ortodoxa rusa, una doctrina enraizada en la tradición y que responde a las preguntas que están frente a la sociedad contemporánea, una doctrina que pueda servir de guía para la acción de los sacerdotes y de los laicos, y que refleja correctamente la posición de la Iglesia sobre los problemas más importantes de la modernidad.
Pensando en las tareas de la teología respecto a la relación entre Iglesia y mundo, quisiera concluir diciendo esto: la norma de la fe, esculpida en la tradición apostólica y custodiada por la Iglesia, nos revelará su plenitud como norma de vida del hombre cuando el hombre mismo sea colmado de la voluntad de realizar lo que ha aprendido. Llegar a esto no es una tarea sólo de la teología, sino de toda la Iglesia en su plenitud, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.
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